«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

miércoles, 7 de octubre de 2009

Juan Eslava Galán, escritor: "La Posguerra fue una época de doble moral, un tiempo radicalmente hipócrita"


Herme Cerezo/SIGLO XXI, 21/04/08

Juan Eslava Galán, Arjona (Jaén), 1948, ha publicado recientemente “Los años del miedo”, un friso histórico sobre el periodo 1939-1952, la rancia España de la posguerra. El libro, que es la continuación de “Una historia de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie”, se plantea bajo los parámetros del enseñar deleitando, una máxima clásica no siempre conseguida en la práctica docente diaria. Y a ese cometido, enseñar y divertir, se aplica el escritor jienense en este volumen de más de quinientas páginas. Y lo cierto es que sale más que airoso del envite, ya que “Los años del miedo” son un fresco espléndido sobre lo que nuestros antepasados y aún algunos de nosotros vivimos en tiempos pretéritos. Eslava Galán mezcla en el libro hechos reales (el estraperlo, el sitio de Gibraltar, la entrevista de Franco con Hitler, el racionamiento, la vida artística, el gasógeno, la muerte de Manolete, el ¡goooooooooooooool! de Zarra, la censura, el papel de la Iglesia, las relaciones entre el Dictador y don Juan, la autarquía, la II Guerra Mundial o las relaciones internacionales), profusamente documentados y ratificados por textos y notas al pie de página, con la presencia de varios personajes ficticios pero reales (Chato Puertas, don Próculo, Diego Medina, Teófilo González, Salvadora Corral, entre otros), que representan prototipos de los españoles del momento y cuya evolución personal resulta indispensable para comprender aquellos polvos que trajeron estos lodos. No contento con esto, Juan Eslava adereza cada capítulo con anuncios de prensa, algunos, como el que sigue, verdaderamente curiosos y contundentes: "ARACELI. Hortaleza, 68. FAJAS-SOSTENES. Saluda entusiásticamente al Ejercito Nacionalista. ¡VIVA FRANCO! ¡Arriba España!


¿El título de la obra también es de Pérez-Reverte?
No, no, esta vez el título se me ha ocurrido a mí.

¿A quién va dirigido “Los años del miedo”?
He pretendido escribir un libro para las generaciones que vivieron aquellos años y para sus descendientes. Hasta ahora, los lectores que me han dado su opinión destacan que es un libro divertido que deja un regusto amargo. A los jóvenes les parece increíble lo que cuento, tanto que algunos de ellos han preguntado a sus mayores para comprobar la veracidad del libro. Otros muchos no comprenden cómo sus padres o abuelos pudieron vivir y aguantar aquella situación.

Hay quien piensa que estamos repitiendo errores del pasado y que volvemos a los años de la Guerra Civil, ¿cree usted posible una segunda contienda bélica?
Rotundamente no. Todo hay que verlo en el contexto que vivimos. Es cierto que tenemos una promoción de políticos descerebrados, como se demostró en el último debate televisado, donde dos incompetentes se peleaban como dos párvulos en el patio del colegio. El pueblo español, claramente, se merece otro tipo de políticos, como los que tuvimos al principio de la Democracia, tanto de un bando como del otro. Pero tenemos lo que tenemos y con esos caballos hay que cabalgar. Estoy totalmente en desacuerdo con la instrumentación que han hecho de la Guerra, un conflicto que ya quedó más cerca del siglo XIX que del XXI. Las condiciones objetivas que se dieron entonces, afortunadamente, no se dan ahora. España en los últimos setenta años ha dado un salto adelante, el salto más grande de sus últimos mil años de historia. Por lo tanto, carece de sentido lanzarse los muertos a la cabeza, porque los muertos no los hicieron los políticos de hoy, sino sus abuelos, y eso sólo sirve para enturbiar las aguas que bebe hoy el pueblo español, aguas demócratas de normalidad y convivencia. Sin embargo, soy partidario de no olvidar el pasado, sino de estudiarlo. Y si a alguien le mataron a su abuelo en la guerra y lo enterraron en cualquier cuneta abandonada, me parece muy bien que sus descendientes se preocupen de que lo desentierren y de llevarlo a un cementerio donde puedan honrarlo y visitarlo cuando les apetezca.

¿”Los años del miedo” es un libro aséptico?
Intento no hacer un juicio sobre nada y presentar del modo más objetivo posible los hechos. Y para refrendar lo que digo, al pie de página señalo de dónde obtengo la información que suministro, para que el lector extraiga sus propias conclusiones y juzgue. Me sitúo en una posición distante, como si ya hubiesen transcurrido doscientos años y yo no tuviese ninguna implicación personal. Los lectores lo agradecen porque están hastiados de libelos que, bajo apariencia de libros históricos, en realidad son panfletos políticos arrimados a un lado u otro.

¿Qué queda de la Posguerra en la España de hoy?
Las ancianitas que vivieron aquello, por miedo a una involución, todavía pueden decirle al nieto "hijo no te signifiques". Ellas están aisladas por la edad y no se dan cuenta de que no puede darse el caso, porque aquello ha quedado definitivamente enterrado.

Toda la obra, además de verdad, rebosa ironía. La ironía es una buena herramienta para tomar distancia y analizar?
La ironía es como un escalpelo que penetra hasta donde uno quiere llegar. Un comentario irónico siempre es más efectivo que dos o tres páginas académicas y sesudas. Como los directores de cine, utilizo escenas que contrasten y las junto para que el lector deduzca cómo fue aquello.

En sus páginas se aprecia un juego continuo entre los grandes acontecimientos y su repercusión en cada clase social de la España de los años 40 y 50.
Yo quería hacer precisamente eso, que se vieran todos los estratos sociales. Espero haberlo conseguido. Las figuras de entonces, el estraperlista por ejemplo, sería como el constructor de ahora. Los libros que estudian la época se preocupan de los grandes hechos, mientras que yo quería hablar de quienes sufrían sus consecuencias.

Tras leer “Los años del miedo” resulta prácticamente imposible no descender al detalle concreto, a los pormenores, al anecdotario. Y no me resisto a ello. Los curas de parroquia ¿tenían tanto poder entre la gente de a pie?
Sí, claro que sí. Como el gobierno todavía estaba poco asentado, no tenía otro remedio que fiarse del juicio de la guardia civil o del párroco, que debía avalar a la persona en cuestión. Si alguien quería meter a un niño en la escuela del barrio o mitigar la condena de un preso, necesitaba un aval. Si los curas de hoy presentan una imagen bondadosa, cargada de caridad cristiana, los de entonces carecían de ella. Hubo mucha gente fusilada por denuncias de sacerdotes. Y en eso, eran "plenamente cristianos", porque el Evangelio dice que la mala hierba hay que quemarla.

Pero también hubo eclesiásticos como el cardenal Segura que eran contestatarios de Franco.
Franco tenía una cárcel para curas en Carmona, sobre todo para curas vascos que habían pertenecido al otro bando durante la contienda. Este es un dato poco conocido. El cardenal de Sevilla, Segura, era rígidamente monárquico, fiel a Alfonso XIII, un auténtico kamikaze que durante la República cargaba con sus homilías contra el gobierno legalmente constituido. Y hubo que exiliarlo, lo que provocó un incidente diplomático con el Vaticano. Con la victoria de Franco regresó a España, pero cuando hubo que colocar la lista de muertos en la fachada de la catedral, dijo que allí no se ponía ninguna lista y la tuvieron que colocar en los Reales Alcázares en donde ha permanecido hasta hace poco. Segura era un hombre atípico y como Franco sabía que fusilar a un cardenal no era estaba muy bien visto, se lo tomó con resignación pensando que era una penitencia, "un castigo que me ha impuesto Dios y que llevo con resignación".

Parafraseando a los Monty Python, Franco ¿se aproximaba más a “Pijus magnificus” o a “Impotentia summa”?
Tiraba a “Impotentia summa” aunque le gustaba lo mismo que a todos los españoles: las películas de Sofía Loren y las folklóricas metidas en carnes. Tenía gustos muy sencillos: comía mallorquina, dormía en una cama cuartelera y en el plano sexual hay que tener en cuenta que doña Carmen le ataba corto y procuraba tener amigas más feas que ella. Franco estuvo muy supeditado a su mujer.

¿Hubo intentos de atentar contra la vida del Dictador?
Sí, sí, ocho que yo sepa, pero con tal torpeza que ninguno llegó a buen término. La seguridad que rodeaba al Caudillo era muy rígida.

Con la Guerra recién terminada y el ejército hecho unos zorros, ¿cómo se le ocurrió al Caudillo recuperar Gibraltar?
Hay que verlo en el contexto. Los alemanes parecían invencibles. Inglaterra estaba agotada porque la aviación germana les estaba machacando. Franco pensó que cuando los alemanes invadieran la isla, Inglaterra estaría completamente inerme y no podría defenderse, y creyó que era el momento propicio para asaltar Gibraltar. Para ello se efectuó el estudio fotométrico más completo que se había realizado hasta entonces con película alemana Agfa. La cosa era plausible, pero no cuajó porque la Historia cambió su rumbo: los alemanes no ganaron la Batalla de Inglaterra y se distrajeron con la invasión de Rusia que les debilitó irremediablemente. Franco, entonces, tuvo que desmantelar todo lo que había organizado. De aquel episodio sólo nos queda la enorme cantidad de búnqueres que mandó construir. Todo el cemento y el acero que había en España se gastó en aquellos bloques de artillería. Que, por cierto, allí continúan.

A pesar de la moral católica tan rígida que imperaba, la prostitución desempeñó un papel importante en la vida cotidiana.
Muy importante. La Posguerra fue una época de doble moral, un tiempo radicalmente hipócrita. Había una rigidez religiosa al tiempo que una enorme permisividad. El régimen tiranizaba y obligaba a ir a misa, pero si había dinero la gente disfrutaba de lo prohibido: cabarets, comidas de lujo, putas... También hay que tener en cuenta que para sacar a sus familias adelante, muchas madres de familia tuvieron que tirar por el camino de en medio y prostituirse porque no tenían posibilidades de trabajar en otra cosa.

Con tanta hambre, ranas, gatos y perros debían vivir permanentemente acojonados ¿no?
Acojonados, no, simplemente desaparecían. Yo vivía en el campo y un día unos molineros me invitaron a comer. Yo sabía que lo que comía era gato que ellos hacían pasar por cordero. Después ya me di cuenta de que el gato no se comía, aunque los molineros sí lo comiesen.

La Posguerra fue una época proclive a la picaresca.
La figura del pícaro surge en el siglo XVI en las cocinas. En su origen, es el pinche que trabaja sin sueldo, a cambio de una berza, de los restos de caldo, de poder rebañar una olla. En “Los años del miedo” explico casos ciertos de gente que se ganaba la vida como podía: desde el estafador que rifaba un jamón en el tren, que siempre le tocaba a su compinche, hasta el tipo que presentaba un infumable espectáculo de feria a los espectadores, a los que timaba dos pesetas por sesión, pero que cuando salían no decían nada para no pasar por tontos.

Otra perla de la época: “España, una unidad de destino en lo universal”. ¿Se puede medir el destino?
Esto se le ocurrió a José Antonio, un hombre que tenía ciertas apetencias poéticas. José Antonio, lector de Ortega y Gasset, era un hombre poliédrico: tenía faceta fascista, directamente financiado por Mussolini, pero también se codeaba con los intelectuales de la época: poetas modernistas o de la Generación del 27, y eso influyó en su estilo poético. Por eso el “Cara al sol”, independientemente de los valores políticos que tenga, es una canción bella que, a mi juicio, contiene valores literarios. Claro, cuando uno ve para lo que sirvió, entonces la cosa se rebaja. Todo hay que contemplarlo en su contexto.

Franco pasó su vida persiguiendo masones, ¿qué tenía contra la Masonería?
Se dice que no le permitieron entrar en la Masonería pero sólo eso: se dice. Desde el siglo XIX existía una tradición masónica muy fuerte entre los militares españoles que, en contra de lo que podamos pensar ahora, eran gente muy liberal y que querían era el bien de la patria. Después surgió la rama algo podrida, que fueron los africanistas, los trepas del ejército, que marcharon a la Guerra de Marruecos para ganar medallas y ascender. Franco entre ellos. Estos militares constituyeron el núcleo de los que hicieron la Guerra civil. Muchos militares liberales fueron fusilados porque se mantuvieron fieles a la República. Y lo que quedó fue ese tronco de militar carca, reaccionario y católico, que eran Franco y sus adláteres. El Caudillo odiaba a la Masonería porque tenía concomitancias con sus compañeros del ejército que le hacían oposición. También la odiaba porque no sabía exactamente lo que era y necesitaba un chivo expiatorio para los males de la patria, unos males que él mismo provocaba por la autarquía y sus peregrinas ideas políticas.

También publicó algunos artículos con el sobrenombre de Jakim Boor, los nombres de las columnas de un templo masónico.
Franco se había informado sobre la masonería y escribió algunos artículos en el diario “Arriba”, uno de los cuales se lo devolvió la censura sin saber que era suyo, porque iba firmado con seudónimo. Y él se dejó hacer sin protestar. Hasta a la censura le parecía que Franco era demasiado izquierdista – risas -. De esa colección de artículos, salió luego un libro titulado “Masonería”, firmado con ese seudónimo.

¿Habrá una Historia de la Transición de Juan Eslava Galán?
Sí, yo quiero seguir en el mismo tono hasta llegar al año 2000. No sé si serán un libro o dos, porque quiero tener un poco de perspectiva. Los personajes evolucionarán, el Chato Puertas, el estraperlista, llegará a constructor, que es lo que toca, y cosas así. Tendré que afinar más, como es lógico, pero no creo que sea especialmente difícil. Tenemos ya suficiente distancia para contrastar los hechos con los recuerdos, obviando la basura propagandística.

Y al inglés, a Nicholas Wilcox ¿cuándo piensa recuperarlo?
Dejé una novela suya inconclusa hace tres años y tal vez dentro de un tiempo la retome y la termine. Cuando se divulgó que Nicholas y yo éramos la misma persona, digamos que se me rebajaron los ánimos de seguir con la historia aunque, como digo, la tengo medio escrita.

Y termino esta entrevista con las últimas líneas de “Los años del miedo”: "Franco apaga la lucecita de El Pardo y se va a dormir satisfecho, con la conciencia tranquila. En España empieza a amanecer". Esperamos con impaciencia la siguiente entrega de Juan Eslava Galán. Que no se demore mucho. Amén.