«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

viernes, 7 de enero de 2011

Max Vento, dibujante de cómics: “A los autores nos gusta pinchar al protagonista”

Herme Cerezo/SIGLO XXI, 10/01/2011

Sudar la gota gorda en la cocina de la hamburguesería de turno, esperar a que suene el teléfono, tratar de llamar la atención de directores, managers, ayudantes de producción y demás gentes con poder de decisión ... Es el día a día del actor aspirante Pablo Díaz-Strasser, que en esta ocasión se embarca en el proyecto de dirigir y protagonizar el montaje teatral de una obra que ha escrito. Aferrado a la esperanza de que el éxito de su comedia lo saque del anonimato, Pablo lidia con las fricciones que surgen dentro del grupo, mientras cruza los dedos para no tener que enfrentarse a una nueva decepción. Esta es la sinopsis de ‘Comedia en un acto’, tercera entrega de la serie ‘Actor aspirante’, obra del dibujante Max Vento (Valencia, 1977), recientemente presentada en la capital del Turia (El Punto del Carmen) y en Madrid (Espacio Sins Entido), eventos en los que la concurrencia fue numerosa al igual que la firma de ejemplares.

El pasado día 31 de diciembre, Max regresó a Sant Louis (Missouri, EE. UU.), donde reside actualmente, tras aprovechar la tregua navideña para pasar unos días junto a su familia. Pese a su juventud, el dibujante valenciano lleva una interesante carrera (tres álbumes publicados en los tres últimos años), habla pausado – la prisa no parece haber sido hecha para él – y se toma su tiempo para pensar la respuesta. En su acento, “Eso me dicen todos”, se nota que ya son cinco años los que lleva fuera del pentágono peninsular, trabajando en un colegio donde enseña lengua castellana y “soccer”, “En realidad, sólo pongo orden en los chavales que quieren ir todos juntos a por el balón”, a la vez que araña horas al tiempo para dibujar tebeos, su gran pasión. Veinticuatro horas antes de introducirse en el avión, que le llevaría de regreso al continente americano, tuvo tiempo de charlar conmigo durante unos minutos.

Licenciado en Bellas Artes, Max ¿por qué escogiste precisamente al cómic y no la pintura o la escultura?
El cómic es la forma de poder contar historias y dibujar a la vez, mis dos pasiones favoritas. Hacia finales de los noventa, mientras estudiaba la carrera, hubo un tiempo que dejó de interesarme y pensé en hacer otras cosas. Me frustraba mucho el hecho de que contar algo me costase uno o dos días de trabajo y que una persona lo leyera en cuestión de segundos o de minutos. Sin embargo, seguí dibujando para mí, sin ninguna otra pretensión. Luego hice un máster de diseño gráfico en el que el cómic se veía como algo poco realista. Hacia el final del curso, me llegó un folleto del premio ‘Valencia Crea’, una de cuyas especialidades era el cómic. Probé, gané el segundo premio y eso me animó. Se trataba de una historieta de tres páginas sobre Marmoto, uno de los personajes que sale en el primer álbum de ‘Actor aspirante’, hecha con humor del estilo Bruguera. A partir de ahí, se me ocurrió desarrollar la idea añadiendo otros compañeros más. Al final, destacó uno de ellos, un actor, que tenía más sustancia que los demás y así empezó todo.

¿Qué leías de pequeño?
Leía indistintamente tebeos y libros, pero los tebeos me gustaron siempre mucho. Me encantaba todo lo de Bruguera y también Tintín y Astérix. Recuerdo que Tintin tenía como un aire respetable y los mayores dejaban que sus hijos lo leyeran. Luego probé con Spirou pero no me interesó tanto. A los quince años descubrí el cómic de adulto al comprarme un CIMOC en un kiosco y me quedé alucinado. Recuerdo las historietas de ‘Sim City’ de Miller y ‘Trazo de tiza’ de Prado, además de otras cuatro o cinco series que me dejaron con la boca abierta. También me atraía mucho la revista ‘Cairo’, de la que he podido conseguir algunos ejemplares en los salones del cómic.

Cuando decidiste dedicarte al cómic, ¿cómo se lo tomaron en tu casa?
Al principio, claro, cuando era más joven, no había publicado y estaba en casa dibujando, ellos no entendían si yo era bueno o malo y se preguntaban si valía la pena lo que estaba haciendo o no. Lo que ha ocurrido es que ahora que ya tengo tres álbumes en el mercado y ven que llevo una línea seria, todos están encantados [risas].

¿Cuál fue el primer fogonazo que te impulsó a dibujar ‘Actor aspirante’?
Hace mucho tiempo de todo esto, pero creo que empezó cuando me senté al ordenador de mi padre y escribí un texto para una pequeña historieta. Era un diálogo entre dos personajes, Rafa y Pablo, que estaban sentados en un sofá. Esta escena apareció en el primer álbum de ‘Actor aspirante’, aunque bastante modificada, lógicamente.

¿Por qué escogiste el formato serie? ¿No encorseta mucho trabajar siempre sobre el mismo tema?
Creo que sí que encorseta. De hecho me gustaría cambiar y hacer otras cosas, pero sin dejar nunca de lado la serie. El primer álbum de ‘Actor aspirante’ fue casi mi escuela de cómic. Cuando lo acabé, me encontraba ya más suelto y surgió una idea para el segundo y después otra para el tercero. Poco a poco, a medida que desarrollas el proyecto se te ocurren más ideas y todo viene rodado en ese sentido.

¿Qué razón te llevó a ambientarla en el mundo de los actores?
El protagonista podía haber sido médico o abogado, pero no tenía ni idea de sus mundos. Lo de los artistas me tocaba más de cerca y aunque no conozco muchos actores me parecía algo bastante más atractivo. Un actor, como Pablo, que escribe e interpreta sus obras, podía dar un doble juego para la narración. Si hubiera escogido un texto clásico para que él lo representase, hubiera tenido que adaptar su vida a la obra. Curiosamente, me escribió un actor de Cádiz que se había sentido muy identificado con mi cómic, porque le recordaba sus primeras dificultades como artista.

La serie se enmarca de lleno en la vida real, en el día a día.
Me gusta esa línea. Los géneros me apasionan pero me parece muy difícil hacer un buen cómic de género, algo que se pueda tomar en serio. Construir una historia futurista o de detectives se me antoja complicado.

Como no podía ser de otro modo, los nombres de los personajes son muy habituales.
Si son rebuscados puede sonar a algo artificial. Strasser era un compañero de estudios mío, al que le cogí el apellido sin pedirle permiso. Cuando se enteró no le molestó, al contrario, está encantado.

Aunque manida, la pregunta es obligatoria: ¿hay mucho de autobiográfico en Pablo?
En el primer álbum no mucho, pero cada vez veo que tiene más. Sin embargo, trato de no concentrar los parecidos en Pablo, sino de diluirlo entre los demás. Es divertido, porque todos creen ver a alguien en los personajes y me dicen que si este es fulano o aquel es mengano.

El escritor Juan Madrid me dijo una vez que a su protagonista, Toni Romano, nunca le permitiría ser feliz, ¿vas a hacer tú lo mismo con Pablo Díaz-Strasser?
Tendrá sus momentos [risas]. A los autores nos gusta pinchar al protagonista, hacerle la puñeta, porque si no, no tiene gracia. En el momento en que un personaje, que ha nacido para estrella, se convierte en estrella, se acabó la historia.

‘Actor aspirante’ también es un cómic urbano.
Siempre he vivido en una ciudad o en una colección de barrios que llaman ciudad. Y es donde me va mejor. Como se trataba de un actor, escogí Madrid como escenario, pero como quería huir de localismos y darle un toque más aséptico, no hay referencias culturales. Por ejemplo, los personajes nunca toman chocolate con churros.

En las ciudades hay bares y en el primer álbum de la serie, Pablo los define como “lugares donde se despluma a los perdedores”.
Esa definición la escribí un poco por un tópico, el típico tipo que cuenta su historia acodado a la barra, mientras el camarero va a la suya, sirviendo copas, sin hacerle caso, que es lo que ocurre en ‘Actor aspirante’.

Tus textos están muy cuidados, ¿lees mucho actualmente?
Sí, bastante. La última novela que he leído ha sido ‘La guerra de los mundos’, pero leo todo lo que cae en mis manos, especialmente eso que llaman en Norteamérica “non fiction”. Creo que los textos los trabajo bien porque separo los procesos. Cuando construyo el guión sólo hago eso y, si no estoy satisfecho con un diálogo, lo cambio o lo rompo. Creo que si dibujas y escribes a la vez es muy fácil que el dibujo te distraiga y que el texto se quede un poco en el aire, al azar. Si lo haces por separado, eso no ocurre.

También hay buenos gags en la serie, mezcla de texto y dibujo.
Eso es extraer lo mejor que tiene el cómic. Si lees sólo el bocadillo o miras sólo la imagen el producto perdería sentido. La magia del tebeo es que puedes jugar con ambas cosas.


¿Por qué escogiste el bitono?
Me hubiera gustado dibujar la serie en color, pero cuando presenté el proyecto al editor le costaba aceptar que un dibujante novel hiciera un álbum a todo color. La línea clara, en blanco y negro, tampoco acababa de resultar, así que escogimos el bitono, que era un punto intermedio entre ambas formas. Y me gusta mucho el resultado.

En ‘Actor aspirante’ tú lo haces todo, guión y dibujo, ¿nunca has trabajado con nadie?
No lo he hecho nunca, pero ahora voy a intentar hacer algo en América con un guionista que quería presentar un trabajo conmigo. Tengo varios proyectos pensados en los que yo únicamente haría el dibujo, uno de ellos sería la adaptación de un texto de otro guionista. Lo cierto es que me hace ilusión preocuparme sólo del dibujo.

Interpretar las ideas de otro debe enriquecer, ¿no?
Trabajar con las ideas de otro te ayuda a reciclarte un poco. Uno tiene sus propias ideas y particularidades y es fácil crearse un terreno y no salir de ahí. Al trabajar con otra persona te enriqueces con su forma de hacer lo que, a la larga, siempre es bueno.

¿Son muy profesionales las editoriales de cómics?
No mucho, tú puedes enviarles unas páginas y, si no les interesan, ni te contestan. Pero eso ocurre aquí y en Estados Unidos. Allí no he podido editar estos álbumes, porque te topas con el problema de los derechos. Ellos quieren controlar el producto, traducirlo, venderlo fuera y pagarte sólo por tu trabajo. Yo me muevo entre editoriales semi-independientes y en algunas de ellas pagan por página y, además, un porcentaje muy bajo por los ejemplares vendidos. Algunos autores compran sus propios libros a precio más barato en la editorial y luego los venden en alguna de las múltiples ferias de cómics que hay por allá.

O sea que en todas partes cuecen habas, ¿no?
Los dos gigantes, Marvel y DC, son muy profesionales y pagan muy bien. Pero allí se trabaja de otro modo, es un proceso industrial en el que tú entregas una página y luego viene otra persona que entinta, otra que pone el color ... Al final no reconoces tu propio trabajo. Cuando se juntan cuatro mentes excepcionales es cuando sale una obra maestra, porque cada uno de ellos trata de competir con los demás para demostrar quién es el mejor. Es una unión de muchos egos a la vez.

¿Mantienes mucha relación con otros dibujantes?
Aquí no, pero en Sant Louis sí. Allí quedamos todos los jueves un grupo de dibujantes para tomar una pizza. Luego nos vamos a una cafetería, sacamos los trastos y nos ponemos a trabajar. La gente no se extraña, lo ven como algo normal. Dicen que es la noche de los dibujantes. Compartimos ideas, libros, dibujos... En Valencia, antes de irme a Estados Unidos acudía a la tertulia de los autores de cómics, que estaba dividida por edades. Había gente muy mayor, por un lado, y los jovencitos, que aún no habíamos publicado, por otro. Era interesante.

Max, finalizamos, ¿para cuándo la próxima entrega?
‘Comedia en un acto’ es el principio de un arco narrativo algo más amplio en la serie. Creo que para junio próximo podría estar el nuevo álbum, aunque habría que estudiar la fecha de publicación con el editor. Ya está dibujado, falta el entintado y el tratamiento digital.