«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 21 de septiembre de 2013

Leonardo Padura: “Como escritor siento que estoy en otra etapa y que me tengo que retar”


En 1939, el S.S. Saint Louis, en el que viajaban novecientos judíos que habían logrado huir de Alemania, pasó varios días fondeado frente a La Habana en espera de que se autorizara el desembarco de los refugiados. El niño Daniel Kaminsky y su tío aguardaron en el muelle a que descendieran sus familiares, confiados en que éstos utilizarían ante los funcionarios el tesoro que portaban a escondidas: un pequeño lienzo de Rembrandt que pertenecía a los Kaminsky desde el siglo XVII. Pero el plan fracasó y el barco regresó a Alemania, llevándose consigo toda esperanza de reencuentro. Muchos años después, en 2007, cuando ese lienzo sale a subasta en Londres, el hijo de Daniel, Elías, viaja desde Estados Unidos a La Habana para aclarar qué sucedió con el cuadro y con su familia. Sólo alguien como el investigador Mario Conde podrá ayudarle. Elías averigua que a Daniel le atormentaba un crimen. Y que ese cuadro, una imagen de Cristo, tuvo como modelo a otro judío, que quiso trabajar en el taller de Rembrandt y aprender a pintar con el maestro. Con estos jugosos mimbres, y extensos, Leonardo Padura ha construido, tras más de cuatro años de trabajo, su nueva novela, ‘Herejes’, que presenta ahora en España. El escritor cubano, que lleva unos días viajando por el estado español, aterrizó en Valencia por espacio de unas horas y tuve la oportunidad, y la enorme suerte, de compartir con él la sobremesa de un viernes, caluroso, de septiembre al abrigo de la sombra intermitente de los árboles de la plaza de Rodrigo Botet.

Leonardo, ‘Herejes’ es otra novela construida sobre una base histórica muy rigurosa como ya ocurría en algunas de sus novelas anteriores.
Creo que sí. Tres de mis obras, ‘La novela de mi vida’, ‘El hombre que amaba a los perros’ y esta mismo, en las que me muevo por periodos históricos diversos poseen una investigación histórica muy rigurosa. Lo grave es que en determinados momentos siento que casi prefiero el proceso investigador a la escritura en sí. Soy muy curioso y me gusta tener un sentido de la cultura que me permita relacionar hechos diferentes. Estudio muy a fondo los temas que voy a trabajar, porque en las tres novelas han sido asuntos tan polémicos como el socialismo o la Guerra Civil Españala que todavía están vivos. Y en ‘Herejes’, el asunto judío presenta connotaciones políticas que nos llevan al estado de Israel. Por lo tanto y como en todos ellos aún hay heridas abiertas, he de ser muy cuidadoso a la hora de fabular.
 
¿Hasta dónde llegan realidad y ficción en la novela?
En ocasiones a mí mismo me resulta imposible saber dónde termina lo uno y donde empieza lo otro. Raymond Chandler tiene toda una teoría sobre la verosimilitud como forma de expresión del realismo. Particularmente pienso que la gran literatura de la ciencia ficción lo es cuando consigue crear un universo que resulta verosímil bajo la perspectiva de sus propias leyes. Y lo mismo ocurre con las novelas que tienen que ver con la Historia. Yo trato de respetar los procesos históricos y su esencia, pero con respecto al historiador tengo la ventaja de que, a partir de lo acontecido, puedo crear un espacio de libertad que es la ficción donde he de respetar la verosimilitud para que el conjunto resulte coherente.

¿El incidente del barco Saint Louis, con sus novecientos judíos a bordo, se encuentra muy presente en la vida actual de Cuba?
No, este incidente está muy poco presente hoy en la vida de Cuba. Prácticamente, toda la historia que va desde 1900 a 1958 es una gran desconocida. No se habla mucho de ella por intereses políticos. El poder siempre hizo las lecturas y escribió su historia. En el caso cubano, el siglo XIX fue el siglo de la fundación y de los seres míticos. Y lo es hasta tal punto que, cuando Fidel asaltó el Cuartel Moncada, se dijo que el libertador José Martí, había sido el artífice intelectual del asalto. La república cubana, que allí se denomina Neorepública, nació mediatizada por los norteamericanos ya que, a través de la Enmienda Platt, podían intervenir en los asuntos internos cubanos sin consentimiento de estos, y se considera un periodo ominoso. Justo en ese periodo entra el incidente del Saint Louis, otro episodio ominoso porque en él se dieron cita la corrupción de los gobiernos republicanos de la época, que propiciaron que Fidel pudiera efectuar la revolución socialista, y porque la presión del Departamento de Estado de los Estados Unidos fue decisiva para que no se aceptase el atraque del barco. Los estadounidenses estaban seguros que aquellos judíos, después, hubieran emigrado a su país y eso hubiera alterado el porcentaje de emigrantes que estaban dispuestos a tolerar. Francia, Bélgica, Holanda y el Reino Unido se ofrecieron para acoger a los judíos y como la mayoría quedó en el continente, un porcentaje muy alto murió tras la invasión nazi. Tampoco podemos olvidar que la opinión pública fue manipulada y muchos cubanos se opusieron a que los judíos pudieran permanecer en la isla, una actitud inusual en un país tradicionalmente abierto como es Cuba.

El protagonista de ‘Herejes’ es un antiguo policía, ahora investigador privado, de nombre Mario Conde. En España resulta difícil leer la novela sin pensar en este rostro tan conocido.
Ya lo he explicado muchas veces a lo largo de muchos años: se trata de una homonimia, es igual que si alguien se llamase Juan Tenorio. Lo que ocurre es que aquí Mario Conde se ha convertido en una mala palabra [risas].

Aunque la envoltura sea policiaca, ‘Herejes’ parece que derrota más bien por otras latitudes, ¿no?
Esta novela es diferente a las anteriores. En las otras, aunque no son novelas ortodoxamente policiales, el elemento policiaco tiene mayor peso. ‘Herejes’ es una novela mucho mas "hereje" porque no es policíaca, ni histórica, ni social pero es las tres cosas a la vez. He tratado de forzar todas las estrategias genéricas para lograr una novela que tuviera sobre todo una lectura conceptual, que tiene que ver con el derecho del hombre a practicar su libre albedrío.

¿Te has esmerado en el lenguaje utilizado para que se pueda entender perfectamente a las dos orillas del Atlántico?
No solo eso, ‘Herejes’, ’La novela de mi vida’ y ‘El hombre que amaba a los perros’ tienen diferentes niveles de lenguaje. Por ejemplo, en esta novela, en el periodo del siglo XVIII he tratado de dar al lenguaje un ritmo que recordase al castellano del Siglo de Oro, al del barroco español. En ‘La novela de mi vida’ utilicé palabras propias del romanticismo del XIX. Soy muy cuidadoso para evitar que se cuelen vocablos impropios en un periodo que no les corresponde. Además cada palabra está colocada de un modo muy preciso, tanto que si un lector se fija descubrirá que la novela está escrita en clave y que también tiene una lectura política. También he tratado de que el lenguaje tenga un espectro mucho más universal, menos local, pero cuando hablan los personajes cubanos, Mario Conde, lo hacen siempre en cubano y usan palabras coloquiales de la isla. En ‘Herejes’, por ejemplo, Kaminsky utiliza el lenguaje propio de emigrantes de la primera generación.

Una colega tuya decía que en el Caribe había hasta sesenta y cinco formas diferentes para designar las distintas tonalidades de piel, ¿cómo es posible que en Cuba exista el racismo del que hablas en la novela?
En Cuba, legalmente, no existe discriminación racial. Fue una de las primeras leyes revolucionarias. Creo que esta necesidad nacional y social de reconocer la igualdad de derechos es, sin duda, un mérito, una ganancia del periodo revolucionario. Incluso en Cuba, la mujer tiene derechos de los que en España todavía carece. En Cuba, el racismo, que no es lo mismo que la discriminación racial, no llegó a los extremos que alcanzó en los Estados Unidos porque en la isla hubo siempre una mayor cercanía, aunque el negro fue siempre el elemento más pobre. En pleno siglo XIX se inventaron una conjura que llevó a la cárcel a esclavos y negros. Se afirmaba que tras aquella revuelta estaba Inglaterra que deseaba establecer en Cuba una revolución al estilo de la de Haití. Eso marcó a la población negra y ha costado mucho cambiarlo. No obstante, en los últimos años la existencia de fronteras raciales ha disminuido muchísimo, igual que ha disminuido también la intolerancia hacia el homosexual que heredamos de la cultura cristiana.

En ‘Herejes’ nos tropezamos frecuentemente con el béisbol, un deporte profundamente norteamericano, ¿qué significa el béisbol para Cuba?
Justamente por ser un deporte norteamericano se convirtió en deporte nacional cubano y la culpa la tuvieron ustedes, los gallegos que decimos allá. En el siglo XIX lo moderno venía de Estados Unidos y lo viejo, lo arcaico, de España. Justo ocurrió cuando comenzaron a desarrollarse los movimientos independentistas. En Cuba el papel del negro es tan importante que la independencia se pospuso durante un siglo, porque la burguesía, tras ver el caso de Haití, se dio cuenta del peligro que significaba una revolución independentista y solo se llevó a cabo después de incorporar al negro al conjunto nacional. El primer acto del padre de la independencia cubana fue dar la libertad a los esclavos negros, que terminaron enrolándose en el ejército insurgente. Unos años antes de todo esto, llegó el béisbol a Cuba, traído por jóvenes cubanos burgueses que estudiaban en Philadelphia. Empezaron a practicarlo como una manifestación moderna y antimetropolitana. Los trajes de los jugadores de béisbol llamaban la atención porque eran atractivos y ajustados. Alrededor de este deporte ocurrió un fenómeno curioso: la integración entre blancos y negros. Para jugar béisbol hacían falta veinte personas y cuando el deporte llegó a los barrios proletarios de extramuros se incorporaron los negros. Por otro lado, la Liga Profesional Cubana admitió enseguida a los jugadores negros y los juegos se convirtieron en espectáculo público. Al final de los partidos se celebraban verbenas en las que siempre había una orquesta cuyos músicos eran negros. Fue la época del danzón. El béisbol se adaptó rápidamente a la forma de ser cubana y forma parte de la espiritualidad del país.

Habla la novela de orquestas de señoritas, de cha-cha-cha y de también de orquestas de negros, ¿’Herejes’ tiene banda sonora?
En Cuba todo tiene banda sonora. La música es la manifestación cultural más importante del país. Cuba puede pasar sin sus artistas, sus cineastas, sus pintores y sus escritores pero no sin sus músicos. No podemos olvidar a una figura como Chano Pozo y su zumbadora o a Machín, que fue la voz más oída en España durante veinte años o a una figura mundial como Fidel Prado y su mambo. La expansión de la música cubana es tan potente que supera a los demás fenómenos culturales en presencia y capacidad de influencia. Una de nuestras bendiciones es que todo el mundo en Cuba oye música e, incluso, en algún momento la canta.

La tercera parte del libro nos habla de las tribus urbanas que existen en Cuba, un fenómeno que, a priori, no parece que allí pudiera arraigar con tanta fuerza.
Este es un resultado directo de la globalización. Creo que, a pesar de los intentos del gobierno cubano por mantener una cierta pureza ideológica y de cerrar las fronteras, el mundo moderno ha superado ese deseo oficial. Estas tribus han surgido en todas partes y también llegaron a La Habana. Hay muchas, pero la de los emos me atrajo específicamente porque en su filosofía encontramos principios muy alejados de la idiosincrasia cubana. Me parece raro su propensión al masoquismo y a la autoagresión. Volvemos a la manipulación de la masa que hablábamos antes. La juventud es mimética y aquí hay mucho de mimético. Estos grupos aparecieron de forma espontánea y cuando el gobierno cubano se dio cuenta ya se habían formado y en una avenida principal de la capital durante las noches de los viernes se reunían entre seis y siete mil jóvenes. Cuando los observaba, con los prejuicios que vamos desarrollando con la edad, los veía como payasos, como frikis. Vistos más de cerca, sin embargo, me di cuenta de que eran resultado de una insatisfacción: habían creado su propia tribu para no pertenecer a la tribu general del país.

En una emisora de radio, te oí comentar el otro día que el sueldo de un médico cubano sería el equivalente al precio de la novela en España, ¿en Cuba se puede vivir solo de la escritura?
Un escritor que publica solo en Cuba ha de trabajar en otra cosa para subsistir, ha de buscarse la vida. Por la edición de ‘El hombre que amaba a los perros’ me dieron lo máximo que se paga en la escala de derechos de un autor cubano: diez mil pesos. Allí un médico gana al mes entre seiscientos y setecientos. Esta sería una cantidad razonable si el valor del peso cubano fuese el que tenía hace veinticinco años. Hoy diez mil pesos son doscientos euros. Pasé cinco años escribiendo esa novela y si mi subsistencia hubiera dependido solo de ese dinero, no habría podido hacerlo. Precisamente, creo que esta es la causa de la decadencia de la novela cubana actual. Los autores se han convertido en escritores "cuando puedo", que roban tiempo a su trabajo para escribir y que tratan de encontrar desesperadamente una editorial fuera de Cuba. Es una situación económica muy tensa. Conozco un dramaturgo que por los derechos de televisión de una obra suya cobró trescientos pesos, o sea, unos doce euros más o menos. Cuba es un país que pretende desarrollar la cultura pero que no entiende de sus necesidades económicas. Es verdad que hay problemas financieros, que estamos en crisis, pero resulta muy difícil dedicarse exclusivamente a la creación. Los pintores son los que han tenido más suerte a la hora de colocarse en el mercado, igual que ocurre con algunos músicos que gozan de un amplio reconocimiento internacional.

La última: si tuvieras que situar ‘Herejes’ en un punto de tu carrera como escritor, ¿dónde la ubicarías?

Dice mi mujer que a mi ego no hay que darle mucha cuerda. Pero eso no es verdad porque soy un tipo muy normal que lleva una vida normal, porque sabe que para seguir viviendo ha de ser muy cauteloso. El mercado del libro es muy misterioso y veleidoso: hoy te ayuda pero mañana te puede enterrar. En cuanto a lo literario si soy muy ambicioso. En los ochenta fui escritor aprendiz, que hacía novelas y periodismo. En los noventa fui un escritor profesional, que escribió cuatro novelas de Mario Conde. Pero a partir de ‘La novela de mi vida’ siento que estoy en otra etapa y que me tengo que retar. Para mí sería fácil publicar el año que viene una novela como las que escribía en los años noventa, que son las mejores que yo podía escribir entonces. Ahora estoy haciendo lo mejor que puedo hacer en 2013 y por eso mis novelas son complejas, pretenciosas conceptualmente y mis ideas también son más ambiciosas que las de antes. Por otro lado, tengo la suerte de tener a Tusquets detrás de mí, sin pedirme plazos ni darme prisas, lo que me ha supuesto un gran respaldo, y que mi vida familiar ha sido muy estable, algo que yo necesito mucho. Por último, pienso que he recibido una especie de bendición cósmica que me ha permitido disponer de espacio, tiempo y posibilidades para concebir mis ideas y mis escritos.

Herme Cerezo/SIGLO XXI, 23/09/2013

SOBRE LEONARDO PADURA 
Leonardo Padura (La Habana, 1955) trabajó como guionista, periodista y crítico, hasta lograr el reconocimiento internacional con la serie de novelas policiacas protagonizadas por el detective Mario Conde: ‘Pasado perfecto’, ‘Vientos de cuaresma’, ‘Máscaras’, ‘Paisaje de otoño’, ‘Adiós, Hemingway’, ‘La neblina del ayer’ yLa cola de la serpiente’, traducidas a numerosos idiomas y merecedoras de premios como el Café Gijón 1995, el Hammett 1997, 1998 y 2005, el Premio de las Islas 2000 y el Brigada 21. También ha escrito ‘La novela de mi vida’ y ‘El hombre que amaba a los perros’, una trepidante reconstrucción de las vidas de Trotsky y Ramón Mercader, traducida a diez idiomas, vendidos sus derechos al cine y merecedora del Premio de la Crítica en Cuba, el Francesco Gelmi di Caporiacco 2010 y, en 2011, el Premio Carbet del Caribe, el Prix Initiales y el Prix Roger Caillois. En 2012 Padura recibió el Premio Nacional de Literatura de Cuba. ‘Herejes’, una absorbente novela sobre un cuadro de Rembrandt y una saga judía que llega a nuestros días, confirma al autor como uno de los narradores más ambiciosos e internacionales en lengua española.