«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 19 de noviembre de 2016

Juan Manuel de Prada: «Mi novela nace de una reflexión vital sobre la literatura y su entorno»

A Juan Manuel de Prada se le ve más relajado que otras veces. Al menos eso se desprende después de echarle el primer vistazo a este baracaldés, que vivió su adolescencia en Zamora y su madurez en Madrid, donde se doctoró en esto tan difícil como es el arte de escribir. Tal vez sea porque tras la publicación de la novela ‘Mirlo blanco, cisne negro’, editada por Espasa, haya soltado el lastre, acumulado durante algunos años, o tal vez no, y solo se trate de una impresión particular. En cuatrocientas cuarenta páginas, De Prada cuenta la relación, primero amistosa, después tóxica, entre Alejandro Ballesteros, una joven promesa de la literatura española, y Octavio Saldaña, un escritor que bebió las mieles de la gloria y que ahora soporta horas bajas y dirige un exitoso programa de radio. Como acertadamente resume la contraportada del libro, en esta nueva entrega De Prada nos ofrece una turbadora reflexión sobre maestros y discípulos, sobre el afán de posesión y el arribismo. Con los mimbres propios de una sátira, traza un despiadado retrato del mundo editorial, al tiempo que narra un drama desgarrador sobre la vocación literaria. 
Juan Manuel, la fajita editorial que acompaña al libro reza que ‘Mirlo blanco, cisne negro’ es un ajuste de cuentas contigo mismo, ¿es así?
Digamos que tiene dos planos: uno es su meollo, una novela confesional, penitencial, el libro de un escritor que muestra sus errores, sus heridas y sus pecados a los lectores; y el otro es una cenefa satírica, donde efectivamente se hace un retrato cáustico del ambiente literario, del funcionamiento editorial, de la crítica y de otras cosas que en el camino reciben un guantazo. Creo que la gracia de la obra radica en la alternancia de que, aunque es una novela trágica, sin embargo, tiene un rasgo satírico. En definitiva, es el libro de alguien que se ha golpeado tanto a sí mismo, que piensa que tiene derecho a pegar un pequeño capirotazo a lo que se le vaya poniendo por delante.
¿Estamos ante una novela verosímil o verdadera?
Si por verdad entendemos cosas que hayan ocurrido, entonces no es verdad, es verosímil, porque todo que he lo escrito es pura ficción. Pero si por verdad entendemos que muestra una verdad del autor, entonces sí lo es, aunque no se trata de una novela autobiográfica en absoluto. Nada de lo que cuento en ella me ha ocurrido a mí, pero sí es cierto que casi todo lo que he escrito nace de una reflexión vital sobre la literatura y su entorno.




Pero fabular no es lo mismo que mentir.
Claro, por supuesto, mentir y fabular no tienen nada que ver. La fábula, bajo apariencia de mentira, puede decir verdad. Creo que esta es la novela más sincera que he escrito, porque las cuestiones que he tratado me tocan muy de cerca.
Te veo más relajado que en entrevistas anteriores, ¿has respirado cómodo después de escribir esta novela?
[Sonrisa muda, punteada de ironía] Bueno, no te creas, sin duda ésta es una novela cuya escritura me ha resultado más dolorosa que otras, porque cuento una historia que me toca muy de lleno. En este sentido, la escritura ha resultado más tortuosa y, efectivamente, también más liberadora, aunque esta novela lleva mucha marejada dentro y, seguro, que me va a granjear  enemistades, pero era la novela que necesitaba escribir ahora, en este momento, una especia de confesión personal o de purga de corazón.
Hace un par de sábados, en su artículo semanal en El Cultural, Luis María Ansón decía que ‘Mirlo blanco, cisne negro’ es tu mejor novela. Aunque tú ya tienes una dilatada carrera como escritor, ¿qué sientes cuando un periodista de su nivel, aunque sea amigo tuyo, publica eso?
Tampoco creas que es tan amigo mío. Tuvimos mucha relación cuando ambos coincidimos en el diario ABC, pero ahora no nos vemos demasiado. Creo que ese artículo lo ha escrito de forma sincera. El tiempo va cribando las cosas y determinado qué es lo bueno y qué no lo es. Esta es una novela apasionadamente personal, digámoslo así, y quien la lee lo percibe. Creo que ese es el rasgo principal del libro.
¿Es fruto de un chispazo espontáneo, inesperado, o de un proceso de reflexión dilatado a lo largo del tiempo?
Es una idea que llevo madurando al menos diez años, lo que pasa es que las novelas van creciendo dentro de ti poco a poco. Al principio me la tomé como una especie de maldición sobre la literatura, producto de un momento en el que había perdido la ilusión por escribir. Al recuperarla, se convirtió en una especie de recapitulación sobre la literatura, sus heridas y sus relaciones. Finalmente, cuando decidí escribirla, lo que más me interesó fueron los pormenores de la amistad entre los dos protagonistas, la evolución de su relación que va desde el deslumbramiento inicial hasta el abismo final, hasta su deterioro.
¿Los protagonistas, Octavio Saldaña y Alejandro Ballesteros representan a Juan Manuel de Prada en dos momentos de su vida literaria?
Efectivamente, ambos son trasuntos míos, aunque también contienen rasgos de otros escritores. Son dos facetas de Juan Manuel de Prada durante dos momentos diferentes de su vida. Alejandro representa mi época juvenil, mientras que Saldaña tiene mucho que ver con un De Prada más menopáusico y descreído de la literatura.
A propósito de esos caracteres de otros escritores, ¿alguien se te ha quejado por no aparecer en la novela?
He dicho repetidas veces que esta novela no admite la interpretación de escritura en clave. He utilizado rasgos de personas y escritores que he conocido, pero no he querido sacar o no sacar a nadie. Mi pretensión ha sido escribir sobre la vocación literaria, sobre las vicisitudes de la literatura y sobre mis fantasmas interiores, todo ello basado en mis experiencias.
¿Y esta especie de exorcismo ha funcionado?
De momento, sí.
¿Para sacarle todo el jugo a ‘Mirlo blanco, cisne negro’, hay que estar muy al corriente de lo que ocurre en los mentideros literarios?
Es totalmente indiferente y, en contra de una lectura superficial que se ha hecho, hay que decir que esta novela la puede leer cualquiera, incluso personas totalmente ajenas a la literatura, ya que cuenta una historia bastante universal. Aunque haya una sátira o una crítica sobre editores y críticos, creo que no trata solo del mundillo literario sino sobre las pasiones más elementales del ser humano. Si vamos al fondo de la novela, nos encontramos con ese sentimiento de Óscar Wilde que decía que todo hombre mata lo que ama, esa idea de cómo del amor surge el odio. Ese es el asunto principal de la novela.
En ‘Mirlo blanco, cisne negro’ nos encontramos de nuevo con Armando Buscarini, escritor y poeta bohemio, marginado, que vivió casi en la indigencia, ¿qué significa para ti Armando Buscarini? ¿Te consideras un escritor tan maldito como lo fue él?
Si dijera eso sería un poco falso, porque soy una persona que publica en grandes editoriales, un escritor todavía entrevistado que tuvo la suerte de tener un éxito fulgurante, que con veinticuatro años publicó su primer libro y con veintiséis ganó el Premio Planeta. En dos años pasé del anonimato al estrellato y desde luego si no hubiera tenido ese éxito sí que estaría en esa dinámica. Pero las ideas y las posturas que he mantenido ante la vida literaria me han convertido en un apestado. Afortunadamente, tengo unos lectores que me han dado una fuerza que Armando Buscarini no hubiera tenido nunca. No obstante, lo considero a él como el ángel custodio de mi vocación literaria y, de vez en cuando, me gusta agradecérselo sacándolo en mis libros.
Alejandro Ballesteros escribe una novela retocada por Octavio Saldaña, que lleva por título ‘Madonna’ de la que te burlas en el libro. ‘Madonna’ es un remedo de ‘La tempestad’, obra con la que ganaste el Premio Planeta, ¿acaso no te gusta ‘La tempestad’?
No, sin duda es la novela mía que menos me gusta, lo cual no quiere decir que reniegue de ella, que es algo distinto. Cada obra que escribes es hija del momento en que lo haces y no hay que darle más vueltas, pero es verdad que me parece mi novela más endeble y quizá por eso aquí me he divertido un poco burlándome de ella.
Sobre los críticos leemos en la novela que saben escribir pero que no lo hacen, ¿quién dice eso: Saldaña o De Prada?
Esa opinión es de Saldaña, que lanza una filípica contra los críticos que Ballesteros no comparte sino que la padece, porque está disfrutando de las mieles de su éxito. De Prada está en un punto intermedio entre los dos.
Y también nos tropezamos con una perlita dedicada a los editores: «son todos una panda de mastuerzos y mastuerzas cuyo concepto de la alta literatura oscila entre Paulo Coelho y Dan Brown»
Volveríamos a lo mismo de antes, Saldaña es una especie de versión desmesurada de mí mismo y yo no me atrevería a decir eso, porque hay editores de muchos pelajes. Sin embargo, en los grandes grupos editoriales sí que se está imponiendo mayoritariamente un tipo de escritor como Coelho o Brown y eso me parece grave. También es cierto que editando sus obras pueden pagar los libros de otros escritores como yo, pero eso denota un cortoplacismo preocupante, que solo les garantiza una cuenta de resultados más aseada. Publicarles a ellos no es bueno porque, a la larga no genera nuevos autores, ya que, por ejemplo, un lector de Coelho no leerá nunca a Dostoievski.
A fecha de hoy, ¿existe mucho editor suelto que se aprovecha de las ansias de los autores primerizos para sacarles los cuartos?
Indudablemente que sí y cada vez hay más editoriales que se dedican a esto. En líneas generales, al joven escritor le recomendaría que reprimiera un poco su vanidad, porque un editor de este tipo no se va a esforzar por difundir su libro y, por otro lado, todo el mundo sabrá que ha sido el propio autor quien ha costeado la edición. Hay que tener paciencia. Quiero pensar, a lo mejor peco de optimista, que al final algún editor centrará su atención en él. Yo mismo coseché montones de rechazos hasta que alguien se fijó en lo que escribía.
Jeribeque, carininfos, perejilear, malsinar, bituminoso, bígaro… para leerte parece que hay que seguir tirando de diccionario.
Esa forma de expresarme es algo natural en mí. Hay mucha gente que piensa que busco en el diccionario palabras raras para incluirlas en mis novelas y eso no es así. No hay ningún rebuscamiento ni pretensión pedante en ello. Soy bastante fluido y no consulto el diccionario para escribir. Si vieran cómo escribo se quedarían muy sorprendidos,
Últimamente a los escritores se les clasifica entre escritores literarios y escritores a secas, ¿en qué parcela te incluirías tú?
A mí eso de  escritor literario me suena como a sanitario, me parece algo surrealista. No concibo ningún escritor que no sea literario y no existe más escritura que la literaria, lo demás es la lista de la compra, las instrucciones para la lavadora y otros desahogos psicoanalíticos que no son literatura. Y lo triste es que vivimos tiempos en los que imperan esas distinciones de mente entre escritor literario y no literario, es como si estableciéramos diferencias entre atletas con y sin barriga.
Referido también a los escritores, resulta frecuente leer y escuchar que «fulanito pertenece a la cuadra tal», es como si considerasen a los escritores poco menos que caballos de carreras, ¿no?
En esos apelativos hay un componente de desprecio o de rechazo hacia determinados autores. Hoy en día eso queda más difuminado, porque esas cuadras venían determinadas por grupos mediáticos o emporios empresariales, que ya no existen. Actualmente, un escritor es de Planeta, de Random o de una editorial independiente. Hubo un momento en que el término tenía sentido, porque Prisa elaboró un canon que trató de imponer a todos los lectores españoles y, de hecho, lo logró en gran medida. Quizá en este caso, el término resulte más ajustado, pero un escritor auténtico es un caballo suelto, un caballo salvaje.
En ‘Mirlo blanco, cisne negro’ se habla de los suplementos culturales, ¿los escritores que no aparecen en ellos no existen?
Hace unos años era así, pero afortunadamente hoy en día eso ha cambiado para bien, en el sentido de que no existe ningún medio que pueda determinar la valía de un escritor y eso me parece un gran avance.
Acabamos: desde 2014 has publicado un libro por año, ¿te esperamos el próximo año con obra nueva?
Como dices llevo tres años consecutivos publicando novelas, pero ya te garantizo que el año que viene no sacaré ningún título nuevo. Necesito descansar un poco. 


SOBRE JUAN MANUEL DE PRADA
Juan Manuel de Prada nació en Baracaldo en 1970, aunque pasó su infancia y adolescencia en Zamora. Con su primer libro, ‘Coños’, y los relatos de ‘El silencio del patinador’ sorprendió a la crítica por su poderosa imaginación y su audaz uso del lenguaje. En 1996 debutó en la novela con la monumental ‘Las máscaras del héroe’, con la que obtuvo el Premio Ojo Crítico de Narrativa de RNE. En 1997 recibió el Premio Planeta por ‘La tempestad’, que fue traducida a una veintena de idiomas y significó su consagración internacional, después de que la revista The New Yorker lo seleccionara como uno de los seis escritores más prometedores de Europa. Su novela ‘Las esquinas del aire’ también fue recibida con entusiasmo por los lectores y la crítica, así como ‘Desgarrados y excéntricos’. En 2003, ‘La vida invisible’ obtuvo el Premio Primavera y el Premio Nacional de Narrativa, y con ‘El séptimo velo’ se alzó con el Premio Biblioteca Breve y el Premio de la Crítica de Castilla y León de 2007. En 2012 publicó ‘Me hallará la muerte’, y en 2014, ‘Morir bajo tu cielo’. Un año más tarde su novela ‘El castillo de diamante’ resultó galardonada con el Premio de la Crítica de Castilla y León. De Prada ha obtenido también los más prestigiosos reconocimientos del periodismo literario, entre otros, los premios Mariano de Cavia y Julio Camba.
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