«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 30 de septiembre de 2017

Richmal Crompton, una escritora, no un escritor

Escribí este artículo en el año 2007. Casi ni me acordaba de él. Por una casualidad encontré que estaba colgado en el blog.javier.marias.es. y me decido a recuperarlo para El Eco de las Voces, introduciendo una mínima variación de tres palabras, que no afectan en absoluto al sentido del texto.

García Márquez. No esperen que empiece mi reseña hablando de García Márquez. El escritor colombiano cumple ochenta tacos este 2007 y justo hace cuarenta (1967), que vio la luz su laureada Cien años de soledad. Excelente novela, espléndida, un libro que deja huella, que te llena, que te embarga, pero del que han hablado -y hablarán todavía más- centenares de profesionales, críticos, articulistas y escritores, mucho más duchos que yo en el arte de elogiar a Gabo. En la última semana del mes de marzo, la editorial Alfaguara publicará de nuevo la novela del escritor colombiano, en una edición única, especial, "canónica" (como la ha bautizado ese extraordinario colaborador del suplemento cultural ABCD, que es Manuel Rodríguez Rivero), en la que, además del texto original, revisado, corregido, estigmatizado, expurgado y etcétera por su propio autor, se incluirán una serie de escritos "ad hoc", preparados por plumíferos de primera línea: Alvaro Mutis, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa (enemigo tradicional de García Márquez), Víctor García de la Concha y Claudio Guillén. Constará este ejemplar de 756 páginas y costará 9’75 €. En fin, como será una edición distinta, conmemorativa, "canónica" -¡cuánto me ha gustado ese adjetivo!- y que con el tiempo se convertirá en referencial, me la compraré. Y ya les comentaré algo de ella.


Nativel Preciado. Tampoco les diré que la escritora y periodista Nativel Preciado ha sido galardonada con el premio Primavera de Novela 2007, 200.000 € del ala, por su obra Olvida el Paraíso, ni que la finalista, 30.000 € de la otra ala, ha sido la también escritora Care Santos, con La muerte de Venus. Enhorabuena a ambas.


Sin embargo, sí escribiré de Richmal Crompton. De ella es de quien les hablaré hoy y no de Gabo, Nativel Preciados o Care Santos. Richmal Crompton, la escritora británica que alimentó y entretuvo tantas horas de mi vida. La que, probablemente, fue la causa de que yo escribiera cuentos y no novelas (hasta ahora, al menos). Y digo escritora, porque cuando en mi adolescencia temprana, me bebí todos los libros de su principal personaje, el anti-héroe Guillermo Brown, pensaba que era un hombre, o sea, un escritor. Y resulta que no, que estaba yo confundido, errado. Que a quien leía era a una mujer, o sea, a una escritora.

 Richmal Crompton Lamburn (Bury (Lancashire) 1890-Furborough, 1969), fue profesora de latín y griego además de sufragista (un detalle oportuno ahora, recién celebrado el día de la mujer trabajadora). Un ataque de poliomelitis la condenó a arrastrar una de sus piernas y a valerse de un bastón durante el resto de sus días. Por ello, abandonó la docencia y comenzó a escribir. Y, dentro de la desgracia, eso fue una suerte para todos, ella incluida, ya que se sentía más que satisfecha con su vida gobernada por el negro sobre el blanco.


Guillermo Brown. Fue su principal aportación literaria. Guilermo Brown, ¿quién de mi generación no leyó de pequeño las aventuras de este chaval? Guillermo era un especialista nato en meterse en todo tipo de líos, un "chafacharcos", vaya. Él y sus amigos, Enrique, Douglas y Pelirrojo, "conocidos bajo el nombre de los Proscritos", como dice la propia escritora en uno de sus relatos. Recuerdo que, poseído por un entusiasmo incontrolado, leía sus libros, los de la Crompton que yo creía del Crompton, en lugares inverosímiles. En una ocasión, llegué a hacerlo en un teatro, mientras los actores se movían por el escenario, representando alguna ficción a la que relegué al olvido sin pudor ni vergüenza. Lo mío era Guillermo y su pandilla. Eso y su enemistad con Huberto Lane, su eterno rival, y sus amigos.


Pasión. Creo que es como mejor se puede definir mi acercamiento a los libros del proscrito. Una pasión que me llevaba, dado su auténtico formato de bolsillo, a ocultarlos fácilmente en la cartera del colegio, mezclados con los libros de texto. Editorial Molino lo hizo bien, muy bien, porque a su manejable formato tuvieron el acierto de añadirle unas buenas tapas duras (y resistentes) y un tamaño de letra aceptable, aunque este detalle entonces no importaba tanto a quienes luego hemos padecido esa enfermedad ocular, casi connatural, que tiene nombre de novicia pacata: la presbicia (seguro que conocen Vdes. a alguna Sor Presbicia).


Guillermo y sus amigos vivían en un pueblo de la campiña inglesa, en un ambiente burgués rural, de "buenas familias", de amas de casa metidas a benefactoras de la Humanidad, de reverendos anglicanos y de meriendas vespertinas, ajenos al mundo adulto que les rodeaba pero, inevitablemente, inmersos en él. De ahí sus trastadas, auténticos ataques, a veces furibundos, contra ese universo. El mismo nombre, Los Proscritos, que ostentaba la banda de Guillermo Brown, constituye toda una declaración de principios, de intenciones. Proscrito es sinónimo de desterrado, desterrados en un mundo de mayores, de costumbres rígidas y convencionales, a las que ellos, ley de vida, tratarán de oponerse a su manera. Unas veces de modo voluntario y consciente, otras de modo involuntario e inconsciente. Las diferencias generacionales son, pues, sus enemigos eternos y la principal fuente de desencuentros, equívocos y momentos jocosos de la mayoría de los relatos. Sin olvidar tampoco los enfrentamientos con los niños pijos, encarnados por Hubertito Lane y compañía. Pero hay muchos mas detalles, muchos más matices, en estas historias. Por ejemplo, ¿quién de sus lectores de entonces no hizo nunca la prueba de preparar aquel brebaje exquisito llamado agua de regaliz? Y ya en pleno interrogatorio, ¿quién no deseó alguna vez ser el dueño de un perro como Jumble? El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Tampoco podemos olvidar el rasgo eminentemente humorístico de las aventuras de Guillermo Brown, que emparentaría a Richmal Crompton con el también británico P.G. Wodehouse. Y el hecho de que su autora, la que durante tantos años fue para mí su autor, escribiera tantos relatos de talante humorístico, presenta una enorme importancia, teniendo en cuenta que desde los treinta y tres años había perdido una de sus piernas, como ya dije antes, un auténtico trauma para cualquier ser humano. Esta circunstancia es reveladora del carácter afable y alegre de la escritora británica.


Según Fernando Savater, escritor y filósofo, quizá el éxito de las aventuras del proscrito en la España de la posguerra, fuera debido a que la represión franquista llevase a la juventud de aquellos momentos a identificarse con la postura díscola, rebelde y anarquista del niño inglés. Pero no sólo es Savater quien habla de Guillermo Brown con agrado. Otros escritores, como César Mallorquí o Javier Marías dicen maravillas del personaje. Este último, concretamente, ha dejado escrito que "en lo que a mí respecta, debo en gran medida a Richmal Crompton, aquella casi invisible mujer inglesa, el haberme dedicado a la literatura...".


 Pero Richmal Crompton no fue sólo la escritora de las aventuras de Gullermo. También dedicó su tiempo al público adulto. Dirigido a este segmento, publicó La morada maligna, una novela que en palabras de Eduardo Mendoza "es, ante todo, una novela de terror al uso", cuyo argumento gira en torno a una lujosa mansión "que saca a sus habitantes lo peor de sí mismos ...", que parece estar habitada por un espíritu maligno, "cuya influencia recae sobre todos los miembros de la familia, salvo los más pequeños, empujándolos al mal", y una colección de cuentos sobre fantasmas titulada Bruma. Javier Marías, a través de su editorial del Reino de Redonda [distribuidos por ÍTACA S.L.] ha publicado ambos títulos para saldar una vieja deuda con la Crompton "y con su banda de niños dignos y desobedientes, que tanto imité en mis primeros escritos". De este modo, Bruma sería "un pálido intento de comenzar a pagarla".


Pues una deuda parecida contraje yo treinta y cinco años atrás con la Crompton, el Crompton para mí por aquel entonces, y con mi amigo Guilermo Camps, fallecido hace mucho tiempo, al que ya cité cuando les hablé de Agatha Christie, inagotable abastecedor de los libros de estas dos espléndidas escritoras británicas. Una deuda que no pago a ninguno de los dos con estas letras. A ninguno de los dos. Sin duda.


Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 12/03/2007