«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

martes, 24 de septiembre de 2019

Francisco Aguilera: «Salvador Allende fue un hombre de fuerte personalidad, con convicciones y gran carisma»



Nº 586.- El escritor Francisco Aguilera (Santiago de Chile, 1974) acaba de publicar su nuevo libro titulado ‘La Moneda, 11 de septiembre’, editado por Dràcena, una suma de testimonios de cuatro personajes de la calle, un camarero, un policía, un recluta y un bombero, que recuerdan sus vivencias el día 11 de septiembre de 1973, cuando se produjo el golpe de estado que terminó con el mandato constitucional del presidente Salvador Allende. A partir de aquel día, la realidad chilena cambió por completo y una cruel, sanguinaria y represora dictadura, la del general Augusto J. R. Pinochet, gobernó el país sudamericano durante casi veinte años. Pero no quiero entretenerme más con los preámbulos. Es mucho mejor leer, casi escuchar, las respuestas del escritor chileno.

Francisco, la primera vez que entrevisto a un escritor siempre le formulo la misma pregunta: ¿por qué escribe o qué significa para usted la literatura?
Difícil pregunta. Tal vez podría responder a ella con una pirueta. Responder a lo que es la literatura con literatura. Con una cita que me identifica. Es del poeta chileno Enrique Lihn: “Ahora que quizás, en un año de calma, / piense: la poesía me sirvió para esto: / no pude ser feliz, ello me fue negado, / pero escribí.”

¿Cómo se tropezó con la historia que le inspiró la novela? ¿Hubo alguna imagen, algún recuerdo o alguna lectura que le impulsaron a escribirla?
El tema del golpe de Estado siempre me ha interesado. Se dice que el 11 de septiembre es el acontecimiento mas importante y definitorio del siglo XX en Chile, cuyo legado permea la vida de todas las generaciones que lo habitan hasta el día de hoy. Por lo tanto, a primera vista, no se trata de un tropiezo: el acontecimiento está ahí, como repitiéndose. Y sin embargo, hay algo de tropiezo también, de encuentro inesperado. Con un libro, por ejemplo. Recuerdo que había, en la biblioteca de mi casa, un libro documental sobre el golpe de Estado. Era un libro grande, de tapas negras, sin título, sin autor, sin señas. Era un libro clandestino, secreto, prohibido. Pero a fuerza de querer pasar desapercibido o de ocultarse debajo de una cubierta sin señas ni escritura, el libro producía un efecto contrario: resaltaba y se distinguía sospechosamente entre los otros libros de la biblioteca que sí tenían cubierta. Era como un llamado irresistible a la curiosidad. Yo era muy chico entonces, y lo hojeaba en secreto. No recuerdo si lo leía, si podía hacerlo, si sabía hacerlo siquiera. Pero recuerdo sus fotografías en blanco y negro de La Moneda bombardeada el 11 de septiembre: fue mi primera experiencia con respecto al golpe de Estado. Nunca ese libro me fue ofrecido o presentado, pero allí estaba, como testimonio, como traza de un pasado que se transmite pese a todo. Pese al silencio, pese al ocultamiento.

Introduzcámonos un poco en su vida. Nació usted en 1974 en Santiago de Chile, por lo tanto, Augusto J.R. Pinochet apenas llevaba un año al frente de la dictadura, que se extendió hasta 1990, ¿qué recuerdos guarda usted de esos años?
Son muchos los recuerdos. Después uno tiene una imagen o una visión de ese tiempo, la época de la niñez y de la primera juventud, en el que la dictadura no es necesariamente lo más marcante, como si solo fuera un ruido de fondo, una escenografía. Todo esto da para largo. Ahora bien, de entre los muchos recuerdos, hay uno que tal vez grafica la disposición o la situación que era la mía en esa época. Fue en los años 80, durante las grandes protestas nacionales en contra del gobierno de Pinochet. Yo estaba en el colegio. Era un colegio de curas, en pleno centro de Santiago. Nosotros estábamos jugando a la pelota y afuera, sin que pudiéramos verlo, se desarrollaba la protesta: nosotros escuchábamos los ruidos, los gritos, las consignas. Y de pronto, en medio del partido, varias bombas lacrimógenas surgen de lo alto, surcando el cielo, atravesando los muros del colegio, hasta caer en medio del patio central que nos servía de terreno de juego, interrumpiendo el partido. Y ahí unos muchachos, tal vez los propios jugadores o parte del publico, salen corriendo detrás de estas bombas que rebotan en le suelo, y comienzan a patearlas como si fueran unas pelotas, a dominarlas de alguna manera.

¿Ha pasado tiempo suficiente para escribir esta novela sobre la dictadura pinochetista?
Yo no la veo como una novela sobre la dictadura. Pero entiendo la pregunta. Ha pasado el tiempo necesario, en mi caso, pero no creo que se trate de una cuestión de tiempo que pasa lo suficiente o lo necesario con el objeto de poder poner en perspectiva un hecho histórico y así abordarlo como si estuviera fuera del tiempo. Como si en algún momento el hecho histórico, digamos en su significación o en su objetividad, quedara asegurado por el mucho tiempo que pasa. No creo mucho en eso

Usted reside en París, ¿para escribir de su tierra, es mejor hacerlo desde la distancia?
No creo. En términos generales, creo que la distancia estropea la lengua materna. Aunque al mimo tiempo, puede que eso no sea tan malo. 





De alguna manera, ¿escribir ‘La Moneda, 11 de septiembre’ le ha servido para ahuyentar demonios del pasado o, al menos, espantar algún mal recuerdo?
No. No ha sido un terapia. Aunque uno nunca sabe.

Para construir la historia, qué fuentes ha utilizado preferentemente: ¿documentos históricos y periodísticos o testimonios de algunos supervivientes?
Hay un poco de todo. Libros sobre el 11 de septiembre, documentales, prensa de la época, testimonios, etc.

A la hora de escribir, ¿se ha mantenido fiel por completo a la historia conocida?
He tratado de mantenerme lo mas fiel posible a las fuentes históricas o documentales, los testimonios. Dichas fuentes pueden a veces contradecirse u oponerse, así que ahí uno también puede jugar con eso en el relato. Hay invención, por supuesto, en el sentido por ejemplo de que uno construye una escena, o un detalle de ella, a partir de un testimonio en el que dicho detalle no aparece: pero el detalle inventado sigue siendo verosímil, como posibilidad, ya que se construye siempre a partir del testimonio documentado. También hay invención en otro sentido. Por ejemplo, ciertos personajes-testigos de la novela (en especial el bombero y el conscripto) no corresponden a ningún nombre propio de la realidad, no existieron históricamente, y sin embargo no son pura invención: son una suma, una cifra, una sedimentación del testimonio de varios bomberos y reclutas que sí existieron.

Para narrar ha escogido una mezcla entre la primera persona, representada por los cuatro protagonistas, y la tercera persona, que es un narrador omnisciente, ¿cómo se le ocurrió esta estructura y qué fin perseguía con ella.  
Con respecto a la narración, la tercera persona obedece, me imagino, a la necesidad de objetivar la representación del golpe, de transfigurar el hecho histórico. El relato personal, en primera persona, por su parte, obedece a la necesidad de encarnar el testimonio, con su subjetividad, sus fallas, sus divagaciones.

Sus protagonistas son un conscripto, un mozo, un detective y un bombero, gente corriente, de la calle, ¿por qué le interesaba el punto de vista de estas personas como narradores?
En este sentido, los personajes me interesan en cuanto figuras del testigo. Pero no de cualquier testigo: se trata de aquellos testigos anónimos y menores, periféricos, que presenciaron los acontecimientos de lejos o que llegaron a ellos una vez la catástrofe consumada. Como se señala en la introducción de la novela, en el verso de Paul Celan, “nadie atestigua por el testigo”. De ahí surge la necesidad de recurrir a la primera persona que relata y rememora. Si embargo, por lo mismo, también utilizo la tercera persona, el testimonio del narrador, como contrapunto para recordar que aquello es solo un artificio retorico: que ya no es el testigo quien habla en realidad, sino el narrador que se apropia de su testimonio. De hecho, ese es el segundo sentido del verso de Celan, que algunos han traducido por “¿Quién atestigua por el testigo?”. Ya no es solo la constatación de cierta imposibilidad o límite, sino una apertura en forma de interpelación: si bien nadie puede atestiguar en el lugar del testigo, el testimonio también es una transmisión, una herencia, un “en memoria de” que hay que apropiarse de alguna manera.

El general Pinochet sufrió un atentado del que salió ileso por poco y no se le ocurrió otra cosa que achacar su fortuna a la Virgen del Pilar, cuya silueta, según explicaba había sido trazada a balazos en su coche, ¿esta afirmación suya, disparatada a mi entender, tuvo mucho eco en la sociedad chilena?
El atentado contra Pinochet fue después del golpe, el año 1986, durante la dictadura. Yo creo que Pinochet estaba convencido de que la providencia lo salvó de la muerte, lo que ciertamente facilitó que sus asesores (que yo creo menos convencidos de ello) hicieran de dicha aparición todo un objeto comunicacional de propaganda. ¿Su eco en la sociedad chilena? No sé cual habrá sido entre sus partidarios, pero entre sus opositores fue más bien irónico y humorístico.

Unos meses antes del golpe definitivo, en junio de 1973, Allende sufrió un primer golpe de estado, El Tanquetazo, que fracasó, ¿Salvador Allende estaba condenado a ser derrocado desde el mismo momento en que tomó posesión de su cargo después de ganar unas elecciones generales?
Con respecto al golpe, efectivamente, desde el momento en que asume su cargo (e incluso antes, al momento de ser electo, cuando grupos ultraderechistas asesinan al comandante en jefe del Ejercito René Schneider con el objetivo de impedir que el candidato electo asuma la presidencia), fuerzas considerables se ponen en marcha (de la derecha y de la extrema derecha chilena, de los militares golpistas, del gobierno de Estados Unidos) con el único fin de derrocar, cualquiera sea el medio, al gobierno de la Unidad Popular. Esto está ampliamente documentado. Sin embargo, yo no creo que Allende estuviera condenado a ser derrocado. Yo no creo, de hecho, que los acontecimientos históricos sean inexorables. Al contrario. Esa es mas bien una conclusión retrospectiva con respecto a los acontecimientos ya ocurridos. Nada estaba escrito de antemano con respecto al derrotero de la Unidad Popular y el golpe de Estado. Las cosas pudieron haber sido de otro modo.

A la hora de la verdad, a la hora de defender la democracia chilena, Allende se encontró solo en el Palacio de la Moneda, ¿por qué le abandonaron sus propios correligionarios?
No lo abandonaron. Yo no lo pondría en esos términos. Si Allende acabó “solo” en La Moneda, es decir, si no hubo una defensa mas férrea o numerosa alrededor de su persona, es por las circunstancias propias del golpe: su despliegue rápido, unánime y brutal. Ya a las nueve de la mañana La Moneda está completamente rodeada por los militares: a esa misma hora, de hecho, estos ya han tomado el control de todos los puntos estratégicos del país. En realidad, cualquier posibilidad de resistencia al golpe, con miras a superarlo, pasaba por el apoyo de unidades militares leales al gobierno, como pasó durante el tanquetazo del 29 de junio. Eso lo sabía muy bien el presidente. Y bueno, dichas unidades por desgracia no existieron el 11 de septiembre. En consecuencia, Allende deja en libertad de acción a la guardia de carabineros, que abandona el palacio, pero también a todos los funcionarios, asesores y políticos presentes ese día: solo los hombres de su escolta personal, el GAP, tienen la obligación de quedarse con él hasta el final. Al mismo tiempo, a unos cuantos kilómetros de ahí, en la población obrera de La Legua, se reúne el aparato militar del Partido Socialista y otros grupos de izquierda para organizar la resistencia. Sin embargo, los medios materiales para ello son bastante débiles. De hecho, ni siquiera hay un plan muy preciso y a esa altura solo tienen como objetivo avanzar hacia el centro de Santiago con el propósito de rescatar a Allende. Y mientras están discutiendo sobre los itinerarios y medios de transporte para llevar a cabo esta tarea, tiene lugar el bombardeo de La Moneda: ya es demasiado tarde. Después serán rodeados por diversas fuerzas militares y habrá varios enfrentamientos. Ahí se ven obligados a replegarse y a dispersarse. A esa hora, mientras combaten para romper el cerco tendido por los militare, Allende ya está muerto. Entonces, creo que no hay un abandono del presidente, sino mas bien una imposibilidad material de poder acompañarlo en La Moneda ese día.

Ese estar al pie del cañón hasta el final, revela una fuerte personalidad y convicciones, ¿cómo era Salvador Allende?
Claro, una fuerte personalidad, convicciones y un gran carisma. Pero no podría decir como era Salvador Allende. En todo caso, tampoco pretendo en el libro esbozar una semblanza. Pero claro, siempre hay una imagen del personaje. Para mí, en el momento de La Moneda, en el sitio mismo de los sucesos, su imagen es doble: por un lado, la imagen del líder decimonónico consciente de que está entrando en la historia (que es carne de estatua, como habría dicho él mismo), con toda la gravedad y solemnidad que ello implica; y, por el otro, la imagen del hombre detrás del personaje, enfrentado a unas circunstancias excepcionales, que lo sobrepasan y frente a las cuales de alguna manera resiste, con su sentido del humor, por ejemplo. Hay una anécdota que no aparece en el libro. Uno de sus asesores, junto con uno de los miembros del GAP, entran en un salón y sorprenden a Allende al teléfono: el presidente, en medio del ruido del tiroteo, está increpando duramente a la persona con la que habla, diciéndole que pueden hacer lo que les de la gana con él, matarlo si quieren, pero que él no va a rendirse ni a renunciar a su cargo. Y en seguida cuelga violentamente el auricular. El asesor y el GAP lo miran atónitos y alarmados. Entonces Allende, percatándose de su presencia, se dirige a ellos sonriendo y les lanza: “¿Cómo estuve, muchachos? Ven, este es su presidente.”  

Cuenta usted en el libro que hubo gente común, de la calle, que se aprovechó de la situación confusa, salpicada de fusilamientos, para satisfacer venganzas privadas y disimular los cadáveres entre los fusilados, ¿eso fue así en realidad?
En efecto, uno de los personajes, el detective, hace referencia al período de intensa represión política que tiene lugar durante los tres meses que siguieron al golpe de Estado: se estima, según diversas fuentes, que más de la mitad de las victimas de la dictadura mueren en este corto periodo. La imagen visible y emblemática del mismo, como señala el detective, son los cadáveres de las victimas flotando en el río Mapocho, a vista y paciencia de todo el mundo. En ese sentido, estamos ante un periodo con claros ribetes de exterminación, de extrema arbitrariedad y de impunidad asegurada. Es por ello que el personaje imagina que sería muy fácil matar a alguien por motivos personales y arrojarlo a la calle o al río sin arriesgar gran cosa: todos esos cuerpos recogidos, como ocurrió de hecho, no fueron el objeto de ningún tipo de investigación por parte de las autoridades, por razones obvias. La imaginación del detective y sus elucubraciones (presentadas es cierto de manera ambigua, como si fueran certezas), permiten entonces imaginar o dar una cifra, por medio del absurdo, del grado de impunidad total que constituyó este periodo de excepción. No hay, sin embargo, casos documentados al respecto. Que yo conozca al menos. Yo he escuchado rumores, pero nada concreto. Existe un caso comprobado, pero en otro contexto, de una persona que es víctima de un crimen familiar y que es señalado como detenido desaparecido político para disimular su asesinato. En todo caso, de haber existido casos de este tipo, por su naturaleza misma serían muy difíciles de consignar mas allá de las sospechas.   

Como también ocurrió en España durante la dictadura franquista, en Chile mucha gente, por temor a las represalias, destrozó libros, discos, documentos… ¿en ese destrozo se perdió una buena parte de la historia chilena?
Hay una pérdida, claro. El objeto singular y único que desaparece, y con él una memoria, una materialidad, una afección, tal vez un aura. Pero al mismo tiempo se trata solo de ejemplares. Los libros y los discos de la época quedan y sobreviven, en su mayoría.

Antes hemos hablado de la alternancia entre los narradores en primera y en tercera persona. La pregunta ahora es, ¿dónde se encuentra usted en la novela? ¿En los personajes, en las vivencias, en la acción…?
Madame Bovary, c’est moi, podría contestar manidamente: yo soy el narrador probablemente, en parte o completamente. No creo que tenga mucha importancia. En realidad, no sé si me encuentro o reconozco biográfica o vivencialmente (en primera persona, diríamos) en los personajes o acontecimientos de la novela. Tal vez en el personaje del vagabundo frente a La Moneda, Pantojita, que es por así decirlo absolutamente autobiográfico (como una irrupción o entrada forzada por parte del autor-narrador en la realidad del texto) y al mismo el único personaje probablemente alegórico de la obra.

La fotografía de la portada es magnífica. Ese perro mirando el Palacio de La Moneda ardiendo, ¿qué le sugiere a usted?
Y sí, efectivamente, la fotografía del perro es muy notable. Me sugiere muchas cosas. ¿Qué está mirando el animal? ¿El edificio, a una persona en particular? ¿Y es que alguien lo mira de vuelta, es que la mirada del perro se cruza en algún momento con la mirada de /lguno de los defensores de La Moneda? Leía por ahí un refrán popular que decía que todo perro guarda un secreto, por eso es incapaz de hablar. Es de alguna manera como el testigo, que siempre guarda un secreto, es decir, aquello que no puede ser transmitido por el testimonio: el hecho de haber estado ahí, y de haber presenciado lo que dice haber presenciado. O el testigo que desaparece simplemente (como buena parte de los defensores de la Moneda, asesinados por los militares, como el propio Allende) y cuyo testimonio se vuelve un secreto. Un amigo mío, al ver la portada del libro, me habló de la figura del perro en la cultura mapuche: cómo en la relación entre el animal y el hombre hay una especie transmisión o inversión de animalidades y humanidades entre ambos, de manera recíproca. Ahí está toda la cuestión del perro como mediador, como figura del límite y de la frontera en la cultura. También me hace pensar en el perro filósofo de Diógenes, en eso de volverse perro para poder observar el mundo, ya que el perro, como el filósofo, comparten y ejemplifican el atributo de saber distinguir, al verlos, entre quienes son verdaderamente los amigos y los enemigos.

Y la última por hoy, ¿lleva ya algún nuevo proyecto literario entre manos? ¿Puede adelantar algo?
Sí, estoy trabajando en otra novela. Está inspirada en un hecho policial ocurrido en el norte de Chile en los años 80. Pero no puedo adelantar mas: simple superstición.

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