«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

jueves, 17 de junio de 2021

Valéncia Negra 2021. Víctor del Árbol: «La infelicidad me parece un sujeto literario mucho más interesante que la felicidad»

Víctor del Árbol en VLN 2021 (Fotografía: Herme Cerezo)

Nº 624.- Es junio, domingo por la mañana, la capital del Turia bosteza, perezosa, mientras el calor se
despierta. El cielo aún es gris, pero el sol ya asoma entre las nubes. Víctor del Árbol está sentado frente a su colega la escritora Rosa Ribas en la terraza del Hotel Inglés. A nuestras espaldas quedan los atlantes alabastrinos, obra de Ignacio Vergara, que flanquean el portal del Palacio del Marqués de Dos Aguas. Víctor pasó por València Negra 2021, un festival de género policiaco en el que ha participado en varias ocasiones y que le galardonó con el Premio a la Mejor Novela en la edición de 2018. Desde que irrumpiera la pandemia en nuestras vidas, esta es la primera entrevista pactada en persona, face to face. Me pregunto si me acordaré de cómo se hacen estas cosas. El escritor barcelonés tiene nuevo libro en el mercado, ‘El hijo del padre’, editado por Destino, que narra la dura historia de Diego Martín, de su padre Antonio y de su abuelo Simón. Tres personajes abocados a repetir su existencia en las tres épocas diferentes que les ha tocado vivir. Diego es un profesor universitario hecho a sí mismo, que renunció a sus orígenes, pero que es incapaz de liberarse del pasado familiar. Veinte años más tarde, la lectura del testamento de su padre vuelve a reunirle con sus hermanos y su madre y la acción se desencadena a partir de un asesinato. Mientras saco mis papeles de la mochila, algún reloj lejano, tal vez el de la Seu, marca las nueve treinta horas. Es el momento de apretar el botón del play de la grabadora y arrancar la entrevista. Iluminado, el piloto rojo me otorga su tácito nihil obstat. Comenzamos.

Víctor, la primera vez que te entrevisté, allá por 2014, me dijiste que tu objetivo al escribir era emocionar al lector, ¿sigues con la misma idea o ahora pretendes alcanzar cotas distintas?

Como en todo lo que hacemos con pasión, en la escritura intento alcanzar la mejor versión de lo que hago. El problema del arte, sobre todo en el de la palabra escrita, es que entre lo pensado y lo escrito siempre hay una fuga. El buen escritor es el que logra reducir al máximo esa pérdida, es decir, que aquello que en tu cabeza es perfecto acabe trasladándose al texto de esa misma manera. Para mí no existe distinción entre el contenido y el continente. El libro es un artefacto perfecto cuando conjuga todo eso y mi obsesión es llegar a ser el mejor escritor que yo pueda ser.


Desde ese punto de vista, el oficio de escribir nunca se acaba. ¿En algún momento, el escritor sabe que ya es bueno o el escritor no termina nunca de formarse, porque siempre le quedan cosas nuevas por aprender?

Precisamente por eso, escribir es un oficio, una profesión artesana. Lo que te da la maestría es la práctica. Lo bonito de ser escritor, aparte de que es un trabajo maravilloso, es que nunca repites los mismos errores, sino que cometes otros nuevos y eso es fascinante. El poderte equivocar de manera diferente, te lleva a evolucionar hacia formas de creación distintas. Porque, además, el panorama está totalmente abierto. Puedes explorar todos los temas y tu propia voz ha de evolucionar de tal manera que al final, sin que tú te lo propongas, hay una evolución, un estilo que se va depurando hasta que se convierte en el tuyo propio. A veces elegirás el tema y estarás más o menos afortunado, pero siempre tendrás ese tronco que te explica a ti como autor, tu estética y tu ética, como decía Aristóteles. Mi obsesión es que eso que en Francia, un poco peyorativamente, se ha denominado literatura popular, se conecte con la literatura de las elites, la que se piensa que es solo para el que tiene una formación elevada. Para mí un libro es algo que puede despertar inquietudes en alguien que carece de formación cultural.

En tu intervención en València Negra, ayer señalaste que ‘La tristeza del samurái’, ‘Un millón de gotas’ y ‘El hijo del padre’ formaban una suerte de trilogía, ¿qué tienen en común esas novelas?

Cuando hablé de trilogía lo hice de un modo irónico, porque ahora todo son trilogías. No fue una construcción consciente, pero sí es verdad que hay un tema recurrente en estas tres novelas que es la obsesión por la transmisión de la memoria. La memoria histórica, la memoria de la Guerra Civil española… Siempre las he conectado con la misma estructura, mediante conflictos familiares, pequeños relatos individuales que se entroncan en la gran historia para terminar hablando de esa transmisión de la memoria. ‘La tristeza del samurái’ es un libro muy rabioso y que destila ira; ‘Un millón de gotas’ es un texto quizá más épico; y ‘El hijo del padre’ es la novela universal de todos estos temas y lo que me gusta de ella es que es literatura sin literatura.

Corrígeme si me equivoco, pero te noto especialmente satisfecho de ‘El hijo del padre’. ¿Esta novela tiene algo de ajuste de cuentas?

No, no, todo lo contrario. Tal vez ‘La tristeza del samurái’ tiene más de ajuste de cuentas que esta. ‘El hijo del padre’ es el resultado de muchos años de reflexión, a veces inconsciente, de procesar por qué tengo yo esta serie de obsesiones, por qué existe el tema de la violencia hacia los niños, por qué existe el tema de las relaciones paternofiliales como intergeneracionales, por qué me obsesiona tanto el discurso memorístico de este país… Esta novela es el resultado de todo esto. Y sí, estoy muy satisfecho porque cierra este ciclo y, además, lo hace mostrándome el tipo de escritor que soy, ya que por primera vez se acerca un poco a la concepción que tengo yo sobre mí mismo.

Tus novelas abarcan periodos de tiempo muy prolongados, ¿te interesa siempre jugar con el pasado y el presente?

Me interesa mucho el concepto de Einstein del tiempo: cuanto más rápido avanzas, más lento es el tiempo. El ser humano es un ser tritemporal: vivimos el pasado, el presente y el futuro al mismo tiempo. Estamos siempre recordando, actuando y rumiando qué pasará en el futuro. Y siempre me ha obsesionado esa idea de que en la literatura todo pasa al mismo tiempo en la mente del lector. Es la diferencia entre una novela y un libro de historia, porque no es una cronología temporal, sino que lo que tú escribes, sin importar la época, el lector lo capta en tiempo presente y yo quiero trasladar mi obsesión por el tiempo a la literatura. Eso es algo fascinante. Por eso he elegido esa fórmula, que es complicada, con saltos temporales, ya que me parece un desafío más interesante que escribir de manera lineal.

‘El hijo del padre’, como tus anteriores títulos, está muy bien estructurada. ¿Cuántas horas has invertido en estructurar esta novela?

Muchísimas. Soy como un arquitecto que construye en el aire. Yo pienso mucho antes de ponerme a escribir. La estructura para mí resulta fundamental, porque si no funciona, la historia se cae. Es un entramado complejo y una vez que has vestido el libro, la estructura no ha de verse, ha de sentirse. Es como una buena casa, que no te enseña las vigas, pero tú sabes que estás en un lugar sólido. Creo que el setenta por ciento del trabajo de una novela es pensamiento.

Leemos en ‘El hijo del padre’ que «La historia de su familia era un círculo vicioso en el que todos quedaban atrapados y del que por más que quisiera nunca podría escapar». Diego Martín, su padre Antonio, y su abuelo, Simón, repiten su historia, ¿esta repetición existencial se lleva en los genes?

Sí, creo que es algo genético y también que existe una genética de la memoria, de la transmisión de paradigmas y vivencias de las que nosotros no somos conscientes. Al final crees que ves el mundo de una manera original, pero en el fondo lo ves a través de los valores que se te han transmitido, sin que tú te hayas dado cuenta. En la novela se trata de memorias heridas, de odios y rencores, de un sentimiento de no encajar… Estos tres personajes tienen la sensación de que no encajan en el mundo, bien porque no lo comprenden, bien porque no pueden eludirlo y, al final, eso los vuelve seres desesperados. La desesperación es la característica que tienen en común los tres. Ellos intuyen que pueden ser otro tipo de persona, pero por hache o por be siempre terminan siendo la persona que tienes que ser. ‘El hijo del padre’ es una novela que lucha con el determinismo para ver hasta donde es cierta esa afirmación de que nosotros, como individuos, tenemos libertad. Y si somos una cadena de transmisión de aspectos que ni siquiera conocemos, entonces el libre albedrío no sería nada, una mera fantasía de libertad.

Habitualmente a tus personajes les zurras mucho. En esta novela también. Viven una existencia muy dura. ¿No temes que algún día se rebelen contra ti?

Yo no les zurro, les zurra la vida [sonrisa irónica]. Al final son modelos que utilizo sobre realidades que conozco y a mí la infelicidad me parece un sujeto literario mucho más interesante que la felicidad. La felicidad ya está ahí y a mí me interesa como los seres humanos construimos nuestros propios infiernos y como nos sacudimos esa carga que nos ponemos encima. Y es verdad que sufren, sí, pero tienen unas vidas increíbles, son antihéroes, personajes que maman de la ternura que me inspiran los ángeles caídos.

A poco de comenzar la lectura del libro, nos tropezamos con una frase de Diego Martín: «Lo primero que debes saber de mí es que por instinto desconfío de las mayúsculas». Mayúsculas en palabras como Verdad, Patria, Democracia…

Hemos sustituido los significantes por los significados. Cuando tú manoseas la palabra Democracia acaba perdiendo el significado y solo importa el significante. Y cuando ocurre esto significa que tú acuñas ese término, pero en realidad ¿qué hay detrás de toda esa charlatanería? La verdad es que vivimos en un mundo impregnado de cinismo. Cuando uno habla de Democracia deberíamos hacerlo con sentido democrático, no diciendo «la Democracia soy yo». Demócrata es el que piensa como yo. Cuando uno habla de Pueblo debería tener claro que un pueblo lo es todo y no solo el que se identifica conmigo. Cuando tú dices que la Democracia es debate, te llaman equidistante; si dices que Patria no es nada, te llaman traidor. Cuando permitimos que cínicos e hipócritas, con su mentira, se adueñen de estos conceptos, con los que hemos construido la civilización occidental, con todos sus defectos, estamos ante una situación muy peligrosa. Creo que Europa es el único espacio de libertad que nos queda. A Martín, el protagonista, le ocurre lo mismo. Él proviene del mundo académico y conoce las puñaladas y la hipocresía y me parece que es muy sano ser una persona nada recelosa ni desconfiada, pero sí que hay que cuestionar los discursos oficiales. 

Víctor del Árbol en VLN 2021 (Fotografía: H erme Cerezo)

Hay familias que se transmiten los libros genealógicos. La familia de Simón, la de Antonio y la de Diego Martín, se transmite una pistola, la pistola del tío Joaquín. Chandler decía que si en una novela aparecía una pistola, había que utilizarla. ¿Qué simboliza la pistola del tío Joaquín para esta familia?

Es un fósil. Creo que una novela ha de tener una serie de elementos físicos que conecten el tiempo. En este caso esa pistola es una herencia que comienza con una desgracia y acaba con otra, es decir, es como ese baúl, completamente ajeno a tu vida, que tú abres un día y ves que su contenido concita toda tu historia. Esa pistola es el elemento físico que transmite todas las memorias heridas de esa familia a lo largo del tiempo.

Durante la Guerra Civil circulaba esta frase: «Alférez provisional, muerto permanente». Estos mandos eran universitarios a los que, tras dos meses de instrucción, el ejército golpista enviaba a la primera línea de combate al frente de un pelotón de soldados para ganarse la gloria.  

Con ellos pasa lo que pasa con los discursos ideológicos. No he escrito esta novela desde la ideología, pero está claro que me parece sorprendente que se siga explicando que la División Azul era una división integrada por falangistas convencidos, cuando la verdad es que fue un popurrí de gente que estaba allí por cuestiones muy diversas. En el caso de los alféreces, que procedían del mundo universitario, era una manera de ascender rápido. Igual que en la época anterior pasaba con los militares, que para sumar galones se marchaban a África. En el caso de la novela, se trataba de gente que no tenía ni idea de lo que era la guerra. Sabían lo que era la Guerra Civil, pero aquello era una desgracia doméstica, mientras que desconocían por completo a donde los mandaban ahora, a una guerra mundial. Cuando una persona se viste de ideología, se pone una armadura que cree que le hace invencible. Pensaban que luchar contra el comunismo era luchar con las palabras, cuando en verdad iban a tener enfrente a otras personas que peleaban tan ferozmente como ellos por salvar sus vidas. Los enviaron al peor frente, el de Leningrado, y se encontraron con esa dura realidad. Por eso se contaba entonces, que los divisionarios llegaban cantando y se iban llorando o dentro de un féretro.  

En un momento determinado de la novela aparece la figura de García Márquez. Como escritor, ¿qué ha significado García Márquez para ti?

Creo que en la carrera de cualquier escritor, García Márquez, no solo por su literatura sino por su manera de entender el rol del escritor, es un autor fundamental. Siempre he dicho que era un escritor técnicamente cuestionable, porque, si hablamos de estructura, sus novelas flaquean. Pero era un genio del relato. Era tan bueno contando que todo lo demás se lo obviabas y perdonabas. Y esa es la verdadera literatura, la que te mete en un río de palabras por el que tú te dejas llevar hasta donde quiera y que, al final, te produce una inmensa sensación de estar vivo.

Liria, la hermana de Martín, de pequeña quiere vivir en un cuento. Su abuela le dice que eso está bien, siempre que sepa entrar y salir de él. ¿En estos tiempos que estamos viviendo, con una realidad que nos lastima, mucha gente está adoptando esta misma actitud?

Es una muy buena pregunta, pero no tengo respuesta para eso. Creo que cada uno ha de encontrar su propia manera de vivir, lo que sucede es que cuando hablamos de cuento tendemos a asociarlo a mentira, a espejismo, y no es así. Lo que yo quiero decir es que elegimos cómo queremos vivir y que quizá no podemos elegir las circunstancias que nos rodean, pero sí como nos enfrentamos a ellas.

En ese sentido, ser escritor tiene ventajas ya que te puedes construir tu propio mundo.

Sí, las tiene todas, porque no solo te metes en tu mundo, sino que puedes hacer que tu mundo salga fuera. Esa es la maravilla. Ser escritor no es una ficción, puedes llegar a convertirlo en una realidad que es la tuya. Eso es algo que me maravilla de mi vida. El escritor es un ser privilegiado, en el sentido de que cualquier persona que construya su mundo en función de sus emociones y de lo que siente que es vivir, está viviendo.

«Vosotros no cambiaréis nada, os comprarán, os engañarán», dice también la novela… ¿Dónde he oído yo eso antes?

¿En la Transición Española? [Risas] Esa frase se la dice el padre a Diego, porque una de las cosas más bonitas de ser adolescente es querer cambiar el mundo. Luego viene la resignación del que ha perdido, del que lo ha intentado y no ha podido, del que se siente confortado en su fracaso si el fracaso es compartido. Hay gente que espera que fracases, porque eso les conforta en su propio fracaso. Y hay que cambiar ese discurso, cambiar esa resignación. Tenemos que animar a la gente joven a que cambie el mundo. En ningún momento hay que decirles que no lo van a cambiar. Eso lo podemos saber tú y yo, no ellos. Los jóvenes han de mantener su fuerza. No hay nada más triste que una gente joven resignada. Han de creer que van a acabar con la injusticia, que van a parar el cambio climático, que van a conseguir instaurar definitivamente los valores democráticos en el mundo...

Desde hace algo más de un año estamos atravesando una época complicada con la epidemia del covid-19, ¿crees que como seres humanos hemos aprendido algo de todo esto?

Vamos a seguir cometiendo errores porque somos seres falibles y no hay que rasgarse las vestiduras por eso. Los seres humanos no avanzamos por nuestros triunfos. Eso es una mentira. Avanzamos por nuestros fracasos. Y cuando hay un descubrimiento que nos permite dar un salto evolutivo importante, casi siempre es porque se ha producido un error. La mayoría de los inventos son frutos de errores. Y con esto pasa lo mismo. El covid solo es un ciclo más de algo que lleva sucediendo en la Historia de la Humanidad desde que lo pandémico forma parte de nosotros. Y volverán otras pandemias, las enfrentaremos y superaremos y aprenderemos algo nuevo. Por lo menos ahora, han subido los índices de lectura y empezamos a discernir lo que es la verdad, lo que es el discurso y la manipulación. Poco a poco, la gente se forma su propia opinión. La naturaleza humana, cuando tiene un problema, aprieta los dientes y, cuando lo supera, se relaja. Somos así, crecemos sobre nuestros muertos.


¿Crees que el covid va a dejar huella en la literatura?

Sí, se va a escribir sobre ello, estoy seguro y se va a escribir mucha basura, pero dentro de unos años se escribirán buenas novelas. Igual que ahora se escriben buenas novelas sobre la peste en la Edad Media. Hay que dejar que las cosas tengan su propia perspectiva y huir de los modismos comerciales crematísticos del momento. Por ahora no voy a leer nada sobre el covid, es muy difícil que nadie haya escrito algo sobre este asunto con la suficiente distancia y capacidad de análisis.

Acabamos, Víctor, ¿tienes algún nuevo proyecto en marcha o en perspectiva?

Pues sí, ya llevo algo en mente. Siempre me sucede así, pero todavía estoy en fase de pensar. Incluso tengo ya el título, pero aún es pronto para decir nada.

El mismo reloj lejano del principio, tal vez el de la Seu, campanea el primer cuarto de las diez. Es el momento de pulsar el botón de stop de la grabadora. El piloto rojo se apaga, se viste de negro. El momento de concluir nuestra charla ha llegado. Una dedicatoria, unas fotografías y una despedida cordial.

Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 17/06/2021