«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 2 de octubre de 2022

'El libro del Sepulturero' de Oliver Pötzsch

 ‘El libro del Sepulturero’ de Oliver Pötzsch, el thriller histórico que triunfa en toda Europa con más de 3.500.000 lectores.

«El hombre del ataúd abrió los ojos y escuchó su propio sepelio». Son estas las palabras de alguien que está viendo como le entierran vivo. Siente las paletadas de la tierra y el descenso del ataúd en el hueco, excavado momentos antes. Pocas maneras más sugerentes, y aterradoras, para iniciar la narración de un thriller. Justamente así es como arranca ‘El libro del Sepulturero’ (Editorial Planeta), segunda novela publicada en nuestro país por Oliver Pötzsch (Alemania, 1970). Pötzsch es periodista y escritor. Desciende de una antigua familia de verdugos, lo que en su momento le dio pie para escribir una serie de novelas, de gran éxito en Alemania, que no guardan relación con ‘El libro del Sepulturero’.

En esta ocasión, el escritor germano elige una ciudad y una época tremendamente sugestivas: la Viena del año 1893. En aquellos momentos, la capital austriaca es una ciudad moderna, cosmopolita, próspera y con una vibrante vida cultural y también nocturna, protagonizada por la rica y alta sociedad vienesa que, de alguna manera, sirve de tapadera para ocultar una segunda cara, la de los bajos fondos, la de los vicios y la depravación, y, cómo no, la de los asesinatos. Precisamente, ‘El Libro del Sepulturero’ se centra en la aparición del cuerpo de una mujer brutalmente asesinada, un crimen ritualizado, en el Práter, el parque más importante de Viena. Leopold von Herzfeldt, joven inspector recién incorporado a la policía metropolitana, será el encargado de llevar a cabo, de manera bastante accidentada por cierto, la investigación del caso. Como todo novato, Von Herzfeldt sentirá en sus carnes el rechazo de sus compañeros, ya que procede de una ciudad más pequeña, Graz, donde ha bebido los conocimientos criminalísticos de su mentor, Hans Gross, fiscal y juez de instrucción, que ha reunido en un manual los nuevos procedimientos de investigación criminal. Este manual todavía es utilizado hoy por algunos cuerpos nacionales de policía. En la comisaría vienesa se respira entre sus miembros un cierto aire antisemita, que por momentos parece también afectar al recién llegado inspector. A lo largo del libro, el lector detectará un innegable complejo de inferioridad por parte de las fuerzas de orden vienesas con respecto a las de otras ciudades europeas, como París o Londres, mejor dotadas económicamente y que ya han incorporado las nuevas técnicas de investigación en sus operativos diarios.

El momento histórico que ha elegido Oliver Pötzsch, última década del XIX, es interesante. No hay que olvidar que todos los finales de siglo suelen ser momentos de crisis, de miedos, de incertidumbres y también de novedades. Son años en los que la electricidad, el teléfono, el automóvil, el cine y la propia fotografía irrumpen con fuerza en la vida diaria. No es de extrañar, por tanto, que los métodos detectivescos de investigación también sufrieran un vuelco justamente en ese momento. La aparición de la fotografía en el trabajo policial y el estudio de las huellas y otros avances van a facilitar, a partir de entonces, la solución de casos que antes se presentaban como difícilmente resolubles. Y es justo en estos momentos cuando la policía vienesa se debate aún entre policías adeptos a la vieja escuela y los partidarios de los nuevos métodos, representados en este caso por Von Hertzfeldt y uno de sus superiores en la cadena de mando.  

La narración conjuga la tercera persona, voz omnisciente que narra todo lo que acontece, con la primera, si bien esta última la reserva Pötzsch para la escritura de un diario por parte de Augustin Rothmayer, sepulturero del Cementerio Central de Viena. Rothmayer es un curioso, y eficaz, personaje secundario que alterna los entierros y los cuidados del camposanto con sus interpretaciones al violín y la escritura del diario ya citado. Para completar el elenco de secundarios, que forman un contrapunto más que adecuado para  el inspector Von Herzfeldt, el escritor alemán ha colocado a una mujer, Julia Wolf, una telefonista de la policía metropolitana, que con su protagonismo contribuye a romper la tradicional pareja de investigadores, que pueblan un buen número de novelas policíacas, en favor de la aparición de un trío de investigadores. Ya que hemos citado la figura del sepulturero, no podemos olvidar la presencia destacada en estas páginas del Cementerio Central de Viena, que se erige como un personaje más de la novela.

La música de los Strauss sobrevuela como telón de fondo. Resulta imposible sumergirse en la lectura de estas páginas sin percibir los acordes del celebérrimo ‘Danubio Azul’ o de cualquiera de las polcas, marchas o galopes compuestos por la familia Strauss, algunos de cuyos miembros aparecen también en la novela, dentro de esa conseguida mixtura de personajes reales y ficticios llevada a cabo por Oliver Pötzsch.

Antes de concluir, solo me resta expresar el deseo de que la novela tenga el éxito apetecido y que pronto veamos en nuestras librerías más libros con los siguientes casos protagonizados por el inspector Leopold von Hertfeldt. En alguna entrevista, he podido leer que el escritor alemán invita a sumergirse en la lectura de ‘El libro del Sepulturero’, bajo el amparo del silencio y la quietud de la noche. Quien esto escribe, mis improbables lectores, les anima a probar, a intentarlo, a aceptar de buen grado el reto sugerido por Oliver Pötzsch. Atrévanse. Solo se trata de una buena historia. Que no es poco.

Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 03/10/2022