«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

miércoles, 1 de febrero de 2023

Francisco J. Leira Castiñeira: «Hay que construir la Historia contando con la aportación de la sociedad civil»

Nº 649.- ‘Los Nadies de la Guerra de España’ (Ediciones Akal) es el nuevo libro publicado por el historiador Francisco Leira Castiñeira. No hace falta explicar quiénes son los Nadies, esos seres que esperan que algún día les llueva del cielo, o de donde sea, el reconocimiento que merecen por su participación en la contienda del 36. Los grandes nombres de la Guerra no se cuestionan. Se anotan sus aciertos y, también, sus desafueros. Nadie les priva de la gloria o del oprobio. Sin embargo, los Nadies siguen sin ser alguien. Y la Guerra, la Historia en general, ha zarandeado su existencia para un lado y para otro, sin piedad ni miramiento, y ellos con su entrega abnegada, forjaron el desarrollo de los acontecimientos históricos. Leira Castiñeira, con su nueva entrega, trata de devolverles ese lugar que les pertenece por derecho propio, mostrándonos un tiempo y un lugar cargado de más esquinas y dobleces de lo que parece. Dice Eduardo Galeano, que acuñó el término, que «los nadies no hablan idiomas, sino dialectos […], no son seres humanos, sino recursos humanos […], no tienen cara sino brazos, […] cuestan menos que la bala que los mata». Sobre todo esto hablé con Francisco Leira hace ya un par de semanas largas. Él desde las orillas del Atlántico; quien suscribe, desde las  del Mediterráneo. El teléfono obró milagros. La grabadora los registró.

Francisco, tu labor como investigador/historiador se ha centrado hasta ahora en la Guerra Civil, ¿por qué te atrae tanto ese tema?

Me atrae porque aún quedan muchas historias que no se conocen de viva voz, que permanecen ocultas, como en una nebulosa, y no se han contado en el plano social ni institucional, quedando reducidas al ámbito familiar. La Guerra Civil y el Franquismo marcan un punto de ruptura en el siglo XX. Es lo que pudimos ser y no fuimos a causa del golpe de estado.  

La Historia con mayúscula se ha ocupado siempre de los grandes movimientos, de los grandes hechos y  las grandes figuras. Sin embargo, a ti te interesan los Nadies, esas personas que participan y sufren las directrices del devenir histórico sin comerlo ni beberlo…

Realmente, creo que es una cuestión generacional. De alguna manera, yo también me siento como una especie de Nadie en este mundo que vivimos. A veces pienso que la influencia que podemos ejercer en los cambios sociales y políticos se ha visto reducida por culpa de los grandes poderes que no somos capaces de controlar. Por eso me he centrado en investigar a esas personas que, digamos, no han sido tan relevantes y, sobre todo, en descubrir cuál fue la interacción que tuvieron ellos con el mundo que les rodeó, algo que, también de algún modo, explica la interacción que tengo yo con el mundo que me rodea a mí. Por tanto, ahí hay una cuestión de identificación personal mía, y de otros historiadores que, igualmente, se sienten identificados en este mismo sentido. Como decía Pierre Vilar «Una parte del historiador también está en la Historia».

Este modelo de historiar, que tú has plasmado en ‘Los Nadies de la Guerra de España’, recibe el nombre de Historia Pública. ¿Podrías definir este término en pocas palabras?

Sería ese lugar en el que, tanto los que nos dedicamos a hacer Historia como la sociedad civil,  podemos tener un espacio de debate. Se trata de una forma de construir la Historia contando con la aportación de las personas, a través de información transmitida por su propia memoria vivida o por la documentación, que ellas mismas puedan guardar en su casa, siguiendo un método de trabajo riguroso. Este espacio de debate para mí resulta fundamental. Creo que debemos fomentarlo para que la gente no experta se sienta reflejada, se involucre y participe en él.

Si no lo entiendo mal, la Historia Pública concibe la Historia narrada no a través de una voz única, sino de muchas, lo que la transforma en una Historia coral, ¿es así?

Sí y en este libro creo que lo consigo más que en el anterior, a pesar de que allí también hablaba de personas apenas conocidas a través de entrevistas orales. Aquí, aunque son ocho capítulos con nombre y apellidos, he pretendido que esas personas representen a otras que atravesaron situaciones similares, teniendo siempre presente que las casuísticas son miles e intentando abandonar ese discurso de las dos Españas, que parecen estar condenadas a enfrentarse eternamente, porque no es real. Hay una gran diversidad de casos particulares de personas que pensaban de un modo distinto y quiero que, a través de estas mujeres y hombres, podamos estudiar muchos más casos. Por eso, la mayoría de las personas que he incluido en el libro no procede de Madrid, sino de otros territorios como Galicia, Andalucía, Catalunya…   

Por tanto, al crear ese espacio de debate al que aludes, lo que haces es democratizar el estudio de la Historia, ¿no?

Sin duda, claro. La Historia la construimos todos. Eso no quita que deba ser seria y elaborada bajo un método riguroso, pero sí la democratiza y hace bajar al historiador al pie de la calle. Cuando terminé los capítulos del libro, basados en la documentación recibida y mis búsquedas de archivo, les pasé los textos a las propias familias y ellas fueron las que descubrieron aspectos de sus antepasados que no conocían. Al mismo tiempo, corrigieron algunos detalles de mi trabajo, aportándome nuevas miradas. Ese intercambio me permitió enriquecer el libro.  

Esta forma de trabajar amplía enormemente el campo de investigación, multiplica las fuentes documentales por cien o por mil.

Sí e insisto que ha de ser producto de un trabajo riguroso. Como digo en la Introducción del libro, la Historia no deja de ser una reconstrucción que hacemos las personas desde la distancia, porque no podemos analizar los acontecimientos como si los hubiéramos vivido. Los historiadores desarrollamos una narrativa rigurosa, pero no deja de estar basada en las fuentes que disponemos, que no son todas. Y ha de ser siempre sometida a una permanente construcción y debate. Dentro de veinte años, si sigo dedicándome a este mundo, me gustaría que llegase alguien con documentación o una mirada nueva sobre lo que yo he trabajado en mis libros. Resultaría profundamente productivo para todos los que pretendemos seguir aprendiendo continuamente. Creo que ese es el camino que debemos tomar.

Cuentas en el libro que padeces el síndrome del impostor a la hora de publicar. Tu paisano, Manuel Jabois, en su novela ‘Miss Marte’, narra la existencia del director de un periódico que tiene miedo a publicar exclusivas y primicias. ¿Por qué te sucede eso?

Pues la verdad es que no sé por qué me ocurre. Digamos que obedece a que soy demasiado crítico conmigo mismo. A pesar de que cada capítulo fue leído por mi editor, con el que intercambiaba continuamente correcciones, y por expertos en el tema, estaba convencido de que aún podría cambiar cosas que no me gustaban. Cuando el libro ya estaba maquetado, se lo devolví al editor con más de doscientas correcciones y sus correspondientes comentarios. Muchas veces, y por muy seguros que estemos del pasado, siempre hacemos una lectura más para no equivocarnos. Yo espero que ese interés mío en hacerlo bien no me abandone nunca, porque me evitará posibles errores en lo que escriba.

Has rebautizado el término Guerra Civil como Guerra de España. A mi entender eso complica un poco las cosas, porque antes hubo una Guerra de Sucesión y unas Guerras Carlistas, que fueron guerras civiles y deberían ser renombradas también.

Este cambio de denominación obedece a dos motivos. En primer lugar, lo he hecho para darle la relevancia que realmente tuvo. Hay que tener presente que la Guerra Civil supuso un capítulo más dentro de una serie de conflictos internacionales en los que intervinieron el fascismo y el antifascismo. Y en segundo lugar, la cambié para señalar que, según mi opinión, en algunos territorios no hubo Guerra Civil. Llamarle Guerra de España es un intento de escapar de la homogeneización de aquel periodo histórico, porque sí hubo guerra civil en el frente de Asturias y en Aragón, pero no la hubo en Galicia por ejemplo, donde se vivió un golpe de estado y una posterior represión.

En tu metodología de trabajo, las cartas de los soldados ocupan un lugar muy importante. Bien lejos estaban ellos de suponer que sus escritos, sin duda concebidos como elementos de desahogo casi terapéuticos, algún día iban a servir de material de investigación histórica de primera mano.

Exactamente. Las cartas e incluso algunas memorias, que no vieron la luz hasta mucho tiempo después, cumplían una misión catártica. En las memorias reflejaban sus recuerdos de la Guerra y las cartas constituían un intento de evadirse de ese mundo bélico en el que estaban inmersos. Si no las colocas en su contexto, parecerían cartas normales, que la gente dirigía a su familia. Sin embargo, son mucho más que eso porque nos aportan otra perspectiva diferente. Y en ocasiones dicen más por lo que callan que por lo que cuentan. Los historiadores nos hemos apercibido de que son documentos muy interesantes y cada vez los utilizamos más.



Desde el comienzo de la Guerra, los sublevados movilizaron quintas de reclutas por decreto, mientras que el Ejército Popular Republicano se constituyó más tarde, con la llegada de Largo Caballero a la presidencia del Consejo de Ministros. Aunque esto es especular, en tu opinión, ¿esa demora repercutió en el desenlace de la contienda?

Sí, sería hacer historia-ficción, pero creo que sí podría haber influido. De hecho había muchos sectores dentro de lo que era la coalición para la defensa de la República, desde los militares profesionales leales hasta sectores del Partido Comunista, indispensables en la organización del Quinto Regimiento, que apostaban por la consolidación de un ejército jerarquizado. En un primer momento, probablemente se hubieran evitado algunas derrotas, pero no sé hasta que punto podía haber cambiado el devenir de la Guerra, puesto que la ayuda extranjera con la que contó el ejército sublevado de Franco, como bien explica Ángel Viñas, fue muy importante no solo en hombres, sino también en dinero y armamento.

Según has escrito, en la España sublevada se persiguió a la masonería, porque invadía el espacio que detentaba la Iglesia Católica. Tradicionalmente, se ha dicho que se la perseguía, entre otras causas, por una inquina personal de Franco. Sin embargo, tu afirmación me parece un argumento de mayor peso específico para justificar tanta persecución.

Muchas veces se quieren buscar características singulares en los grandes personajes para encontrar una respuesta a hechos tan relevantes. Pero en la decisión de aprobar la Ley para la Represión de la Masonería intervinieron muchos factores, como el poder que tenía la Iglesia entonces. Pensadores de aquel momento, que empezaban a tener influencia en la educación laica, pertenecían a logias masónicas y se produjo una lucha de poder y, sobre todo, de influencia social. Dicen los grandes expertos en este asunto, como Ferrer Benimeli, que la masonería no era una institución cerrada, como lo vendió Franco después, sino que muchas veces las logias eran lugares de ocio, de sociabilidad, en los que se debatía de política, educación o sociedad, sin que existiera ese secretismo del que se habla para cambiar las cosas y mover determinados hilos políticos. En verdad, no llegaba a tanto la influencia de esta organización. La aprobación de la Ley se produjo en un contexto donde ya había un gobierno franquista constituido, del que formaban parte personajes vinculados a la Iglesia y otros procedentes de la CEDA, como Serrano Suñer, que tuvieron su influencia para perseguir a esta organización. También hay que tener claro que todas las dictaduras necesitan un enemigo, porque si no lo tienen pierden su razón de ser. Y para ello qué mejor que señalar a los judíos, aunque apenas los había en la España de los años treinta, a los comunistas y a los masones, a los que se acusaba de mantener una falsa unión.

No voy a entrar demasiado en las personas que aparecen en el libro. Creo que la gracia precisamente radica en leer sus historias. Sin embargo, una de ellas, Fray Cándido Rial, un franciscano que salvó la vida, trabajó con el ejército republicano, se pasó al bando sublevado y escribió sus memorias, podría convertirse en un buen personaje de novela.  

Su historia es muy bonita, como también lo son las de Urania y María. En el caso del fraile, se trató de una persona que se salvó, mientras mataban a todos sus hermanos religiosos, sin saberse muy bien los motivos de que le perdonaran la vida y lo integraran como miliciano hasta que desertó. Después sintió pena por sus antiguos compañeros, ya que lo habían tratado mejor. Terminó sus días como capellán en una cárcel franquista. Su historia, en cierto modo, representa lo que sufrieron muchas personas de entonces a lo largo de su vida. Tuvieron una transformación constante, pero en contextos como los de la Guerra Civil o la de Marruecos, quienes participaron en ellas evolucionaron mucho más rápidamente que las personas que no vivieron esos periodos tan convulsos. Con la inclusión de su historia en el libro, también he querido constatar que las personas cambiamos y que no somos los mismos a lo largo de todo el tiempo.

Hablemos de las mujeres durante la Guerra. Al principio, en las milicias republicanas se acogió su presencia en el frente con enorme agrado, pero luego fueron relegadas a lugares subalternos. Al final es lo de siempre: “el hombre, al frente; la mujer, a la retaguardia", como leemos en el libro. Por su parte, en el bando golpista, si tomamos como ejemplo el caso de Amada García, su ejecución constituyó un proceso ejemplificador para los sublevados, cuya intención era devolver a las mujeres «a su sitio», a su casa, privándolas del menor atisbo de avance social, bien alejadas de veleidades políticas.

En realidad, lo que sucedió fue un ejemplo de la sociedad de aquel momento. Hablamos de un contexto en el que la mujer empieza a romper ciertos techos y a aparecer en la esfera pública, y eso, incluso dentro de los sectores más progresistas, no se veía bien. Lo observamos claramente en el caso de las milicianas, cuya participación en la Guerra se alentó al principio, pero, a medida que el conflicto avanzaba, se creyó que la mujer molestaba en el frente. La guerra era «una cuestión de hombres» y ese pensamiento no se vincula únicamente a un modelo ideológico más fascista, ya que iba con esa época. Si analizamos la obra de un escritor antifascista como Hemingway, no podemos negar que en su trabajo hay mucho de machismo, pero insisto en que ese era el contexto de esos años. Tras la creación del ejército republicano,  la figura de la mujer pasó a un segundo plano. Dejaron de portar armas y fueron relegadas a labores de asistencia, enfermería, etcétera. De hecho y para demostrar la poca fuerza de la presencia de la mujer en la guerra, las informaciones que he manejado para escribir el libro, proceden de fuentes masculinas.

Ser homosexual tampoco parecía ser bueno en la Guerra Civil.

Sí, también estaba mal visto por ambos bandos. En un entorno bélico lo que prevalecía era el ejemplo de la virilidad, de una masculinidad normativa que afirmaba que el hombre ha de ser fuerte y valiente. Independientemente del pensamiento de las personas, en aquel contexto no ser viril era ser tildado de homosexual. Ese capítulo del libro es el único que no está dedicado a una sola persona. ¿Por qué? Pues porque ser homosexual o defender otro tipo de masculinidad, que podemos compartir muchos hombres en la actualidad, estaba mal visto y constituía motivo de mofa. Cobarde y homosexual eran casi sinónimos. He tratado de mostrar lo que supuso la Guerra Civil para muchos homosexuales, que hubieron de callar. La homosexualidad de Lorca, por ejemplo, no se reconoció incluso por muchos sectores de la izquierda hasta casi entrados los años ochenta. A él lo mataron por ser de izquierdas, no por homosexual.

Estamos terminando. ¿En la investigación histórica, dudar significa avanzar?

Claramente. Dudar es avanzar y formular nuevas preguntas significa también  avanzar, porque te obliga a usar o buscar nueva documentación. Joaquín Sabina dijo en una ocasión que «el sabio sabe más cuanto más duda» y yo suscribo esa frase en su totalidad.

La última por hoy: ¿te has planteado alguna vez la posibilidad de escribir novela histórica?

Es una pregunta que me han hecho muchas veces y la verdad es que sí. Pero primero debería tener una estabilidad laboral, algo muy complicado para la gente joven de hoy. Pienso en el  libro ’El peón’ de Paco Cerdá, que está a mitad de camino entre la novela y la investigación histórica. Sin conocernos, hemos llegado a un punto de vista muy similar. De él admiro su capacidad para novelar lo que cuenta, algo que me parece complicado de conseguir. Antes de escribir una novela, yo tendría que hacer un cursillo acelerado de adaptación, porque la ficción maneja un lenguaje distinto. Pero sí me gustaría intentarlo y no descarto hacerlo en algún momento.  

Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI/02/02/2023