«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

viernes, 29 de septiembre de 2023

Javier Moreno Luzón: «Alfonso XIII cubrió un reinado largo de casi treinta años, un tiempo complicado y en evolución, como el propio monarca»

 

Javier Moreno Luzón
(fotografía cedida por Galaxia Gutenberg)
Nº 671.- Javier Moreno Luzón (Hellín, 1967) es catedrático de Historia del Pensamiento y de
los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid, donde desarrolla su labor docente e investigadora desde 1997. Su
curriculum le ha llevado a trabajar y colaborar con múltiples organismos nacionales e internacionales. Como historiador se ha especializado en la vida política de la España de la Restauración y ha publicado múltiples trabajos sobre clientelismo, partidos, elecciones, parlamentarismo, elites, monarquía y nacionalismo español. Costó mucho tiempo conseguir esta entrevista. Pero la espera mereció la pena. Se pospuso un par de veces porque Javier Moreno se encontraba fuera de España. Pero con el inicio del nuevo curso académico, las circunstancias cambiaron y fue posible conversar con él acerca de su nuevo libro, ‘El rey patriota. Alfonso XIII y la nación’ (Galaxia Gutenberg), donde aborda la biografía del monarca, cuyo reinado precedió al advenimiento de la II República Española. Un libro, imprescindible, diseminado por muchos escenarios para obtener una imagen fidedigna del tiempo que le correspondió vivir a Alfonso XIII. Un libro, armado bajo un estilo que roza la literatura desechando la ficción, coto vedado para los historiadores. Un libro, cuya lectura acomete el lector y muy pronto, como si de un puzle se tratara, descubre que él mismo, guiado por la experta mano de Moreno Luzón, va construyendo la propia vida del rey y su imagen. Fue el quince de septiembre, por teléfono, cuando durante casi una hora conversé con el catedrático de la Complutense madrileña, mientras en València caía una tromba de agua, amenizada por rayos, truenos y relámpagos sobre un cielo gris algodonoso y oscuro.   

Javier, supongo que ‘El rey patriota. Alfonso XIII y la nación’ es un libro que ha ido fraguándose a lo largo del tiempo, producto de otras investigaciones tuyas.

Sí, aunque sea un libro relativamente moderado en su volumen, es fruto de muchos años de trabajo y en sus páginas he tratado de sintetizar a mi juicio los asuntos fundamentales del reinado de Alfonso XIII.

Como todo historiador buscas fuentes y documentación para sustentar tus afirmaciones. Después de treinta años de trabajar en torno a la época del reinado de Alfonso XIII, tú ya te has convertido en referencia para otros investigadores. ¿Qué sientes cuando alguien te cita o incluye uno de tus títulos publicados en la bibliografía?

Mucha alegría, claro. El hecho de que un libro tuyo sea leído y debatido, aunque no todo el mundo coincida con tus apreciaciones, y que mucha gente lo considere como algo valioso, produce una gran satisfacción.

Has comenzado la biografía del rey por el final, ¿es una forma de advertirle al lector de que, en tu caso, no solo te importa la estructura y el contenido del libro, sino también el estilo y la forma?

Sí, creo que hay que escribir con vistas al lector, considerando que el autor ha de ser capaz de ofrecerle el ambiente de la época para que pueda penetrar en ella, conociendo los problemas, los significados y la cultura de ese momento. Y para eso, como dices, es importante la escritura. Como has visto, todos los capítulos arrancan con una viñeta relativa a un acontecimiento significativo, que he tratado de narrar de forma atractiva. Y el primero es la muerte del rey. He utilizado la técnica del flashback para ese instante y desde ahí he marchado hacia atrás para tomar contacto con el personaje, resaltar su importancia y mostrar su manera de pensar en sus últimos momentos. Sin olvidar que la escena del fallecimiento del rey resulta casi cinematográfica. Mi maestro Santos Juliá siempre me decía que había que escribir bien, con propiedad, y utilizar estrategias narrativas para convertir la historia en materia accesible.

Admiro la capacidad que tienen los hispanistas británicos para suministrarle al lector la información de una manera amena y atractiva. Y observo que tú también te apuntas a esa forma de relatar.

Esa afirmación tuya me parece muy interesante y me siento identificado con ella. Yo ampliaría el término a la historiografía anglosajona en general, porque hay muchos historiadores norteamericanos que cultivan ese estilo y prescinden de la jerga académica, que sólo va dirigida a los colegas, para explicar problemas complejos de manera comprensible y con ciertas aproximaciones a lo literario. Creo que ahí reside la clave de su éxito.  


La primera sorpresa que se lleva uno con este libro es la portada: un retrato de Sorolla, que fue retratista de Alfonso XIII, en detrimento de Zuloaga, cuyo trabajo no gustaba tanto al monarca. ¿A qué se debe su preferencia por el pintor valenciano?

En primer lugar, hay que decir que Sorolla es muy importante en la creación de la imagen de Alfonso XIII como un rey a la vez muy español, preservador de las tradiciones de la monarquía hispánica, y también moderno, muy puesto al día. Sorolla le ofrecía esa calidad porque poseía un pincel sensible con el tipo de valores que pretendía trasladar la corona al mundo. Junto con Mariano Benlliure, otro ilustre valenciano, escultor, creo que son los creadores de la imagen regeneracionista del rey, mostrando una España en vías de modernización y progreso, al tiempo que arraigada en las tradiciones nacionales. Ese es el motivo de que el retrato pintado por Sorolla constituya la portada del libro, un cuadro maravilloso, que se encuentra en la Hispanic Society de Nueva York y que, quizá por eso, no era demasiado conocido. Sobre Zuloaga, hay que decir que es un hombre integrado en la generación del 98, que representa a una España negra, muy atrasada, grotesca, aplastada por el mundo tradicional, la religión y las cargas del pasado. Sorolla es todo lo contrario y simplificando mucho digamos que simboliza la luminosidad y el optimismo, es decir, justamente la imagen que pretendía proyectar el monarca.

El reinado de Alfonso XIII coincide con una época en la que las monarquías europeas no atravesaban un buen momento. Era necesario replantearse su estructura. Los reyes de otros países buscaron la cercanía del pueblo e incluso inventaron leyendas para darle sustancia a la institución. En este sentido, ¿se reinventó bien la monarquía de Alfonso XIII?

Digamos que Alfonso XIII cubrió un periodo muy largo, con casi treinta años de reinado efectivo, complicado y sujeto a cambios. Y él también evolucionó. Su imagen como el rey, que representaba a la España regenerada tras el desastre del 98, tuvo mucho éxito, no solo entre las derechas monárquicas sino también entre las izquierdas republicanas. No hay que olvidar que tanto Sorolla como Benlliure, por ejemplo, fueron republicanos durante su juventud en València y luego se convirtieron en monárquicos liberales. Hubo muchos más casos como ellos. Sin embargo, a partir de 1917, que marcó una cesura importante en su reinado, el rey se fue encerrando en una postura más conservadora, con una alianza con la Iglesia Católica, que entonces era fundamentalmente antiliberal, y con sectores del ejército cada vez más contrarrevolucionarios, que luego desembocará en la Dictadura de Primo de Rivera. En esta segunda etapa él se convirtió en la encarnación de un proyecto que, por decirlo así, ya no era para todos los españoles, sino para aquellos que se identificaban con unas determinadas ideas políticas.  

De muy joven, Alfonso XIII escribía un diario. En una de sus páginas se puede leer, cito de memoria, que tenía cierto miedo de que los políticos le pusieran de patitas en la calle. En este sentido, ¿lo que le sucedió en el año 1931 fue toda una premonición?

Resulta un poco inquietante y sí, se puede leer así, con ese carácter premonitorio. Pero lo que deja claro el diario es lo que pensaba ese jovencito de dieciséis años, que se iba a hacer cargo del gobierno de España, acerca de cuál era su misión. Ahí hay un trasfondo de responsabilidad enorme, que le habían transmitido sus profesores y su madre y que él asumió con esa edad, muy influido por el ambiente creado por el desastre del 98. A mí me gusta llamarle un teenager del desastre, porque lo vivió de muy pequeño y le marcó mucho. Él se sentía responsable del destino de su país y estaba imbuido de una misión providencialista: dios le había puesto en aquel lugar para gobernar y salvar a España. El párrafo que has citado dice textualmente que «él puede ser alguien que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y finalmente puesto en la frontera». O sea, que relaciona el posible fracaso de su gobierno, que tanto teme, con dejarse gobernar por los ministros, lo cual es curioso porque demuestra que no está pensando en convertirse en un monarca representativo y simbólico al margen de los conflictos políticos, como ya comenzaba a ocurrir en Inglaterra y en otros países, sino que pensaba en tener un papel activo, implicándose plenamente en los asuntos de máximo relieve para dejar su huella.

A causa de ese afán protagonista, Alfonso XIII también se inmiscuía en la vida militar y la controlaba. Sin embargo, no debió resultarle nada fácil manejarse en una institución como el ejército, dividida en aquella época entre africanistas y junteros.

Estaba absolutamente inmiscuido en la vida militar. Y la situación era difícil. Ante todo él se consideraba un soldado-rey, más que un rey-soldado, porque en muchos conflictos entre el poder militar y el civil se decantaba por el lado castrense. Hay que entender que el ejército vivió el desastre del 98 como una especie de traición de los políticos, algo que tenía bien presente el rey. En el ejército se fue haciendo una clientela, un grupo de afectos como la gente de su casa militar, generales palatinos y determinados oficiales a los que favoreció. Pero como tenía facultades gubernativas como jefe del ejército, él iba más allá y se comunicaba directamente con los militares al margen de los ministros. La división de africanistas y junteros, marcada por intereses corporativos, especialmente por ascensos por antigüedad y méritos de guerra, se plantea a partir de 1909 cuando la guerra en Marruecos. El rey no quería que el gobierno se dividiera y trató de mantener el equilibrio. Veía que la forma de sostener la monarquía era que el ejército ni se fraccionara ni se volviera republicano, evitando que se girase en su contra. Y ese equilibrio es el que trató de mantener cuando en 1917 se produjo el problema con las juntas de defensa. Finalmente, terminó decantándose por los africanistas, como el general Berenguer o el general Fernández Silvestre, protagonista del desastre de Annual. Mimó a la legión, creada en 1920 por Millán Astray, un cuerpo inspirado, nada menos, que en el código samurái y en la legión extranjera francesa. Y fue padrino de Franco, al que nombró director de la Academia militar de Zaragoza.

El título del libro es ‘El rey patriota’. Ser patriota es un oficio arriesgado, ya que con el transcurso del tiempo el concepto de patriotismo puede variar y, si fallas a tu pueblo, dejas de serlo y vas fuera. Y parece que eso es lo que le ocurrió a Alfonso XIII, ¿no?

Sí y hay otra cosa más: si uno antepone por encima de todo a la nación y, digamos, juzga su propio desempeño como rey en función de lo que haga por la patria, pierde esa autoridad tradicional y se le puede condenar si no ha conseguido lo que prometió o no ha hecho las cosas adecuadamente según el punto de vista de los españoles. Es decir, entra ya en ese terreno donde el aura tradicional, casi religiosa, que envolvía a los monarcas y emperadores desaparece, y ahora todo queda condicionado a lo que haga o deje de hacer. Al final esa fue una debilidad suya, pero también le proporcionó mucha fortaleza, porque a su vez se retroalimentaba con todo lo que significaba España o español.  

Alfonso XIII viajó mucho por la península y en cada lugar aprovechó el momento para exaltar la unidad patria y la nación española. Pero hay un viaje que resultó distinto. Me refiero al que realizó a la comarca de Las Hurdes en 1922 y del que se rodó un documental. Hoy, en 2023, cuando uno contempla esas imágenes, no puede permanecer indiferente.   

Es muy interesante incluso desde el punto de vista del análisis cinematográfico, porque es un documental de propaganda y utiliza recursos que podrían ser fácilmente comprensibles. Se proyectó por todas partes y constituyó un éxito. El viaje lo efectuó Alfonso XIII en 1922, cuando su figura ya estaba bastante discutida. Fue un golpe maestro que nació casi por casualidad y a iniciativa de Gregorio Marañón, que le propuso ir allí en una cena donde le comentó lo que había visto en una reciente visita suya a la zona. El rey se comprometió a ir y le dijo que remediaría lo que pudiera. De hecho, creó el Real Patronato de las Hurdes para mejorar las condiciones de vida de los habitantes de aquella comarca. Alfonso XIII tenía esos arranques, lo que le proporcionó una proyección de hombre preocupado por los españoles y sus problemas.

La religión estuvo muy presente en la vida del monarca. En ese sentido, la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en el año 1919 constituye toda una declaración de intenciones. Sin embargo, al mismo tiempo, el rey observaba una vida ciertamente disipada, con amantes e, incluso, una familia paralela. ¿Cómo se conjugan en su caso la religión católica y este modelo de comportamiento?

Bueno, creo que como la conjugaban los varones poderosos en la España de la época. Una cosa era la Iglesia, como garante de la estabilidad, del orden social y del sostén de la corona, y otra el comportamiento privado del monarca. La Iglesia estaba muy vinculada a la monarquía, como se observa en la cantidad de ceremoniales y conmemoraciones litúrgicas que se celebraban en palacio, cuyo calendario estaba marcado por las festividades religiosas. Y sobre su comportamiento privado, el no ceñirse de manera estricta a la moral eclesiástica y a la fidelidad en el matrimonio no afectaron de manera negativa a la imagen del rey. El machismo estaba tan extendido en la época que estas cosas casi hacían gracia. A sus más acérrimos partidarios les demostraba que, por el hecho de que tuviera amantes, el rey era un verdadero hombre. Tan es así que ni siquiera sus enemigos se lo reprocharon.  

Como señalas, el rey debía de proyectar una imagen atractiva, porque según leemos en el libro, hasta Agatha Christie estaba enamorada de él.

Así es y es una circunstancia que me pareció bastante curiosa. Él tenía esa imagen de latin lover, de hombre encantador y a la vez de gentleman. Vestía bien, iba a la moda y se movía en ambientes elegantes con ese toque exótico que tenían los galanes de entonces.

De hecho, una de las palabras empleadas con mayor frecuencia en este libro es el adjetivo viril.

Ya sabes que ahora resulta imprescindible aplicar en el estudio de la Historia eso que se llama la perspectiva de género. Es una tendencia que se ha impuesto, y que a mí me parece bien, que consiste en que, además de ver cuestiones políticas más concretas, también hay que contemplar las fuentes desde esa misma perspectiva: qué significaba ser hombre o mujer, cuáles eran sus roles en un periodo histórico concreto y observar cómo esos conceptos van cambiando a lo largo del tiempo. En consecuencia el término virilidad y el adjetivo viril tienen mucha importancia en este caso.  

Justamente estos días se han cumplido cien años de la Dictadura de Primo de Rivera. En verdad, ¿el Expediente Picasso sobre el desastre de Annual, que no llegó a leerse en el Congreso, tuvo algo que ver con el pronunciamiento militar?

Aquí hay que tratar dos cuestiones. La primera es que el rey estaba muy metido en el funcionamiento y nombramiento de los responsables del ejército de África. Eso es clarísimo. De manera especial, para Alfonso XIII Marruecos era una pieza fundamental de la política exterior española. Las obligaciones que España debía de cumplir en el protectorado eran irrenunciables para continuar teniendo voz propia en la escena internacional y eso exigía la ocupación de dicho territorio. Pero la dominación de la zona del Rif se complicaba de modo notable por la presencia de un movimiento guerrillero independentista encabezado por Abd-el-Krim. Ello dificultó la labor de un ejército poco preparado, corrupto e ineficaz como era el ejército español de entonces. Por tanto, que el rey estaba implicado en lo de Marruecos era de dominio público. Que Fernández Silvestre, responsable de la comandancia de Melilla, era un hombre muy cercano al rey, también lo sabía todo el mundo. Poco antes del desastre, en una fiesta celebrada en Valladolid, se habló de que Fernández Silvestre se disponía a tomar Alhucemas y que lo iba a lograr, aunque costaría muchas vidas. Cuando llegó a Melilla, dijo que el rey le había encargado que lo hiciera y él lo hizo, con el resultado de un desastre absoluto y entre diez o doce mil soldados españoles muertos. Eso tuvo mucha repercusión en el parlamento. Los socialistas, con Indalecio Prieto a la cabeza, acusaron al rey de ser el responsable del desastre. Se especula con que Alfonso XIII había enviado un telegrama a Fernández Silvestre en el que decía «¡Olé tus huevos!». Pero, hasta donde yo sé, ese material no se conserva. En consecuencia, resulta difícil probar si esas acusaciones son ciertas o no. Pero que los factores contextuales indican que el rey aprobaba la estrategia general de la comandancia de Melilla es verosímil. A partir de ahí se pusieron en marcha distintos procesos. Uno de ellos afectaba a la justicia militar, que llevó su procedimiento con juicio y condenas. La segunda cuestión es la vertiente parlamentaria. Quizá es la más interesante porque después de unos años de atonía, el parlamento da señales de normalidad. Asume un papel protagonista y acusa al gobierno que estaba en funciones en 1921, a los responsables militares, e incluso al rey. A Alfonso XIII eso no le gustó, pero de ahí a afirmar que existía una línea recta entre el desastre de Annual y el golpe de estado de Primo de Rivera no está tan claro. Hubo una comisión de responsabilidades del Congreso de los Diputados que tenía que emitir su informe unos días después del golpe de Primo de Rivera. Pero tras el pronunciamiento ya no se volvió a saber nada del asunto porque las cortes fueron clausuradas. Sin duda influyó en el golpe, pero de que fuera la clave del mismo no estoy tan seguro.  

El ministro de Gracia y Justicia tomó juramento a Primo de Rivera cuando asumió el poder. Se puede saber ¿qué demonios debe jurar un dictador que acaba de dar un golpe de estado?

El rey estaba muy preocupado porque no se quebraran las apariencias de legalidad constitucional. El juramento fue el día 15 de septiembre y el día del golpe, dos días antes, mantuvo una entrevista con el jefe del partido conservador, Sánchez Guerra, para comunicarle que iba a encargar a Primo de Rivera un gobierno que, aunque fuera una dictadura, tendría apariencias constitucionales. Él era consciente de que estaba traicionando su propio juramento del año 1902, rompiendo el pacto constitucional, y temía sus consecuencias. Por tanto, procuró darle un aspecto legal. Y ahí entra el juramento de Primo de Rivera, ante el ministro de Gracia y Justicia que, en aquel momento, era el notario mayor del reino. Primo tenía claro que era leal al rey, como así consta en todos los documentos que firmó.

Con el paso del tiempo la relación entre el monarca y el dictador se fue resquebrajando. En un momento dado, Primo de Rivera llegó a afirmar del rey que «como buen borbón es ingrato, de ningún fiar».

Como pasa en otras dictaduras monárquicas, había dos rivales y, aunque estén de acuerdo en lo fundamental, surgen roces entre ellos. La relación se fue deteriorando, pero el rey firmaba todo lo que Primo le presentaba, aunque a veces dilatase la firma, porque, si se negaba a hacerlo, provocaría una crisis muy profunda que conllevaba la dimisión de Primo de Rivera. Y no se trataba de la dimisión de un gobierno corriente, sino que significaba el final del régimen dictatorial tal y como se estaba construyendo. Y el rey no se atrevió a hacerlo hasta mucho más tarde, en el mes de enero de 1930.

En noviembre de 1923, Alfonso XIII, con el golpe de estado aún caliente, viajó a Italia, donde manifestó su admiración por el Duce: «Este es mi Mussolini» dijo referido a Primo de Rivera. ¿Era fascista Alfonso XIII?

Yo diría que Alfonso XIII admiraba el fascismo por lo que tenía de gobierno fuerte, de freno a la violencia revolucionaria izquierdista y de corrección drástica de los defectos que él observaba en el parlamentarismo liberal. A su juicio, como el de mucha gente conservadora del periodo de entreguerras, el viejo parlamentarismo del siglo XIX no servía para frenar la revolución y había que arbitrar soluciones autoritarias. Esto es lo que provocaba su admiración por el fascismo. El rey también se mostró partidario de una alianza más estrecha con Italia, que liberase a España de la tutela de Francia. Sin embargo, pienso que no era fascista en el sentido de que no se daba cuenta de la profundidad de las transformaciones que implicaba el fascismo. No acababa de entender que el fascismo no solo era un movimiento contrarrevolucionario sino también revolucionario, pero por el otro lado. El fascismo transformaba el estado por completo y arrastraba un movimiento de masas que la dictadura de Primo no tenía. Si comparamos el somatén español, compuesto por unos señores burgueses, fusil al hombro, con las escuadras fascistas paramilitares, uniformadas y dedicadas a la guerra callejera contra los izquierdistas, percibimos enseguida la diferencia. Pero de todos modos mantuvo una idea positiva de la Italia fascista y la prueba más evidente es que terminó refugiándose en Roma, donde murió.

Mi paisano Vicente Blasco Ibáñez publicó un panfleto titulado ‘Una nación secuestrada (el terror militarista en España)’, en el que arremetía contra la dictadura y el rey. Blasco siempre me ha parecido un personaje singular, un antimonárquico y anticlerical, venerado por la derecha valenciana.

Me parece que Blasco es un buen ejemplo de lo que podríamos llamar el españolismo republicano. Creo que, hasta cierto punto, eso es lo que explica su éxito actual entre las derechas valencianas, siempre caracterizadas por su anticatalanismo y un regionalismo españolista. En aquella época, el españolismo republicano no era algo exclusivo de Blasco, sino también de muchos líderes antidinásticos, como Alejandro Lerroux, que alcanzó un gran éxito electoral en Barcelona contra el catalanismo, blandiendo la bandera rojigualda junto a la republicana sin ningún problema, y pensando que la unidad de España era un valor superior. Ahora bien, se trata de un nacionalismo cívico en el sentido de que concibe la nación como una comunidad de ciudadanos, que deben ser libres y estar al margen de tutelas doctrinales como las de la Iglesia. Un nacionalismo muy diferente del católico, que era la alternativa. En ese sentido, su figura no me parece tan incoherente porque Blasco encaja con ese españolismo cívico y anticlerical que se impone durante la II República. Él era un genio de los medios de comunicación y alcanzó un éxito internacional extraordinario, que muy pocos escritores españoles han tenido. Por eso tuvo tanto impacto su panfleto, que se difundió enormemente, traducido a varios idiomas y que a los monárquicos españoles y a los adictos a la dictadura de Primo no les gustó mucho, claro.

Resulta muy interesante saber que el rey recibía abundante correspondencia  de sus súbditos. Es decir, disponía de una información o feedback, como decimos ahora, de primera mano. Quizá por eso afirmaba que conocía lo que querían los españoles mejor que nadie.

En un caso como este, los historiadores hacemos crítica de fuentes y a mí me parece que esa correspondencia es muy interesante. Y apenas ha sido estudiada hasta ahora. Se conservan muchísimos legajos, en los que descubrimos cosas tan curiosas como la sección de «anónimos y locos», que es enorme, gente que la secretaría de palacio consideraba que estaba mal de la cabeza, pero de la que, sin embargo, guardaba sus cartas. Este material a mí me ha servido para descubrir los tópicos que más éxito tenían de la imagen del monarca. Digamos que había una estrategia para captar la benevolencia real, que siempre pasaba por el halago. Algunos se atrevían a criticarle, pero esas cartas se clasificaban como «de locos». Había gente que pedía trabajo, un traslado o un poco de caridad y esos ponían al rey, y también a la reina, por las nubes. Es una fuente interesante que yo no he agotado, porque es amplísima como te decía. Y también da idea de la influencia que tenía el rey, porque él tramitaba las recomendaciones que, normalmente, por proceder de palacio, eran atendidas por las autoridades correspondientes.

¿Alfonso XIII fue el rey más cinematográfico que hemos tenido?

No sabría yo decirlo. Alfonso XIII triunfó en el medio de comunicación más difundido en la época, que era el cine. En este sentido, los noticieros cinematográficos, que entonces estaban en boga, le prestaron una atención extraordinaria, tanto en España como en el extranjero. Bastaría con decir que, de las películas que se conservan, la mayoría están centradas en su figura: viajes, cacerías, practicando deportes… Los monarcas más recientes han dispuesto de la televisión, pero el rey supo explotar bien el cine como medio de comunicación y de propaganda.

La última por hoy: ¿en qué estás trabajando ahora si se puede saber?

Estoy metido en otro asunto que tiene que ver con este, centrado en la relación entre la religión y el nacionalismo. Más concretamente, entre el catolicismo y el nacionalismo en España, pero con una perspectiva trasnacional, porque el catolicismo, como sabemos, es universal y existen muchas relaciones interesantes entre el español y el de otros países.

Creo que merece la pena incluir, como despedida, las primeras líneas de la Introduccion de ‘El rey patriota. Alfonso XIII y la nación’. Dice así: «El manto no llegaba. En los momentos de lucidez, el enfermo perdía la paciencia y preguntaba a su ayuda de cámara, o a las monjas que lo cuidaban: «¿Pero aún no ha llegado el manto?». El 26 de febrero de 1941, miércoles de Ceniza, habían pasado ya catorce jornadas desde el primer ataque grave de angina de pecho…»

Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 29/09/2023