Fotografía cedida por editorial Espasa |
En el Reino Unido existe una numerosa nómina de hispanistas británicos especializados en diversas épocas. Entre otros podemos citar a Parker, Elliott, Beevor, Preston, Kamen y usted mismo, a qué se debe ese interés de los británicos por la historia española? Qué les atrae del pasado de este país?
Los intelectuales británicos han mantenido durante mucho tiempo una relación de amor-odio con España. Desde el siglo XVI, la rivalidad imperial y la Reforma protestante facilitaron la construcción de la «leyenda negra» que en su día denunció Julián Juderías. Por otro lado, la Constitución de 1812, la lucha guerrillera contra Napoleón y movimientos populares radicales como los anarquistas promovieron la «leyenda romántica» de los españoles amantes de la libertad. Lo que unía todo esto era la sensación de que España era «diferente» a Gran Bretaña y esto requería una explicación, especialmente durante y después de la Guerra Civil española. En la tradición progresista asociada a escritores como Gerald Brenan, la respuesta parecía ser la persistencia de una oligarquía que derrotó el desafío modernizador de la Segunda República. Afortunadamente, una nueva generación de hispanistas subraya ahora que, después de todo, la historia española no es tan diferente de la británica o del resto de Europa. Para los británicos que aman a Orwell y su relato de la Revolución Española, esto puede, por supuesto, hacer que la historia española sea más aburrida.
Usted es hijo de padres españoles que emigraron a Inglaterra. Ellos habían sufrido los efectos de la Guerra Civil. Todo el trabajo que viene desarrollando sobre diversos aspectos de la Guerra es su forma de comprender la vida de sus padres?
Estoy muy orgulloso de mis raíces españolas y, de hecho, mi trabajo siempre ha estado marcado por la necesidad de comprender lo que les ocurrió a mis familiares durante y después de la Guerra Civil. Mi familia tuvo una historia muy similar: lucharon en ambos bandos e incluye tanto a víctimas como a responsables de la represión. Así que, como niño, mi introducción a la guerra no fueron los relatos heroicos de las Brigadas Internacionales o la defensa antifascista de Madrid en 1936, sino el asesinato de mi bisabuelo en Sevilla y la muerte de mi tío abuelo como voluntario carlista en Asturias. Esto significaba que nunca podría ver la guerra como un cuento moral de buenos contra malos.