«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

martes, 30 de septiembre de 2025

Aroa Moreno Durán: «Tres días después de los fusilamientos, hubo un baño de masas en la Plaza de Oriente que resulta escalofriante verlo»

 

Nº 706. Mientras transcribo la entrevista de Aroa Moreno Durán (Madrid, 1981), ya circulan los primeros avisos de la AEMET acerca de las lluvias que se anuncian, inminentes, sobre la Comunitat Valenciana. Al mismo tiempo, recuerdo que, justamente hoy, 27 de septiembre de 2025, se cumple el cincuenta aniversario de los últimos cinco fusilamientos perpetrados por el dictador Franco. Ángel Otaegui Echevarria y Juan Paredes Manotas (miembros de ETA) y Xosé Humberto Francisco Baena Alonso “Daniel”, Ramón García Sanz “Pito” y José Luis Sánchez Bravo Solla “Hidalgo” (integrantes del FRAP) fueron fusilados en Burgos, Barcelona y Hoyo de Manzanares, respectivamente, acusados del asesinato de un policía nacional y un guardia civil. Mucho tiempo después de tan infausta fecha, durante la pandemia, un paseo de la escritora madrileña con su hijo en busca de la naturaleza, les hizo escuchar el eco de unos disparos. Procedían de un campo de tiro del ejército, radicado muy próximo a su casa, algo que Aroa ignoraba. Más tarde descubriría que allí mismo, en un talud de aquella instalación militar de Hoyo de Manzanares, en 1975 habían sido fusilados tres de aquellos cinco condenados a muerte por un tribunal militar, que los sometió a un consejo de guerra sumarísimo, huérfano de garantías procesales. En total, se decretaron once penas de muerte, aunque seis de ellas fueron conmutadas. El resto se cumplieron sin que valieran para nada las presiones internacionales ante el régimen, entre ellas la de Pablo VI que, por tres veces intentó hablar con Franco, que hizo oídos sordos a sus llamadas. De todo esto se ocupa el libro ‘Mañana matarán a Daniel’ (Random House), escrito por Aroa Moreno. Sentados en torno a una mesa de la cafetería del Hotel Zenit de València, mediada la tarde, ya con la grabadora encendida, comenzó nuestra conversación.

Aroa, disponer de un buen titulo como lo es ‘Mañana matarán a Daniel’ es importante para comenzar a escribir una novela?

El título surgió con la novela ya muy avanzada. En principio y sin pensarlo mucho, se iba a titular ‘Septiembre 1975’, pero a la editorial no les convencía. ‘Mañana matarán a Daniel’ es un verso de Manuel Blanco Chivite, miembro del FRAP, también condenado a muerte e indultado después, extraído del poema ‘Víspera de los fusilamientos’, que escribió en la cárcel y dice así: «Hoy velaré toda la noche/solo y en silencio velaré toda la noche/ y mañana matarán a Daniel,/mi camarada». Cuando lo leí pensé que era el título adecuado, porque Xosé Humberto Baena, «Daniel» va ocupando un espacio cada vez más grande en esta novela. Él era un hombre que escribía, al que le gustaba la poesía y el poema tiene la inminencia de algo ineludible como es una condena de muerte. Precisamente, cuando pienso en si, después de escribir sobre estas personas, he llegado a conocerlas, comprendo que hay algo que nunca voy a entender: lo que significa saber que mañana te van a matar.

Se suele decir que las historias buscan a los escritores, pero en esta ocasión parece ser más verdad que nunca.

Así fue. Se puso delante de mí y no pude esquivarla. Además, empecé a escribir con un impulso un poco indómito y pensé esto lo tengo que contar tal y como me lo he encontrado, con el paseo inicial y las otras casualidades que se dieron. Pensaba escribir solo esa parte, preguntándome cómo pudo pasar algo histórico, crucial para el devenir del país en el último año de la Dictadura, tan cerca de mi casa, sin que yo, que siempre me he interesado por estos temas, supiera nada. Así que me dije que quería saber lo que ocurrió.   

De repente, te encontraste con un campo de tiro militar junto a tu casa, el recuerdo de una nieta de Tejero, que iba a tu clase, y la figura de Alejandro Peña Medrano, un sacerdote que se mortificaba con cilicios,  fue tu profesor de religión y asistió como testigo a esos últimos fusilamientos… Con esos elementos, resulta imposible no ponerse a escribir sobre ello?

Bueno a Alejandro lo llamaron para darles la extremaución, pero lo usaron como testigo. Cuando empecé me di cuenta de que no podía tratar esta historia solo de una manera espontánea, como diciendo mira lo que me he encontrado, sino que tenía que ir más allá, sobre todo porque percibía una responsabilidad que no había sentido antes. Era una sensación fuerte, porque había gente viva, sus hermanos, sus excompañeros, a los que les concernía esta historia, y tuve que parar y pensarlo mejor. Nunca antes le había dado tantas vueltas a la hora de escoger el punto de vista con el que iba a enfocar la narración y me hice muchas preguntas sobre lo que iba a contar: qué sentido tenía escribir desde la ficción? Y desde la no ficción? Que consecuencias acarreaba cada cosa? Era una novela? 


En la narración has incluido el proceso creativo: las dudas, los pasos que has seguido, las dificultades para acceder a cierta documentación… Por qué?

Hay un momento en la novela, donde cuento una conversación que tuve con mi expareja. Él me decía «salte de la historia, cuenta solo lo de ellos porque eso es lo importante. Ya explicarás tu parte después, durante la promoción». Y le respondí que no, porque los libros, al final, se cierran, aunque he de decir que para mí este libro sigue abierto, porque continúa enviándome preguntas y respuestas y tocando cosas que no tienen que ver conmigo. Me parecía pertinente contar todo lo sucedido y también explicar que había algo de militancia en la escritura de una mujer, que ya ha nacido en democracia y mira hacia atrás, hacia una historia de hombres. Igualmente quería incluir las dificultades de ser madre, de criar y escribir cuando te enfrentas a una escritura política. Hay otros libros que se escriben desde lugares más serenos o que tocan más tu vida, pero aquí era como una inmersión en otra cosa y yo me encontraba con muchas dificultades de tiempo. Necesitaba mucho tiempo y mucha cabeza para hacerlo. Así que tuve que recurrir a mi honestidad y confiar en mi propio lenguaje para contar las cosas.

El escritor Jaume Cabré ha explicado muchas veces que él no sabe si una novela suya está acabada o no. Por lo que veo a ti te ha ocurrido algo muy similar en esta ocasión, no?

Normalmente, los libros nacen y mueren en tu cabeza, como me ocurrió con mis dos novelas anteriores que acabaron ahí. Pero en esta ocasión, aunque intuía que se podía sumar a una conversación pública entorno a este asunto, la verdad es que no me imaginaba la envergadura que iba alcanzar, ya que están saliendo reportajes y hay mucho ruido afuera. Por otra parte, sigo preguntándome y respondiéndome cosas que ya están escritas, pero que ahora es cuando estoy encontrando las respuestas. Les ha llegado a las hermanas de los condenados y me han devuelto su opinión sobre lo que les ha parecido, lo cual contribuye a que el libro no se haya acabado para mí. Lo terminé en junio, pero continúo muy metida en él. Sigue vivo. Y eso es bonito.

Acabas de citar a los familiares de los fusilados, a la hora de escribir ‘Mañana matarán a Daniel’ has tenido que llamar a la puerta de su memoria y despertarla, cómo te sentías al hacerlo y qué suponía para ellos ese despertar?

Hablé con las hermanas de José Luis Sánchez Bravo y de Xosé Humberto Baena, Ramón García Sanz no tenía familia, y comprobé que no era una historia que no tuvieran removida. Ambas se emocionaron durante las conversaciones, hablaron y lloraron. Pero no era una historia que ellas hubieran dejado atrás. Las dos se han empeñado en demostrar que sus hermanos no fueron asesinos, sino personas asesinadas por la Dictadura, y no tuvieron que buscar mucho porque el relato estaba ahí. En el caso de Victoria (hermana de Sánchez Bravo), era un relato mucho más emocional y desordenado que el de Flora, que también lo contaba desde la emoción pero de manera diferente. Ellos murieron con 21 y 24 años, respectivamente, y los recuerdos que guardaban eran los de su infancia y me contaron anécdotas, que los hicieron muy humanos. Fueron muy generosas conmigo. Al escribir este libro, todo el tiempo he tenido la sensación de que la información que recibía pisaba arenas movedizas. Por un lado, estaba la historia documental, escrita por una Dictadura, y por otro, la de ellas, que tienen un relato propio para explicarse que aquello sucediera y poder tirar adelante. Era como que ninguna fuente terminaba de resultar fiable del todo.

Hablemos de sensaciones. Con qué cuerpo se marcharía a su casa el sacerdote Alejandro Peña Medrano, una vez concluida aquella ejecución?

El cura, todo es imaginárselo, dijo en unas declaraciones que quedó traumatizado para el resto de sus días, que la sangre le salpicó la sotana cuando le dieron el tiro de gracia a uno de ellos, que todavía respiraba. Por lo que he podido saber, no quiso hablar nunca sobre todo esto y solo me queda el recuerdo que yo guardaba de aquel hombre. Y es interesante, porque narro  la anécdota del cilicio y el flagelo que nos trajo a clase. Tal vez fuera un cura del Opus. Me resulta interesante recordar a aquella persona que yo conocía, pero con la que no tenía ningún trato, ni sentía ningún tipo de afinidad. Después de los fusilamientos, no quiso ver a los familiares. Aquella misma mañana cogió su coche y se marchó.

Los personajes de la novela son reales, llevaron una vida clandestina y lucharon contra la Dictadura. Me pregunto qué pensarían al ver cómo, mientras tanto, los demás acudían a su trabajo, a sus clases, tomaban copas, se divertían…

Esa pregunta me la hago a mí misma: qué haría yo si viviéramos en una dictadura? Tomaría las
armas? Sería una estudiante rebelde con la rebeldía propia de la juventud? Iría al cine, a las discotecas…? Quiénes seríamos cada uno de nosotros bajo una dictadura? Los agentes se identifican con el régimen dictatorial? Es legítimo disparar contra alguien por el mero hecho de que vista un uniforme? Han pasado ya cincuenta años de todo aquello y sería muy interesante abordar esas cuestiones. Lo que sí creo es que aquí existe un menosprecio hacia lo que en otros países se llama resistencia. Los tomamos por una banda de chavales, que no tenían otra cosa que hacer y se pusieron a pegar tiros, a manifestarse o a vivir la clandestinidad como una aventura. Es verdad que el FRAP improvisaba, porque no tenía estructura para ciertas cosas, pero hay que reconocer que la tensión que se vivía en las calles y la violencia contenida sí ayudaron a que las cosas cambiasen y a que el franquismo no continuara tras la muerte de Franco.

En esta historia hay otras víctimas: el guardia civil Antonio Pose y el policía nacional Lucio Rodríguez, ambos asesinados. Los mataron simplemente porque pasaban por allí, porque estaban en el lugar y momento equivocados?

Sí, totalmente. En el caso de Lucio Rodríguez robaron el coche, pasearon por Madrid y decidieron disparar sobre el primer agente que vieran. Y lo hicieron sobre este hombre de 21 años, que se encontraba en la puerta de las oficinas de Iberia, en uno de sus primeros servicios. Con Antonio Pose existía cierta cercanía entre uno de los comandos y la casa donde vivía este guardia civil. Lo tenían ubicado y sabían que cada día, a las dos y media de la tarde, llegaba a comer y dijeron «a por él». Detrás de todo esto surge la cuestión a la que aludía en la pregunta anterior acerca de si era lícito matarlos porque llevaban uniforme. Desconozco la hoja de servicios de Antonio Pose, que estaba más estudiado, pero tiene toda la apariencia de ser una improvisación.

Muchos integrantes del FRAP pasaron por las manos del famoso, y temible, comisario Juan Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño. Los tres fusilados, también. Tú has intentado visitar los calabozos subterráneos de la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol, sus dominios, pero nunca lo has conseguido. Por qué?

No, no lo he conseguido, pero no queda nada. Cuando llevaba la información en un periódico regional de Madrid accedí al edificio, porque los jueves había una rueda de prensa y acudía allí para recibir el comunicado correspondiente del Consejo. Y lo que recuerdo de aquel sótano es nada. Todo era completamente nuevo. No hay rastro, ni una huella. Si queda algo más, ya no lo sé. Cuando le visité, el periodista Miguel Ángel Aguilar me dijo que había que estar en el lugar de los acontecimientos. Y yo he estado. Fui hasta el talud donde los mataron, pero en un tiempo que no era. Aún así me hubiera gustado entrar a la Dirección General de Seguridad, pero eso es un muro y, por otro lado, actualmente hay una contienda política por declararlo lugar para la Memoria Histórica, que está en el Supremo.

La noche de la ejecución hubo mucha gente pegada a los transistores, pendiente de un indulto que nunca llegó. Por qué no llegó? Por qué Franco no dio su brazo a torcer a pesar de las peticiones de clemencia que recibió, incluidas las tres llamadas de Pablo VI?

Creo que hizo oídos sordos porqué el régimen era frágil y necesitaba del terror para sobrevivir, para demostrar que no había tensión dentro de la propia Dictadura, una tensión generada entre los partidarios de la apertura y los que querían endurecerla todavía más. Franco estaba ya muy enfermo y creo que hicieron esta última demostración de fortaleza, diciendo que con España no se mete nadie y nosotros hacemos lo que consideramos necesario para luchar contra el contubernio judeomasónico y comunista. Tres días después de los fusilamientos, hubo un baño de masas en la plaza de Oriente que resulta escalofriante verlo.

Según cuentas, no parece que en tu casa lleven muy bien eso de que te dediques a la escritura y te preguntan por qué siempre andas con lo mismo: La Guerra Civil, la Posguerra, la Dictadura, la represión franquista… Por qué te resultan tan obsesivos estos temas?

Bueno, no les incomoda pero les extraña, porque en mi casa no hay casos de represión y mis padres iban a trabajar y también al cine durante aquellos tiempos. Sí, sé que es el pasado y que es anterior a mí, pero cómo me explico el presente si no busco ahí? A mí me parece que la herida anterior de este país fue la Guerra Civil, que dio paso a cuatro décadas de Dictadura. Ese es el tiempo en que nacen mis padres y me parece que la conexión es inmediata y yo no sé quién soy si no me incorporo, como un eslabón más, a un relato anterior. No solo es que yo considere injusto que se esté violando el derecho a la memoria de los españoles, sino que lo hago por mí, para saber cuál es mi lugar en todo esto, por qué pensamos así, por qué estudiamos ciertas cosas y por qué en la batalla política se sigue removiendo todo este asunto y se sigue utilizando como arma de unos contra otros.

Pero, como «prometes» en el libro, la próxima será una novela distinta, pura ficción, nada que ver con esta temática?

Pues, no lo sé [risas], porque luego vas por ahí, levantas una piedra y te sale una historia. No sé que esperan de mí los lectores, pero me tengo que detener un poco y pensar. Cada uno tiene que escribir lo que le sale.

Has escrito la novela en primera persona, alternada con una falsa tercera persona, que también suena a primera. Te lo pedía la historia?

Sí, es una tercera persona un poco falsa, y a la hora de escribir la novela me lo planteé todo, incluso crear un personaje al que le sucedieran las cosas que me pasaron a mí y levantar una ficcion completa. Pero fue una decisión de esas casi intuitivas y me puse a escribir. Le di muchas vueltas al punto de vista, a la estructura de la novela y al número de capítulos, pero el narrador surgió de una manera mucho más intuitiva.

Te atreves a etiquetar tu libro: novela, autoficción, crónica, todo a la vez …?

Es una novela que contiene un híbrido dentro. Conozco sus costuras, cómo monté todo este artificio y creé esa tensión narrativa de principio a fin y, aunque haya dentro una trama de no ficción  y otra de ficción, para mí es una novela, porque contiene todos los mecanismos propios de la escritura de las novelas.

Tal vez solo sea una impresión mía, pero, a partir de que la protagonista rompe su relación de pareja, parece que la narración cambia de ritmo, se acelera, como si hubieras dejado atrás un cierto lastre.

Sí? No, no tiene que ver con la separación. A lo mejor tiene que ver con el tiempo del que disponía para escribir. Te soy honesta: la editorial quería que el libro estuviera en la calle el 27 de septiembre de 2025 y yo también lo quería así, porque pensaba en qué iba a aportar yo si salía después de esa fecha. En consecuencia, este último año ha sido de una escritura intensa. Yo poseo dos armas: una, mi forma de escribir y dos, la honestidad ante las dudas que se me planteen. Cuando uno es honesto, ahí no se falla y, tal vez por eso, se desatase la narración.

Hacia el final te asaltan las dudas y piensas que, al escribir sobre estas personas, las has vuelto a matar. Sin embargo, yo creo que, de alguna manera, con tu escritura, les has vuelto a dar vida.

Muchas veces se dice, cuando escribes sobre torturas o fusilamientos, que es como revictimizar a las víctimas. A mí me parecía que hacer una elipsis, dejarlo callado, era victimizarlos otra vez y contribuir al pacto de silencio que existe sobre esta historia. Y me dije que no, que lo iba a contar claro, y desde la ficción, porque creo que ahí es donde la literatura consigue tocar el corazón de la persona que lee.

Estamos terminando y no hemos hablado del proceso, del consejo de guerra sumarísimo que los condenó a muerte.

Fue una farsa tremenda. Probablemente estaba decidido de antemano quiénes iban a tener una pena menor y quiénes serían condenados e indultados… Echaron fuera de la sala a los abogados y a los familiares, a ellos no les permitieron hablar sobre su detención y las torturas que habían sufrido… A eso no se le puede llamar juicio, fue una escenografía. Fue como si estuvieran en una guerra, en un consejo de guerra sumarísimo en el año 1975. Hay que reconocer el trabajo de los abogados, que se arriesgaron a defenderlos, cuando el Partido Comunista decía no los defendáis porque tienen delitos de sangre y ya el Partido iba por otro rumbo. El juez se arrepintió muchos años después de haber participado en todo aquello. Por ahí circula un reportaje, donde su hijo, un senador del Partido Popular, lo contó. Es que fue una pena de muerte! Una violación al derecho a la vida!

La última por hoy: qué poso te ha quedado tras escribir ‘Mañana matarán a Daniel’?

Es complicado, porque cuando la acabé lo pasé mal. Ya con la novela escrita pensaba cómo se va a leer esto? Tuve muchas dudas sobre todas las decisiones que había tomado mientras escribía. Con que no contribuya al ruido y, a la vez, al silencio general de la historia, me conformo.

Herme Cerezo/Diario Siglo XXI