que leí, ‘El cangrejo de las pinzas de oro’. Un tiempo después fue otro amigo, Guillermo Camps, quien me hizo leer ‘Astérix legionario’, presentándome al pequeño héroe del bigote amarillo, siempre acompañado por su inseparable Obélix, junto con los demás locos de la aldea gala (nunca tuve claro del todo si los locos eran los romanos o los propios galos). Eran las dos series de moda en mi infancia y juventud, acompañados, claro está, por Mortadelo y Filemón. Esto de Astérix, más o menos, vino a coincidir con el tiempo en que estudiábamos el bachillerato, últimos años sesenta y primeros de los setenta. Por un lado, estaban los alumnos de ciencias, los de la física, la química y las matemáticas, y, por otro, los de letras, los del latín y el griego, que éramos nosotros, los «letreros», una especie ahora en riesgo de extinción. En un colegio religioso como el nuestro estaba mejor visto ser «letrero» que aprendiz de científico, químico o matemático. Si, además, te gustaba el básquet, miel sobre hojuelas. O eso me parecía a mí.
Sin olvidarnos del griego, estudiar latín nos introducía en el universo romano, en sus instituciones, en sus dioses y, sobre todo, en sus hazañas bélicas, esas conquistas que forjaron una expansión territorial que, en algún momento, parecían no tener fin. Yo establecía paralelismos, no podía evitarlo, y me hacía mucha gracia contemplar cómo Goscinny y Uderzo concebían en sus viñetas a los soldados romanos, siempre de verde y con protecciones metálicas grises, a quienes veíamos ejecutar sus maniobras de combate, la «temible tortuga», con precisión aritmética. Leía los «latinazos», convenientemente adaptados, en los bocadillos de las viñetas y observaba su superioridad, hiriente y romana, ante los habitantes de los territorios ocupados. Este último aspecto, sin embargo, quedaba en entredicho siempre que Astérix y Obélix andaban por medio. Pero lo más divertido llegaba al contrastar el retrato de Julio, ¡Ave, César!, con su corona de laurel o sin ella, trazado por Uderzo, con las traducciones que realizábamos en clase de ‘De bello gallico’, el relato de la conquista de la Galia, escrito por el propio Julio, ¡Ave, César!, donde el político y militar romano comentaba, en tercera persona, las batallas protagonizadas por las romanas legiones, guiadas por su mano férrea. Y victoriosa… Bueno, victoriosa, ¡ay, ay, ay! César tenía un permanente quebradero de cabeza. Solo uno: las continuas vejaciones a las que le sometían los locos irreductibles de la aldea de Astérix. La seguridad y certeza que transmitían los textos cesarianos saltaban por los aires ante Astérix y los suyos. El contraste entre el militar severo, que narraba sus propias gestas, y las continuas burlas de los galos de Armórica, era absoluto. Desternillante. «Poco glorioso», dejémoslo ahí.
Tampoco tenían mucho que
ver los romanos del cómic con los que habíamos visto en el cine, en Quo
vadis o Ben-Hur, tipos recios y duros, o con los que nuestra
imaginación había creado a través de las explicaciones del profesor de Historia,
José Luis Morote. No obstante, yo había leído la ‘Historia de Roma’ de Indro
Montanelli, donde este periodista italiano, además de contar la verdad, se aproximaba
bastante a la caricatura de Goscinny y Uderzo y trazaba un perfil de los
romanos más irónico y divertido que el que pintaban los estrictos anales de la
Historia. Casualmente el libro de Montanelli se publicó en el mismo año que Astérix
vio la luz primera, aunque en países distintos.
Después de sesenta y seis
años que dura la serie, no hace falta explicar que «en el año 50 antes de
Jesucristo, toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea
poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre al invasor. Y la vida
no es fácil para las guarniciones de legionarios romanos en los reducidos
campamentos de Babaorum, Aquarium, Laudanum y Petibonum…» En verdad quizá
no esté de más leerlo de nuevo, pues sirve para recordar que tras aquella
empalizada, además de Astérix y Obélix, vivían Panorámix, el druida; Abraracúrcix, el jefe; Asurancetúrix, el poeta
bardo permanentemente amordazado y atado a un árbol; Ordenalfabétix, el
vendedor de pescado; Eseautomátix, el herrero; Edadepiedrix, Karabella, Falbalá,
etcétera… Y el minúsculo perro Ideafix. Y desde ahí resisten y acometen (¡de
mala manera y de estampida!) contra el romano invasor.
A lo largo de toda la
serie, los romanos han intentado apoderarse de esa aldea, han tratado de someter y difuminar a sus
habitantes, pero esos galos resisten. Incólumes. Tras el álbum de presentación,
‘Astérix el galo’, el más flojo de todos a mi juicio, las entregas se han ido
sucediendo desde 1959, fecha en la que aparecieron en la revista francesa
Pilote. Desde el punto de vista temático, a grandes rasgos podríamos establecer
una clasificación en dos tipos de álbumes. Por un lado, los que implican
viajes, como ‘Astérix en Bretaña’, ‘Astérix en los Juegos Olímpicos’, ‘Astérix
en Hispania’, ‘Astérix en Helvecia’, ‘Astérix en la India’ y algunos más; y,
por otro, los que los romanos recurren a la astucia y tratan de sembrar la
semilla de la discordia en la aldea, introduciendo entre los galos algún ser
díscolo, encizañador, encargado de esparcir la ponzoña: ‘El Adivino’, ‘La
cizaña’ o ‘El lirio blanco’ y algún otro álbum más entrarían a formar parte de este segundo
grupo.
Y ahora, en este 2025 que
empieza a languidecer, nos llega ‘Astérix en Lusitania’, el álbum número 41, editado
por SALVAT, que formaría parte del bloque de los viajes. Si Astérix y Obélix ya
habían visitado Italia, Helvecia, Inglaterra, Mesopotamia, Hispania, Grecia, América
y la India entre otros países, ahora son requeridos para desplazarse a
Lusitania y rescatar a Aversivés, un tipo injustamente acusado del intento de
envenenamiento de Julio, ¡Ave, César!, a través del garum, «una salsa
realizada a base de pescado muy apreciada por los romanos», Panorámix dixit, y
por la que el dictador romano se pirra. Y bueno es Julio para tolerar semejante
atentado. En ‘Astérix en Lusitania’, los seguidores de la serie vamos a
encontrar de nuevo lo que seguimos esperando un álbum tras otro: tortazos y
mamporros, romanos humillados, piratas hundidos, confraternidad con otros
pueblos, pinceladas de Lusitania (el «bacalhau», la saudade, el fado), guiños
de humor, que a pesar de los años transcurridos continúan haciéndome reír, y a
nuestros queridísimos Astérix y Obélix. Inasequibles al desaliento. Tras
‘Astérix y los Pictos’, Uderzo abandonó la serie, Goscinny lo había hecho antes
por fallecimiento, y su relevo lo tomó primero Jean-Yves Ferri, y después Fabcaro,
el alias de Fabrice Caro, guionista de las dos últimas entregas, y Didier
Conrad, dibujante, que ya venía trabajando en el proyecto desde el citado
‘Astérix y los pictos’, y cuyo trazo resulta difícil de diferenciar del de
Alberto Uderzo, fallecido en 2020. La
lectura de ‘Astérix en Lusitania’ nos ilusiona y nos quita años a los
seguidores de toda la vida del pequeño galo, que ya estamos esperando la
llegada del que será el álbum número 42 y sigue
la senda trazada por sus creadores originales. No hay ninguna duda de
que la serie se conserva muchísimo más fresca que el pescado que vende
Ordenalfabétix. Mucho más.
Herme Cerezo/Diario SIGLOXXI, 08/11/2025
‘Astérix en Lusitania’ R.
Goscinny – A. Uderzo. Texto de Fabcaro: Dibujos: Conrad. Ed. Salvat. 46 págs,
10,90 euros. Octubre, 2025
