«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

lunes, 24 de noviembre de 2025

Martí Domínguez: «Me interesa una literatura de combate, que lo que cuentes interpele al lector»

Nº 708. 
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En el año 1941 un reputadísimo profesor y rector de la universidad de València fue 

sentenciado a muerte por un consejo de guerra sumarísimo. Los denunciantes fueron sus propios compañeros y colegas de la universidad. Con estas premisas como punto de partida, el escritor Martí Domínguez acaba de publicar ‘Ingrata pàtria’, editado por Proa, novela escrita en valenciano en la que relata las tres últimas horas en la vida del doctor Peset y las circunstancias que le condujeron a morir, junto a otros tres condenados a muerte, frente a un pelotón de fusilamiento. Con un discurso coral, Domínguez aborda las angustias de los reos, sus últimos pensamientos, el ambiente y modos de vida de una prisión franquista en plena posguerra, gobernada por Ramón de Toledo Barrientos, un director que se consideraba a sí mismo un avanzado innovador de la pedagogía carcelaria. Las voces de un médico castrense, del funcionario Manzanedo, de dos capellanes, don Juan y don José, y de los cuatro condenados a muerte, Ferrús, Leo, Casaca y el propio Peset, emergen desde el coro penitenciario para perfilar el dibujo de un terrible cuadro de época. En blanco y negro. Obviamente. A eso del mediodía de un jueves de noviembre, día 13 por más señas, Martí Domínguez, doctor en Biología y profesor de Periodismo en la Universitat de València, me recibió en su despacho de la revista científica ‘Mètode’, donde repasamos algunos pormenores de su novela, abrigados por la calma y el silencio del Jardín Botánico de la calle Quart de la capital del Túria. La grabadora, tácitamente, tal y como acostumbra, nos autorizó a comenzar nuestra conversación con su piloto rojo encendido.  

Martí, llevabas en mente ‘Ingrata pàtria’ desde hace veinte años, cómo te encontraste tú con el personaje del doctor Juan Bautista Peset?Es una cuestión tan sencilla como que me llegó el juicio sumarísimo en forma de facsímil. Lo leí y me afectó mucho que hubiera sido denunciado doblemente por sus propios compañeros. Se me quedó grabado como un hecho siniestro, acaecido en un mundo universitario muy envidioso y competitivo. Lo sucedido va en contra de lo que hoy constituye el alma mater de la universidad, un lugar de generación de conocimiento y de colaboración entre colegas. Y ese embrión siempre se mantuvo latente, pero no tenía claro como darle forma literaria, porque es una historia que todos sabemos cómo acaba.

Ese «saber como acaba» ha condicionado tanto la escritura de la novela? Sí, me condicionaba mucho en el sentido de que yo quería hacer literatura, no una biografía de Peset. Buscaba un texto literario con una buena potencialidad narrativa. Y la cuestión, claro, era cómo hacerlo. Realicé pruebas con varias  voces hasta que di con la de Peset, que era la que me resultaba más difícil de encontrar. Es evidente que podía haberla escrito utilizando una sola voz, pero resultaba demasiado monocorde y podía cansar. Dejé la obra en stand by un tiempo. Tras visitar el Archivo de Madrid descubrí la figura del médico militar, un personaje inesperado, de enorme magnitud, cuya identidad real me costó bastante averiguar. Introduje a los demás personajes y opté por la estructura coral, que me permitía aportar diferentes puntos de vista sobre un mismo asunto.

Este personaje del médico militar es muy interesante. Por un lado, tenía que cumplir con su obligación sanitaria y castrense y, por otro, no quería que su nombre constase en el certificado de la muerte de Peset. Pienso que tenía miedo a la posteridad. Conscientemente, creo, había adulterado el certificado de defunción alterando su segundo apellido que es bastante peculiar. He comprobado que hizo eso mismo en varios documentos más y, precisamente por ello, me costó mucho localizarlo hasta que en el Archivo Histórico de Salamanca tropecé con una firma suya, que coincidía con la que aparece en la instrucción sumarísima. Él procedía de una buena familia, exportadora, gente rica, pero tenía el carnet de la CNT. Era un represaliado que «cumplía galeras» para redimir sus culpas. Pero lo que no podía imaginar es que, la primera vez que le tocaría desempeñar un papel tan desagradable como era el de certificar las muertes de los fusilados, se encontraría precisamente con quien había sido su maestro en la facultad.  

El perfil del médico y el del personaje del enterrador son muy parecidos: ambos rojos, represaliados... Si querían seguir vivos y trabajar tenían que cumplir las órdenes de los vencedores. Exactamente, muy parecidos. Había mucha gente que, para salvar un poco el expediente y el buen nombre de su familia, hacía ciertas cosas, que actualmente nos suenan plausibles. Por ejemplo, marcharse a la División Azul. A mí me llama mucho la atención que aún hoy no se sepa por qué el cuerpo de Peset no está en la fosa común junto con los demás fusilados. Como estudioso de su figura, mi propuesta es que fue el propio médico quien, una vez muerto, extrajo su cadáver y a continuación avisó a la familia para que se lo llevasen. Yo hago ficción y esta es mi versión, que me parece muy verosímil y, por lo menos, «Se non è vero, è ben trovato".



Como tantos otros, a Peset lo condenaron a muerte por «auxilio a la rebelión», cuando en realidad los rebeldes eran los golpistas, algo que suena totalmente surrealista, no? Claro que es surrealista, totalmente, porque los que se habían rebelado acusaban a los que se mantuvieron fieles «de auxilio a la rebelión». Eso es algo propio del fascismo: tergiversar las cosas. Peset era un hombre de familia conservadora, liberal, casado con Ana Llorca, una mujer muy rica, presidenta de Acción Católica. Hablamos, por tanto, de una persona que disponía de una fortuna  importante y no solo patrimonialmente, porque además era dueño de un laboratorio que funcionaba muy bien. Poseía un Chrysler, no había otro en València entonces, con el que se paseaba el presidente Azaña cuando visitaba la ciudad. Su peso en la sociedad valenciana fue importante. Su padre, Vicent Peset, era un catedrático de medicina muy famoso, condecorado por sus vacunaciones a la población. Peset fue decano y rector de la universidad, en cuyas orlas aparece a lo largo de veinticinco años. Por eso, al referirme a su muerte, yo hablo de magnicidio mas que de asesinato, porque mataron a una persona importantísima.

A Peset le juzgaron dos veces por lo mismo, algo inhabitual en el mundo judicial. La justicia entonces era un paripé. También fue condenado sin el plácet del auditor de guerra, cuando lo normal es que su condena estuviera ratificada por el auditor. En la primera sentencia sí que consta la ratificación, pero en la segunda no. Mi tesis es que lo fusilaron de manera precipitada porque no querían que se salvase. En la narración he pretendido huir de posiciones maniqueas, pero en este asunto fue muy importante la figura de Óscar Boán Callejas, coronel del ejército y presidente del tribunal militar, un sanguinario de primera magnitud, al que no le temblaba la mano para firmar penas capitales. Estaba convencido de que llevaba a cabo una labor imprescindible para la nueva España que pretendían construir. Sin embargo, a pesar de todo eso, Peset se libró de ser condenado gracias a los testigos que consiguió Ana Llorca, entre los que figuraban el propio Laín Entralgo y el arzobispo de València, Prudencio Melo.

Pero todas esas gestiones para que lo declararan inocente fracasaron. Y fue procesado de nuevo. Tras ese primer juicio, el jefe provincial de Falange en València habló con Boán y le llamó la atención, cantándole las cuarenta. Buscaron una nueva prueba acusatoria, basada en el texto de una conferencia publicada por la Universidad, muy bien escrita, con un nivel cultural enorme, en la que Peset citaba a Hölderlin. Es evidente que cuando Boán leyó aquello no entendería de qué iba el asunto, porque la distancia intelectual entre ellos debía de ser inconmensurable. Sin embargo, como en el texto Peset exhortaba a los estudiantes a defender la República con la lucha armada, ese detalle le condenó definitivamente.

«He servido en el gobierno de la República con todas mis fuerzas», decía Peset, como un servidor público entregado a su labor, hay algo de espíritu funcionarial en esta postura suya? No, no, en eso no estoy de acuerdo. Peset era una persona íntegra y en la prisión sí que ayudó como médico, pero en ningún momento aceptó abandonar sus ideas, que es lo que más le irritaba al director de la prisión. Ángel Gaos, que estaba en La Modelo y también había sido condenado a muerte, salvó el cuello porque un lector apasionado suyo, el padre Mindán, lo reconoció y libró de morir in extremis. A partir de entonces, Gaos se dedicó a organizar los llamados «Espectáculos Toledo» [Toledo es el apellido de Ramón Toledo, el director de la prisión] y a hacer teatro con los reclusos. Y a quién programó? Pues, a Pemán, a quién si no, o a Cisneros, a quien se consideraba el alter ego de Franco. Gaos se humilló y, destruido personalmente, ya no volvió a ser persona. A fin de cuentas eso es lo que pretendían. No olvidemos que el periódico carcelario se llamaba ‘Redención’. Ángel Gaos se pasó al cristianismo e hizo proselitismo entre sus compañeros… Es normal. Ante el miedo a la muerte, cada uno reacciona de una manera diferente. Pero Peset no era así. Era orgulloso, poseía una enorme integridad personal y no era capaz de ir más allá de sus creencias.

Por qué era tan importante para las autoridades de la prisión que los reos firmasen su sentencia de muerte? Al firmar la sentencia aceptaban su condena, se declaraban culpables de lo que se les acusaba en el juicio sumarísimo. De los cuatro condenados a muerte, el único que la firmó fue Jacint Ferrús. Yo he imaginado que él era el más duro de todos, el más intransigente. Perteneció a la guardia roja en la comarca de El Comtat donde hubo muchos paseos y muertos. Ferrús se enfrentó a los dos capitostes de su zona y se marchó al frente. La suya es una biografía brutal. Por cierto, he recuperado su apellido que estaba mal escrito. En todos los sitios ponía Ferrer, pero en realidad es Ferrús. Peset no firmó su sentencia y creo que ellos tenían mucho interés en que lo hiciera porque, como he dicho antes, faltaba el informe del auditor. Eran conscientes de la importancia de la persona a quien iban a matar, no en vano Peset fue el político más votado en València durante las elecciones, por encima de Luis Lucia, al que sacó más de veinte mil votos de diferencia, y creían que su muerte tendría consecuencias más adelante. Nunca llegaron a imaginar que tras la guerra sobrevendrían cuarenta años de franquismo.

El hecho de que el director general de prisiones durante la posguerra se denominara Máximo Cuervo, es una casualidad curiosa y tétrica. [Sonrisa]. Sí, para definir eso tenemos el término aptónimo, que es perfecto. Máximo Cuervo se hizo conocido por un lema suyo, referido al sistema penitenciario, que decía «La disciplina de un cuartel, la seriedad de un banco, la caridad de un convento». Y Ramón de Toledo, el director de La Modelo, que era seguidor suyo, escribió un libro impresionante sobre la vida y actividades en prisión en el año 1942. El libro es fascismo puro y entre sus páginas encontramos las actividades que desarrollaban: ajedrez humano, teatro con personajes vestidos históricamente, tablas de gimnasia… De Toledo era funcionario de carrera, igual que su ayudante Manzanedo, que también aparece en la novela.  

El título, ‘Ingrata pàtria’, creo que procede de una frase muy conocida de Sant Vicent Ferrer: «Ingrata Patria, no tendrás mi cuerpo», referida a la .. de València. Es una frase muy bonita que dice «Pero si así las leyes atropellas,/ si para ti los méritos han sido culpas/; adiós ingrata patria mía». Y  procede de Leandro Fernández de Moratín, aunque no es solo suya. Cuando murió Escipión el Africano, hizo escribir en su lápida «Ingrata patria», porque no le habían dejado volver a Roma y también la pronunció Sant Vicent Ferrer. Como ves ha aparecido varias veces a lo largo del tiempo. Moratín escribió esos versos mientras se marchaba a su exilio de Burdeos, donde viviría junto a Goya y donde falleció. Es un pasaje que me interesa mucho y tal vez lo utilice para algo más adelante. Le estoy dando muchas vueltas. Es un texto que me recuerda a Peset.

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Y cuál es el lazo que une estos versos de Moratín con Peset? Cuando el doctor Ferran quiso probar una vacuna, el brazo lo puso Peset, jugándose su salud. Al llegar a la universidad, Peset la transformó en dos años. Creó el Jardín Botánico donde nos encontramos ahora, la residencia de estudiantes y un laboratorio. Por otro lado, eliminó la imagen del profesor ex cáthedra, lo bajó de la tarima. Fue un renovador nato y consideraba que, desde la política, todavía podía hacer más cosas. Había visto mucha miseria durante las vacunaciones y ello le animó a introducirse en la vida política, lo que constituyó un gran error en el sentido de que le costó la muerte. «Pero si para ti los méritos han sido culpas…» A él que no se había rebelado contra nada se le acusó de «auxilio a la rebelión», es el mismo caso que el de Moratín.

Don Juan es uno de los dos curas que intervienen en ‘Ingrata pàtria’. Procede del frente. Ha visto mucha muerte, quiere venganza y señala que el Movimiento Nacional tiene un lema claro: «Mitad monje, mitad soldado», como los caballeros templarios, que llevaban en una mano la cruz y en la otra la espada. Esto procede de Pemán, el poeta-soldado. Es la visión de «Santiago y cierra España», la visión nacionalcatólica que impregna el fascismo. Por supuesto que la parte literaria de lo que escribo me importa mucho, pero mi postura ante la literatura es muy volteriana: me interesa una literatura de combate, que lo que cuentes interpele al lector. 

De ahí que ‘Ingrata pàtria’ forme parte de una trilogía, cuyas dos primeras entregas fueron ‘La sega’ (La siega) i ‘L’esperit del temps’ (El espíritu del tiempo? Aunque llevaba esta idea muchos años en mi cabeza, tras publicar mi novela ‘El fracassat’ (‘El fracasado’) sobre Cezanne, tuve un parón literario y analicé por donde seguir. Y surgió ‘La sega’, una novela inesperada, que procedía del hallazgo de un máuser. Jamás pensé que escribiría sobre los maquis, pero tras observar cómo mataban a los masoveros impunemente para acabar con ellos, lo hice. Y este descenso a los infiernos prendió también en mi siguiente novela, ‘L’esperit del temps’, que hablaba de la colaboración del mundo universitario en la eugenesia. Mientras estudiaba la carrera, admiré a grandes maestros que ahora sabemos que eran nazis y tomaban parte en todo aquello, algo que me dejó muy perplejo. Me preguntaba cómo era posible que fuera así. Yo siempre pensé que los franquistas eran unos tarambanas pero, ¡alerta!, los nazis no. Y ahí estaban desde Martin Heidegger hasta Konrad Lorenz, que fue premio Nobel y participó en políticas eugenésicas. Cuando publiqué ‘L’esperit del temps’ tuve claro que escribiría una trilogía sobre todo esto. Así que me puse en serio, le dediqué tiempo de verdad y visité los archivos para documentarme en profundidad.  

Es evidente que la guerra civil y la posguerra te interesan mucho. Es bueno recuperar el pasado, ahora que avanzamos, tal vez sea mejor decir, retrocedemos, hacia tiempos que se anuncian inciertos, oscuros… Bueno, me interesa la cultura como elemento humanizador… Vivimos malos tiempos. Mientras escribía ‘L’esperit del temps’ ya se veía el crecimiento de la ultraderecha en Europa, pero nadie se lo tomaba en serio. Ahora nos encontramos ante la posibilidad de que se produzca un «sorpasso» de Vox al PP y podamos tener un presidente de extrema derecha, algo no totalmente impensable. De hecho, las políticas que el propio PP está aceptando llevar a cabo son políticas de ultraderecha, muy decepcionantes sobre el camino que debería seguir la humanidad. Creo que la literatura ha de tener ideología. Si solo es entretenimiento y no va más allá, vamos mal.  

En ‘Ingrata pàtria’ hablas de los llamados «torpedos». Puedes explicar brevemente qué eran esos «torpedos»? Como profesor de periodismo siempre me interesó estudiar las metáforas periodísticas y visuales. En ese sentido, los «torpedos» eran una metáfora y se referían a los papelitos que se escondían en las cestas donde las mujeres enviaban ropa y algunos alimentos a los presos. Estaban escritos en papel de fumar o en fotografías plegadas en cuatro partes para que el carcelero, al inspeccionar las cestas, no los descubriera. Los torpedos estaban de moda entonces, porque en la Segunda Guerra Mundial se utilizaban los submarinos y, metafóricamente, el torpedo sería ese papel que derriba el muro y llega al preso o a las familias. La novela está llena de palabras propias del argot carcelario como «estar xapat» (estar chapado), que era como se denominaba a los condenados a muerte, porque las puertas de sus celdas eran de chapa y al cerrar emitían un sonido metálico, o como «La Pepa», que era el nombre que los presos le daban a la pena capital.

Peset hablaba valenciano? Sí que lo hablaba. Había nacido en Godella y participó en un congreso de médicos y biólogos en lengua catalana, celebrado en València, en el que su padre fue el presidente. Como darwinista que era, también tomó parte en otro congreso, este sobre el centenario de Darwin, igualmente celebrado en València, y al que acudió Unamuno. Lo cierto es que yo no he encontrado nada suyo escrito en valenciano, pero debo reconocer que tampoco he buscado mucho, no soy historiador. Peset procede de una saga valencianista desde tiempos de su abuelo, centrada en los inicios del valencianismo político.

Creo que al lector de ‘Ingrata pàtria’ le entran ganas de profundizar en temas o personajes de tu novela. Por ejemplo, del mismo Peset sabemos que hay un hospital y una avenida de la ciudad de València con su nombre y poco más. Ese hospital se llamaba Sanjurjo y en los años ochenta decidieron cambiarle el nombre, lo que se consiguió tras una votación ganada por un solo voto de diferencia.  En su momento, en la avenida Peset Aleixandre desembocaba una calle dedicada a Marco Merenciano, que fue el médico que denunció a Peset. Ya tiene narices el asunto. Cuando decidí que escribiría una novela coral, me planteé incluir los nombres de los personajes al principio de cada capítulo, pero pensé que no hacía falta. Y el nombre de Peset no lo cito en toda la novela, excepto en el epílogo. Lo hice así porque su caso es extrapolable a cualquier otra gran figura víctima del exilio o la represión. Es lo que Jaume Claret denomina «el atroz desmoche», en el libro que escribió sobre cómo eliminaron los franquistas a toda la intelectualidad universitaria.

Fuera de València, Peset es conocido? No, es poco conocido. Y creo que es un símbolo universal que merecería una película. A mí me recuerda a la novela ‘Sostiene Pereira’ de Tabucchi, que representa la ingenuidad del intelectual que vive un poco alejado de la realidad: te odiamos no por lo que has hecho, sino por ser como eres, por lo que representas: el poder, una España distinta… En Catalunya, Peset tampoco es muy conocido, a pesar de que está a la altura de Companys. Deberían hacérselo mirar. Piensan que solo es un médico valenciano, sin caer en la cuenta de que la parte más importante de Peset no es la científica, sino la cívica, la de educador, la de transformador de la sociedad. Como reformador, Peset fue un hombre muy importante, de primer nivel.

«Es parte de nuestra historia, somos un pueblo que ama los caudillos, que se estima más ser esclavo que libre. El odio eterno de nuestro pueblo a la inteligencia», esta es una frase de Peset que encontramos en el tramo final de la novela. Hoy, en 2025, continuamos igual?

Sí, totalmente. Es el «vivan las cadenas» de la época de Moratín, que no comprendía por qué sus contemporáneos amaban a Fernando VII. Él veía que los ideales napoleónicos, con todos los peros que quieras, otorgaban identidad a los ciudadanos, cosa que no ocurría con aquel rey. Es esa cosa tan extraña, tan frecuente en nuestra sociedad valenciana, y también en la española, de menosprecio al intelectual, «al sabut». Es un planteamiento decepcionante. Y no puede ser así. Hemos de avanzar, asegurar el progreso. Si lo trasladamos a la escena política actual, ante la tragedia de una DANA como la que hemos padecido, lo que no puede ser es que la opción política que sube en las encuestas sea precisamente la que niega la realidad científica de la DANA, la de un partido de extrema derecha.

Por qué crees que sucede esto en nuestra sociedad? Sucede porque vivimos una época de burrera, de obstinación general con las nuevas tecnologías. Diderot, un gran escritor del siglo XVIII que me interesa mucho, creía que la cultura era un elemento civilizador y que llevándola a los hogares cambiaríamos la civilización y el modus vivendi de la gente. Fue en esa línea que hizo la Enciclopedia. Y yo me pregunto qué sentiría Diderot si viera que ahora, cuando disponemos de todo el conocimiento, utilizamos las redes para esparcir mierda… En lugar de crecer intelectualmente, la gente consume no la parte buena sino la oscura, que es la que les alimenta. La especie humana tiene una parte mala, borde si prefieres llamarlo así, espontánea y natural que, a la mínima herida en el tronco, brota la rama borde. Estamos injertados en la cultura, pero el tronco es muy peligroso y feroz. Por eso cuando se pega fuego, el ser humano es muy violento y pierde toda su parte de humanidad para convertirse en un ser salvaje y brutal.

Qué te ha aportado a ti la escritura de ‘Ingrata pàtria’? Mi abuelo, Martín Domínguez Barberá, director de ‘Las provincias’, fue cesado por su defensa de València durante la riada de 1957. En una entrevista, me preguntaron si existía alguna relación entre él y Peset. Y lo cierto es que ambos coinciden en un aspecto: su integridad. Mi abuelo sabía que pronunciando su discurso sería perseguido y perdería su bienestar. Pero consideraba que debía hacerlo porque era su deber. Y lo hizo… [Pausa. Martí me mira antes de proseguir] Veo que no hemos hablado a lo largo de la entrevista de la religiosidad de Peset. No sé si no te interesaba este aspecto... Peset y mi abuelo, como cristianos, poseían ese concepto de buenos servidores públicos. Ojalá la Iglesia propagara esos valores, que son los del Papa Francisco, ojalá diera muestras de altruismo y animara a todos a ser solidarios con el resto de la sociedad… Peset hace reflexionar sobre la responsabilidad individual. En el mismo discurso que lo condenó, apelaba a ello, y afirmaba que no había que pensar en el propio beneficio, sino en el de la sociedad a la que se pertenece. Él tuvo la opción de exiliarse dos veces y no lo hizo y, cuando lo vio todo perdido e intentó huir con sus hijos, lo detuvieron. Se mantuvo fiel a sus principios cívicos hasta el final. Peset era un Ciudadano.

Es cierto que no ha salido en la conversación, pero la religiosidad de Peset sí que me interesa. Precisamente su condición religiosa despertaba recelos entre los demás presidiarios, sin olvidar que, durante su última confesión, el cura le chantajeaba con no absolverle si no firmaba su sentencia. Efectivamente, para sus compañeros su religiosidad era extraña. Resultaba que Peset, que era el más formado de todos ellos, no era ateo sino creyente, mientras que los otros tres condenados eran ateos, o eso creo yo con lo que he leído sobre sus actividades como incendiarios de iglesias y santos. Todo esto nos hace ver que Peset siempre estuvo entre la espada y la pared. En la prisión le consideraban un señorito y la masa de reclusos lo encontraba como un tipo extravagante del que desconfiaban y al que consideraban un «caragirat», un traidor.

Ningún cura asistió al fusilamiento de Peset? No, ninguno. En algunos dibujos aparece un capellán, pero el capellán de dónde había de venir? De la prisión? De Paterna? No, no iban. Se despedían en la cárcel. En todo caso lo que es seguro es que don José no asistió. Con los condenados solo viajaba el pelotón de la guardia civil. 

‘Ingrata pàtria’ ha sido traducida al castellano? Sí y ‘L’esperit del temps’ también, aunque ‘La sega’, el primer libro de esta trilogía, no lo está. Pero apenas ha aparecido en la prensa española. No ha tenido repercusión. Es como si no les interesara. Ahora lo único que parece importarles es todo lo relacionado con la DANA.  

 

Herme Cerezo/Diario SIGLOXXI/24/11/2025