«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 5 de septiembre de 2010

Andrés Pérez Domínguez, Premio Ateneo de Sevilla 2009: “En una novela han de suceder cosas que interesen al lector”

Herme Cerezo/06/09/2010

El escritor Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) conquistó la edición del prestigioso Premio Ateneo de Sevilla del año 2009 con su novela ‘El violinista de Mauthausen’, una historia de amor, de intriga, de aventura y espionaje, que arranca en la primavera de 1940 y discurre a lo largo de más de quinientas páginas por diversos escenarios: París, el Berlín de la posguerra, devastado y cautivo, y el campo de exterminio nazi de Mauthausen.

Ahora Andrés Pérez Domínguez es escritor de oficio, sólido y exitoso, con cinco novelas ya en las alforjas, pero ¿a qué se dedicaba antes de darle a la tecla?
Bueno, yo soy diplomado en Turismo y ejercí esta profesión durante un tiempo. También trabajé en un negocio familiar de muebles, simultaneando esta ocupación con la escritura. Cuando mi padre su jubiló, ya había comenzado a despuntar en la literatura colaborando en periódicos y escribiendo cuentos, así que pensé que había llegado el momento de jugármela y eso hice.

En ‘El violinista de Mauthausen’, su obra premiada, ¿qué predomina: la documentación o la invención?
En parte es fruto de la investigación, de la lectura de todos los libros sobre este tema que cayeron en mis manos, pero también hay mucho de invención. Yo escribo ficción, no soy un notario que da fe de lo que ve, y lo que he hecho es construir una novela documentada, no un documental novelado. La documentación me ha servido para sustentar la obra con solidez y diseñar una trama atractiva.

¿Cuál fue el chispazo inicial que le hizo sentarse a escribirla?
El violinista de Mathausen surge de una anécdota, de una imagen. Yo me encontraba en Viena, en una estación del metro, cuando una pareja comenzó a bailar un vals sin música. Esa imagen hermosa se convirtió en una obsesión que ha desembocado en esta novela.

El título mezcla la belleza del arte del violín con el horror de Mauthausen, ¿esto es algo intencionado o casual?
Mezclar el horror y la música ha sido algo completamente intencionado. Al principio del libro hay un proverbio alemán que dice: “Donde oigas cantar, siéntate tranquilamente. Los malvados no tienen canciones” y el violín me sirvió como una metáfora para ello. Estoy convencido de que si los años 30 ó 40 tuvieran banda sonora, ésta sería la música de un violín.

Sobre la II Guerra Mundial se ha escrito mucho, ¿qué diferencia ‘El violinista de Mauthausen’ de otros títulos sobre este mismo tema?
Mi novela tiene varios elementos diferenciadores. No sólo es un libro sobre la II Guerra Mundial, sino también la historia de un triángulo amoroso en la que, además, aparecen los republicanos españoles que estuvieron internados en aquel campo de exterminio, un aspecto que sólo se ha tratado en otra novela más que yo conozca. Muy poca gente sabe que en Mauthausen hubo muchos españoles sufriendo el holocausto.

La II Guerra Mundial es un tema recurrente en su trayectoria literaria.
La II Guerra Mundial finalizó hace sesenta años y ha condicionado el mundo de hoy. En este conflicto bélico, además, hay una serie de términos, la culpa, la lealtad, la traición, que se producen en términos superlativos y a mí me interesan mucho, porque forman parte de los sentimientos que gobiernan mis personajes y constituyen mi universo literario.

Su escritura, incluso en los momentos de tensión, es muy pausada, ¿en su proceso creativo borra y rompe frecuentemente?
Sí, antes de escribir hay tres cosas que trabajo intensamente: la caracterización de los personajes, la estructura y el ritmo. Hago varios esquemas y luego escribo diez o doce borradores antes de dar una novela por concluida.

En las páginas de ‘El violinista de Mauthausen’ suenan voces de otros escritores de su tierra como Soler Leal o Muñoz Molina, ¿existe una escuela andaluza de narradores?
No, no creo, de hecho yo hablo con acento andaluz pero es mi forma de expresarme en castellano, una forma que reivindico pero que, a la hora de escribir, no traslado a la hoja en blanco. A Soler Leal lo he leído menos, pero Muñoz Molina sí es uno de mis referentes. De mis cuatro novelas, tres empiezan con una cita suya, aunque el hecho de que Muñoz Molina sea andaluz pienso que sólo es una coincidencia. Una coincidencia y un honor para mí.

Usted ha visitado Mauthausen y habrá conocido o imaginado el horror que allí se vivió, a la hora de escribir ¿cómo ha conseguido distanciarse para poder hacerlo?
Además de Mauthausen he estado en otros campos de concentración para conocerlos, pero cuando llevas tiempo escribiendo te metes en la piel del personaje y tratas de pensar cómo vivía y pensaba, sin que eso te afecte en absoluto.

¿Escribir ficción sobre la II Guerra Mundial contribuye a salvaguardar la memoria histórica?
Sí, yo creo que sí, sobre todo la de los republicanos españoles de Mauthausen. Cuando visitas el campo sufres una decepción al comprobar que no hay una representación contundente de nuestro gobierno, de nuestro país, un homenaje a nuestros compatriotas que murieron allí. De todos modos, no quisiera que mi novela se politizara, pero eso ya no depende de mí.

Aunque el tema es delicado, su novela es un libro de entretenimiento y la literatura de entretenimiento tiene mal cartel por estos lares, ¿por qué?
Desde mi punto de vista, en España la literatura adolece de dos defectos: por un lado, se escriben novelas con una prosa extraordinaria, pero que yo no puedo leer más allá de la página diez; y por otro, tenemos el extremo contrario, obras de temática muy interesante a las que les falta un buen puñado de comas. Tenemos la falsa creencia de que lo aburrido, pesado y espeso es lo bueno y que lo entretenido, lo que nos hace disfrutar, es malo. Y eso no tiene por qué ser así. Cuando cojo un libro es para pasarlo bien no para sufrir. No conozco a nadie que vaya a un restaurante y pida para comer algo que no le guste. Sin embargo, hay gente que se traga libros que no le dicen nada. Un escritor no puede contar en quinientas páginas cómo el protagonista se mira al espejo todo el tiempo. En una novela, a mi entender, han de suceder cosas que interesen porque el lector no puede perder tiempo en libros que no le gusten. La vida es muy corta para malgastarla.

Usted también ha escrito novela negra e incluso cuentos, ¿en qué territorio se siente más cómodo?
Yo no soy muy partidario de la clasificación de géneros, me gusta más el mestizaje. El oficio de escritor tiene una parte jugosa de riesgo y eso te obliga a cambiar de registro y a enriquecerte. Por eso mi próxima novela no tendrá nada que ver con la II Guerra Mundial. Cuando escribo solo trato de hacer mi trabajo lo mejor posible.

Si cada libro es un riesgo, escribir es una aventura, ¿no?
En efecto, cuando me pongo a escribir conozco el final y para llegar a él construyo un esquema previo y hago un esbozo capítulo a capítulo, aunque luego improvise o intercale. Dicen que hay escritores que trabajan con mapa y otros con brújula, yo hago una mezcla de las dos cosas y también me dejo llevar por la marea.

Herme Cerezo