«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 13 de marzo de 2011

Antonio Gómez Rufo, escritor: “En ‘La abadía de los crímenes’, el sentido del humor impregna todo el relato”

Herme Cerezo/SIGLO XXI, 14/03/2011

“El amor es como el agua, que si no se agita se pudre, recordaba doña Leonor mientras se cubría el rostro con un pañolito de seda y encajes para protegerse del polvo del camino. Y a veces amor y sufrimiento eran la misma cosa, qué paradoja. Era posible que para los hombres no fuera de ese modo, al menos que no lo fuera para él; pero así lo sentía ella ahora”.

Así comienza ‘La abadía de los crímenes’, última novela del escritor Antonio Gómez Rufo (Madrid, 1954), editada por Planeta, una historia de intriga, amor e investigación policíaca, ambientada en la época de Jaime I, forjador del momento de mayor esplendor de la antigua Corona de Aragón. La entrevista, realizada en el Hotel Astoria de Valencia, comenzó de un modo un tanto extraño, ya que Gómez Rufo se apoderó de la cámara fotográfica y empezó a trazar con ella primeros planos a diestro y siniestro, entre ellos uno del que esto suscribe, imagen que, obviamente, no verá la luz en esta página. El escritor madrileño ha sido un habitual de la novela histórica, como lo prueban sus anteriores títulos ‘La leyenda del falso traidor’, ‘El secreto del rey cautivo’ o ‘Los mares del miedo’, una estructura literaria que utiliza como pretexto para revestir los temas que más le preocupan: el amor, la mujer, la muerte...

Antonio, ¿por qué regresas ahora al género histórico?
‘La abadía de los crímenes’ es una novela con envoltura histórica pero, como todas mis novelas, es un texto plenamente actual, ínter genérico, en el que se juntan la novela de intriga, el amor y las aventuras, con el añadido sustancial del sentido del humor que impregna todo el relato.

La novela gira en torno al rey Jaime I, ¿qué te atrajo de su figura?
Me interesé por Jaime I porque creo que es el rey más importante de la cristiandad durante el siglo XIII y, a pesar de toda la parafernalia con la que se le rodea en Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares, pienso que es un personaje que no está suficientemente bien estudiado. La novela, además, se desarrolla en un momento esencial para la Corona de Aragón como es el inicio de su expansión a través de la conquista de Mallorca.

En ‘La abadía de los crímenes’, ¿el humor comienza por el hecho de que Jaime I se desplace con todo su séquito a un convento para investigar unos crímenes misteriosos?
No, el humor nace de que, con motivo de la conquista de Mallorca, los nobles catalanes, bajo la amenaza de separarse de la Corona de Aragón, exigieron a Jaime I que la expedición militar fuera una empresa únicamente catalana. Cuando empecé a escribirla se estaba debatiendo el Estatuto de Cataluña y me pareció que los catalanes, siete siglos atrás, ya apuntaban maneras y que los intereses económicos primaban sobre sus supuestos derechos históricos y sus aspiraciones soberanistas.

Como has dicho al principio, la novela también es una historia de amor.
Sí, la figura de Jaime I, además, me permitía contar una historia de amor, la de su enamoramiento de Violante de Hungría, que supuso la primera anulación oficial del matrimonio entre un rey y una reina, doña Leonor de Castilla en este caso, por problemas de parentesco. Y también he podido hablar del desamor, de la amargura de la reina ante la petición de nulidad formulada por su marido.

‘La abadía de los crímenes’ suena a guiño hacia un clásico: ‘El nombre de la rosa’ de Umberto Eco.
Lo cierto es que nunca tuve presente esa novela mientras la escribía. Al terminarla fue cuando comenzaron a hablarme de ese paralelismo. Sin embargo, yo creo que no existe porque la de Eco es una novela filosófica y teológica y la mía no tiene nada que ver con todo eso. ‘La abadía de los crímenes’ sólo busca el conocimiento de aquella época y que el lector se entretenga con ella, utilizando para contarla una serie de crímenes como pretexto.

Siguiendo con ese supuesto paralelismo, el investigador de ‘El nombre de la rosa’ es un hombre y aquí una mujer. ¿Por qué una investigadora?
Porque se trata de un cenobio femenino donde sólo podían entrar mujeres. Únicamente el rey, ni siquiera el Papa, tenía licencia para acceder a su interior y, por ese motivo, un investigador masculino no hubiera sido aceptado por la abadesa. Tenemos que tener en cuenta que la abadesa de un convento no sólo era la máxima autoridad religiosa, sino también la máxima autoridad política de la comarca donde se enclavaba el convento.

Dejando a un lado la figura del rey, las protagonistas principales son mujeres: Leonor de Castilla, Violante de Hungría, Constanza de Jesús...
En mi caso no es extraño. Soy un hombre que he vivido siempre rodeado de mujeres, hijo único con cuatro hermanas, con una hija. En mi pandilla siempre iba con las chicas porque siempre me parecieron más interesantes y más fuertes que nosotros. Ellas nos sobreviven ya que hay más viudas que viudos. Por eso me resulta fácil introducirme en su mente y escribir sobre personajes femeninos.

Por cierto el asesino mata a las monjas feas y viola a las bellas...
La respuesta a esta cuestión está en la novela, forma parte de su resolución y no voy a desvelarla aquí y ahora. Es el lector quien tiene que hallarla.

“Salve regina, mater misericordiae; vita dulcendo et spes nostra, salve”. En la obra es frecuente el uso de latinazos, ¿qué le aporta este recurso al texto?
Hay muy poca documentación sobre la Edad Media y la que he conseguido procede de tres fuentes: las actas de las cortes aragonesas, las de las cortes catalanas y las normas de la Regla de San Benito, que fijaba horarios y costumbres en el interior de los conventos. La Regla establece desde los maitines a las vísperas, desde los laudes hasta las completas y cada momento lleva sus oraciones, que están recogidas en latín. De este modo, el latín me ha servido para marcar la estructura cronológica de la novela. La acción se desarrolla en tres días y resultaba muy interesante utilizar la oración como reloj para conocer el transcurso del tiempo.

A pesar de esos latinazos y de que manejas lenguaje de época, el texto fluye con rapidez, no se adensa.
Aunque quienes tienen que opinar al final son los lectores, creo que cada vez escribo novelas más simples y sencillas, eliminando descripciones y brindis al sol, ciñéndome a los hechos escuetos. Me interesa que la trama se siga con interés y que el lector se enganche al libro y pienso que he conseguido acercarme a la simplicidad. Ojalá llegué un día en que una novela mía tarde en leerse lo mismo que dura el tiempo en que se desarrolla. ‘La abadía de los crímenes’ transcurre en tres días, la que estoy escribiendo ahora en dos y espero conseguir alguna vez que el tiempo real y el tiempo narrativo se igualen.

A punto de acabar y todavía no hemos hablado de Jaime I, ¿cómo era el rey?
El hecho de que Jaime I supiera que fue un hijo no deseado por su padre, huérfano temprano, criado por un consejo de regencia que lo casó a la fuerza con una mujer mucho mayor que él, unido el enorme poder que acumulaba su corona, le convirtió en un ser hosco, carente de afectos y sensibilidad. Tuvo la suerte de encontrarse a la monja Constanza, que asumió el papel de la madre que nunca tuvo, y en su hombro pudo llorar y desahogarse. En la novela, Jaime I tiene 21 años y no conoce ni siquiera el amor de su esposa. A medida que avanzamos en la lectura, nos encontraremos con dos reyes diferentes y podremos conocer al verdadero personaje humano que encierra su persona.

La muerte revolotea mucho alrededor de su persona.
En general, revolotea mucho en toda mi obra. El único miedo que tenemos los seres humanos es la muerte. Cuando el hombre reflexiona un poco, en el fondo, siempre aparece ese horizonte dramático que es la muerte. Estamos aquí de vacaciones durante unos años para volver a la nada que es de donde vinimos. El propio Jaime I, en un pasaje, dice que llegamos con la idea de matar y la de morir y que esto es una habitación del infierno. Cada ser humano sustituye su miedo a la muerte con fobias o con otras manifestaciones que, en el fondo, son disfraces de la misma preocupación. Las religiones nos han pintado el más allá de un modo agradable para atraernos a su redil y esta estrategia siempre les ha dado buen resultado. En mi novela ‘Los mares del miedo’ intenté combatir los miedos a la muerte. Y, como soy coherente con mis ideas, sigo haciendo lo mismo.