«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

jueves, 17 de marzo de 2011

Javier Sierra, escritor: “Lo que yo pretendo con mis libros es hacer dudar al lector”.

Herme Cerezo/SIGLO XXI, 18/03/2011


Dice Javier Sierra (Teruel, 1971) que ‘El ángel perdido’, su última y esperadísima novela editada por Planeta, nació en Londres durante un viaje que realizó en el año 2006 para promocionar ‘La cena secreta’, su anterior obra. Dice también que esta historia de ángeles, leyendas, enigmas y búsquedas, no la hubiera escrito si no hubiera dispuesto de un día de asueto por la capital londinense, en el que se le ocurrió entrar en el Museo Británico. Contra de su costumbre, en lugar de visitar el pabellón dedicado a Egipto como otras veces, se acercó a la sala dedicada a la reina Isabel I. Allí, mientras deambulaba, descubrió dos piedras binoculares utilizadas por John Dee para comunicarse con los ángeles, según rezaba una plaquita explicativa y dorada. Dee fue un famoso matemático, mago, astrólogo, cartógrafo y asesor de la propia reina que, durante una buena parte de su vida, se obsesionó en entablar diálogo con los ángeles, recogiendo sus experiencias en centenares de páginas escritas con su puño y letra. De esa visita al Museo Británico, de esas piedras binoculares, de esa obsesión de John Dee y de esos manuscritos surgió el primer chispazo de ‘El ángel perdido’. Sobre todo esto y con el permiso de los inevitables petardos, que estallan, ingobernables, por toda Valencia cada año durante las primeras semanas del mes de marzo, pude conversar con el escritor turolense durante algunos minutos.

Después de recorrer casi siete mil kilómetros de promoción, Javier ¿has encontrado ya al ángel perdido?
[Risas] No y eso me va a obligar a seguir buscándolo por otros muchos sitios. Después de esta prolongada gira, que no tiene precedentes en nuestro país, viajaré a Sudamérica, a Estados Unidos y a Europa. Me queda todavía un año de promoción.

Comenzar ‘El ángel perdido’ en Santiago de Compostela ¿tiene algún sentido concreto?
Tiene varios. Uno primero y simbólico: Santiago, en el imaginario colectivo antiguo significaba el fin del mundo, el “finis terrae” de los romanos. Se pensaba que en la Costa da Morte acababa todo y que sus acantilados, por lo tanto, marcaban la frontera entre el más acá y el más allá. Yo buscaba un lugar fronterizo porque ‘El ángel perdido’ en sí es una novela de frontera, donde los personajes deambulan entre ambos mundos. Hay también un segundo sentido, este patriótico, porque suponía que esta novela iba a ser leída al menos en cuarenta y tres países, los mismos en los que se publicó mi anterior libro, y por eso quería que la obra hablase de España, cosa que no ocurre en ‘La cena secreta’, que está completamente ambientada en Milán.

¿España es un buen territorio para el modelo de literatura que tú practicas?
España es un buen territorio para mis libros porque hay mucho misterio, mucha conspiración y, además, se ocultan las cosas durante mucho tiempo. Todo eso es terreno abonado para el tipo de asuntos que a mí me interesan.

John Dee
¿Todavía queda mucho solar patrio por descubrir desde el punto de vista de la ficción?
Sin duda. En ‘El ángel perdido’ he recurrido a Santiago porque buscaba un sitio reconocible a nivel internacional. Pero dentro de la novela hablo de otro lugar, el pequeño, precioso y desconocido para muchos, pueblo de Noya, antiguo puerto de los peregrinos que viajaban a Compostela desde las Islas Británicas. La etimología de su nombre tiene mucho que ver con Noé, porque allí creen que el patriarca arribó con su arca hasta el monte Aro. Noya, Noé, Aro, Ararat... son términos relacionados y que aparecen frecuentemente en mi libro.

¿Lo que cuentas en ‘El ángel perdido’ es cierto?
A lo mejor no es relevante que la historia sea verdad o no. Lo importante, lo que yo pretendo con mi libro es hacer dudar al lector. Si alguien se acerca a leerlo bajo una perspectiva escéptica, atea incluso, quiero que dude de ese ateísmo y, si se acerca bajo la perspectiva del creyente acérrimo, que dude también, porque dudar nos hace ser más humanos, nos hace crecer.

En la novela citas a Sumer como el origen de todo antes del diluvio universal, ¿Sumer es el principio de la civilización?
No sabemos lo que hubo anteriormente pero es la cuna postdiluviana de todo. Los sumerios hablaban de que antes de su civilización existió otra cultura. Lo mismo dicen griegos e indios. Todos los pueblos antiguos han tenido la sensación de que hubo un precedente que desapareció por una catástrofe súbita. Actualmente, tras los sucesos de Japón, esto es más creíble que nunca. La naturaleza puede sumergir en una noche una isla o un continente. Por lo tanto, todos esos mitos, que hablan de civilizaciones anteriores, nos están advirtiendo que nuestra cultura tiene más antigüedad que los diez mil años que se le atribuyen habitualmente.

‘El ángel perdido’ es un texto fronterizo, de búsqueda, que habla de ángeles, ¿los ángeles están aquí, ahora, entre nosotros?
Los ángeles son justo la bisagra entre los dos mundos, pero no sólo ahora. En la cultura sumeria los ángeles eran los mensajeros de los dioses, los que transmitían información desde el paraíso a los mortales. El libro trata de cambiar la imagen que tenemos de ellos, muy deformada por la tradición judeocristiana, porque no son esos seres con alas, querubines sin sexo, que se pasan el día tocando el arpa y que parece que sólo sirven para adornar un mueble. Los ángeles de mi novela son los que cita el Génesis, unos tipos muy humanos, que se mezclan con las hijas de los hombres y tienen descendencia con ellas, son los que se sientan en la tienda de Abraham para comer y beber sus alimentos, los que se presentan en casa de Lot para avisarle y son asaltados por la gente porque creen que son de carne y hueso. Localizar quintacolumnistas en esta sociedad es lo que me interesa y también lo que me ha mantenido más activo a la hora de escribir esta novela.

¿Hay personas, los videntes, que pueden contactar con los ángeles en la Tierra?
Bueno, yo construyo esa imagen… Ignoro si los hay, pero sí sé que ha habido gente que afirma haber contactado con ellos. Algunos han sido personajes importantes en la Historia, como John Dee, un mago, cartógrafo y científico al servicio de la reina Isabel de Inglaterra, que escribió páginas y páginas de sus encuentros físicos con los ángeles. Joseph Smith, fundador y predicador mormón del siglo XVIII, llegó a recibir un libro de oro de manos de los ángeles y, ante testigos, levantó acta notarial del acto. El volumen desapareció y no fue encontrado jamás.

¿Existe un conocimiento secreto para comunicarse con estos seres, del que son partícipes Newton, Bacon o Paracelso, y que se transmite como un hilo conductor entre ellos?
Mi gran obsesión siempre con cualquier novela es hallar esos hilos conductores y he encontrado una relación muy curiosa entre la Epopeya de Gilgamesh y El libro de Enoc. Ambos relatos, en esencia, son lo mismo, tratan de la historia de un rey y de un patriarca que, en un momento dado, viajan hasta el mundo de los dioses, ven como es ese mundo sin morir y regresan para contarlo a los demás mortales. Es un viaje improbable, pero que ha inspirado mucho la trama de mi novela porque en ella refiero un periplo de similares características. Por otro lado, también trato de establecer el impacto que esas narraciones produjeron en personajes históricos, como Newton, que creía que si reconstruíamos el templo de Salomón se podría interrogar a Dios acerca de la matemática que sustenta el Universo.

¿Y la Iglesia Católica qué opina de tus novelas?
La Iglesia Católica, hasta ahora, se ha mantenido al margen de mis libros. Creo que aprendió bastante con ‘El Código da Vinci’. Ahora sabe que no hay que meterse con ellos porque al final lo único que consigue es hacerles propaganda.

En tu literatura siempre ha destacado, por su interés, el fondo, la historia, el contenido. Sin embargo, en ‘El ángel perdido’ nos encontramos un lenguaje y un estilo más depurados, ¿podríamos decir que es mejor novela que otras anteriores?
Claro y entiendo que debe ser así. En Morella, yo tuve un abuelo relojero, cuya obsesión era limar las ruedas dentadas para que los mecanismos rodaran perfectamente. Esa es mi obsesión ahora, que los personajes rueden mejor para que todo encaje bien. Yo también creo que esta novela es técnicamente mejor que ‘La cena secreta’, pero es algo lógico ya que uno va aprendiendo a medida que ejerce el oficio de escribir.

Como narrador también parece tu obra más ambiciosa, alternas primera y tercera personas.
Me he tomado mi tiempo para ello. Lo que no quería era aprovecharme de mi éxito anterior porque nunca lo he hecho. Tras escribir ‘La cena secreta’ deseaba ofrecer a los lectores el mejor trabajo posible. Pero eso no quiere decir que esta novela sea mi techo. Dentro de unos años espero escribir otra superior a ésta. Sea del tipo que sea, el afán de superación creo que debe presidir cualquier carrera.

La acción es trepidante, propia del thriller que es.
La televisión tiene la culpa de esto. Cuando tú ves televisión, si te aburres, haces zapping. Y eso ocurre ahora también con los libros: si el texto no engancha, el lector cambia de libro. Nos hemos vuelto un poco adictos a la adrenalina y queremos que estén sucediendo cosas continuamente. He construido una novela de acción, donde los acontecimientos no paran, pero debajo de esa estructura están las ideas relevantes, las preguntas, las inquietudes, las dudas, todo lo que a mí me interesa. Las setenta y dos horas en que se desarrolla la narración no es más que un truco, porque lo que importa es lo que cuento. Ahora bien, hacer una obra así requiere un proceso muy lento, porque hay que mantener el interés durante todo el tiempo.

La última: aunque tus libros se venden muy bien en nuestro país, en Europa y en Sudamérica, ¿por qué tienen esa acogida tan especial en los EE.UU.?
Exactamente no lo sé, pero pienso que tiene que ver con el tipo de historias que narro, historias construidas sobre enigmas reales que les hacen pensar. Yo quiero creer que, a diferencia de los autores norteamericanos, soy capaz de escribir relatos basados en referentes culturales y que con ellos los lectores estadounidenses aprenden otras cosas. Digo que quiero creer eso, pero verdaderamente no lo sé.