«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

martes, 17 de enero de 2012

Laura Freixas, escritora: “Todo lo que escribo tiene un punto de partida autobiográfico, pero luego despega y se convierte en una obra de imaginación”.

Laura Freixas (Barcelona, 1958) se licenció en Derecho, pero se ha dedicado siempre a la escritura. Se dio a conocer en 1988 con una colección de relatos, ‘El asesino en la muñeca’. En 1997 publicó su primera novela, ‘Último domingo en Londres’, a la que seguirían ‘Entre amigas’ y ‘Amor o lo que sea’, así como otro libro de relatos, ‘Cuentos a los cuarenta’, y una autobiografía, ‘Adolescencia en Barcelona hacia 1970’. Ha desarrollado también una intensa labor como estudiosa y promotora de la literatura escrita por mujeres, coordinando la publicación de la antología ‘Madres e hijas’ y del volumen ‘Cuentos de amigas’. Igualmente, es autora de los ensayos ‘Literatura y mujeres’ y ‘La novela femenil y sus lectrices’. Ha sido editora, crítica literaria y traductora e imparte cursos y conferencias en universidades españolas y extranjeras.


“Te he venido a ver sobre todo, claro, para hablar de los Soley. Es que a mí me cambiaron la vida”. Así comienza ‘Los otros son más felices, última novela de la escritora Laura Freixas, publicada por Editorial Destino, que cuenta la historia de Áurea, una chica de catorce años, madrileña pero de origen manchego, que va a pasar el verano a casa de unos familiares de la Costa Brava. El contraste entre los esfuerzos de sus padres por ascender socialmente y el aire en apariencia desenfadado, abierto y culto de sus primos ricos, provocará en ella un malestar que terminará cambiando el rumbo de su vida.
Laura, como ha escritora, Vd. ha tocado muchos palos y dentro de la ficción ha publicado tanto relato breve como novela, ¿en qué territorio se siente más cómoda? ¿Por qué?

Salvo la poesía, para la que no tengo ningún don, me siento cómoda en cualquier género: cuento, novela, autobiografía, ensayo, diario… También  algún día me gustaría escribir teatro.  Voy variando porque escribir es buscar expresarse, y los géneros finalmente siempre nos contienen, nos limitan. Cada uno de ellos tiene un determinado valor añadido (la novela crea significado mediante su estructura, el cuento por todo aquello que deja afuera, que sólo se entrevé; el valor añadido del diario es la autenticidad que le da su falta de concepción global, el hecho de reflejar el día a día, las metamorfosis que implica el paso del tiempo…) pero a cada uno, también, le falta algo.
Siendo catalana, imagino que a la hora de ponerse a escribir tuvo que escoger lengua. Eligió el castellano, ¿por qué se decantó por esta última opción?

Efectivamente escogí, cuando me puse a escribir seriamente, a los 19 años. Hasta entonces había llevado un diario intermitente a ratos en catalán, a ratos en castellano. Opté finalmente por este último por varias razones. Primera: es mi lengua materna (la familia de mi madre es de Ávila y yo aprendí a hablar en castellano). Segunda, no aprendí catalán en la escuela, ni lo leí hasta muy tarde. Contrariamente, pues, a los grandes escritores catalanes, para mí el catalán no es ni la lengua de mi familia o de mi pueblo (como lo era para Rodoreda o Pla) ni una lengua culta (como para Foix o Gimferrer). Escribo un catalán muy básico; para dominar el registro literario debería hacer un gran esfuerzo de aprendizaje, y el resultado sería seguramente muy artificial. Tercero, sospechaba que viviría fuera de Catalunya, como así ha sido.
¿Hay mucho de autobiográfico en ‘Los otros son más felices’?

Todo lo que escribo tiene un punto de partida autobiográfico, pero luego despega y se convierte en una obra de imaginación. Aquí, la autobiografía radica en mi vivencia del contraste entre dos familias, una –la materna- castellana, de pueblo y pobre, y otra –la paterna- catalana, burguesa, culta y de ciudad. En ese sentido yo soy tanto Áurea como Marina. A partir de ahí, todo lo que ocurre es inventado o está muy alterado respecto a su referente real.  Para mí, la autobiografía es como la tela en la que corto un traje: para hacerlo tengo que eliminar, añadir, coser… en una palabra, dar forma.
Su novela está escrita en primera persona, como un extenso monólogo interior porque, aunque la protagonista le habla a alguien, en realidad es como si estuviese sola, quizá frente a un espejo, ¿qué le interesaba en concreto de este modelo narrativo?

No, no es lo mismo que un monólogo, porque hay un esfuerzo por explicar, porque la persona que nos escucha, y que no conoce lo que nosotros sí conocemos, nos entienda. Creo que tiene que ver con mi experiencia de contar a amigas y amigos extranjeros cosas sucedidas en contextos que ellos no conocen, o la de explicarle a mis hijos cómo era la España de los años 70. También con lecturas, supongo, como la del Cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite.
¿La dualidad Barcelona-Madrid, centro-periferia, dos ciudades que se complementan a la vez que se oponen, ha llegado a la literatura de la mano de ‘Los otros son más felices’?

Ahora que lo dice… no sé. ¿No hay otras novelas que hablen de esas dos ciudades? No lo había pensado.
‘Los otros son más felices’ es una novela de sensaciones, ¿de las sensaciones de una mujer joven que se abre a un mundo, a un ambiente nuevo?

Sí, como les explico siempre a mis alumnas y alumnos en los talleres literarios, la literatura no se hace con ideas (puede incluirlas, como en Proust, pero no son imprescindibles) sino con imágenes y sensaciones. Y pocas cosas nos despiertan tanto la sensibilidad, la receptividad, como llegar a un lugar desconocido. Por eso, supongo, yo he viajado tanto durante muchos años.
Dentro de esas sensaciones y descubrimientos a los que aludía en la pregunta anterior, está también el idioma. Áurea, la protagonista, escucha palabras que nunca había oído antes: xava, carrincló, potul. Vd., nacida en Barcelona, reside ahora en Madrid, ¿el idioma es una barrera demasiado fuerte para integrarse en un nuevo medio o se puede superar con buena voluntad y un poco de esfuerzo?
Para mí los idiomas no son un obstáculo sino una gran oportunidad. He disfrutado mucho aprendiendo otras lenguas y accediendo a otras literaturas, en particular la francesa y la inglesa. Es atisbar otra forma de ver el mundo, de vivir; se siente una hasta un poco “voyeur”.

En la novela, pág. 51, podemos leer: “Quiere decir que no hay misterio, que no se deja libertad al espectador para interpretar el cuadro, para componer su propio cuadro en cierto modo”. ¿Esta idea es también de aplicación para todo novelista que se precie?
Por supuesto, esta es una de las grandes reglas del arte: hay que formular preguntas, dar elementos para la respuesta, pero nunca responder. Una buena novela, como un buen cuadro, es, como decía Cortázar, un “modelo para armar”.
En ‘Los otros son más felices’ a los Soley se les llama “los ricos”, como si fueran un prototipo de esa clase social. Realmente, a los ojos de otras zonas de España, ¿Catalunya representa la riqueza?
En los años 60 y 70 Catalunya representaba no sólo o no tanto la riqueza, sino fundamentalmente la apertura al mundo, el cosmopolitismo, y un cierto refinamiento cultural.
En la mayoría de sus obras, sus protagonistas son fundamentalmente mujeres, ¿por qué?
Por dos motivos. Primero: en tanto que mujer, conozco mejor el mundo interior, las vivencias, las trayectorias… de las mujeres que de los hombres; por lo tanto me resulta más fácil que sean mujeres mis protagonistas. Pero hay otro motivo por lo menos tan importante como ese, y es que la literatura ha puesto en escena infinitamente más, y más variados, personajes masculinos que femeninos. Por lo tanto, aportar las experiencias femeninas al “corpus” literario me parece un gran enriquecimiento. Creo que las escritoras tenemos en ese sentido mucha suerte: en una literatura en la que a veces parece que ya se ha dicho, ya se ha contado, todo, nosotras conocemos de primera mano y podemos convertir en literatura temas de los que no se ha dicho una palabra o casi (las relaciones madre-hija por ejemplo, o el personaje del artista en versión femenina). ¡Es un filón!
¿Nunca le tentó la posibilidad de introducirse en la piel de un hombre y convertirlo en eje principal de alguno de sus libros?
Por ahora no, pero no lo descarto.
Y ahora al revés: ¿puede un hombre ponerse en el lugar de una mujer y explicar, con palabras escritas, lo que una mujer siente o piensa o hace?
El hecho es que llevan muchos siglos haciéndolo. Pero habría que discernir hasta qué punto ese “ventriloquismo” es capaz de representar de forma fidedigna la experiencia de las verdaderas mujeres. Lo menos que puede decirse es que no es una representación completa: los hombres sólo conocen a las mujeres en la medida en que se relacionan con ellos (como amantes, esposas, madres…), y han dejado fuera de la representación literaria una enorme parte de la experiencia femenina, por ejemplo la del embarazo y el parto, o las relaciones de las mujeres entre sí: madres e hijas, amigas…
Como directora de una colección literaria, usted introdujo en España a Elfriede Jelinek, autora de ‘La pianista’, la historia de una tortuosa relación entre una madre y su hija. Las relaciones entre madres e hijas están muy presentes en sus obras, ¿qué le interesa tanto de este asunto?

Simplemente el hecho de que, siendo algo tan intenso, tan influyente, tan universal… esté tan ausente de la literatura. Sólo cuando un número importante de escritoras (Colette, Beauvoir, Jelinek, Annie Ernaux, Carla Cerati, Rosa Chacel, ana María Matute, Esther Tusquets, Carmen Martín Gaite, Waltraud Anna Mitgutsch…) ha irrumpido en la escena literaria ha empezado a abordarse.
La literatura, según le he oído comentar en alguna entrevista, es un ámbito especialmente hostil para las mujeres. Sin embargo, el autor más vendido y probablemente más leído en el mundo no es un hombre, sino una mujer: Agatha Christie. ¿Simple casualidad o la excepción que confirma la regla?
Siempre ha habido escritoras que han vendido mucho, pero a mí lo que me preocupa es la inclusión en el canon, es decir el prestigio, la supervivencia, el paso a las generaciones siguientes… Necesitamos el reconocimiento de la autoría femenina, pues autoría implica autoridad. Y a las mujeres les, nos está costando mucho que nos acepten, nos reconozcan, nos reseñen, nos incluyan en el canon… Mire cualquier suplemento o revista literaria, mire cualquier colección de novela española, mire cualquier premio, especialmente los institucionales, haga los números, y verá que en torno a un setenta y cinco por ciento de los escritores que publican, a los que se hacen críticas, a los que se premia… son varones. Y eso que hace ya varias décadas que la gran mayoría de los licenciados en las carreras de letras son licenciadas.

Y la última: ¿cuáles serán sus próximos pasos literarios? ¿Trabaja ya en algo nuevo?
Acabo de terminar una nueva novela y estoy pensando en empezar a publicar mi diario.
Herme Cerezo/SIGLO XXI, 17/01/2012