«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 29 de enero de 2012

‘La playa de los ahogados’ de Domingo Villar, la novela que sube como la marea.

Todavía no había leído nada de Domingo Villar (Vigo, 1971) y como llevaba tiempo sin asomar las meninges a ningún relato policial, pues me embarqué en la lectura de ‘La playa de los ahogados’, la segunda de sus entregas protagonizadas por el inspector Leo Caldas (la primera fue ‘Ojos de agua’), auxiliado, o entorpecido según se mire, por su ayudante, el aragonés Rafael Estévez. Una advertencia antes de continuar: esta novela vio la luz en 2009, pero es ahora con la edición DeBolsillo publicada por Random House Mondadori en septiembre de 2011, cuando la leo.

‘La playa de los ahogados’ va de un cadáver, cómo no, el del marinero Justo Castelo, que aparece muerto en la localidad gallega de Panxón, exactamente en la denominada playa de los ahogados. La primera peculiaridad – hay otras – que presenta el cuerpo sin vida de Castelo es que lleva las manos atadas con una brida verde, aparente señal de suicidio. Sin embargo, precisamente el detalle de la brida, más en concreto la forma en que está cerrada, hace que la policía comience a sospechar que la muerte ha sido causada por alguien. Por supuesto, hasta aquí llego. No voy a revelar nada más del argumento. Sólo faltaría que, en la crítica de una novela policiaca, el que la firma revelase la identidad del culpable o de la culpable y le quitase toda la magia a la historia. Pero de lo que sí voy a hablar es de otros aspectos del texto.

Contada en tercera persona, como probablemente demanda el género, ‘La playa de los ahogados’ es una novela de la que, dado que nos movemos entre marineros, podemos afirmar que nos alcanza como la marea: poco a poco, lentamente, sin prisas pero con la seguridad de que su esfuerzo, obstinado y concienzudo, se verá coronado por el éxito. Porque eso es lo que ocurre aquí.

Tras un comienzo que aparentemente no nos dice nada ya que, cuando aparece el cadáver embridado y el inspector Caldas da los primeros palos de ciego en la reconstrucción de los hechos, llegamos a preguntarnos por dónde le va a meter mano Domingo Villar a la investigación para llevar su narración a buen puerto, porque todo se nos antoja como muy rocoso y compacto, casi inextricable. Pero desde luego, el escritor vigués sabe perfectamente lo que buscaba desde el principio, aunque eso lo descubriremos luego.

Siguiendo con la terminología marítima, la escritura se desarrolla también como las olas: va y viene continuamente de unos personajes a otros, de unos lugares a otros, de unos indicios a otros. El ambiente gallego, húmedo y gris, queda perfectamente retratado en el libro. Son demasiados los detalles que nos invitan a sumergirnos en ese paisaje, en esa atmósfera y en ese tiempo casi suspendido para que podamos abstraernos a él. Leo Caldas se muestra como un policía paciente al tiempo que enamorado de su trabajo, aunque pueda aparentar otra cosa, bien secundado con el contrapunto de su ayudante Estévez que, como dije al principio, unas veces ayuda y otras veces casi entorpece, no el desarrollo de la novela, sino las reflexiones del propio comisario. Caldas, además, interviene en un programa radiofónico, Patrulla en las ondas, donde atiende consultas y quejas de los radioescuchas vigueses.

El final, que cubre prácticamente las últimas cien páginas, nos hace cambiar de opinión continuamente sobre la identidad de la asesina o del asesino. Sin embargo, y aunque no es el objetivo del escritor vigués jugar a la tradicional novela problema, se agradece que el lector se mantenga en vilo e interesado en descubrir el desenlace final que, como en casi todo buen texto policiaco que se precie, da varias vueltas y echa por tierra todas las conjeturas previas. De todos modos, si un avezado lector de género negro descubre y acierta con el asesino o asesina, que no se preocupe. ‘La playa de los ahogados’ encierra muchos otros valores que hacen que valga la pena, y mucho, leerla.

Por cierto, si alguno de ustedes todavía no sabe lo que es un “libro de idiotas” no pierdan la oportunidad de descubrirlo acercándose a esta playa de ahogados y, al mismo tiempo, de reflexionar si no sería bueno que todos llevásemos uno de ellos encima y a rendimiento pleno.

Y para acabar: un último detalle: ‘La playa de los ahogados’ deja un regusto final a policiaco serio, firme, con sustancia, encabalgado entre Simenon y Mankell, quizá con mayor predominio del primero en lo formal y del segundo en lo ambiental. En resumen, magnífica novela. Sí, eso, magnífica.


La playa de los ahogados’ de Domingo Villar.
Colección DeBolsillo. Ed. Random House Mondadori. Septiembre, 2011. Tapa blanda, 445 páginas; precio: 9,95 €