«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

jueves, 24 de marzo de 2016

Marcos Ordóñez, escritor: «La literatura es un buen sistema para atrapar aquello que se va o que ya se fue»


Marcos Ordóñez es conversador de largo recorrido, es como esos atletas que ensanchan su capacidad aeróbica devorando kilómetros sin fin. Su conversación es rica en conceptos, en matices y en recuerdos. Sus palabras han vivido mucho. Veinte minutos apresurados no dan para demasiado, pero son las reglas de la promoción. Mejor esto que nada. Subido a un tren perezoso, que demoró su trayecto más de la cuenta, Marcos llegó a Valencia para presentar su nuevo libro, ‘Juegos reunidos’, editado por Libros del Asteroide, un texto que podría adscribirse al género novelístico, pero que también podría clasificarse como un recull de contes (en catalán, colección de cuentos) o un puzle con tintes autobiográficos por el que caminan los bares, los gatos, el cine, la noche, la transición, los barrios imaginados, el periodismo y, cómo no, el teatro. Según la editorial, como reza la contraportada del volumen, «en ‘Juegos reunidos’, Marcos Ordóñez recuerda, intuye y fabula, componiendo a base de retazos una suerte de autorretrato sentimental que es también el retrato de su generación y de su ciudad, Barcelona de los setenta».
Marcos, felicidades por publicar y, además, por las ventas porque parece que ‘Juegos reunidos’ se vende bien, ¿no?
Gracias. Lo de las ventas se verá, porque el libro lleva poco tiempo en las librerías, pero de momento parece que va gustando.


Los lectores, y también los libreros, tendemos a clasificar lo que leemos y lo que se vende. ‘Juegos reunidos’ no es una excepción, ¿dónde incluimos este libro?
Exactamente no lo sé, desde luego hay que colocarlo en narrativa. Son unas memorias contadas bajo diversas formas. Hace tres años escribí otras memorias que fueron una saga familiar, un recuerdo de la infancia y de la primera adolescencia. Transcurrían en la Barcelona de los años sesenta  se trataba de un intento de construir relatos en círculos concéntricos. Ahora he pretendido hacer algo nuevo, un libro que no pertenezca a ningún género definido. Tenía en mi cabeza la obra de Truman Capote ‘Música para camaleones’, una paleta de géneros que, si los sumabas, dibujaban un rostro del escritor norteamericano mucho mejor que el de otros libros en los que habla de su infancia. Y también tuve presente al Cortázar de ‘La vuelta al día en ochenta mundos’ y de sus cuentos, que fueron un amor literario de mi juventud. 
El Juego de la Oca, American Graffiti, los Beach Boys, El Boadas, el libro está lleno de referencias, pero ¿son referencias generacionales?
Sí, pero el término referencia me da un poco de respingo, porque me suena a acumulación de datos y yo siempre he intentado que este concepto vaya más allá, porque si no es así, al lector no le interesa. Para mí las referencias son concentrados de materia afectiva, ecos que resuenan en tu interior y que, como autor, tienes la obligación de intentar que se conviertan en material literario. El buen arte es aquel que te enseña a vivir mejor y, si utilizo esas referencias, es porque a mí me han ayudado a serlo. Representan mi gratitud hacia los mayores, hacia todos aquellos que me han enseñado cosas.
En tu opinión, ¿la participación del lector es más importante en ‘Juegos reunidos’ que en otras obras?
No, eso pasa con todos los libros. A la hora de escribir no puedes preverlo todo, claro, pero has de intentar no hacerte pesado, no ponerte estupendo, que el texto tenga viveza y resulte ameno, al menos eso es lo que yo pretendo. También ha de tener un cierto misterio, porque todo no puede estar claro. La literatura es un buen sistema para atrapar aquello que se va o que ya se fue, pero has de tener cuidado, como decía Marsé, de no fer el préssec (en catalán, «no hacer el melocotón») y no usar sobredosis de melancolía. Por mi trabajo, me dedico a la crítica teatral y encuentro significativo que quizá el teatro sea la cosa más fungible que existe, ya que un libro tiene el soporte del papel. Con mis críticas, intento traducir las emociones del escenario a la escritura y contarle al público lo que he visto sin destripar la obra. Todo esto tiene mucho que ver con el material literario con el que trabajo.
¿Te han llegado ya opiniones de los lectores respecto a ‘Juegos reunidos’?
Es evidente que siempre habrá una gente a la que el libro le guste más y otra a la que le guste menos. De hecho me he tropezado con opiniones muy diversas entre los lectores. Doy clases a chavales que tienen veinte años eternamente, porque cada año es una promoción nueva, y les hablo de una Barcelona que ya no existe, que tiene cosas pertenecientes al pasado y que ellos no han conocido, pero que creo que mantienen un fulgor, como mínimo, narrativo y me he encontrado con respuestas muy cálidas. Un alumno me dijo que era un libro muy feliz y esas palabras me gustaron mucho. Pienso que mi mirada hacia entonces no es nostálgica, pero recuerdo con agrado todo lo bueno que tenía aquello.
Entonces, ¿pretendías que primasen más los sentimientos y las sensaciones que la nostalgia?
Me gustaría que fuera así. Pepita, mi mujer, me decía que comenzara el libro por el relato titulado ‘Astor’, porque tiene mucho de poético y no sabes a dónde te va a llevar. Lo pensé y vi que quedaba bien que el lector tuviera ese recibimiento. Luego viene el poema ‘La edad de oro’, donde el narrador recuerda sobre todo un panel que decía «Huevos con patatas 10 pesetas», lo que significaba que las cosas iban muy baratas y que con poco dinero podías ir tirando. Si se quiere es un lectura muy marxista, pero trampeando y compartiendo piso con otras personas se podía vivir.
Precisamente en el relato ‘Astor’ y por una canción de Gato Pérez creas un barrio barcelonés inexistente, ¿Todos nos creamos barrios imaginarios en nuestra mente?
Creo que sí, es lo que Marsé denominaba «barrios mentales». La construcción de una realidad más sugestiva es una constante, es un tema muy recurrente que aparece varias veces en ‘Juegos reunidos’. En el cuento ‘Panorama desde el puente’ encontramos otro ejemplo.
Entremos un poco en el proceso creativo, ¿planificas mucho tu escritura?
No, nunca hago planes para escribir, aunque sí planifico la composición. Gabriel Ferrater decía que todavía no había escrito una prosa que no tuviera forma de esponja. Parece una opinión pretenciosa, pero la verdad que cuando te pones a escribir suceden diversas alquimias que lo modifican todo. El relato ‘Alcoholes’, por ejemplo, se fue transformando en un paseo hacia la noche y en la descripción del ambiente nocturno y sus personajes.
Siempre que hablamos de la Transición Española, parece que tengamos en nuestra mente la imagen de la capital del estado. En ‘Juegos reunidos’ conocemos cómo era Barcelona en ese mismo periodo.
No me siento a escribir pensando en hacerlo sobre un tema determinado. En el libro hay varias novelas cortas, entre ellas ‘Nuestra canción’, que trata de la boda de mi primo, pero que es una historia de amistad. Necesitaba que los dos protagonistas se hubieran conocido antes y escogí como telón de fondo el verano de 1977 en Barcelona, que fue muy importante. Quería narrar el bullicio de la ciudad en aquel momento: por un lado, Franco estaba muerto pero el franquismo todavía coleaba, y por otro, el nuevo orden, la democracia, no se había formalizado todavía. Fue un momento histórico en el que se produjeron unas brechas por las que se coló la libertad. Creo que aquellos instantes fueron muy parecidos en todas las ciudades grandes, como Barcelona y Valencia, que tienen la luz, el mar y otras cosas en común.
También aparece el anarquismo y llama la atención que en Barcelona, donde hay un ambiente mayoritariamente nacionalista, el anarquismo haya tenido siempre tanta fuerza.
Es verdad, tanto que a Barcelona le llamaban La Rosa de Fuego, pero ignoro las causas. Será algo que hay en el agua [risas]. Históricamente puede ser que todo parta del hecho de que en la ciudad existía una gran injusticia social, que condujo a matanzas llevadas a cabo tanto por una patronal industrial potente como por los propios trabajadores. En las jornadas libertarias de 1976, marcadas por la felicidad, que dejaron una sensación de libertad y de una gran expansión vital, el asunto acabó con el sospechoso incendio de la sala de fiestas Scala. Quizá fue el momento en que la CNT adquirió su mayor vuelo en Cataluña y sorprendió a tirios y troyanos, algo que no le hizo gracia a nadie, ni de izquierdas ni de derechas. Hubo mucho descerebrado, pero también mucha gente sana con ganas de cambio. Después llegó un gran bajón en lo referente a la filiación anarquista.
La última pregunta por hoy tiene que ver con tu profesión de crítico teatral, que has citado antes. ¿Qué es un crítico para Marcos Ordóñez?
Es una persona que intenta trasladar al lector las sensaciones que le produce una obra de arte determinada. Al menos, eso es lo que yo le pido a un crítico por lo general, que me haga ver un espectáculo y que me razone por qué le gusta o por qué no.

Mientras conversábamos, de fondo se escuchaban los aldabonazos de la mascletà de las dos de la tarde. Hasta nosotros llegaron, primero, explosiones tímidas, las iniciales; después más contundentes, las del final apoteósico. Por último, el perfume de la pólvora inundó todos los rincones del centro de Valencia. También los del Lounge Bar del Hotel Astoria, donde nos encontrábamos.



SOBRE MARCOS ORDÓÑEZ

Marcos Ordóñez (Barcelona, 1957) es escritor. Colabora habitualmente en el periódico El País, con su columna de los jueves y su crítica teatral de los sábados. Entre su obra novelística, iniciada en 1997, cabe destacar ‘Una vuelta por el Rialto’, ‘Rancho aparte’, ‘Puerto Ángel’, ‘Tarzán en Acapulco’, ‘Comedia con fantasmas’, ‘Detrás del hielo’, ‘Turismo interior’ y ‘Un jardín abandonado por los pájaros’. También es autor de obras relacionadas con el teatro y el cine, como ‘Beberse la vida: Ava Gardner en España’, ‘Telón de fondo’ o ‘Big Time: la gran vida de Perico Vidal’.

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