«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

jueves, 23 de mayo de 2019

Rosario Raro: «Los hechos históricos que relato son absolutamente reales, si no lo fueran se perdería la verosimilitud de la novela»


Nº 572.- El jueves es un día tranquilo en València. El Panaria de la Avenida del Oeste es un buen lugar para conversar, para entrevistar y tomar café. Como fondo, atenuada, suena una balada de cucharillas, platos, tazas y suspiros de cafetera exprés. Es casi mediodía, la hora de los almuerzos y desayunos está a punto de finalizar. Rosario Raro (Segorbe, 1971) acude a la cita con su ya tercera novela, ‘Desaparecida en Siboney’ (Planeta), la historia de Dulce Sargal, la esposa de Bartolomé Gormaz, un acaudalado antillano que ha hecho fortuna merced a sus turbias componendas esclavistas. De la noche a la mañana, Dulce desaparece de La Hacienda de Nuestra Señora de las Mercedes. Nadie sabe cómo. No  hay huellas. Su hija, Romi Gormaz, es la única que parece preocuparse por su ausencia. Angustiada, decide recurrir a su tío, Mauricio Sargal, que se desplazará desde Barcelona a Cuba para esclarecer lo ocurrido. ‘Desaparecida en Siboney’ está basada en un hecho real. Pulso la tecla Rec. El piloto rojizo de la grabadora se ilumina y la primera cuestión está servida. Sale sola, inevitable.

Rosario, ¿cómo surge la idea para escribir esta novela?

La idea surgió a partir de un viejo informe policial que me enseñó un anticuario. Me dijo que ahí había un argumento para una novela. Narraba la historia de Dulce Sargal. Lo leí y me di cuenta de que el final era espeluznante. Más adelante, en una casona cántabra, vi la fotografía de su propietario, un hombre que miraba a la cámara de una manera muy curiosa, mitad picara, mitad nostálgica. Tirando del hilo para ver quién había sido esa persona, lo conecté con Dulce. Tenía los dos extremos de la misma historia. A partir de ahí, me he limitado a trasladar al libro lo ocurrido en el año 1875. Por supuesto y para no tener problemas, he cambiado los nombres de todos los implicados en el asunto.




‘Volver a Canfranc’, ‘La huella de una carta’ y ahora ‘Desaparecida en Siboney’, tres épocas distintas pero tres argumentos con trasfondo histórico, ¿necesitas la realidad para armar una ficción?

Sin duda. En los tres casos se trata de asuntos relegados al olvido por determinados intereses. En ‘Desaparecida en Siboney’, la historia que nos han escamoteado es la de la trata de esclavos. Era un tema que entonces no estaba bien visto y hoy tampoco. En 2018, según el informe Global Slavery Index, todavía hay en el mundo más de cuarenta millones de esclavos. Creo que igual que le ocurre a Mauricio Sargal, protagonista de la novela, que evoluciona en su pensamiento y acaba convirtiéndose en un defensor del abolicionismo, el lector y, por supuesto, yo también, hemos de reflexionar sobre este problema.

"Detrás de toda gran fortuna, siempre hay un crimen" es una frase de Honoré de Balzac que has incluido en la portada del libro, ¿por qué lo has hecho?

No es muy habitual que se ponga una cita en la portada de una novela, pero es que en este caso constituye el leitmotiv de la narración. Seguramente, Balzac no lo dijo así, pero él ya se había dado cuenta de que con la literatura no se iba a hacer rico y fue observando de donde procedían las grandes fortunas. En España, la revolución fue sobre todo textil y catalana. De Barcelona se afirmaba que era la Manchester del Mediterráneo. El algodón procedía de las colonias y llegaba a puerto en unas condiciones muy ventajosas, porque no se pagaban salarios, sólo el transporte. Si se rastrea un poco, se descubre que gran parte de estas fortunas burguesas proviene de ese negocio y yo quería poner la lupa sobre ello. Hay que saber también que han desaparecido muchos documentos de los archivos públicos, con el fin de ocultar el origen esclavista y negrero de tanta riqueza. Actualmente, los descendientes de todo aquello ocupan lugares importantes en la sociedad.

No cabe duda que la Guerra Civil también ha sido utilizada como un buen pretexto para destruir archivos.

Sí, es verdad, da igual que lo hicieran los de un bando o los del otro, pero desde luego en esa destrucción debieron perderse muchas cosas, aunque yo aún he podido obtener bastante documentación de los archivos para escribir la novela.

Has narrado ‘Desaparecida en Siboney’ en modo epistolar y también en tercera persona.

Dejando a un lado los cuentos orales, dicen que el origen de la literatura está en las cartas. Hay que ponerse en la piel de estos personajes y explicar lo que suponía para ellos la correspondencia, que era el cordón umbilical entre las colonias y España. Las cartas tardaban un mes en llegar, tanto de ida como de vuelta, y encarnaban a la persona que las escribía. Por ejemplo, cuando los gallegos recibían una carta desde Argentina era todo un acontecimiento. Bartolomé Gormaz, el marido de Dulce, a través de su compañía naviera detentaba el monopolio del correo, tanto oficial como particular. Muchos documentos legales, edictos y leyes, se imprimían en Madrid y gracias a sus barcos arribaban a Cuba donde se hacían públicos. En cuanto a la tercera persona, la he utilizado porque me daba mucho juego y me permitía entrar y salir de la acción y de la mente de los personajes.

Esta novela, aunque tiene aspectos de thriller, se encuadra en un marco histórico del que no te puedes salir demasiado, ¿te has tomado muchas licencias para escribirla?

Me gusta escribir novelas sin que adscriban a un género concreto. La vida tiene muchos componentes, no es como un thriller, pero tampoco es de color de rosa. Los hechos históricos que relato son absolutamente reales, eso es algo sagrado para mí. Si no lo fueran, la verosimilitud de la novela se perdería. Sin embargo, es cierto que en lo concerniente a los personajes sí que he dejado volar un poco más la imaginación, sobre todo en aquellos que son inventados.

Dulce Sargal no aparece en la novela y se le busca, ¿cómo se trabaja con alguien a quien no oímos y de quien sólo disponemos de referencias procedentes de los demás personajes?

Mira, desde que leí ‘Tres sombreros de copa’ de Miguel Mihura, siempre me había apetecido escribir sobre alguien que estuviera ausente desde la primera página. En la Hacienda de Nuestra Señora de las Mercedes, hay un cuadro en el que se ve a Dulce Sargal asomada a la ventana. Es una imagen inquietante. Ella pertenecía a la elite, a la «sacarocracia», a los grandes hacendados de la caña de azúcar. Cuando más se incrementaban las exportaciones de cacao y café, que son productos amargos, más azúcar necesitaban. De este modo se enriquecían estas grandes fortunas. La sociedad isleña se volvió un poco endogámica, había criollos, nativos, funcionarios, africanos… Fue un tiempo convulso, como el de un parto, que dio origen a muchas cosas.

Con su pronunciamiento, el general Martínez Campos finiquitó la I República Española. Bartolomé Gormaz, el marido de Dulce Sargal, contribuyó a financiar esta asonada. A Franco, un banquero le apoyó económicamente, ¿los militares dieron el golpe, pero siempre hubo financieros interesados detrás, no?

Sí, así es. Bartolomé Gormaz dice literalmente que él respondió «como se esperaba de un hombre de su condición», es decir, con su fortuna. Hay una cuestión curiosa y es que a todas las personas que llevaron en volandas a Alfonso XII al trono, el monarca les premió después con un título nobiliario y, si rastreamos sus blasones, detrás de las palabras marqués o conde, el primer vocablo que aparece es el nombre de sus fincas y plantaciones de ultramar, lo que nos da idea de lo interesados que estaban estos hacendados en el retorno de la monarquía. Detrás de movimientos de este estilo o de una guerra, suele haber siempre una motivación económica.

Las Antillas y la Península Ibérica son los dos escenarios donde se desarrolla ‘Desaparecida en Siboney’. ¿Los antillanos conocían bien lo que ocurría en la Península y viceversa, o eran mundos que vivían ignorantes de lo que pasaba en cada lugar?

No, no, de ignorantes nada. Lo que ocurría en ambos lados era el anverso y el reverso de una misma historia. Los que negaban el asunto de la esclavitud eran los mismos que pensaban que la provincia más rica de España iba a dejar de serlo. Tenemos que pensar que en 1875 todos los inventos llegaban a Nueva York y a La Habana, de este modo nos daremos cuenta del nivel de vida de la clase alta isleña, que vivía un lujo y una ostentación tremenda, en enorme contraste de la existencia que padecían los esclavos.

En este asunto de la esclavitud, ¿la postura de la Iglesia era mirar hacia otro lado?

Durante mucho tiempo, en nuestro país los poderes político y religioso siempre han estado unidos. En España, se abolió la esclavitud en 1837, pero en las colonias fue legal hasta 1880. Por lo tanto, en 1875, año en que transcurre la novela, el tráfico de esclavos era más lucrativo porque era ilegal. O’Donnell, que era el gobernador de Cuba, cobraba una cantidad por cada «pieza», que era como llamaban a los esclavos. También hay que tener presente que la Iglesia, desde tiempos de Bartolomé de las Casas, afirmaba que los negros no tenían alma. Por tanto, consideraba que era una especie de statu quo y pensaba que llevar africanos a la fuerza era bueno porque los evangelizaban. Pero esto no era verdad. En realidad lo que se produjo fue una síntesis entre la religión católica y la yoruba, mezclándose aspectos de ambas. En los barcos negreros era obligatorio disponer de un médico, para atender los cuerpos, y de un sacerdote, para curar las almas. En la novela aparece Narciso Vergel, que en realidad es un trasunto de Jacinto Verdaguer, al que apartaron de la Iglesia y prohibieron decir misa en Barcelona. Todo lo que le he atribuido a Vergel, en verdad le sucedió a Verdaguer. El padre Vergel tuvo una crisis profunda, porque no soportaba ser el confesor de un esclavista como Gormaz, que le soltaba todo tipo de atrocidades, y a la vez auxiliar a los esclavos moribundos. Sentía náuseas, no podía perdonarse a sí mismo y su personalidad estaba bifurcada, ya que veía penalidades horribles en las que no podía intervenir, lo que le causaba una profunda desazón.

De pequeños nos explicaron que los traficantes de esclavos eran franceses, ingleses y norteamericanos. Lo veíamos en el cine. Sin embargo, en España se comerció con ellos hasta casi final del siglo XIX.

Sí, americanos sobre todo. De todas las naciones del mundo, España fue donde más tarde se abolió la esclavitud. Creo que no hay que hablar de leyenda negra, pero cuando algo está documentado y la información contrastada, las cosas se vuelven incontestables.

Otro personaje de la novela, el mancuniano Clive Barbany, es un abolicionista. Salvando distancias, ¿un abolicionista entonces equivaldría a un ecologista de hoy?

Sí, sería un activista. Clive Barbany es una persona con una conciencia social colectiva más desarrollada que otras personas, con una empatía mucho mayor, que piensa en los demás antes que en sí mismo. Me parece un personaje clave, porque es testigo de primera mano de todo lo que sucedía con los esclavos en la llamada Costa de Oro africana. Conoció las factorías de negros, vio cómo los embarcaban… Clive se mete en la boca del lobo y da una conferencia en las Antillas, donde viven todos los hacendados enriquecidos con el tráfico de esclavos, lo que tuvo una gran repercusión.

En el capítulo de Agradecimientos hablas muy bien de la Universitat Jaume I (UJI.) de Castellón, «nuestra UJI» la llamas, ¿qué os da la UJI a los escritores que trabajáis allí, por ejemplo, Santiago Posteguillo y tú, que no queréis abandonar la docencia?

Mira, precisamente ayer, organizamos un acto para celebrar el Premio Planeta de Santiago Posteguillo. Fue muy emocionante y él reconoció públicamente todo lo que la UJI hace por nosotros. Yo misma, que soy profesora de Escritura Creativa del Departamento de Humanidades, me siento muy apoyada y valorada y eso es algo muy importante.
Acabamos por hoy: ¿con qué nuevo proyecto literario nos sorprenderás en el futuro?
Llevo varias cosas en marcha a la vez y en distintas fases de gestación. No tengo ningún tipo de presión editorial y me veo capaz de escribir una historia cada dos años. En mi ordenador guardo varias carpetas digitales en las que voy introduciendo documentación. Después de un tiempo, observo cuál ha crecido más y ésa es la que escojo para trabajar. Esto mismo lo hacía Italo Calvino, pero con las tradicionales carpetas de gomas de toda la vida.