«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 29 de noviembre de 2009

Lorenzo Silva, escritor: “Una parte significativa de la vida de muchas personas se desarrolla en Internet”

Herme Cerezo / SIGLO XXI, 04/12/08

La verdad, mis improbables, es que cuando uno entrevista a Lorenzo Silva (Madrid, 1966) se queda con ganas de más, de bastante más. El escritor madrileño es una de esas personas que cuenta cosas, pero que da la impresión de que sabe muchas más. Y al entrevistador le entran deseos de exprimir sus conocimientos y disfrutar de su conversación durante mucho tiempo. Solamente escuchando cómo prepara sus escritos, en este caso para ‘El blog del Inquisidor’, su última novela, descubre uno el laborioso proceso que desarrolla para hilvanar cada una de sus historias. Sin olvidar que, detrás del trabajo de investigación o documentación de un escritor, se esconde un espíritu curioso, inherente a su profesión, ansioso por explorar nuevos caminos, nuevas etapas, nuevos horizontes. Pero en fin, todo tiene un límite y tenemos que aprovechar lo que hay. Así que vamos ya con el intercambio de preguntas y respuestas que mantuvimos con Lorenzo Silva, una tarde del mes de noviembre, con un soleado frío invernal, reconfortados con la temperatura, ligeramente excedente en grados centígrados, de uno de los salones del Hotel Astoria de Valencia.
¿Del Madrid, del Atleti o del Geta?
Era del Atleti, pero ya no soy de ninguno, no me importa el fútbol aunque llegué a jugarlo y aunque me he reconciliado un poco con él, gracias a la selección española que consiguió el Campeonato de Europa. Me parecieron buena gente, simpática, que no iban de nada y ganaron un título, además haciéndonoslo pasar bien. Otros, en cambio, fueron de mucho y luego volvieron de vacío.

¿Este año tu nombre no sonó para el Planeta?
Sonó una vez hace varios años, porque acudí a la entrega del premio. Allí me confundieron con Manuel Rivas y me preguntaron: ¿tú, qué, vienes a ganar, no?

Llevas escritas diecinueve novelas, ¿qué te queda por ficcionar?
Muchísimas cosas. Creo que el problema de un novelista hoy no es la falta de temas, sino al revés. Para un escritor que esté al corriente de la realidad, el dilema es escoger sobre qué escribir.

¿Cómo es tu proceso creativo?
Nunca escribo a primera intención. Lo primero que utilizo, y mucho, es la cabeza. Trabajo muchísimas horas y días y meses y, a veces, como en el caso de ‘El blog del Inquisidor’, durante veinte años, decidiendo qué voy a escribir. Cuando empiezo una novela, siempre desarrollo un proceso previo muy largo de pensar la idea, los personajes, la estructura. Y una vez que tengo claro todo eso, tardo muy poco. Me ayudo con un bloc de notas donde apenas escribo. Y ya en el ordenador voy a saco.

¿Cómo te tropezaste con el Inquisidor?
El Inquisidor en sí es como una especie de derivada de un libro de Caro Baroja, que hablaba de herejes durante los siglos XVII y XVIII en España y que leí cuando tenía 20 años. En una nota al pie de página, citaba el caso de unas monjas de un convento de Madrid a las que la Inquisición había condenado por herejes junto a su confesor. Después, una de las religiosas había redactado un pliego de descargos y las habían absuelto a ellas, pero no al confesor. No aclaraba nada más. Yo me quedé con la copla de que, en alguna parte, había un manuscrito de una monja exculpándose ante la Inquisición. Y me pareció que ahí había una historia. Busqué ese manuscrito y, finalmente, esa monja está en la novela. A partir de ahí, me interesé por la figura del Inquisidor. Nuevamente, me volvió a ayudar Caro Baroja, a través de una obrita suya titulada también ‘El Inquisidor’. Me gustó mucho porque contaba el perfil sociológico de los inquisidores, gentes que eran más juristas que teólogos y que, generalmente, habían pasado por la Facultad para estudiar leyes. Eran de condición humilde, pero no tenían una salida normal en la abogacía o la judicatura, que eran cotos cerrados entonces, y por ello tomaron la carrera inquisitorial como un modo de prosperar.

¿Cómo era un inquisidor?
Era un personaje que se apartaba del estereotipo del fraile fanático, que es un modelo que se correspondería más con el inquisidor medieval francés o inglés. La Inquisición española es una institución más moderna, que llega hasta el siglo XIX, llena de personajes con perfiles más complejos que como nos los han pintado. En algunos procesos, los inquisidores llegan a oponerse al fanatismo de la acusación.

Realmente, ¿se preocupaban más de los acusados que de perseguir la herejía?
No, no, de los acusados no se preocupaban demasiado. Los encarcelaban sin explicarles de qué se les acusaba. Eran cárceles mejores que las seculares porque la gente iba a pasar mucho tiempo allí y necesitaba sobrevivir; a partir de ahí, lo que sí es cierto, es que la Inquisición seguía un sistema muy pautado y reglado. Cumplía escrupulosamente todo el procedimiento establecido. Incluso en las actas se justificaba y explicaba por qué se daba tormento al reo. Ellos no mataban al acusado, se preocupaban de procesarlo antes de condenarlo a la hoguera si procedía. Los inquisidores no eran seres demoníacos poseídos por sentimientos infernales, eran seres humanos.

Da la impresión de que ‘El blog del Inquisidor’ trata de extraer la parte buena de la Inquisición, si es que la tenía. ¿Estoy equivocado?
No es exactamente sacar lo bueno. Se trata sólo de insertar a la Inquisición en su sociedad. La Inquisición era temida en España, pero también muy popular: a la gente le encantaba los autos de fe y recurría a ella para resolver sus venganzas privadas. Las denuncias secretas, especialmente las de sodomía entre los matrimonios en caso de engaño por parte de uno de los dos cónyuges, eran frecuentes. El Santo Oficio formaba parte de la realidad española, por tremendo que ello resulte.

‘El blog del Inquisidor’ incorpora en sus páginas, como un elemento importantísimo, la presencia de Internet.
En esta novela Internet está muy presente porque lo que hace es reflejar un hecho: una parte significativa de la vida de muchas personas se desarrolla en Internet, en ese espacio virtual donde se relacionan seres humanos que no se conocen personalmente. Además, Internet aporta una serie de formatos y estructuras para contar la realidad a los que no estamos acostumbrados, como por ejemplo el blog, que es un collage donde se van colgando distintos aspectos de una persona. Con Internet, nuestro conocimiento ha empezado a dejar de ser lineal para convertirse en ese collage al que antes aludía.

¿Internet es un espacio perfecto para la Literatura?
Internet, indudablemente, se presta a la fantasía literaria porque puede ser una proyección ideal, una simulación táctica con una finalidad concreta o la expresión de verdades reprimidas. Es un espacio para la mentira y también para la verdad, porque permite expresar unas cosas que la proximidad física impediría. El riesgo de Internet es que puede mostrar una cierta idealización del interlocutor o interlocutora, porque no se le conoce en persona, pero por otro lado, aporta el hecho de que simultáneamente, se mezclan todas esas cosas: lo cierto y lo falso, la ocultación y la exhibición, etcétera.

En ‘El blog del Inquisidor’, Internet ha condicionado la estructura de la novela: por ejemplo, han desaparecido los tradicionales guiones del diálogo.
Sí, claro porque permite que hablen sólo las palabras. Por ello, mi novela ha adoptado la estructura epistolar propia del chateo.

Leyendo tu novela se descubre que los judíos se convirtieron en delatores de sus propios hermanos conversos.
Sí, sí, eso está documentado en un par de libros conocidos sobre este tema. Cuando los falsos conversos empiezan a ser perseguidos por la Inquisición, los judíos, que viven tranquilamente en España antes de su expulsión, se convierten en sus delatores. Pero esto no es algo propio únicamente de los judíos, es de la condición humana. El resentimiento hacia ese judío converso que, por haber hecho esa simulación, se ahorra una serie de restricciones que sí tenían los no conversos, despierta el recelo, la envidia, el resentimiento y el deseo del castigo al traidor … Y eso genera la reacción contraria, ya que cuando los verdaderos judíos son expulsados de nuestro país, entonces serán los conversos quienes se encargarán de denunciarlos. Esto es así, porque la Historia es mucho más compleja de lo que parece a simple vista.

Lorenzo Silva, además de por su nueva novela, estos días también ha sido noticia por el estreno en Antena 3 de la película '20 N: Los últimos días de Franco', dirigida por Roberto Bodegas y con guión suyo. ¿Cómo se le puede sacar tanto partido a mes y medio de la vida de una persona?
Pues la verdad es que todavía daba para más. Aunque el equipo médico que rodeaba a Franco estaba compuesto por treinta doctores, todos no se podían meter en la película y los tuvimos que reducir a sólo cuatro, lo cual ha originado un cierto malestar en la hija de uno de los doctores que no ha sido incluido entre el equipo médico. Pero este problema finalmente se ha resuelto bien y, como no podía ser de otro modo, le hemos pedido disculpas. Todo lo que narra el film, incluidas las dosis de humor negro, es real por raro que parezca.

¿Mucho tiempo para documentar el guión?
Un par de meses porque existe una documentación estupenda. Tanto el doctor Pozuelo, médico de cabecera de Franco, como el doctor Palma, el cardiólogo, escribieron dos libros bastante buenos. Pozuelo lo enfoca desde el punto de vista del hombre incondicional a Franco, mientras que Palma es un médico joven, librepensador que, de repente, tiene que atender al Dictador. Y lo cierto es que ambos coinciden en lo sustancial de los hechos. Creo que es una historia que merecía la pena. Hay gente que no le ha parecido bien que apareciera una enfermera progre atendiendo a Franco. Pero sucedió así. Se trataba de una chica joven, que trabajaba en La Paz y que fue elegida para ello.

¿Y, realmente, Franco murió el día 20?
Sí, murió el día 20 porque es el momento en que los médicos se rinden. Yo he llegado a la conclusión de que el búnker quería mantenerlo con vida, pero al final las decisiones las tomaron los médicos. En concreto el Dr. Hidalgo al ver que Franco se moría, pensó que podía salvarlo y lo intervino. El cuerpo del Dictador dio de sí todo lo que pudo. Hubo momentos en que casi no tenía pulso, pero seguía bombeando al cerebro y continuaba con vida.

¿Qué preparas actualmente?
Pues ando metido en otra entrega de mi serie protagonizada por los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro. Será mi quinta novela de temática policiaca.