«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 7 de noviembre de 2009

‘Los papeles de agua’ de Antonio Gala, una novela inducida

Herme Cerezo/SIGLO XXI, 05/10/08

Deyanira Alarcón atraviesa uno de los momentos más desencantados de su vida personal. En España era una escritora de éxito y la representante más significativa de la literatura actual. Pero nada de aquello tendrá para ella ningún valor cuando una terrible decepción amorosa arrebata la felicidad que había conocido junto al hombre que ayudó a introducirla en el mundo literario. Deyanira, que en realidad se llamaba Asunción Moreno, decidió cambiar su nombre para brillar con mayor fuerza en el turbulento panorama cultural, pero no logra desembarazarse de la fractura emocional que la ha convertido en la sombre deprimida de la mujer que había sido. Estas líneas resumen, grosso modo, el argumento de ‘Los papeles de agua’, la última novela de Antonio Gala.

El dramaturgo, ensayista, novelista y poeta, nacido en Brazatortas (Ciudad Real), entró el pasado jueves en la Sala Ribera del hotel Astoria de Valencia, minutos después de las once de la mañana. Vestido con tonos rosa, blanco y gris, acompañado por su inseparable pañuelo al cuello y su bastón con empuñadura de plata, se sentó a la mesa conferencial dispuesto a celebrar su cumpleaños – prohibido decir cuántos años – con los periodistas valencianos que allí nos dimos cita. Era una buena fecha para celebrar la excelente marcha de las ventas del libro, con tres ediciones en la calle y más de ciento veinte mil ejemplares ya vendidos. Gala, con ironía, humor y un poco de sueño – había pasado mala noche – respondió a todas las cuestiones con sus palabras engrasadas, pausadas, como mecidas por la cadencia musical del compás de un reloj.

La primera perla vino con la portada del libro: "me quedé estupefacto – dijo Gala – al contemplar que el nombre de Deyanira Alarcón no aparecía por ninguna parte". Y es que el escritor, en un claro juego metaliterario, siente que ‘Los papeles de agua’ no es un libro suyo: "Lo he escrito con enorme rapidez, más que nunca, porque iba inducido. Yo escribo por las tardes, en contra de los demás escritores que lo hacen por las noches o en horas raras. Terminaba el trabajo de una forma y, luego, en sueños, alguien que no podía ser otra criatura que Deyanira, corregía ese final, que yo había construido quizá con algunas dudas. Deyanira, mujer bellísima, ha colaborado conmigo de un modo escalofriante. Ella es la verdadera escritora del libro porque yo me he limitado a poner el oído. Éste es un libro inspirado, que me invadió completamente, y del que sólo he sido su amanuense". A Gala se le ve muy satisfecho con su obra: "Es mi libro predilecto y no lo digo porque sea el último".

La novela se plantea como un puzzle, "unos papeles, sin división capitular, que Deyanira escribió con la intención de tirarlos al agua, de ahí el título. No guarda un orden lógico ni temporal. En realidad, yo lo llamo libro porque Deyanira escribe sobre lo que le viene al pensamiento en cada momento".

Su proceso creativo, además, quedó interrumpido por otro trabajo, que se cruzó en su camino: "La escribí en dos partes, porque cuando tenía terminada la primera me sobrevino el parto de ‘El pedestal de las estatuas’, mi obra anterior, una historia que yo tenía que parir porque la había digerido desde los años de mi infancia". Esta interrupción también se refleja en la historia y en el escenario escogido para narrarla: Venecia, la Serenísima, "una ciudad que Deyanira detesta porque en ella vivió su luna de miel que, en realidad, fue de hiel", también refleja estos dos momentos emocionales del escritor: "la primera parte, muestra una Venecia chabacana, mercantilista, inventora de la silicona y de las correcciones de estética y cirugía; mientras que la segunda, dibuja la Venecia tradicional, hermosísima, erguida sobre el agua. Y generosa, cosa que no ha sido nunca Venecia, que ha sido una trincona toda su puta vida, nunca mejor dicho. Pero Deyanira la ve así, porque ahora tiene lo que nunca tuvo antes".

Gala, una vez más, ha escogido una protagonista femenina: "Elegí a Deyanira porque a esta mujer, si la viese por la calle, la reconocería en seguida. Mis protagonistas femeninas, además, están asimiladas a ciudades: Palmira Gadea a Sevilla, Desideria a Estambul y Deyanira a Venecia. Las mujeres como personajes me interesan mucho más que los hombres". También dejó bien claro que el personaje no es su "alter ego": "Deyanira no tiene nada que ver conmigo. Yo tengo una educación de Guerra Civil y no soy tan mal hablado como ella, que es absolutamente deslenguada, trepidante, porque lleva en su seno como un desdoblamiento de personalidad, que le hace mandar a la mierda a todo el mundo en cualquier momento. Además también difiero en sus opiniones sobre otros escritores, excepto lo que dice sobre Borges y Brecht donde coincido con ella" Y ¿qué hubiera ocurrido si Deyanira hubiera estado presente hoy aquí? "Ella no me conoce. No sabe nada de mí, me hubiera puesto como un pingo si yo me hubiese dejado, aunque me cita en la novela cuando descubre que en su cartera lleva la fotografía de un niño que le recuerda unos versos que escribió Antonio Gala".

‘Los papeles de agua’ esconde un doble homenaje: "por un lado a La Baltasara, donde yo vivo seis meses al año, y, por otro, a la Guardia Civil porque hace un tiempo, ante una amenaza de bomba en mi casa, se presentaron allí y se comportaron de un modo absolutamente tranquilizador. Les estoy muy agradecido. La Guardia Civil, a la que en la época de Franco no sólo la odiaban los gitanos sino todo el mundo, es la institución que más ha cambiado para bien durante la Democracia en este país".

Sobre la moda actual de que algunos autores utilicen escritores como protagonistas de sus obras, Gala manifestó que "ignoraba que se escribía sobre ellos. La raza de escritores no significa nada para mí y, por lo tanto, no sigo ninguna moda, ni para ponerme el jersey ni para coger el bastón, que lo he inventado yo – risas – . No leo libros de casi nadie, sólo de los clásicos. Me gustan pocos escritores y me relaciono sólo con aquéllos que son mis compadres como Caballero Bonald, con el que no hablo de Literatura. Así que, cuando oigo decir que los escritores tratan entre ellos de sus obras, me entran escalofríos".

Gala guarda un buen recuerdo de Fernando Quiñones y de Terenci Moix: "En mis sueños y aunque sé que estoy dormido, es frecuente que yo piense que hace mucho tiempo que no los veo y me digo que en cuanto me despierte tengo que llamarlos. Al levantarme, cojo el teléfono y quiero marcar sus números, que recuerdo perfectamente, porque creo que todavía están vivos".

En un párrafo del libro, la protagonista dice: "Lo que sí tengo claro es que no escribiré nunca más para que me lean – eso lo juro -, sino porque sienta la necesidad de hacerlo. Igual que el adicto que toma su droga para sobrevivir y matarse a la vez". Del fragmento, parece desprenderse que escribir sea una enfermedad. Pero Antonio Gala lo tiene claro: "Escribir es una tragedia, pero necesaria. La vida no es una fiesta a la que todos hayamos sido invitados, pero ¿sin ella qué hacemos? Sin ella no hay ni siquiera la posibilidad de que nos inviten. Hay mucha más gente que escribe que escritores, que no hay tantos, muchos menos de lo que parece. Ser escritor es un destino y yo lo incumplí durante tantos años que se produjo en mí un desquicie, casi una esquizofrenia, y me fui a la cartuja. Ya tenía tres doctorados hechos, acababa de sacar la oposición a abogado del estado y estaba tan imbuido de ellos, que mis temarios de oposiciones están llenos de versos y notas mías, porque yo tenía que escribir. Los cartujos, también como Venecia, un poco trincones, después que yo les había ordenado los cuarenta mil volúmenes de su biblioteca, heredados del cardenal Segura, me dijeron: "tu voz no es nuestro silencio. Tú tienes que salir y hablar". Ellos lo descubrieron inmediatamente pero no lo dijeron hasta que no les ordené su biblioteca. Eso es muy de frailes. Pero fue una frase exacta".

Y hasta aquí la presentación en Valencia de ‘Los papeles de agua’, un juego metaliterario, entre un escritor, Gala, real, que juega a personaje, y una escritora, Deyanira, de tinta y papel, que juega a autor real y que ha guiado la mano diestra de Antonio Gala por el camino deseado a través de los sueños, una senda sin orden aparente que cobra pleno sentido cuando el lector cierra la última página del libro, la número 456 exactamente.