«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

viernes, 31 de diciembre de 2010

Paco Roca, dibujante de cómics: "'En el invierno del dibujante' he buscado otra forma de narrar, más próxima a la realidad que a la ficción".

Herme Cerezo/SIGLO XXI, 03/01/2011

Cuando llego a la casa de Paco Roca todavía quedan flecos del atardecer. La noche, que se anuncia inminente, no ha terminado aún de desplegar su capa oscura sobre Valencia. Desde la última vez que la visité, la vivienda ha sufrido alguna transformación, no tanto de mobiliario como de distribución. Y es que ahora, Paco, en su terraza interior, ha levantado una especie de refugio donde dibuja, toma notas, se calienta el cacumen, lee, hace pruebas, discute consigo mismo y concibe sus obras. Es un poco como si la casa estuviera dividida en dos franjas o dos mundos: el de la vida real y el de la ficción, separados por apenas nada, medio centímetro, un rayo de sol, una brizna de aire. El estudio del dibujante es blanco y acristalado, con estanterías repletas de libros al fondo. Seguro que desde su puesto de trabajo ve caer la lluvia que las nubes reservan para su terraza privada. Unos cuadros todavía sin destino, dos sillas giratorias y con ruedas, unos archivadores, un par de mesas, la impresora y el ordenador McIntosh hacen el resto. Al fondo, como un murmullo suave que proviene de los altavoces del ordenador, suena ‘Al you need is love’. Y cuando comenzamos a hablar del motivo que da sentido a esta entrevista, la publicación de ‘El invierno del dibujante’, último álbum del artista valenciano editado por Astiberri, dice Paco: “Uno de los miedos era que se pudiera pensar que se trataba de un trabajo dirigido únicamente a los nostálgicos del cómic, lo cual no era cierto. Por eso he intentado explicarlo todo de tal manera que cualquier lector pudiera comprenderlo. No ha sido empezar de cero, pero casi”.

‘El invierno del dibujante’ nos habla de una época gris, plomiza, la de los últimos años de la década de los cincuenta en España, en los que, de golpe, un grupo de dibujantes de la Editorial Bruguera soñó una aventura en solitario: constituir una cooperativa y fundar su propia revista: ‘Tío Vivo’. Abandonaron la empresa barcelonesa y consiguieron editar su tebeo. Pero un año después el fracaso, incentivado por la propia Bruguera, llamó a su puerta. Los cinco atrevidos idealistas, Escobar, Conti, Cifré, Giner y Peñarroya, tuvieron que desistir en su empeño y regresar a casa. Los readmitieron. E indemnizaron. Pero ahí acabaron todos sus derechos. En aquel entonces, los dibujantes no tenían siquiera la consideración de artistas. Eran obreros de la viñeta y como tal los trataron. Bruguera siguió imperando como reina y señora de las historietas hispanas, con permiso de su gran rival, ‘TBO’. Tan es así, que poco tiempo después ‘Tío Vivo’ pasó a formar parte de su elenco de revistas, compartiendo kioscos con ‘Pulgarcito’, ‘DDT’, ‘Din-Dan’ y otros.

Paco, ¿cómo se te ocurrió aventurarte en un tema tan específico?
La idea la llevaba ya desde hacía tiempo. Quería dibujar algo exclusivo para el mercado español, porque hasta ahora había tocado temas universales, pensados para que funcionaran en el extranjero, en Francia, en Italia ... Fui descartando opciones y ahora que el mercado de nuestro país empieza a estar bien, con mecanismos y productos propios, creí llegado el momento de apostar por él. Pienso, además, que la búsqueda de ese producto propio, sin copiar para nada el modelo francés, es el camino a seguir, ya que algunos álbumes españoles están vendiéndose mejor que algunos best-sellers en Francia. Astiberri me apoyó al máximo y preparamos este proyecto, como digo, dirigido específicamente para el mercado español. En un principio, quería trabajar sobre los tebeos de Bruguera que yo conocí, los de la última etapa, desde 1975 hasta el final, y hablar de la decadencia de la editorial. Pero mientras me documentaba llegué a la aventura del `Tío Vivo’ y vi que ahí había una buena historia. Se trataba del fin de una generación de dibujantes y del comienzo de otra. Creo que fue muy importante, no sólo para el cómic nacional sino también para el internacional, que cinco autores españoles se introdujeran en aquella empresa. Por otro lado, la época era enormemente atractiva porque en España ocurrieron cosas muy interesantes a finales de los cincuenta: la visita de Eisenhower, el comienzo de la televisión, la fabricación del Seiscientos ...

A priori, ¿cuál era la imagen que tenías en mente sobre la redacción de Bruguera?
Me imaginaba que los dibujantes trabajaban juntos. Algo parecido a lo que ocurre en la película ‘El apartamento’ de Billy Wilder, con aquellas salas repletas de centenares de mesas. Me los imaginaba dibujando en un jolgorio continuo de risas y demás. Tenía muy idealizado el entorno y quería ser como uno de ellos. Como cuento en el epílogo del álbum, envié unos dibujos a Bruguera, imitando a sus personajes. Yo estaba muy ilusionado con la posibilidad de que me invitaran a unirme a ellos. Pero claro, eso no ocurrió. Con el tiempo y por las cosas que me han contado los trabajadores que aún viven de aquella época, he sabido que la redacción, o mejor dicho, trabajar en ella resultaba aburrido. Se trataba de una oficina sin más, con una hora para entrar, otra para salir y una jornada que cumplir.

Y, además, los dibujantes trabajaban en sus propias casas, ¿no?
Al principio, Cifré y Giner sí que trabajaron en Bruguera junto con algunos más, cuando la editorial era mucho más pequeña y ocupaban un piso del Paseo de Gracia. Pero la realidad es que los dibujantes trabajaban en su casa. Los miércoles entregaban sus dibujos, se tomaban unas cañas en un bar y poco más. Algunos, con mayores afinidades, jugaban a las cartas. Es un poco como ahora, cuando los dibujantes nos encontramos en los salones aprovechamos para cambiar impresiones y enterarnos de por dónde van los tiros. Son esos encuentros que nos dan un poco de vidilla.

Sin embargo, en ‘El invierno del dibujante’ aparecen personajes que prestan servicio en la propia editorial.
Los que salen constituían la redacción: guionistas, traductores, como por ejemplo Armonía, que cambiaba palabras para que no se notase que copiaba traducciones de otros autores, y Víctor Mora que, cuando estaba en la redacción, se ocupaba de los titulares, de las noticias, de la estructura de las revistas en suma. Sin olvidarnos de los maquetadores, claro.

‘El invierno del dibujante’ ¿es un ensayo sobre el cómic contado con su propio lenguaje?
En mi opinión, el cómic toca las fronteras que el propio autor se marca ... Si hubiera contado esta historia con el lenguaje convencional del cómic, cambiando planos, con otra estructura más espectacular y con menos diálogos, el álbum hubiera perdido credibilidad y se hubiera convertido en otra cosa. Mi planteamiento era, si no construir un documental, sí hacer algo muy real, que obligase al lector a mirar atentamente lo que ocurre, a escuchar a los personajes. Buscaba un plano fijo, como si estuviéramos juntando retales, algo más parecido a una película que a un cómic. Mientras lo dibujaba, tenía más presente en la cabeza las películas del neorrealismo español y los documentales del NO-DO que cómics como ‘Contrato con Dios’ o ‘Los profesionales’, obras que he leído y que me encantan, pero que no tienen nada que ver con esto. Había que buscar un lenguaje propio, una forma diferente de contar para que el resultado pareciese más próximo a la realidad que a la ficción.

Muchos diálogos encierran una reflexión sobre la propia condición del dibujante.
A causa de la lectura de las historietas infantiles, nos hemos acostumbrado a cambiar frecuentemente de plano para que el lector no se aburra. Es una técnica perfectamente válida para los niños y en otros géneros, como los superhéroes, está claro que también ha de ser así. Pero para esta historia el plano fijo era fundamental, era el modo de darle protagonismo a las conversaciones. En ‘El invierno del dibujante’ hay, incluso, diálogos cruzados, pausas, silencios... Lo que se cuenta es muy poco, pero está abordado desde el punto de vista del realismo, de lo normal, de lo habitual. En España muchas reflexiones importantes surgen de la tertulia en un bar y me gustaba que fuera así, porque los dibujantes de Bruguera se reunían en uno de ellos, concretamente en el Bar Rueda.

Barcelona, capital del género negro español, escenario literario donde los haya, también es el fondo donde transcurre ‘El invierno del dibujante’.
La verdad es que también me hubiese gustado hacer algo en Valencia, sobre la Editorial Valenciana. Pero llega un momento en que has de centrarte en un solo tema porque ideas tienes muchas. Visualmente, los años cincuenta constituyen una época muy atractiva: las calles se poblaron de sombreros, de gabardinas, de pipas, de coches antiguos... La dificultad estribaba en encontrar imágenes de entonces. Comencé por ver el NO-DO y películas de la época, pero no había nada. Parecía que todo sucedía en Madrid y esa dificultad añadida supuso un reto que me gustaba mucho, que me atraía enormemente. Así que comencé a contactar con amigos, a localizar libros de fotografías, como el de Catalá Roca, y a moverme por Internet. El siguiente paso fue situar el enclave de la propia editorial Bruguera, que se encontraba en el barrio de El Coll, situado en la parte norte de la ciudad, prácticamente a las afueras. Cuando abandonaron el piso del Paseo de Gracia, se marcharon a esa zona y construyeron la imprenta, el almacén y las oficinas, aunque de todo eso no hay nada. Bruguera daba de comer a mucha gente del barrio y todavía quedan por allí trabajadores de aquella época, que conservan archivos particulares. Anduve por el barrio hasta llegar a la calle Camps i Fabrés. A través de Nadal e Ibáñez sabía que se reunían en el Bar Rueda, que hacía esquina. Encontré un local de aquellas características pero con otro nombre. Era nuevo y lo regentaban un par de chinos recién estrenados en el oficio. Sin embargo, en una mesa había un abuelo leyendo el periódico y le pregunté si sabía algo. Y vaya si sabía. Se acordaba de todo: conocía la editorial y a los dibujantes y me explicó que el bar de los chinos, o sea allí donde nos encontrábamos en aquel instante, era el antiguo Bar Rueda. Gracias a los datos que me suministró aquel hombre, y a falta de imágenes, pude inventarme la fachada de Bruguera. La forma de la redacción la deduje a través de algunas fotografías que me proporcionaron los antiguos trabajadores a los que he aludido antes. Lo más bonito de todo el trabajo de documentación fue interpretar y representar cómo debió ser todo aquello.

En el álbum se habla mucho de las páginas originales, ¿dónde están ahora esos originales?
Los tiene Ediciones B a falta de que la gente las reclame. Julia Galán, una mujer que entró en los años 60 a trabajar en la editorial, secretaria de Rafael González, me dijo que cuando Ediciones B compró Bruguera tomó posesión de todo lo que allí había. En una ocasión, le dieron un premio a Ibáñez e hicieron una exposición conmemorativa. Al terminar la exposición le llevaron los originales a Ibáñez, pero a los pocos días él mismo telefoneó a Ediciones B para decir que todo aquel material le molestaba en su casa. Y es que los dibujantes de aquellos años tenían otro concepto de estas cosas.

¿’Tío Vivo’ alcanzó el éxito que esperaban?
No, creo que no. No consiguieron hacerse un hueco en el mercado. Hubieran necesitado más tiempo y su proyecto sólo duro un año. Competir con Bruguera y con sus propios personajes, que continuaban publicándose en las revistas de la editorial y formaban parte de la cultura española de la época, era muy difícil. Aunque sea especular, creo que ahí el cómic español perdió la posibilidad de tirar por otros derroteros, de alcanzar el mismo nivel que tiene hoy en Francia, por ejemplo. El fracaso de los cinco autores y su regreso a Bruguera cerró este posible camino, porque eran dibujantes que, con el paso del tiempo, pretendían hacer un cómic más adulto, ya que ‘Tío Vivo’ era una revista muy parecida a lo que ellos habían hecho en Bruguera.

Pero un cómic más adulto habría tropezado con otras trabas: la censura franquista sin ir más lejos.
Hubiera sido un proceso difícil, pero creo que hubiera sido muy interesante para el cómic español. Podía haber constituido una buena experiencia, protagonizada por unos autores dueños de sus propios personajes y de su propia editorial. Se hubieran adelantado a la francesa Pilote, empresa a la que Bruguera compró después sus historietas.

Los dibujantes de Bruguera también publicaban en otros medios: Conti hizo chistes para algunos periódicos y Peñarroya tiras publicitarias de electrodomésticos.
En esa época el dibujo salía mejor impreso que la fotografía y el dibujo humorístico quedaba muy bien en los diarios. Es normal que estos dibujantes, que eran los mejores, se movieran en el mundo de la publicidad del que provenían muchos de ellos.

¿Josep Escobar estaba detrás de todo el movimiento “insurgente”?
Yo le he adjudicado ese papel porque necesitaba alguien en cuya boca estas ideas no sonaran extrañas. Escobar encajaba perfectamente para darle un toque idealista a la aventura, porque él era casi un artista renacentista: había dirigido teatro, había hecho dibujos animados, fue inventor de cachivaches, escritor y actor. Además había estado muy comprometido ideológicamente, era un represaliado. Cuando él reivindica los derechos de los dibujantes todo cobra sentido y suena mucho más real. Puede parecer un poco exagerado, pero esto es el cómic. Escobar, por otro lado, era el más entrañable de todos. Hables con quien hables, todo el mundo dice cosas buenas de él.

Rafael González es un personaje gris y, sobre todo, contradictorio.
Es el verdadero protagonista del álbum. Es interesante tropezarte con un personaje así. En González hay muchos matices: para la gente de la redacción era un tipo duro, que los explotaba. Pero si lees información sobre su vida te das cuenta de que es un pobre desgraciado, hijo de las circunstancias, un perdedor de la guerra que trató de olvidarlo todo y tirar para adelante, dejando de lado incluso su parte creativa. Se marchó de ‘La Vanguardia’ para centrarse en su trabajo y para que su familia no lo pasase mal. Creo que se sentía más próximo a los dibujantes que a los jefes, pero no se planteó nunca nada y colaboró con la empresa.

González Ledesma, su sobrino, abogado y escritor prohibido por el franquismo, juega un papel ambiguo en ‘El invierno del dibujantes’.
A los 15 años González Ledesma se dedicó a escribir y se encontró con Víctor Mora en Bruguera. Eran tipos parecidos, pero Ledesma fue el encargado de redactar los contratos explotadores, incluido el suyo. Él mismo se puso las cadenas. Muchos de estos personajes - otro de los muchos atractivos de esta historia -, es que todos ellos son, si no ambiguos, si contradictorios: actúan de un modo y piensan de otro. Por ello, el único atisbo de rebelión, de mostrar sus verdaderos ideales, de romper su vida gris, fue la aventura de ‘Tío Vivo’. Luchar por una idea era lo único que les quedaba y, tras su fracaso, ya no intentaron hacer nada más.

¿El regreso de los cinco fue bien acogido por los dibujantes que se habían quedado en Bruguera?
Cuando se fueron los cinco debió de producirse una especie de cisma en la redacción. Su regreso, sin duda, fue motivo de una enorme expectación entre el resto de dibujantes y creo que en el trato personal no hubo problemas, ni tensiones porque, además, no se veían. Ellos tenían copado el mercado y al publicarse ‘Tío Vivo’ en Bruguera aumentaron los personajes y el trabajo para todos. Ibáñez, que había dejado su empleo en el banco para dedicarse a dibujar, quizá fue el único que podía sentir algo de miedo, pero viendo la historia con perspectiva, justamente él es quien más ha perdurado.

50.000 pesetas de indemnización, una cifra alta para la época, ¿no?
Yo he puesto 50.000 pesetas, como me dijo Nadal, pero en la presentación que hice en Barcelona junto con Toni Guiral, éste había encontrado una nota en la que constaban 40.000. Pero claro, él es un ensayista, yo trabajo el tebeo y es muy difícil matizar tanto. La indemnización fue en concepto de exclusividad. Aún así es verdad que era mucho dinero para la época. Me contaron que Escobar, cuando cobró esa cantidad, pensó que era rico, que estaba encantado de la vida y yo, sin embargo, cambio ese punto de vista y lo pinto como un fracaso. A veces, como dibujante, te tomas licencias para darle un poco de dramatismo a la historia.

‘TBO’, la palabra prohibida en Bruguera.
Claro, ‘TBO’ era la competencia, el rival. Era la única publicación que podía hacerle sombra a ‘Pulgarcito’, la estrella de Bruguera.

Paco, ¿la situación de los derechos de los dibujantes sigue igual hoy en nuestro país?
Bruguera antes cerro que cedió los derechos y en España hemos avanzado muy poco en este aspecto. El autor continúa estando en la mayoría de los casos a merced del editor. Y lo mismo pasa con la literatura. De los artistas españoles que dibujan ahora para Marvel, por ejemplo, todo lo que hacen pasa a la empresa. Cobran bien, pero no tienen ningún derecho posterior sobre sus dibujos. Los dibujantes no tenemos capacidad para negociar, al igual que los escritores, aunque muchos de ellos recurren a los agentes para este tipo de asuntos. Los dibujantes firmamos todo lo que nos ponen por delante. ‘Arrugas’, por ejemplo, es mío pero yo no puedo hacer lo que quiera con él. La editorial Delcourt es quien pone las condiciones para que se ruede la película sin ir más lejos. Con la aparición de los libros digitales parecía que iba a cambiar la situación, pero el asunto está parado. De todos modos, en este terreno es posible que sí se pueda partir de cero.

Para terminar de hablar sobre tu álbum, nos centramos en otro personaje controvertido: Vázquez. ¿Realmente era tan desalmado como lo pintan?

No quise ver la película para no sufrir influencias mientras dibujaba el álbum. Todos tienen una anécdota sobre Vázquez y te la cuentan diferentes personas, como si todas ellas hubieran estado presentes en el momento en que ocurrió. Hay tantas variaciones que al final no sabes qué es cierto y qué no. La bola debía estar hinchada, pero de todos modos era un tipo peculiar sin demasiados escrúpulos, incluso con sus propios amigos. Es muy probable que fuera el mismo Vázquez quien avisó a Bruguera de lo que llevaban entre manos sus compañeros. De todos modos, he intentado que su presencia en el libro se redujese a lo indispensable, no quería convertirlo en el protagonista principal. Vázquez era un personaje que podía contaminar el argumento, fastidiar la historia. Es como un actor con demasiada personalidad en la película y que puede hacer que el argumento vaya por derroteros que no corresponden. Vázquez es el primer dibujante español que creó un personaje de sí mismo.

Desde el punto al que has llegado en tu obra, si miras hacia atrás ¿qué ves?
En general estoy satisfecho con todo, salvo algunas pequeñas cosas. Estoy contento porque sigo una línea recta y consecuente. Siempre he intentado hacer el cómic que a mí me hubiera gustado leer en cada momento y he disfrutado haciéndolo. Creo que también he sido coherente con los nuevos retos que me he ido planteando y que mi evolución ha sido correcta. Y espero que me queden todavía por hacer muchas cosas más.

Siguiendo con esa mirada retrospectiva, ¿relees tus obras?
Releo mis álbumes cuando tengo algún motivo para hacerlo. ‘El juego lúgubre’ es quizá el álbum que más he releído, porque se editó primero en Francia y, luego para la edición española, quise revisarlo y corregirlo. Con la distancia que otorga el tiempo transcurrido, lo lees ya como si no fuese tuyo y piensas cómo te lo plantearías si tuvieras que realizar el mismo trabajo ahora, en este momento. Y le das vueltas y vueltas, de tal manera que sólo disfrutas en pequeñas dosis de su lectura.

¿Y el futuro cómo lo ves?
El cómic siempre ha supuesto un gran estrés para mí. He trabajado por las noches, durante los fines de semana, incluso he llegado a sacrificar mis vacaciones. Después de ‘Arrugas’, tuve que acelerar la publicación de ‘Calles de Arena’ y se me juntaron ambas promociones; por si faltaba poco, Astiberri me buscó para hacer el álbum conjunto con Gallardo .... Prácticamente no he tenido tiempo para nada, así que voy a tratar de tomarme las cosas con un poco más de calma.

¿Has empezado otro nuevo proyecto ya?
Sé lo que voy a hacer y es un proyecto sobre el que ya se han publicado muchas cosas y no puedo permitirme el lujo de equivocarme. Por eso, el proceso de documentación de este nuevo trabajo va a ser minucioso, ya que quiero que sea muy real. El único problema es que manejo dos ideas a la vez y veremos, finalmente, por cuál me decido. Y lo que sale.

Hace mucho rato que ya dejó de sonar ‘Al you need is love’ en el estudio. En los altavoces del McIntosh, a los Beatles les han sucedido varias voces femeninas, con timbre de jazz, que no he logrado identificar. Cuando me interno en la zona real de la casa y abandono la frontera de la ficción, observo que ya es noche cerrada, sin estrellas porque la capital del Turia vive días lluviosos y sobre todo húmedos, altamente recomendables para el reuma y la artrosis. Hora y media es mucho tiempo, pero ha pasado muy de prisa. La culpa, sin duda, ha sido de la conversación, fluida e interesante. Algo que siempre ocurre con Paco Roca, un artista que se supera álbum tras álbum, sin abandonar esa sencillez profesional y esa calidad humana que le caracterizan y con las que le conocí hace ya casi tres años.