«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

lunes, 13 de junio de 2011

Benjamín Prado, escritor: “Cuando escribo no he de preocuparme de la veracidad, sino de la verosimilitud”.

Herme Cerezo/SIGLO XXI, 13/06/2011

“Vine a Praga a romper esta canción, por motivos que no voy a explicarte”. Así arranca la tercera pista del cedé que escucho mientras transcribo esta entrevista. Así comienza la letra de ‘Cristales de Bohemia’, uno de los temas de ‘Vinagre y Rosas’, hasta ahora la última grabación de Joaquín Sabina, cuyas letras, fifty-fifty, son suyas y del escritor con el que converso hoy: Benjamín Prado (Madrid, 1961). A través de la cristalera de la cafetería del Hotel Senator Parque Central de Valencia, la Pantera Rosa y su fuente muda, el paso elevado sobre las vías del ferrocarril y el intenso tráfago de vehículos, públicos y privados, dibujan un telón de fondo distinto, ecléctico y bullicioso para esta entrevista, mucho más dinámico que el clasicismo renovado de otros escenario que suelo frecuentar. Con el escritor madrileño no hablé del cedé, ni siquiera de música, sólo de ‘Operación Gladio’, su nueva novela, editada por Alfaguara, que cuenta la peripecia de Alicia Durán, una periodista que está documentando un libro sobre la red Gladio, la organización anticomunista, promovida por la CIA durante la Segunda Guerra Mundial, cuyo principal cometido fue evitar la expansión de los partidos de izquierda por Europa. De paso, ‘Operación Gladio’ recupera a Juan Urbano, protagonista de ‘Mala gente que camina’, la anterior entrega de Prado, y mezcla realidad y ficción para pasar revista a nuestro pasado más reciente y homenajear al poder reparador de la memoria.

Benjamín, la novela se inicia con la retirada de la estatua del general Franco de una plaza de Madrid, un instante mítico de nuestra memoria reciente.
Es que no era una plaza cualquiera, era la plaza de San Juan de la Cruz y la estatua estaba situada frente a la casa del poeta Ángel González y cada mañana, cuando él abría la ventana, se tropezaba con la cara de Franco, algo intolerable en un país democrático.

¿‘Operación gladio’ es algo más que una novela?
A mí me encantaría que fuese sólo una novela. Uno lee, aprende cosas y se documenta para escribir una novela. Y lo que quiere es que todo vaya a desaguar en algo que únicamente sea ficción, que mantenga a la gente intrigada y divertida y que te dé el mayor lujo al que puede aspirar un escritor: que los lectores, a la mañana siguiente, tengan ojeras porque la noche anterior decidieron leer un capítulo más. Si no fuera ficción, yo sería Paul Preston y yo quiero ser Vargas Llosa.

¿Por qué ese interés en parecerte a Vargas Llosa?
Admiro a Vargas Llosa más que a nadie. Es un grandísimo escritor al que le puedo copiar cosas. De él aprendí, por ejemplo, que toda novela son dos. Unas veces ya se ve en el título: ‘La tía Julia y el escribidor’, ‘Pantaleón y las visitadoras’ o ‘La ciudad y los perros’; otras, la dualidad permanece oculta en el texto, como ocurre en ‘El sueño del celta’ o en ‘El paraíso en la otra esquina’. Con este planteamiento previo, se me ocurrió la idea de que la Transición dejó injusticias por el camino y quise contar, por un lado, la historia de la red Gladio y, por otro, la de un impresor republicano, que está enterrado en el Valle de los Caídos.

La ficción te permite trabajar aspectos que, como historiador, no podrías.
Exacto, yo no soy historiador, no necesito datos, necesito aromas.

Sin embargo, ‘Operación Gladio’ está llena de datos.
Sí, pero el problema es la destilación. Valéry decía que un poeta es como un químico: coge toneladas de flores, se inventa que una flor azul puede combinar con otras de color rosa y de esa mezcla extrae dos gotas para imitar el aroma de las flores. Un libro es igual. Yo me daría por satisfecho si el lector, al acabar de leerla, conservara el aroma de una época tan extraña como la Transición, en la que nada era seguro y todo parecía inestable. Pero lo que no puedo defender es la exactitud histórica de lo que cuento, porque no me importa. Con que resulte verosímil es suficiente.

Destapaste el tema de los niños robados durante el franquismo en `Mala gente que camina’, una cuestión que ahora está en plena vigencia. Tienes buen ojo.
Si destapo algo es porque hay cosas tapadas. No sé si tengo buen ojo o no, pero lo que sí tengo es suerte. Fíjate a donde ha llegado lo de los niños robados. Hay que tener suerte en la elección de los temas y yo la he tenido.

En ‘Operación Gladio’ recuperas a Juan Urbano como protagonista, esto huele a serie.
Sí, ésa es la idea. Yo quisiera escribir una novela romántica, al estilo de ‘El amor en los tiempos del cólera’ de García Márquez - para mí su mejor obra -, otra de aventuras, otra policiaca… Me interesa cambiar de género, pero siempre con un episodio importante y reconocible de nuestro pasado como telón de fondo. Busco que la gente de pronto descubra que, algo que parecía tan claro, realmente está lleno de recovecos y rincones oscuros.

¿Por eso has dejado abierto el final de la novela?
No es un final demasiado abierto, pero he preferido no cerrarlo del todo a pesar de que me hubiera resultado sencillo hacerlo. Creo que era lo más coherente y lo más razonable al tratarse de una historia tan llena de evanescencias y ocultaciones. Uno ha de adaptarse a las características de lo que escribe.

¿La red Gladio existe todavía hoy?
Con otros nombres. Ahora ya no se llama ‘Operación Cóndor’ o ‘Tormenta del desierto’, se llama ‘Libia’ o ‘Wikileaks. A esto le pasa como al dinero, que cambia de manos pero no de dueño. Todo se resume en la localización de la materia prima. Hay imperios que buscan la materia prima de los demás. En ‘Confieso que he vivido’, Pablo Neruda explica perfectamente las razones que estaban detrás del golpe de estado de Pinochet. La red Gladio secuestró a Aldo Moro cuando se dirigía al parlamento para firmar la entrada en el gobierno del Partido Comunista Italiano. Dos años antes, Moro había visitado los Estados Unidos para entrevistarse con Kissinger, Premio Nobel de la Paz, y éste le dijo que “O cambia usted de política o acabará como Allende en Chile”. Y así fue. Sin duda, vivimos rodeados de espías.

La novela cuenta que la CIA estuvo detrás de la muerte de Carrero Blanco, ¿realmente fue así?
Creo que no hay ninguna duda. Si lo piensas dos veces, muchas de las verdades oficiales alrededor de las que hemos asentado la democracia en España resultan de una ingenuidad inmensa. ¿De verdad se puede creer que, en un año y medio, se iban a acabar los horrores de la Dictadura y que el franquismo se iba a retirar por las buenas? Es evidente que hubo más transacción de lo que parece y para airear estos asuntos está la ficción. Vargas Llosa dice que las novelas son la historia privada de los países y yo opino que los novelistas deben llenar los huecos que ha dejado la Historia. Es inconcebible que Carrero Blanco fuera asesinado a treinta metros de la Embajada de Estados Unidos, mientras en su interior estaba el Secretario de Estado, y que no supieran nada. Si a eso le añadimos que no les gustaba Carrero, porque no les dejó utilizar sus bases en nuestro país durante la Guerra del Yom Kippur y porque era partidario de celebrar un referéndum del Sahara, que ellos tampoco aprobaban... Realmente, no sé si participó o no, pero como mínimo miró hacia otra parte. De todos modos, como te decía antes yo no soy Paul Preston y en una historia de espías como ésta, no he de preocuparme de la veracidad de lo que cuento, sino sólo de su verosimilitud.

Otro momento delicado de nuestra Transición fue la matanza de Atocha, ¿estuvo la red Gladio implicada en ella?
Eso está claro. Hablé con dos abogados supervivientes de la matanza y los dos me dijeron que no estaban seguros. Después de ser tiroteados, notaron que los remataron pero no sabían si eran disparos de metralleta o no. Allí estuvo el terrorista Carlo Cicuttini y se disparó una metralleta, que procedía de Italia, y que les había entregado alguien de los servicios secretos españoles. Esa metralleta regresó al país de origen y cuando el inspector Medina se disponía a viajar para identificar a los que la entregaron, le cesaron, le apartaron de la investigación y le convirtieron en una especie de miserable, al que acusaron de extorsión, insubordinación y robo de documentos. Fue tanto lo que le echaron encima que no te lo puedes creer. Ahí te das cuenta de cómo se las gasta esta gente. Aún con todo esto, lo más terrible es que los mismos pistoleros que pusieron bombas en Bolonia, también participaron en lo de Atocha, anduvieron por Montejurra y acabaron en los GAL. Parece que estos profesionales se dedican a engrasar las armas mientras esperan que les llamen para trabajar diferentes gobiernos, democráticos o no.

Cuenta ‘Operación Gladio’ que en el 23-F anduvo metido el PSOE. No parece muy coherente que, después de luchar en el exilio para derribar al régimen de Franco, pudieran intervenir en una conjura involucionista, ¿no?
Me temo que el PSOE puso menos fuerza en derribar al dictador que en tumbar al PCE, que fue el gran perdedor de la Transición. Era evidente que el pueblo español no quería a los comunistas, pero también es verdad que ellos fueron los menos hábiles y que se rindieron muy pronto. Es la única manera de explicar que, en contra de las previsiones, el PSOE obtuviera muchos más diputados que el PCE en las elecciones. Quizá el PCE no debió regresar a España con los mismos dirigentes de siempre, no lo sé. De todos modos, Fraga, Suárez y González fueron más listos que ellos.

La novela también guarda espacio para el amor, pero son relaciones en las que el amor se sufre, no se disfruta.
Bueno, depende. Creo que, para parecer personas, los personajes han de ser ambiguos. Para mí esta construcción es la parte más interesante de la novela porque, frente a la historia real que se cuenta, es algo completamente inventado.

La última: tras escribir una novela tan documentada y extensa como ‘Operación Gladio’, ¿qué tal se le queda el cuerpo a un escritor?
Un poco cansado. Pero como tengo la suerte de escribir en varios géneros puedo cambiar. No me gusta acabar una novela y a los quince días empezar otra porque se contagian. Cuando me disponía a escribir ‘Operación Gladio’, me hice una pregunta: ¿a que no eres capaz de hacer una novela de espías sobre la Transición? Y me respondí que no. Siempre actúo igual y cuando, cinco años después, la acabo, me quedo extenuado y pienso que, aunque parezca mentira, lo he logrado. Además soy un escritor de esos que nunca ven el final del libro. Me lo quita la editorial de las manos. Las novelas yo las publico por lo militar, no por lo civil. Y cuando las entrego hay una cierta liberación, porque mientras escribía me he leído cincuenta o sesenta obras y ya tengo ganas de disponer de tiempo para pensar en otras cosas.

Acabo de transcribir la entrevista de madrugada. En el lector de cedés todavía suena Sabina. 'Crisis', es el título del tema. Repaso el primer párrafo del libro y lo copio: “Miro hacia la derecha, al grupo de los que insultaban a los policías y a los operarios que en ese preciso instante amarraban con cables de acero la estatua del dictador…” ‘Operación Gladio’ es el título de esta novela que mezcla ficción y realidad, sin que podamos conocer exactamente los porcentajes. Verosimilitud es la palabra. Lo ha dicho Benjamín Prado a lo largo de la entrevista. Verosimilitud.