«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

lunes, 20 de junio de 2011

‘El día de mañana’ de Ignacio Martínez de Pisón. Una de las novelas del año, creo.

‘El día de mañana’. Puede que sea ésta una de las novelas del año. A lo mejor no, a lo mejor soy demasiado vehemente y me equivoco. Sin embargo, dos poderosas razones avalan mi afirmación: la singularidad del protagonista, Justo Gil, y el modo narrativo - las voces - escogido por su autor, Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), a la hora de ponerse a escribir.

‘El día de mañana’ cuenta la historia de un pobre diablo, Justo Gil, que, a mediados de la década de los años cincuenta, emigra de su pueblo natal a Barcelona. Nada tiene y poco sabe Justo Gil. Lo elemental apenas. Las cuatro reglas. Quizá ni eso. Viene con su madre, una enferma impedida, inconsciente, un vegetal, que depende exclusivamente de su hijo y que no recuperará la salud a lo largo de todo el libro.

Justo Gil, dotado de una intuición y una listeza innatas, tras conseguir varios empleos modestos, trapicheará en negocios poco claros y bastante turbios, para mejorar su situación económica y conseguir un médico, que pueda poner fin a la enfermedad materna (en su desesperación, caerá en manos de curanderos y curanderas). De resultas de uno de estos comercios, quedará prendado del gran, y platónico, amor de su vida: Carme Román. Más adelante, sus fracasos, mercantiles y sociales, le abocarán a convertirse en un confite, esto es, un soplón de la policía de Barcelona, la temida Brigada Social franquista. Introducido en la sala Boccaccio, célebre antro de la gauche divine barcelonesa, Justo Gil proporcionará información de los movimientos de todos aquellos que toman copas en el local. Textos, conversaciones, fotografías, nada escapa a su control. Gil, al que pronto llamarán ‘El Rata’, verá recompensada su actitud con la paga – “fondos reservados” - que la brigada policial dispone para estos menesteres. Con el transcurso de los años, El Rata frecuentará ambientes universitarios y se rodeará de personas de izquierda que se mueven en grupos clandestinos y editan y reparten propaganda subversiva. Poco a poco, la calidad de las confidencias aumentará su prestigio, hasta tal punto que los policías que, durante un tiempo, recelaban de su labor, se disputarán la posibilidad de contar con sus chivatazos. Su evolución posterior le llevará a relacionarse con la ultraderecha barcelonesa, participando en numerosas acciones delictivas. En resumen, aunque hay mucho más, El Rata, Justo Gil, es un personaje que no ha sido demasiado explotado por la literatura española y que Martínez de Pisón saca a escena en ‘El día de mañana’.

Pero lo que, en mi opinión, otorga verdadero valor al libro es la estructura narrativa. El soplón, a lo largo de todo el libro, nunca habla de sí mismo porque no es el narrador. El escritor aragonés ha preferido no introducirse en su cerebro y desde ahí narrar y ha cedido este honor a las personas que, a lo largo de su vida o en un momento dado, tuvieron trato con él. Sus amigos, sus conocidos, hombres y mujeres, serán quienes nos expliquen cómo era Justo Gil, cómo vivió, por dónde anduvo, con quien se relacionó. Esta carpintería, que no es nueva, Luis Romero ya la utilizó en ‘La noria’ (Premio Nadal, 1957), sin embargo, ofrece variantes, ya que los narradores entran y salen varias veces a lo largo de la novela, ofreciendo una total sensación de continuidad pero sin cerrar el círculo. Hablan en primera persona, tras una reiterativa - y necesaria - coletilla en tercera (“dice fulano o dice mengana) de un narrador omnisciente, lo que, a su vez, les permite apuntarnos detalles de sus particulares existencias, tan interesantes, sin duda, como las del propio protagonista, otorgando al relato un cierto aire de reportaje periodístico coral: todos hablan, todos viven, todos circulan alrededor de Justo Gil, el nexo común.

Con habilidad y maestría innegables, Ignacio Martínez de Pisón mezcla en ‘El día de mañana’ ficción con realidad. Y es que por las 379 páginas del libro, desfilan tanto tipos auténticos como inventados. Estos últimos son los que, en definitiva, le otorgan el indispensable certificado de verosimilitud a la novela, respaldados por un telón de fondo tejido con hechos reales, acaecidos durante los últimos cuarenta años en el pentágono peninsular. El resultado de todo ello es un fresco de las alcantarillas que alimentó la sociedad española de ayer y que, probablemente, también alimente la de hoy. En resumen, retrato coral de un tiempo pasado, indispensable para comprender el tiempo de hoy.

Libro más que recomendable. Bastante más. Sin duda ninguna, mis improbables.

Ignacio Martínez de Pisón; ‘El día de mañana’; Seix Barral, 2011; 379 páginas, 20 euros.