«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 15 de noviembre de 2014

‘Así empieza lo malo’ de Javier Marías. La tragedia, por momentos comedia, de unos personajes y también de un país.

Hacía tiempo que no me enfrascaba en la lectura de una novela de Javier Marías (Madrid, 1951). Su anterior entrega, ‘Los enamoramientos’, muy galardonada por cierto, tras haberla iniciado dos veces, su lectura, claro, no me permitió concluirla. Mediado el texto se me cayó de las manos, no más allá de la página ciento sesenta en ambas ocasiones. Dada su pertinaz resistencia a ser leída, opté por abandonar no sin un cierto sentimiento de frustración lectora. Renovato ímpetu, cómo escribíamos al traducir ‘De Bello Gallico’ de Julio César en mi añorado Bachillerato de Letras, comencé a leer su nueva entrega, ‘Así empieza lo malo’, en la que Marías, utilizando la primera persona, aborda una historia protagonizada por el joven De Vere, “Juan Vere o Juan de Vere, según quien diga o piense mi nombre”, que trabaja como secretario o asistente personal a las órdenes de Eduardo Muriel, un cineasta de bigote fino, a lo Errol Flynn, y un ojo tuerto, con fortuna cinematográfica diversa. Muriel está casado con Beatriz Noguera, una mujer que fue atractiva, con la que sostiene una relación distante, cortés, fría y grosera en ocasiones, por causas que, al principio del texto y por razones obvias, no sabemos muy bien a qué obedecen.  La acción de la novela se verá pronto sacudida por el conflicto. A oídos de Muriel, a veces don Eduardo para De Vere, llega la noticia, quizá el rumor, de que un conocido suyo de los de siempre,  Van Vechten, pediatra de éxito que terminó su carrera en 1940, a pesar de la guerra, y franquista con fama de izquierdoso moderado y benéfico, de raíces holandesas pero contrastada nacionalidad española, “no siempre fue el que es ahora”. Algo se esconde en su pasado que convendría averiguar. Desde ese instante, el cometido del joven Juan de Vere se centrará en sonsacar al pediatra sobre aquello que oculta y que el cineasta quiere conocer, convirtiéndose en su espía.

Y esa es la sensación que cobramos del narrador: que su voz y, sobre todo, su mirada, son la de un espía. De Vere es nuestro guía a través del mundo que rodea a Eduardo Muriel. Su paulatina incursión en la trastienda privada del matrimonio Eduardo Muriel–Beatriz Noguera, en principio no contemplada en sus funciones, le permite mostrar y enfocar sus vidas desde distintos ángulos. Así descubrirá la peculiar relación, ya dije antes distante, cortés, fría y grosera en ocasiones, entre ambos miembros de la pareja, sin olvidar que ha de cumplir la misión asignada respecto a Van Vechten y los lectores iremos descubriendo otros aspectos que, quizá, hemos intuido a medida que ha ido creciendo el número de páginas leídas, gracias a las continuas digresiones del narrador.

Ante una novela de Javier Marías, y ‘Así empieza lo malo’ lo es, acaso lo mejor sea no intentar seguir el hilo argumental a la tradicional manera de un lector convencional. Quizá resulte más útil dejarse llevar por su discurso, esa digresión continúa que decía antes que rápidamente atrapa y centra la atención del lector y le desvía del meollo principal. Pero el escritor madrileño tiene la enorme virtud  de que, aunque estemos incursos  en los razonamientos de la digresión, de modo inconsciente nuestra mente, allá a lo lejos, tiene siempre presente a donde volverá la acción más pronto o más tarde. Es evidente que en sus obras, las de Marías, digo, y en esta también, la forma se sobrepone al fondo, sin que esto suponga en absoluto un desprecio hacia el contenido, porque el contenido también importa, y mucho, un contenido, además, matizado y enriquecido por la gran cantidad de reflexiones que aporta la voz narradora, que no cesa de interrogarse y de analizar pros y contras de las cuestiones que le preocupan. A una suposición le sigue su contrario y así sucesivamente y gracias a este juego contradictorio, el narrador se sumerge en una duda casi perenne: “Así que me figuré que, estuviera con quien estuviese en la Plaza del Marqués de Salamanca, el encuentro sería de naturaleza sexual, por mucho que me dijera, al mismo tiempo, que no tenía por qué ser así”.

También como en otras novelas suyas, Marías hace reaparecer, no sabemos si con su aquiescencia o no, una panoplia de personajes que ya conocíamos de entregas previas: Sir Peter Wheeler, Carlos Arranz, Flavia, Fernando Savater o el profesor Rico, a los que hay que añadir nuevas incorporaciones como el actor Jack Palance o el también director cinematográfico Jesús o Jesse Franco. Por su peculiar forma de narrar, ya descrita, y con la recuperación de estos seres, algunos de papel y tinta, otros de carne y hueso pero fabulados, podemos tener la impresión de que esta novela viene hermanada con otras anteriores y alcanzar la percepción de que es una sola obra, que da muchas vueltas y visita muchos escenarios, y también épocas, narrada por una misma voz también.

La acción de ‘Así empieza lo malo’, aún no lo había dicho, se centra en 1980, aunque Juan de Vere narra desde una perspectiva temporal bastante posterior. El escenario discurre en el Madrid de la movida, aunque es un Madrid un tanto impreciso, con pocas referencias  físicas (la calle Velázquez, Chicote, la Clínica Ruber, la citada Plaza del Marqués de Salamanca…) y escasas descripciones urbanas, inserto como el resto del país en plena Transición política, un tiempo en el que “nadie estaba entonces por denunciar a nadie en España; se había promulgado una Ley de Amnistía, es decir, se había llegado al acuerdo de que nadie iniciara una interminable cadena de acusaciones y de que no se sacaran los trapos sucios, ni siquiera los más sucios “.

Un par de pensamientos relacionados con este periodo llaman la atención del lector. El primero es la reflexión sobre la justicia: “La justicia no existe. O sólo como excepción: unos pocos escarmientos para guardar las apariencias, en los crímenes individuales nada más. Mala suerte para el que le toca. En los colectivos no, en los nacionales no, ahí no existe nunca, ni se pretende. A la justicia la atemoriza siempre la magnitud, la desborda la superabundancia, la inhibe la cantidad”. Y el segundo es la promulgación de la Ley del Divorcio en 1981, gracias a la cual millares de españolas y españoles, que seguían juntos porque no había más remedio, tuvieron una segunda, en algunos casos también tercera y cuarta y quinta, oportunidad de rehacer sus equivocadas vidas, hasta entonces únicamente unidas por el nexo de la costumbre y, en ocasiones, por el rencor.

Hay muchas cosas más en ‘Así empieza lo malo’, claro: el perdón, el olvido, la represión, la injusticia, la delación… Pero no podemos acabar esta crítica sin hablar del sexo, que está presente en esta novela quizá con mayor frecuencia que en otras obras de Marías. Sexo entendido como deseo y materialización. De Vere describe algunas escenas desde dos percepciones distintas pero ligadas: la visual, en la distancia, observada desde arriba de un árbol y a través de los cristales de una ventana, y la sensorial que protagoniza el propio narrador en el susurro silencioso de una desangelada madrugada madrileña. Es también la comparación entre el sexo de un hombre mayor, inmerso en un tiempo, que ya no es el suyo, y uno joven, que vive su época, sus perspectivas, sus técnicas, sus liturgias. Es también y quizá, una comparativa entre la vida de los españoles de entonces y los de ahora, entre los albores de una democracia incierta, pero ansiada, y una realidad actual que decepciona. En resumen, una tragedia con momentos de comedia.


‘Así empieza lo malo’ de Javier Marías. Editorial Alfaguara. Tapa blanda y 536 páginas. Precio: 21,50 euros.
Calificación: 3