«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

lunes, 17 de abril de 2017

Gonzalo Giner: «En mi novela he tratado de reivindicar el oficio de los antiguos maestros vidrieros»

Nº 508.- Esta es la cuarta ocasión, ¡qué prisa lleva el tiempo!, que entrevisto a Gonzalo Giner, el veterinario que un día decidió soñar la Historia y convertirla en novelas trufadas de animales protagonistas. Hablar con Giner supone un rato de agradable conversación y la comprobación de lo mucho que disfruta haciendo lo que le gusta, además de sanar animales: escribir. En esta ocasión, el escritor madrileño de raíces valencianas, se descuelga con ‘Las ventanas del cielo’, editada por Planeta, donde mezcla los avatares del comercio de la lana castellana a finales del Medievo, con la pasión del mercader  Hugo de Covarrubias, personaje principal del libro,  por las vidrieras y su amistad con un halcón gerifalte. Todo ello, como siempre, mezclado con la dosis necesaria de aventuras que precisa Giner para narrar.  ‘Las ventanas del cielo’ es un texto que reivindica el oficio olvidado de los maestros vidrieros, que según Giner fueron quienes convirtieron las catedrales «en auténticos sagrarios de color y luz».
Gonzalo, ¿de qué manera surgió la idea para escribir ‘Las ventanas del cielo’?
En mi cabeza brotaron dos ideas aparentemente sin relación: mi interés por hablar sobre el mercado de lana medieval y el universo de las vidrieras. Hace veinticinco años visite por primera vez la Sainte Chapelle de París sin saber lo que iba a encontrar allí. Al verla me quede petrificado y esa imagen se me quedó dentro. Por mi trabajo de veterinario viajo a menudo a León y, con frecuencia, me recreo mirando las vidrieras de la catedral, con lo que mi interés por este asunto fue en aumento. Esas dos ideas se movieron en mi interior hasta que por cuestiones familiares visité hace tres años el Duomo de Milán a una hora en que bajaba el sol y el rosetón de la portada proyectaba unos haces de luz impresionantes. Justo en ese momento me propuse investigar sobre el mundo de las vidrieras y escribir sobre él.



¿Cómo es que se ha escrito tan poco sobre las vidrieras y sus autores?
La primera cuestión es algo que no se entiende muy bien, pero es cierta y no tengo respuesta para ella. La segunda obedece a que los maestros las construían, las cobraban y se encargaban de su mantenimiento, pero no firmaban sus trabajos. Por eso no se conoce a los autores de las vidrieras más espectaculares que hay en el mundo. De las de los siglos XII y XIII ni siquiera se conservan sus contratos y precisamente por ese motivo he ubicado mi novela en una época posterior, cuando ya queda constancia de los nombres de algunos vidrieros. El primer taller que se instaló en Burgos data de 1480 y lo regentaba un tal Arnau de Flandes. Después aparecieron otros maestros locales. Esta novela es mi humilde contribución a saldar una deuda que existe con una disciplina artística que considero muy importante.
‘Las ventanas del cielo’ es un título curioso, porque las vidrieras  colorean la luz exterior que penetra en el templo, mientras que una ventana sirve para todo lo contrario, mirar el exterior desde el interior.
Hay que darse cuenta de que, vistas desde fuera, las vidrieras no nos dicen nada y, sin embargo, desde dentro la cosa cambia completamente. Como has dicho la luz entra desde el exterior al interior, donde la vidriera la tamiza y convierte el aire en una suerte de crisol de colores realmente espectacular. Los maestros no buscaban sólo el efecto lumínico, ya que para ellos la vidriera era un instrumento que les permitía trasladar la Biblia a los creyentes, que no sabían leer. Luis García Zurdo, un maestro vidriero al que conocí mientras escribía la novela, me dijo una frase preciosa que creo que resume toda su labor: «Nosotros pintábamos la luz».
Acabas de citar la ciudad de Burgos, ¿por qué has escogido la capital burgalesa como uno de los escenarios principales de la novela?
En la novela aparece un templo, la Cartuja de Miraflores, promovido por la Reina Isabel para enterrar allí a sus padres, que por sí sola ya justifica la presencia de Burgos en el texto. La reina encargó unas vidrieras a un comerciante de lanas que tenía delegaciones de su empresa por toda Europa y éste localizó a un maestro de Lovaina, que era de los mejores de aquel tiempo y lo trajeron. En ese momento es cuando comenzaron a pintar de verdad el vidrio y se introdujeron una serie de cambios tecnológicos que confluyeron en la cartuja.
¿Cómo era Burgos en el siglo XV?
Burgos, que era la capital de Castilla, ostentaba el monopolio de la lana, que cedió a un grupo de mercaderes. El protagonista de la novela es el hijo de uno de estos mercaderes, que más tarde se prendará del arte de construir vidrieras. Antes de la conquista de América la lana era el producto castellano más importante y se exportaba a través de los puertos cántabros. En este ambiente se mueve la novela y en él descubrimos la cantidad de oficios antiguos que se han perdido.
En ‘El sanador de caballos’ ya rescatabas otro oficio antiguo: el de albéitar. En esta ocasión repites el rescate con los maestros vidrieros, ¿te has convertido en un reivindicador de oficios olvidados?
Tienes toda la razón y no sé por qué me ocurre. Los propios vidrieros dicen que su profesión incluye varios oficios más como los de controlador de hornos, soplador y cortador de vidrio y pintor. Hay que tener presente que entonces no disponían de diamante para cortarlo y lo hacían con tenazas, por lo que los fragmentos de vidrio eran muy chiquitos y se rompían mucho. Por ello hubo mucho plomo en las vidrieras hasta que en el siglo XV mejoraron la técnica del soplado y consiguieron una mayor superficie para pintar y mejores pigmentos. Anteriormente el color lo ponía el propio vidrio al salir del horno.
Una novela como ‘Las ventanas del cielo’, con más de setecientas páginas, seguro que requiere un amplio proceso de documentación, ¿en qué momento disfruta más Gonzalo Giner: documentándose o narrando?
La verdad es que tras conocer al maestro leonés Luis García Zurdo, en el proceso de documentación me lo he pasado en grande. Hugo de Covarrubias, el protagonista, representa el oficio de vidriero y lo descubre un día que se fascina al ver cómo la luz atraviesa la vidriera, transformándose en miles de vidrios de colores. García Zurdo me explicó muchas cosas de la técnica del vidriero, él es un sabio humilde, una excelente persona de ochenta y cinco años que representa lo que los vidrieros son en la actualidad. Estudió en Madrid, se fue a Alemania y es consciente de que ha trabajado en un oficio de segunda categoría, aunque en realidad eso no sea así.
Como no podía ser de otro modo, en tu novela aparece un animal, en este caso un halcón gerifalte, ¿qué es un halcón gerifalte? ¿El jefe de los halcones?
[Risas] Sí, es un poco eso. El gerifalte es un halcón de color blanco casi por completo, propio de los países nórdicos, un poco más grande que los de aquí. Se le ha considerado siempre como el rey de los halcones y de ahí viene el nombre. Hago que aparezca en Túnez en cuyo desierto se encuentra con Hugo de Covarrubias, un territorio salino del que el protagonista está tratando de importar sal para que su padre le admire. Necesitaba un animal para la novela y vi que el halcón era el amo de los cielos. Para Covarrubias su conocimiento representará todo un aprendizaje, porque se dará cuenta que los halcones se elevan mucho para observarlo todo bien y, cuando deciden atacar, lo hacen a tope. Sin embargo, en este descenso a toda velocidad en pos de su presa, son capaces de rectificar con rapidez si ven que se mueve. Estas peculiaridades llevarán a Hugo a reflexionar sobre su propia vida.
¿Es fácil empatizar con un halcón?
Yo creo que no, hay mucha literatura por mi parte en este aspecto. Hubo, además, otro factor que me animó a introducir el halcón en la novela y es que, como Covarrubias se desenvuelve en un ambiente de beduinos musulmanes, lo que supone un choque de civilizaciones para él, y el halcón gerifalte procede del Norte de Europa, como te he dicho antes, esta circunstancia los convierte en dos personajes descolocados, fuera de sus hábitats naturales. Por otro lado, para los musulmanes el halcón es un animal sagrado, porque supone su única forma de conseguir carne fresca en el desierto, ya que ellos no pueden comer carne muerta excepto si el causante de la muerte es un halcón. Este animal siempre ha tenido una consideración especial, no hay que olvidar que en el antiguo Egipto era la encarnación del dios Horus.
Has escrito ‘Las ventanas del cielo’ en tercera persona, ¿por qué?
Siempre las escribo en tercera persona. Me siento muy cómodo haciéndolo así y tampoco me lo planteo de otro modo. Soy un poco cobarde y no me atrevo a hacerlo en primera persona. Tal vez el hecho de que mis novelas se desarrollen en espacios temporales lejanos me incline a ello. A lo mejor con un trasfondo más contemporáneo, más cercano a mí, me atreviese a cambiar. No lo sé. Esta es una novela en la que el componente narrativo es importante, aunque también hay diálogos, claro.
Utilizas un vocabulario donde mezclas formas antiguas con actuales manteniendo un equilibrio, es tu sello de identidad literaria.
Sí, es mi sello. Si me pongo a utilizar el lenguaje antiguo tendría que escribir la novela en romance, algo que no sé hacer. El tratamiento de vos en el texto es común y los personajes contextualizan un poco su manera de expresarse. Procuro que el lector descubra a las personas cultas a través de su forma de hablar y también incluyo tacos.
Hablas también de los balleneros vascos e incluso insinúas que llegaron a Terranova antes que otros conquistadores,  si seguimos revisando la Historia, la hazaña de Colón pasará a la cola de los descubridores, ¿no?
Sí, va a ser el último de la fila, pobre hombre. [Risas]
 No, ahora en serio, Colón se lleva la gloria máxima porque descubrió el continente americano, mientras que los demás se limitaron a hacer incursiones. Sobre los vascos no hay pruebas de que llegaran a América antes que Colón, pero es probable que lo hicieran. Ellos eran balleneros y subieron hasta Islandia y Groenlandia, donde surge una corriente que, si tienes suerte y sin hacer nada, te conduce a Terranova. De lo que sí tenemos constancia es que existen contratos del año 1506 donde se habla de una expedición a «Tierra Nueva». Casi seguro que llegaron y no lo contaron para ocultar que habían encontrado unos bancos de ballenas y bacalao inagotables, evitando de este modo que otros se aprovechasen de su descubrimiento.
A lo largo de la entrevista hemos hablado de Hugo de Covarrubias,  ¿qué tiene Covarrubias de Gonzalo Giner y viceversa?
Hay un momento en que Covarrubias es Gonzalo Giner. Ocurre cuando visita la capilla de la Sainte Chapelle, las sensaciones que percibe y explica son exactamente las que yo sentí allí. En la novela, nada más llegar él se cae al suelo, y yo no lo hice, ésa es la única diferencia. En el resto de la novela ya no hay muchas  más similitudes.
Vamos terminando, si echas un vistazo hacia atrás, de donde comenzaste hasta dónde has llegado, ¿qué sientes?
Además de mi mujer y mis hijos y de mi profesión de veterinario, escribir ha sido el proceso más maravilloso de mi vida. Es lo más impactante que me ha ocurrido jamás. No todos los libros son iguales. En unos sufres y en otros no, pero en el cómputo global me siento completamente enamorado de este oficio, no me importa nada levantarme muy temprano para escribir, ni hacer la promoción de los libros y creo que, en concreto, esta novela es la mejor que he escrito hasta hoy. No sé si dentro de tres años opinaré igual, pero me he vaciado en ella al cien por cien. Y desde luego es la que más he pensado al escribirla, de ahí su escritura circular en la que no hay lugar para la improvisación. Es un puzle que se ensambla para entenderlo todo.
A lo largo de tu trayectoria, has ubicado tus novelas en distintos momentos históricos, ¿en algún rincón de Gonzalo Giner se esconde una vocación de historiador?
Sin duda ninguna. Me encanta la Historia. Antes que veterinario debí ser historiador o ambas cosas a la vez, porque no quiero renunciar a nada. Los escritores somos unos desgraciados porque solo podemos asomarnos a un trocito de ella que intentamos entender. Pero, aunque ese hueco sea minúsculo, a mí me produce un placer increíble.
Y la última por hoy: todas las novelas dejan un recuerdo o un aprendizaje en su autor, ¿qué poso te ha quedado a ti tras escribir ‘Las ventanas del cielo’?
Esta novela como poso me ha dejado el privilegio de conocer a Luis García Zurdo, con quien he establecido una amistad enorme. Ha valorado mi novela, ha corregido cosas y los días que pasé con él han constituido una experiencia muy enriquecedora. 


SOBRE GONZALO GINER

Gonzalo Giner (Madrid, 1962) logró el éxito literario con ‘El sanador de caballos’, que alcanzó cotas de crítica y público muy elevadas, convirtiéndole en un autor de renombre. Veterinario de profesión, especializado en nutrición animal, con aquel título trato de investigar los orígenes  de su oficio. Con su siguiente novela, ‘El jinete del silencio’, Gonzalo descubrió a los lectores los antecedentes de la creación de la raza española de caballos durante el siglo XVI. En ‘Pacto de lealtad’, su anterior entrega, dio un salto cualitativo en su producción literaria y por primera vez narró la participación de los perros en dos conflictos bélicos del pasado siglo XX: La Guerra Civil española y la II Guerra Mundial. Otras novelas suyas son ‘La cuarta alianza’ y ‘El secreto de la logia’.