«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 24 de julio de 2011

Gonzalo Giner, escritor: “En esta novela los caballos son quienes ayudan a sanar al hombre”

Gonzalo Giner (Madrid, 1962) saltó a la palestra de las letras con su novela ‘El sanador de caballos’, un libro sobre el mundo de los veterinarios en la Edad Media, que alcanzó buenas críticas y mejores cifras (150.000 ejemplares vendidos). No era, sin embargo, su primera incursión en el mundo de la literatura, ya que rompió la mano en el año 2004 con ‘La cuarta alianza’, una obra que pasó algo más desapercibida. Veterinario de profesión, Gonzalo Giner sigue madurando sus obras en el coche mientras se desplaza a ver a sus pacientes del reino animal. Entre prado y prado y fruto de estos pensamientos de carretera es su último título, ‘El jinete del silencio’, editado por Temas de Hoy, en el que el escritor madrileño nos sumerge de nuevo en el territorio del género histórico de la mano de su protagonista, Yago, un joven que padece síndrome de Asperger, una variante del autismo, para descubrirnos los antecedentes de la creación de la raza española de caballos durante el siglo XVI.

Herme Cerezo/SIGLO XXI, 25/07/2011




Gonzalo Giner, a pesar del éxito de su anterior novela, no ha abandonado su carrera profesional, es más su opinión sobre los animales continúa siendo inmejorable: “Son leales, directos, sencillos de entender, amantes de los hábitos, no cambian, si les das siempre lo mismo son más felices y te demuestran su felicidad rápidamente, no se guardan nada y tampoco tienen dobles intenciones”. Hace dos años, la entrevista tuvo lugar en La Casa del Libro, hoy en el Hotel Astoria de Valencia. Aquella fue una charla apurada, la de hace unos días se presentaba más tranquila porque llegó a nuestra cita con cierta relajación, incluso con tiempo suficiente para que la conversación no fuera una lucha contrarreloj porque el tren no le aguarda o el avión despega sin compasión. Así que delante de un café del tiempo y una tónica con mucho hielo, el calor obligaba, apreté el play de la grabadora y esto fue lo que registró.

Gonzalo, cómo veterinario que eres, ¿los caballos son tus principales enfermos?
Me gustan mucho los caballos y montar en ellos, pero nunca los he atendido como pacientes. Me especialicé en rumiantes y me dedico a las vacas y a los terneros.
¿Tu anterior novela, ’El sanador de caballos’, ha sido un buen impulso para tu carrera literaria?
La verdad es que sí. En las ferias del libro de Madrid o de Segovia, he percibido que se acerca mucha gente que no conoce mi nombre, pero sí sabe el título de mi anterior obra y me dicen: “Tú eres el que escribe sobre caballos”. ‘El sanador de caballos’ ha calado mucho en los lectores y de resultas me ha quedado ese sambenito, afortunado sambenito por cierto, que no me molesta en absoluto, todo lo contrario.
¿El éxito ha eliminado el miedo al papel en blanco a la hora de ponerte a escribir ‘El jinete del silencio’?
No, qué va, al revés. Ha sido brutal. He sentido un pánico escénico horrible porque no ceso de preguntarme si a la gente le gustará esta nueva novela. Y lo único que puedo asegurar es que en ella he puesto mucha más emoción, más trabajo y más tiempo que en la otra.
Continúas utilizando un lenguaje plenamente actual, excepto en los diálogos.
Sí, en los diálogos vuelvo al pasado, pero sigo pensando que en la narración es mejor utilizar lenguaje actual porque si fuese completamente fidedigno al idioma de la época, no se entenderían muchas cosas y yo trato de hacer mi escritura muy accesible.
¿Existiría ‘El jinete del silencio’ sin ‘El sanador de caballos’?
Aunque no se trata de una continuación, posiblemente no existiría. Me introduje de una forma casi circunstancial en este mundo y, tras hablar de los caballos en la Edad Media, ahora he escrito sobre los caballos en el Renacimiento. Las historias se han encadenado de un modo fortuito, nada preconcebido.
Yago, el protagonista que padece síndrome de Asperger, al nacer no da señales de vida, parece muerto, hasta que un caballo lo lame y consigue que reaccione.
Cuando los animales nacen, las madres los lamen de arriba abajo no para limpiarlos, sino para  despertarles la circulación. Los caballos son fácil presa de los depredadores, como los lobos, y han de activarlos para que puedan huir y sobrevivir. Desde el punto de vista de los caballos es una forma tremendamente natural de comportarse.
El Síndrome de Asperger es una variante del autismo, ¿te ha resultado fácil introducirte en la mente de una persona que padece dicho síndrome?
Me ha costado mucho meterme en la piel del personaje porque es un proceso muy complejo. Los enfermos de Asperger sólo utilizan sustantivos porque los ven y los comprenden. Su pensamiento es por imágenes, no verbal. Por eso, apenas usan verbos y adjetivos que no son capaces de visualizar. Sin embargo, he tenido la suerte de disponer de la ayuda de una doctora norteamericana, Temple Grandin, que vive en Estados Unidos, que padece el mismo síndrome y ha tenido la capacidad suficiente para, mediante una serie de conversaciones con neurólogos y neuropsiquiatras, aprender cómo son y cómo conciben el mundo. Me he basado en ella para tratar determinados aspectos de Yago.
¿Está enfermedad es adquirida?
No es adquirida, es genética.
¿Yago guarda alguna similitud con el protagonista de ‘El perfume’?
Me lo han comentado alguna vez. Puede haber un paralelismo, una cierta analogía, especialmente en el comienzo. Yago y todos los que padecen el síndrome de Asperger tienen dos sentidos más desarrollados. Uno es la capacidad de ver donde los demás no ven, de visualizar las cosas en detalle. Y dos, un mayor desarrollo del tacto. Yago necesita tocar para tener noción de las proporciones y para saber que hay debajo de la superficie.
¿La equinoterapia nace después de la idea principal o es el leitmotiv de la novela?Es el leitmotiv de la novela. El chispazo para ponerme a escribir coincidió con la presentación que hizo la presidenta de la Asociación de Equinoterapia de Andalucía del trabajo que venía desarrollando con caballos para ayudar a personas que padecían problemas de autismo, de psicomotricidad o del síndrome de Asperger. Este hecho me pareció tan fascinante que ahí arrancó la novela. Hasta entonces había escrito sobre un veterinario que sanaba caballos y pensé que había llegado el momento de invertir la situación y que fuese el caballo quien ayudase a sanar al hombre.
Si unimos tus dos últimas novelas, ¿podemos hablar de un homenaje al caballo?
Más que un homenaje al caballo, yo he querido sacar a la luz pública a estas personas que, a veces, consideramos diferentes porque tienen ciertas limitaciones. Estas trabas en algunos casos son problemas muy graves y he intentado describir su situación. Todos tenemos deficiencias en determinados aspectos de nuestra persona, pero no son públicas porque tenemos la capacidad de ocultarlas. Ellos, sin embargo, no pueden hacerlo, las publicitan y viven con ellas. Me interesaba mucho resaltar este hecho.
Entonces, ¿podemos hablar de canto a la tolerancia hacia este colectivo?
Completamente. La virtud de Yago es que es capaz de conocerse a sí mismo y superarse. La novela es un canto a la gente que sabe encontrar y desarrollar un talento, mientras los demás consideran que es un lerdo o un endemoniado. Desde luego, el protagonista lo hace con la ayuda de un mentor, en este caso, el fraile Camilo, que le ayuda a crecer.
Volvemos a los caballos, en tu novela hablas de los caballos cortesanos.
El Renacimiento es una época en la que los nobles, los grandes poseedores de caballos, dejan el castillo rural y se marchan a vivir a las ciudades. Con ello se adaptan un poco más a la cultura y a las artes. Y también quieren tener en sus cuadras los mejores y más bellos caballos. En Nápoles hubo cuadras más cuidadas y lujosas, e incluso mejor decoradas, que las propias casas. Los caballos eran símbolo de riqueza y se convirtieron en los Ferrari del momento.
Sin embargo, los caballos han perdido su alta condición y ahora forman parte casi del furgón de cola.
Los caballos siempre han sido admirados porque tienen un porte noble y unas características que llaman la atención en general. Y hasta hace poco tiempo nos han resultado útiles para un montón de cosas. Ahora además de como elementos para el lujo y el ocio, se está fomentando esta otra faceta que es su utilización en terapias. Y lo más sorprendente es observar cómo avanzan de un día para otro las personas que trabajan con ellos. Cambian su comportamiento y su relación hacia los demás, además de ganar en capacidad de concentración. Es una nueva faceta de los caballos que antes no tenían o que tenían y no se usaba.
Para finalizar, ignoro si volverás sobre el tema equino. Sólo conozco una novela centrada en las carreras de caballos y un relato breve que transcurre en un hipódromo, ¿te has planteado escribir algo sobre este mundo?
Fernando Savater ganó el Planeta con una novela sobre los hipódromos. La verdad es que no se me había ocurrido, pero como últimamente todos me tachan como el escritor de los caballos y todavía no tengo decidido el tema, tal vez la próxima también tenga algo que ver con ellos.