«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 18 de abril de 2015

Nuria Barrios, escritora: “Con mis cuentos solo pretendo contar, no advertir, ni tampoco criticar”.


¿Qué separa el dolor de la felicidad? Sobre esta frase parecen planear los once cuentos que integran el volumen ‘Ocho centímetros’ de la escritora Nuria Barrios, editado por Páginas de Espuma. Son relatos duros, Javier Goñi los califica “como minas antipersona”, que hablan de esos aspectos dolorosos de la vida a los que el ser humano da la espalda al menor descuido. El temor a reconocer su existencia, inevitable porque forma parte del juego, gobierna su camino. Sobre estos cuentos, y alguna cuestión colateral, tuve la oportunidad de conversar con la escritora madrileña hace unos días, en uno de los córners de la cafetería del Hotel Astoria de Valencia bajo una luz indiferente y pálida. ¿La hora? La primera de la tarde, la del bostezo y la siesta. También la del café. 
Nuria, eres novelista, poeta y cuentista, regresas ahora al territorio de lo breve, del cuento.
Jamás hago las cosas preconcebidas. No ha sido una decisión consciente. Creo que muchas veces el ambiente que me envuelve y lo que bulle en mi cabeza, sin que yo me dé cuenta, es lo que me incita a escribir. En este caso me encontraba inmersa en un libro de poesía y después de un tiempo escribí el primer relato, ‘La palabra de Dios es extendida’. Al leerlo me di cuenta de que me estaba moviendo en el mismo campo que los poemas que llevaba entre manos. Cambié, seguí por esa nueva senda y cuando los acabé vi que lo que deseaba contar resultaba mucho más eficaz en forma de fogonazos, que es como funcionan los cuentos.

Uno de ellos se titula igual que el libro, ‘Ocho centímetros’. Parece evidente pensar que el título procede de ahí, pero ¿qué fue antes el título o el cuento?
¡La gallina! [Risas] Lo primero fue ese relato y todos los que vinieron después. Al acabarlos, aunque muchas veces los libros de cuentos llevan el título de uno de ellos, empecé a buscar el más adecuado. Como todos guardaban relación entre sí, observé que lo que contaba ‘Ocho centímetros’ tenía mucho que ver con la atmósfera que los impregnaba y decidí usarlo.
¿’Ocho centímetros’ tiene algo de catarsis?
Verbalizar, aunque sea por escrito, siempre es una catarsis. No supone curación, pero sí sumergirte en un proceso de reflexión y, en ese sentido, de conocimiento.
Después de haberlos leído, el adjetivo que se me ocurre para calificar estos cuentos, especialmente los primeros, es el de desolador.
Es que creo que los primeros relatos responden a situaciones muy concretas, con las que muchos lectores no tienen porqué identificarse, ya que no todos tienen una sobrina a la que van a trasplantar la médula o que es yonqui. Sin embargo, la forma en que reacciona la familia afectada, el entorno, el grupo, ante los distintos problemas sí que resulta muy cercano, porque todos hemos pasado por ahí. Este tipo de cuestiones familiares se viven de un modo parecido y suscitan las mismas emociones en todas partes.
¿Hay algo de denuncia o de advertencia en los relatos?
De advertencia, no. No me gusta la literatura prescriptiva, ni la moral, ni la que regaña. Si lo que escribo produce un efecto en el lector y le obliga a pensar en eso, pues muy bien, pero yo solo quería contar, no criticar. Sí que es verdad que vivimos de espaldas a la muerte y que, aunque en casa tengamos el telediario en marcha y veamos muchas películas que continuamente nos hablan de muertos, no le hacemos ningún caso 
Algunos de ellos parecen reportajes de la vida cotidiana, fotos domésticas.
No me parece acertada esa comparación. Si un libro funciona de verdad, si está vivo, tiene tantas interpretaciones como lectores, porque si les llega, si les toca, lo hacen suyo y proyectan en él su propia experiencia. Sin embargo, el reportaje o la radiografía son demasiado concretos y precisos y la literatura, para conseguir “tocar” al lector, ha de sugerir, evocar, jugar con una cierta ambigüedad, porque si no el texto solo me afectaría a mí o a los que son como yo. Y el buen libro ha de llegar a unos y a otros.
¿Cuál crees que es la reacción de un lector cuando lee ‘Ocho centímetros’?
No lo sé, lo vengo averiguando a partir del momento en que salió el libro a la venta. Hasta ahora, básicamente las reacciones se centran en que a algunos les perturban, les duelen o les emocionan, sin embargo, todos coinciden en que les gustan mucho.
Cambiamos de protagonista: al escribir sobre temas dolorosos, ¿el escritor ha de hacerlo de un modo especial para no verse afectado durante el proceso creativo?
La situación del lector y la del autor es muy distinta. El escritor, aunque el tema que maneje sea perturbador, a la hora de escribir ha de echar mano de la técnica para conseguir el efecto y el impacto que pretende lograr. Y eso no funciona de un modo caótico, hay unas reglas. El mismo hecho de utilizar la técnica ya impone una distancia con respecto a lo que escribe. La propia escritura es como un guante que utiliza para que lo que cuenta no le salpique.
Nos centramos en algunos relatos. En ‘Las amigas. Una fotonovela’ planteas una historia estructurada en fotografías, ¿qué perseguías con este efecto?
En el resto de relatos del libro ocurre algo, algo que tiene una repercusión en su entorno. En cambio, en este cuento no pasa nada. Habla de una amistad que se rompe sin más, es como la sensación de un río, cuyos sedimentos al final obturan la desembocadura. Precisamente por eso quise darle mucha relevancia a la estructura. Es el único cuento en el que la estructura desempeña un papel protagonista y mi intención ha sido iluminar la levedad del cuento con un punto de vista distinto.
Otro de los cuentos se titula ‘Danny Boy’, que también es el título de una canción tradicional irlandesa, ¿qué significa ‘Danny Boy, para ti?
Es una canción maravillosa, conmovedora, solo de escucharla una se emociona. Me venía bien para este cuento porque quería introducir algo completamente ajeno a esa familia tan contenida, en la que todos hablan de todo y reprimen emociones para que nadie llore. De repente, aparece alguien ajeno y, a través de la música, consigue emocionarlos y, además, de un modo muy dócil.
La comunidad evangélica ocupa un papel importante en el libro. Los evangélicos enfocan los asuntos del dolor y de la muerte de otro modo, ¿mejor o peor?
Con quien más relación he tenido es con la Iglesia Evangélica Gitana, por tanto carezco de un conocimiento muy profundo de los evangélicos. Sin embargo, creo que determinadas ramas del protestantismo sí presentan un rostro más extrovertido. Ellos transmiten y canalizan sus emociones y angustias a través de la música, mientras que la Iglesia Católica no se caracteriza precisamente por utilizarla como elemento de expresión en el día a día, al menos en España. Otra cosa diferente es lo que ocurre en los claustros benedictinos.
En el mismo cuento de ‘Danny Boy’ asistimos a una comida en memoria de una persona muerta, algo muy protestante, muy americano. 
Sí, pero mi padre me contaba que cuando alguien se moría, iban al Cementerio de la Almudena y al regresar paraban en Ventas, donde la familia comía y bebía. Es algo que se ha perdido, pero que, por lo visto, antes también se hacía en España.
¿’Hansel y Gretel en la T4’ es el más duro de todos?
Habrá quien opine otra cosa, pero para mí sí lo es. 
En los Agradecimientos, entre otros citas a Andrés Neuman, del que dices “capaz de estar sin que se le vea”, ¿de qué manera está presente este escritor en ‘Ocho centímetros’?
[Risas] Andrés Neuman aparece en los Agradecimientos porque fue como mi tarjeta de visita para la Editorial Páginas de Espuma. Ese es el motivo real, no hay ninguna causa estilística.
¿Seguirás por el camino del relato corto o volverás a distancias mayores?
Me gustaría que mi siguiente publicación fuese un libro de poemas. Tengo uno a punto de terminar y quisiera acabarlo. Llevo también una historia dando vueltas por mi cabeza, pero hasta que no se concrete un poco más ignoro lo que va a pasar.
Acabamos, ¿qué distancia es la que separa la felicidad del dolor?
Ya me gustaría a mí saberlo, ya.
Creía que, como reza el título, eran ocho centímetros.
[Risas] Si eres un pastor evangélico gitano, como el del primer cuento, sí; pero solo en ese caso.

Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 20/04/2015

SOBRE NURIA BARRIOS

Nuria Barrios (Madrid, 1962) es escritora y doctora en Filosofía. Es autora de las novelas ‘Amores patológicos’ y ‘El alfabeto de los pájaros’; de los libros de poemas ‘El hilo del agua’ (Premio Ateneo de Sevilla) y ‘Nostalgia de Odiseo’; del libro de relatos ‘El zoo sentimental’; y de un libros de viajes, ‘Balearia’. Sus relatos aparecen en múltiples antologías, entre ellas ‘Páginas amarillas’, ‘Vidas de mujer’, ‘Cuentos de mujeres solas’, ‘Pequeñas resistencias’, ‘Tu nombre flotando en el adiós’, ‘Comedias de Shakespeare’ y ‘Cuentos breves para ir y venir’. Su obra ha sido traducida al holandés, al italiano, al portugués, al croata y al esperanto. Colabora habitualmente como crítica en el suplemento literario de ‘El País’ y en la revista ‘Mercurio’. 

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