«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 19 de abril de 2015

‘El escultor’ de Scott McCloud. Un derroche de recursos gráficos y técnicos.

Scott McCloud (Massachusetts, EE.UU. 1960) es un estudioso del lenguaje de las viñetas, conocido especialmente por su faceta de teórico del cómic, dentro de la cual es frecuente verle impartir conferencias sobre el poder de los cómics y la comunicación visual. Entre sus obras cabe destacar ‘Entender el cómic’, ‘Reinventar el cómic’ y ‘Zot!’, revista creada en 1984 que prolongó su vida hasta 1990, totalizando treinta y seis números publicados. Tampoco podemos olvidar que McCloud fue uno de los precursores del llamado webcómic.

Dentro del apartado de obras de ficción, McCloud ha abandonado momentáneamente el territorio digital para acercarse de nuevo al papel y publicar ‘El escultor’, la historia de un artista que realmente da vida a sus creaciones a través de las manos. Pero no todo es tan sencillo como el enunciado anterior parece indicar. Para conseguir que se cumpla ese deseo de esculpir que arrastra desde la infancia, David Smith, el protagonista, pacta con la Muerte, representada por su tío-abuelo Harry. El precio a pagar para ver cumplido este anhelo no es otro que su propia vida. Es decir, por triunfar, por ver transformadas en realidad sus obsesiones artísticas, David está dispuesto a morir. Como todo contrato este también tiene un plazo de caducidad: doscientos días, ese es el tiempo que la Muerte le concede para alcanzar sus metas de gloria. Los días van pasando como refleja perfectamente la contraportada del álbum, donde vemos a David caminar sobre las casillas de un calendario que conduce a un precipicio, con aspecto pensativo y las manos en los bolsillos de su cazadora. La ansiedad, los nervios y el amor están presentes en esos últimos doscientos días de existencia y todo se complica. El conflicto es inevitable. Nada se desarrolla como él había previsto.

David Smith tiene veintiséis años y es un tipo especial, nada corriente, un artista plástico que lleva mucho tiempo, más de un año, sin vender una sola escultura. Los asuntos del mundo del arte no son como esperaba. El mercado está difícil y los críticos y galeristas de prestigio le ignoran, tan solo su amigo Ollie, cuya actitud hacia él no está del todo clara, parece apoyarle. McCloud lo define como imaginativo, un poco torpe con las mujeres, angustioso por momentos, fiel cumplidor de las promesas que rigen su vida y conforman sus principios. Él mismo se considera bastante poco sociable: “La gente no se me da bien”, afirma en la página 15. No acepta la caridad de los demás, ni su limosna, tampoco roba y trata siempre de zanjar sus deudas. Lo deja claro en un par de viñetas de la página 168: “Necesito pagarlo TODO de algún modo. No puedo aceptar caridad. ¡NO PUEDO!” Smith, rodeado de transeúntes, sufre un desmayo en plena calle. Meg, una mensajera que reparte los encargos subida a su bicicleta, lo recogerá del suelo y lo llevará al piso que comparte con su compañera Sam.  A partir de ahí, la historia adquiere un nuevo giro y David se debatirá en un mar de dudas y ansiedades, en el que el amor y la aspiración al éxito son sus principales elementos dinamizadores, pero no los únicos. Todo esto solo es la peripecia. Pero hay más cosas en el álbum, ya que ‘El escultor’ es también un interesante paseo por el mundo del arte moderno, ese laberinto sinuoso de marchantes y agentes, de artistas de éxito y fracasados, de galerías que abren y chapan, que arriesgan y palman.

Uno de los grandes aciertos de la obra es, sin duda, la elección de colores azules y grises para iluminar los dibujos, porque permite al dibujante disponer de una gran cantidad de matices cromáticos para reflejar los estados de ánimo que atraviesan los personajes a lo largo del cómic, en especial el escultor Smith, cuyo rostro constituye una auténtica sinfonía de contrastes. Scott McCloud ha utilizado  cuantos recursos le ofrece la técnica narrativa del cómic para contar esta historia. Partimos de la base de que el número de viñetas de cada una de las páginas y su composición es completamente distinto, aleatorio, observando la única norma de satisfacer los intereses estéticos del dibujante y facilitar la comprensión del lector. Hay viñetas de una sola página, incluso de dos, de gran espectacularidad, que en determinados momentos recuerdan al Will Eisner de The Spirit, aunque sin alcanzar su magia minuciosa. Hay también otras que pueden contabilizar hasta nueve, doce o incluso más viñetas, mudas mayoritariamente, que aceleran la acción y el ritmo de lectura. El uso del zoom es igualmente frecuente, sobre todo en rostros y manos, para resaltar y remarcar detalles  indispensables en el desarrollo narrativo. Por último, asistimos a otro recurso, muy efectivo por cierto, consistente en aclarar los trazos de algunas viñetas, de modo especial las que retratan multitudes urbanas, entintando con nitidez y rotundidad aquel o aquellos personajes en los que McCloud quiere que recaiga la mirada lectora. Si quisiéramos definir 'El escultor', tal vez podríamos decir que es un álbum en el que la forma predomina sobre el fondo, parafraseando la Literatura.

Concluyo este comentario diciendo que, a pesar de su elevado número de páginas, cuatrocientas ochenta y ocho a las que hay que añadir cinco más con las aclaraciones finales, ‘El escultor’, álbum dividido en cinco partes (‘El otro David Smith’, ‘Todo o Nada’, ‘La Promesa’, ‘Fecha Límite`’ y ‘El Arte de Morir’), se devora en poco tiempo. La fluidez narrativa es absoluta, los ojos vuelan sobre viñetas y bocadillos, dentro de una historia cuyo escenario ideal es, sin duda, donde se desarrolla: Nueva York. Cinco años de largas jornadas le ha costado a Scott McCloud sacar adelante este trabajo. No es para menos.



‘El escultor’. Planeta Cómics, 2015. Tapa dura, bitono, 496 páginas. Precio: 35 euros.