«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

martes, 4 de octubre de 2016

Inma Chacón: «Me interesan las mujeres que escribieron la historia con minúscula y posibilitaron la Historia con mayúscula»

Las hermanas Elisa y Sabela crecen en una pequeña aldea cercana a Ferrol, donde su madre, Rosalía, una leiteira pobre, las cría sin la ayuda de su marido. Mateo, que emigró a América para iniciar un negocio que nunca concluyó, solo le dejó a su hermano Manuel, sordo de nacimiento, que con su bondad temerosa y sencilla la ayuda a sacar a sus hijas adelante. Cuando Rosalía comienza a planear la boda de su hija Elisa con Eloy, el único bachiller del pueblo, no cuenta con que Sabela se ha enamorado de él y que el guapo minero Martín tiene otros planes para Elisa.

Editada por Planeta, ‘Tierra sin hombres’ es una novela de personajes y de intrigas familiares, que se enmarca en la Galicia de finales del siglo XIX y principios del XX, en una aldea cargada de supersticiones y habladurías. Bajo estos parámetros, Inma Chacón ha rescatado del olvido a aquellas mujeres que tuvieron que sacar adelante a su familia, ante la ausencia de sus maridos, emigrados en busca de mejor fortuna o fallecidos en el intento.

Inma, en tu anterior novela tratabas de una madre soltera. Ahora hablas de «viudas de vivos», ¿tu tema predilecto es la mujer?
No es mi tema predilecto, pero sí es un asunto que me gusta. Aunque en una novela mía anterior los protagonistas eran masculinos, es verdad que la mujer es un tema recurrente y no es algo que surja de modo intencionado. Me gusta hablar desde el punto de vista, en este caso, de mujeres que tienen historias con minúscula, que facilitan la escritura de la Historia con mayúscula. Eso es algo que pasa con casi todas las mujeres y que ha sido una constante en este país en concreto y también en muchos otros.



Cuando fuiste finalista del Premio Planeta, me comentaste que para ti escribir era algo balsámico, ¿sigues pensando igual?
Sí. Mientras escribo soy muy feliz. Descubrí la literatura cuando ya era mayor, en una época muy difícil de mi vida y se convirtió en mi tabla de salvación. Para mí la escritura ha sido una manera de sobrevivir. Sobrevivir significa que la vida pasa por ti y vivir es que no solo pasa por ti, sino que eres capaz de remar en sus aguas. Vivir es lo importante y, a través de la literatura, yo he encontrado las fuerzas necesarias para remar.
¿Cómo surge la idea o la imagen para escribir ‘Tierra sin hombres’?
Fue la historia de la abuela de un amigo mío, que era hija de una leiteira, cuyo padre, que viajaba mucho a México, desapareció en una de las travesías. Su madre, entonces, decidió que a su hija mayor, la más guapa y delicada, la iba a preparar para una boda, mientras que a su hija pequeña le encargaba el cuidado de los animales y de transportar la leche. A partir de ahí comencé a imaginar y la imaginación se desbordó, de tal manera que la novela no es su vida exactamente, pero sí es un homenaje a esas viudas de vivos, que vieron cómo se marchaban sus hombres a buscar fortuna. Esta emigración no sucedió solo en Galicia, sino también en Extremadura, mi tierra. Ambas regiones son territorios fronterizos, muy pobres, en los que no se invirtió nada y que tampoco cuentan para nada, tierras sin dueño que te pueden arrebatar y eso ha provocado la ausencia de inversiones a la que aludía antes. En este sentido, gallegos y extremeños tenemos muchas cosas en común.
Acabas de utilizar la frase «viudas de vivos», ¿de dónde procede?
Procede de Rosalía de Castro, ella definió así no solo a las mujeres que vieron partir a sus maridos, sino también a aquellas que, aún teniéndolos cerca, los percibían como ausentes.
A diferencia de Extremadura, en Galicia el mar acentúa la separación entre hombres y mujeres, la dibuja más lejana, ¿no?
En esta novela el mar es uno de los protagonistas. El océano Atlántico se convierte en un muro, en una frontera insalvable entre el uno y el otro. Hay otras aguas, sin embargo, que son mares de acogida. El ejemplo más claro es el Mediterráneo por el que entraron los primeros pobladores de la Península Ibérica como los fenicios y otros pueblos. Por el contrario, el Atlántico es el mar por el que la gente se va.
¿Es igual la soledad del que se va que la de la mujer que se queda?
Mi novela es un homenaje a las mujeres que se quedaron y también a los hombres que se marcharon, llevándose la nostalgia con ellos. He enfocado la narración más desde el punto de vista de quien se queda, pero creo que el desgarro del que se va ha de ser terrible también, porque deja a la familia en su lugar de su origen y va hacia lo desconocido con expectativas muy altas, aunque luego comprobará que aquello no es El Dorado que les habían contado.
¿Para la literatura en general, la escritura de libros sobre mujeres que asumieron roles que, en principio, no les correspondían, es una asignatura pendiente?
No lo sé. Tengo claro que he querido escribir una novela en la que aparecieran las mujeres que han escrito la historia con minúscula como sustrato. En Galicia, donde se marcharon los hombres, dicen que existía un matriarcado, pero eso no es cierto. En verdad se trataba de una estructura patriarcal, porque ellos eran quienes detentaban el poder. No eran muchos los que se iban y dejaban a su mujer que tomara las decisiones importantes durante su ausencia. La mayoría se marchó sin otorgarles ese poder. De hecho, fue un matriarcado, pero de derecho un patriarcado.
Lo paradójico de esta situación es que el nexo de unión de un matrimonio de aquella época no era la proximidad, sino la distancia.
Sí y fíjate que en esta novela hay un matrimonio en el que marido y mujer están juntos, pero se sienten muy lejos. Como te decía antes, hubo viudas de vivos que estaban al lado de sus maridos, pero que los percibían muy lejanos, ausentes.
Al igual que ocurre con el mar, ¿el hecho de ubicar esta historia en Galicia también acentúa la intensidad de la separación y la morriña?
Galicia es un escenario muy bonito, porque es la tierra de las meigas y de muchas leyendas y supersticiones. Parece que aquella zona se identifica con todo eso, pero en realidad la he escogido como escenario de la novela porque es la cuna de la verdadera Elisa y, como quería referirme a ella, tenía claro que había que situarla allí.
‘Tierra sin hombres’ es una novela de personajes, de sentimientos, ¿quizá por ello la documentación ocupa un lugar menos importante en la obra?
Es cierto que es una novela de sentimientos, de personajes, de costumbres y de intriga, donde tiene mucha relevancia el ambiente, el tiempo meteorológico y la aldea. Pero la documentación resulta fundamental y yo me he documentado muchísimo para representar bien la idiosincrasia gallega. Además, ten en cuenta que una parte de la novela se desarrolla durante la I Guerra Mundial y ocurren una serie de acontecimientos, que voy intercalando en la narración. En aquel momento España fue como una isla, se mantuvo neutral, aislada. La frase de que España es diferente la inventó un gallego [risas]. Hemingway opinaba que la documentación era como los cimientos de una casa: no se ven, pero si no están, la estructura se viene abajo.
Hasta ahora hemos enfocado la entrevista más hacia el contenido que hacia el continente, ¿te preocupa eso?
No, no me preocupa en lo absoluto. Cada uno lee la novela como quiere porque cada novela tiene tantas lecturas como lectores. Una vez que entrego la obra, la novela cobra vida por sí sola. Me gusta que se hable del contenido, porque eso significa que, si el continente no estuviera bien expresado, no se hablaría del contenido, es decir, he conseguido contar lo que pretendía. En literatura no se puede separar lo que se cuenta del cómo se cuenta.
En la página 198, leemos el siguiente párrafo «Una parte de la aldea le reprochaba las sombras; la otra, la luz que debería haberla iluminado». ¿El hecho de vivir en una aldea pequeña, llena de chismorreos y chanzas, puede condicionar la existencia de sus habitantes?
No es cómodo sentirse en el punto de mira en una aldea pequeña, pero hoy podríamos decir lo mismo referido a la aldea global en que se ha convertido la información. Cualquiera corre el riesgo de que se desvirtúe lo que dice o lo que  hace. Hoy la gente se permite insultar y juzgar a los demás y no acierto a comprender cómo se atreven a hacerlo. Por analogía, la situación que viven los personajes de la novela se podría trasladar perfectamente a la red.
¿De alguna manera, tu hermana Dulce pulula o camina por la novela?
Creo que estamos las dos. Y también mis demás hermanos, porque a todos les rindo pequeños homenajes en mis novelas. La más difícil de incluir siempre es Dulce, porque no puedo ponerle su nombre a un personaje. Pero le he rendido un doble homenaje: he utilizado la fecha de nuestro nacimiento, para quien no lo sepa éramos gemelas, para datar una carta y, además, cada vez que utilizo el adjetivo dulce está dedicado a ella. Sin olvidar que en todas mis novelas incluyo la misma dedicatoria: «Y a Dulce, por supuesto». A ella le estaré siempre agradecida por haberme reglado la literatura, pero por otro lado, ojalá nunca me hubiera hecho este regalo.
Y la última por hoy: ¿es la misma Inma Chacón la que comenzó a escribir la novela que la que la concluyó? ¿Ha cambiado algo tu vida?
Bueno, creo que ni siquiera somos igual el mismo día desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Cambiamos en algo. A mí me gusta aprender algo nuevo cada día. Respondiendo de un modo rápido y simple a tu pregunta, te diría que desde que comencé la novela hace dos años y medio, no soy la misma para nada. Como dice un amigo mío, hay que dejar que el tiempo haga su trabajo. Cada día echo de menos a Dulce, pero el dolor se va amortiguando, convirtiendo en otra cosa y, de alguna manera, el dolor que sentí por su muerte, me resulta un poco más llevadero. 


SOBRE INMA CHACÓN

Inma Chacón (Zafra, Badajoz, 1954) es doctora en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y profesora de Documentación en la Universidad Rey Juan Carlos. Fundó y dirigió la publicación digital Binaria: Revista de Comunicación, Cultura y Tecnología. ‘La princesa india’ fue su primera incursión en el mundo de la narrativa, a la que siguieron ’Las filipinianas’ y ‘Nick’, una novela juvenil donde se cuenta una historia de amor a través de la red. También ha publicado los poemarios ‘Alas’, ‘Urdimbres’, ‘Antología de la herida’ y ‘Arcanos’. En 2011 fue finalista del Premio Planeta con ‘Tiempo de arena’, un relato apasionante sobre las herederas de un hacendado español a finales del siglo XIX, y en 2013, ‘Mientras pueda pensarte’, novela emotiva y sobrecogedora. También ha publicado ‘Voces’, una antología personal de relatos y, en el campo de la dramaturgia, ‘El laberinto y la urdimbre’. Su obra ‘Sí, vale, vale, chao’ ha sido representada con gran éxito de público. En 2016, por encargo de la Biblioteca Nacional, para conmemorar el cuarto centenario de Cervantes, escribió ‘Las Cervantas’ junto a José Ramón Fernández, representada en los Festivales de Teatro Clásico de Alcalá de Henares, Cáceres y Almagro, entre otros.

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