«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

jueves, 13 de octubre de 2016

Julio Fajardo Herrero: «Apetece hacer ficción sobre cosas que merecen la pena en la realidad»


Foto Georgie Uris (cedida por Libros del Asteroide)

Parece que las novelas sobre la crisis empiezan a prodigarse por el mundillo literario de este país. No podía ser de otro modo. Como dice el entrevistado de hoy, «Las cosas a las que merece la pena darles vueltas en la vida, creo que son las que también merece la pena contar en la ficción». Es así de sencillo. La crisis socioeconómica, que padecemos desde hace ya varios años, se ha instalado en nuestra existencia. Presos de la zozobra que produce cualquier situación desconocida, la vivimos diariamente y nos interrogamos por nuestro presente y también por nuestro futuro. Lógico es, por tanto, que se abra hueco en la literatura que se escribe hoy.  
Y sobre la crisis gira ‘Asamblea ordinaria’, la nueva novela de Julio Fajardo Herrero, editada por Libros del Asteroide, en la que nos encontramos con una triple visión de esta coyuntura: la de una mujer, cuyo marido se ha quedado en paro y pasa las horas encerrado en casa; la de un trabajador que dirige la mirada, en segunda persona, hacia su jefe, un empresario aparentemente guay: y la de un joven que, para ahorrarse el alquiler del piso, se marcha a vivir a casa de una tía suya. Tres relatos, tres enfoques, tres trozos de vida que suministran al lector una visión poliédrica de la crisis.
Julio, ¿hay alguna imagen o alguna frase que haya actuado como disparador para sentarse a trabajar en ‘Asamblea ordinaria’?
No lo tengo muy claro, pero lo que sí recuerdo bien es que el libro está escrito, casi sin excepciones, en el orden en que se lee el texto publicado. Empecé a tirar de los respectivos hilos a partir del primer capítulo de cada trama: una mujer que cuenta cómo la gente dice que le va a prestar dinero pero nunca se lo presta. Un chico que cuenta cómo empezó a trabajar en una empresa y la primera impresión que se llevó de su jefe. Y una señora mayor que se despierta una noche con el ruido que hace al llegar su sobrino, que se ha ido a vivir con ella para ahorrarse el alquiler.
Cogemos la novela, no muy grande por cierto, y observamos a una mujer y dos hombres que contemplan la ciudad, inmensa, a lo lejos, ¿qué miran, qué metáfora de la realidad se esconde detrás de esta fotografía?
Bueno, la imagen de la cubierta no coincide con ninguna escena que se cuente en el libro, pero sí que comparte, yo creo, el tono o el espíritu. Se ve que es gente normal que se junta a hablar –como en una asamblea– en medio de una ciudad grande, que intimida un poco. Creo que esa situación sí tiene mucho que ver con las cosas que se cuentan en el libro.
El libro está escrito sin puntos y aparte. Muchas comas y puntos y seguido. Reto literario, gusto personal, falta de silencios… ¿qué le aporta al libro esta forma de escribir? Tampoco hay diálogos, ¿por qué?
Al escribir el libro intenté generarle al lector la sensación de que está manteniendo una conversación con los personajes, o de que está siendo testigo de una conversación entre algunos personajes, de forma muy directa. Cuando estamos metidos en una conversación en la vida real, el “texto” que nos llega no viene con puntos y aparte, ni con acotaciones para el diálogo. Viene más o menos en bloque y nos toca a nosotros darle forma o procesarlo. Me pareció que ese podía ser un reto interesante, que cada capítulo fuera un bloque continuo de texto. Si funcionaba así, sin procesar, en mi cabeza igual era mayor garantía de que lo que estaban diciendo los personajes “procedía”. Es algo que se ha hecho muchas veces en la historia de la literatura, pero me pareció que encajaba bien con el tipo de historia que estaba contando.
Has estructurado ‘Asamblea ordinaria en tres bloques, tres novelas cortas fragmentadas, que no se entrecruzan y ofrecen una imagen poliédrica de la crisis, ¿hay que leerlas como tres historias separadas o como un totum revolutum?
Para mí no son tres novelas cortas, es una sola. Para empezar, porque el libro está escrito como se lee, no escribí tres historias separadas para luego juntarlas. Son tres tramas de una misma novela. Estas tres tramas están relacionadas entre sí de muchas maneras, por el tono en que están contadas, por el tipo de historias que cuentan, por los motivos y los recursos que se emplean en ellas. Lo único que no pasa: los personajes de una y otra trama no llegan a coincidir en un mismo momento en un espacio determinado, pero no por eso debería dejar de ser una novela, en mi opinión al menos.



También has utilizado para narrar las tres personas, primera, segunda y tercera, además por orden, cada una para una historia, ¿por qué esa elección?
Para cada trama hice pruebas utilizando puntos de vista distintos, y las personas desde las que está narrada cada una son las que más me convencieron al final, las que pensé que daban más juego para abordar lo que ocurría en cada caso. Una primera persona femenina (por la que a veces también asoman la conciencia y las opiniones del hombre) para contar la historia de una pareja. Una segunda persona para que un joven empleado haga repaso ante su jefe de toda la historia que tienen en común, narrándosela desde el principio. Y una tercera persona, más objetiva, para contar la convivencia entre un chaval en paro y su tía ya mayor, con la que se ha ido a vivir para ahorrarse el alquiler. Esta tercera persona me permitía ir cambiando entre el punto de vista del sobrino y el de la tía.
‘Asamblea ordinaria’ tiene algo de crítica social y de análisis o simplemente, que no es poco, ¿se trata de una exposición de hechos que provocan los efectos de la crisis e invitan a la reflexión?
Yo casi me limitaría a decir que son las historias de una serie de personajes, contadas lo mejor que he podido. Si funcionan o no como crítica social o como cualquier otra cosa, creo que ese juicio se lo dejo a quienes lean el libro. A mí me cuesta saber con certeza qué consigue hacer exactamente el libro y qué no, la verdad.
La crisis económica produce en muchos casos vergüenza social en aquellos que la padecen, ¿qué triste, no?
Sí. Creo que, afortunadamente, eso ha ido cambiando, y que hay desenlaces, como por ejemplo un desahucio, que antes, aparte del problema obvio que generan, también estigmatizaban socialmente a sus protagonistas. Y ahora ya no tanto. La gente cada vez es más consciente de que lo que suele haber es un problema estructural. En todo caso, creo que en parte es inevitable, cuando se pierde la casa o el trabajo, que siempre haya un cuestionamiento íntimo de las decisiones tomadas, o que nos podamos llegar a obsesionar. Eso era algo en lo que me apetecía indagar a la hora de dar forma a estos personajes.
También dibuja la vida de los personajes, los condiciona, ¿las crisis económicas son un buen filón para la literatura?
Yo diría que todo lo que es importante, o lo que tiene peso en las vidas de la gente, lo suele tener también en la literatura. Las cosas a las que merece la pena darles vueltas en la vida, creo que son las que también merece la pena contar en la ficción. Suena muy simple y muy obvio, pero yo lo veo así.
¿Resulta fácil introducirse en la piel de esos personajes, que atraviesan una situación tan delicada, o, por el contrario, es duro y hay que distanciarse lo suficiente para conseguirlo?
“Inventarse” a unas personas que no existen e intentar que resulten auténticas y más o menos interesantes, y que a la gente le merezca la pena dedicar tiempo a leer cosas sobre ellas… yo creo que eso nunca es fácil. Y nunca se sabe si se consigue del todo o no. Pero a mí al menos me seduce mucho la idea de intentarlo y me lo paso en grande.
Los protagonistas carecen de nombre, ¿todos somos, o podemos ser, personajes de esta novela?
En parte sí que me atraía la idea de que pudieran tener cualquier nombre. Me pareció que no nombrarlos encajaba con el espíritu del libro y, de hecho, por los puntos de vista desde los que están narradas las historias, casi me parecía más artificial obligar a los narradores a nombrarse. Cuando lo probé, no me lo llegué a creer en ningún momento, por eso ninguno tiene nombre.
Antes de reflexionar sobre su despido, la mujer de la primera historia recuerda cómo su abuela le contaba episodios de la Guerra Civil. ¿Las situaciones provocadas por la crisis se convertirán en las batallitas del Abuelo Cebolleta para nuestros nietos?
Pues no lo sé, pero de lo que sí estoy convencido es de que, con el paso del tiempo, esas historias –todas las historias sobre cosas importantes− las iremos contando desde sitios distintos, con ánimos y tonos distintos, dándoles otra importancia y haciendo otras lecturas. Todo ese proceso me parece muy interesante y muy intrigante, como para escribir un libro entero, distinto…
La última por hoy: la gente que sufre los estragos de la crisis intercambia opiniones en foros o busca trabajo en internet, en resumen, invierte una buena parte de su tiempo ante el ordenador, ¿se ha convertido el pecé en un mecanismo de control social como lo fue en su día el fútbol?
Puede que en algunos casos sea así, pero a mí me parecería más importante destacar lo que aportan los ordenadores o internet en tanto instrumentos de comunicación o de búsqueda activa de información. Hay quien se sienta delante de un ordenador como lo hace delante de una tele, de forma muy pasiva, pero el otro tipo de uso me parece más revelador y más interesante para la ficción: a la hora de contar las vidas de unos personajes, internet es todo un plano de realidad completamente diferente al físico, extensísimo y que antes no existía, en el que suele desarrollar buena parte de las vidas de la gente. Me parecería un poco absurdo no aprovecharlo.


SOBRE JULIO FAJARDO HERRERO

Julio Fajardo Herrero (Tenerife, 1979) vive en Barcelona y trabaja como editor y traductor. Es autor de las novelas ‘Los principios activos’ y ‘Asamblea ordinaria’.

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