«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 20 de mayo de 2012

‘En busca de April’ de Benjamin Black. Hay que mantener las apariencias.


‘En busca de April’, tercera novela de la serie protagonizada por el forense Quirke, no defrauda. Al contrario, reafirma todas las bondades y cualidades que se anunciaban, y detectábamos, en las dos entregas precedentes. Una mujer, April Latimer, amiga de Phoebe, la hija de Quirke, ha desaparecido sin avisar, sin dejar huella, y nadie conoce su paradero. De ello se entera el forense recién vuelto de su terapia antialcohólica, que le ha tenido recluido durante seis semanas en el Hospital de San Juan. A partir de ahí, comienza la búsqueda de la mujer desaparecida. 

Benjamin Black, el otro nombre del escritor John Banville, casi un alias ya, sigue siendo, a mi juicio, uno de los más altos valores, sino el más alto de todos, de la novela negra actual. A los rasgos clásicos del género, Black le ha añadido un barniz literario de primer orden y una espléndida profundidad de personajes. En esta entrega, desde el primer momento tenemos claro lo que ocurre y, apenas hemos leído las cien primeras páginas intuimos el desenlace, siempre con riesgo de equivocarnos, claro está. Pero no lo vemos. El desenlace, quiero decir. El gran mérito de Black es que el lector, aunque lo tiene delante de sus narices, bien patente, no es capaz de darse cuenta hasta el último capítulo. Por eso, el desenlace se le antoja lógico ya que, sin duda, es el único punto final coherente y consecuente con todo lo narrado a lo largo de las trescientas y pico páginas de la novela. Claro que, en Benjamin Black, en sus historias, el final no importa tanto como en otras. 


En (es complicado el soniquete reiterado de las dos proposiciones seguidas) ‘En busca de April’, tropezamos también con un retrato pormenorizado de la sociedad irlandesa, especialmente de su clase alta, preocupada por el mantenimiento de las apariencias, como en una especie de preservación de su estirpe, de su casta, de sus privilegios ancestrales. La moral católica irlandesa no perdona, es inflexible. Hay que aparentar bondad, naturalidad, hasta cierta indiferencia incluso, para que todo se preserve, para que todo siga igual, para que parezca que nada pasa. En medio de todo esto se mueve Quirke, a caballo entre los dos estratos sociales. La búsqueda de April se convierte, de este modo, en una suerte de bisturí que abre las tripas de todo esto. Sin lenitivos. 

La acción se ubica y desarrolla en el Dublín de los años cincuenta. Del siglo XX, obviamente. Una imagen brumosa, nocturna muchas veces  bajo el halo amarillo de la luz de las farolas, con una pizca de misterio para dar color, negro, intrigante, nocturno,  al asunto. En la búsqueda, el propio Quirke cuenta con la colaboración de un policía: el inspector Hackett, que aporta los detalles más técnicos del proceso de investigación, su olfato sabueso, imprescindible en toda novela negra, con métodos rigurosos pero nada sofisticados, completamente alejado de ceséis y similares, y con un puntito de acción que no llega a ser tal. 

La sorpresa, en esta novela, no viene en la resolución del problema, ya dije antes que no importa tanto, sino en los acontecimientos que se van a producir en la propia vida del forense metido a investigador. Este detalle, así como la minuciosa descripción de las actitudes de cada uno de los personajes en cada escena, es lo que confiere a las novelas de Benjamin Black un carácter diferente, literario, probablemente único. 

Ahora que publico esta crítica de ‘En busca de April’, que apenas apareció en el mercado español a finales de 2011, se anuncia la inminente publicación de la cuarta entrega de la serie. La espero con impaciencia. Con mucha impaciencia.




‘En busca de April’
Alianza Editorial, noviembre 2011.
327 páginas y 19,50 euros.