«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 26 de diciembre de 2009

‘El símbolo perdido’ de Dan Brown, una novela de entretenimiento, que no es poco

Dan Brown: ‘El símbolo perdido’. Ed. Planeta, 2009. 617 págS. y 21,90 €.


En ‘El símbolo perdido’, la última novela de Dan Brown (EE.UU., 1964), el escritor norteamericano ha recurrido de nuevo a su personaje favorito: Robert Langdom. En esta ocasión, lo introduce en el enmarañado desciframiento de una pirámide masónica, que contiene una potente "arma" repleta de sabiduría antigua. Langdon es convocado con urgencia a Washington para dar una conferencia en el Capitolio, a petición de su antiguo amigo Peter Salomon, secretario del Smithsonian y figura relevante de la masonería. Pero cuando Langdon llega al supuesto lugar de la cita, descubre que ha sido víctima de un engaño y su pretendida conferencia se convertirá en una vertiginosa y frenética aventura que durará hasta el amanecer. Además de los masones, andan por en medio los agentes de la CIA, con su jefa Sato a la cabeza, y Katherine, una científica experta en noética, ciencia que se ocupa del pensamiento y de lo que este tiene de intangible e inmensurable.

‘El símbolo perdido’ se inscribe en el territorio de lo que le gusta a Brown: el mundo de los arcanos, de los códigos secretos, de la especulación esotérica y de ciencias más o menos novedosas. En la novela podemos percibir cómo la masonería está presente, con toda normalidad, en la vida estadounidense (hasta el propio billete de un dólar está impregnado de símbolos masónicos). Podríamos afirmar que en EE. UU. el hecho de pertenecer a una logia es símbolo de prestigio social, todo lo contrario de lo que ocurre por estos pagos, donde a los masones se les ve, como mínimo, como "gente rara", bajo sospecha y de la que es mejor desconfiar y apartarse.

Brown se maneja de nuevo con esa estructura típica de capítulos cortos, en esta novela con extensiones más variables que en ‘El Código Da Vinci’, que dotan al libro de un innegable dinamismo. Al autor norteamericano le encantan las intrigas, las sorpresas, incluidas las de última hora, los sobresaltos, con los que suele atrapar al lector y mantener suatención. Y en ‘El símbolo perdido’, una vez más, lo consigue. Como aliño, orquesta sus típicos desciframientos de códigos antiguos, los juegos alfabéticos y las historias sobre el pasado remoto y sus rincones oscuros, en este caso concretamente la aureola mágica que sobrevuela a los padres fundadores de los Estados Unidos, especialmente Benjamín Franklin, y su vinculación con la masonería. Tampoco podemos olvidar que con sus novelas siempre aprendemos algo, sea historia o leyenda, y que, en ocasiones, tenemos que echar mano de la enciclopedia (o de la Wikipedia) o del diccionario. O de los dos.

Por supuesto y como cada vez que Brown publica algo nuevo, sus detractores tildan, sistemáticamente, sus libros como basura o poco menos. Stphen King ha dicho de él que "es el equivalente literario de los macarrones con queso, un horroroso y grasiento plato precocinado". Y es cierto que su estilo literario no aporta nada especialmente importante a la literatura y que no pasará a la historia del noble arte de escribir por ello. Pero también es verdad que domina la capacidad de construir historias y de tocar la fibra sensible de los lectores como pocos. Y es que no debemos olvidar que una novela suya, pongamos por caso ‘El Código Da Vinci’, ‘Ángeles y demonios’ o esta misma última entrega, no son sino obras de entretenimiento y distracción, que no es poco con la nos que cae. Yo diría que son la versión actual de las novelas de aventuras que, durante los siglos XIX y XX, acompañaron a nuestros antepasados en esto que llamamos el arte de vivir. Me gustaría que alguien me dijera en qué se diferencia cualquier obra suya de lo que escriben otros autores, tan superventas o más que él. Me estoy refiriendo a John Grisham, Ken Follet o Tom Clancy, aunque desde luego la lista es más extensa. Todos ellos son autores que cultivan el bestseller, eso que llaman novelas fórmula, es decir, textos que utilizando siempre un esquema prefijado, consiguen que el lector pase un rato más o menos agradable, un rato más o menos intrascendente. Sin embargo, a ninguno de ellos se le sacude tanto como a Brown. "Why?"

Se dice también que sus soluciones literarias, en algunos casos son inverosímiles, pero todo ello entra dentro de lo que es la ficción. Si en ‘El símbolo perdido’ Langdon salva el pellejo de un modo "especial", ya le ocurrió también en ‘Ángeles y demonios’, esto no es nada nuevo en literatura. ¿Acaso Miguel Strogoff no esquivó milagrosamente la ceguera inminente, producida por el cuchillo ardiente de Ivan Ogareff, gracias a las lágrimas provocadas por la pena que sentía por su madre y que inundaron sus ojos en el momento crucial? ¿Acaso en ‘Cien años de soledad’ no asistimos, como algo natural, a que los personajes dialoguen y convivan en una misma habitación con los espíritus de sus antepasados o del gitano Melquíades? ¿Acaso no consideramos una obra maestra que Gregorio Samsa se convierta en cucaracha y asistimos, interesadísimos, a las consecuencias que ello comporta? En algún momento, me gustaría saber qué es lo que la comunidad literaria, la República de las Letras, tiene contra Dan Brown. No quisiera pensar que el motivo son sus ventas. Y sobre todo me gustaría entenderlo. Desearía conocer el porqué de esa inquina especial que críticos y literatos sienten hacia sus novelas. Tal vez la explicación camine por otros derroteros y el hecho de que sus novelas se muevan por el territorio del esoterismo pueda no ser bien visto por ciertos sectores. Pero el esoterismo, hablando única y exclusivamente desde el punto de vista de la escritura, no es sino sólo un elemento más de la ficción. Sólo eso.

Vuelvo, para concluir, a lo del entretenimiento, porque ésa es la palabra clave. Gato Pérez, el malogrado cantante rumbero, en uno de sus temas del álbum ‘Romesco’, titulado ‘Tiene sabor’, allá por el año 1979, cantaba algo así como "Después de estos largos años/de aburrimiento trascendental,/ de largas meditaciones y cocofagia monumental,/ el cuerpo pide una tregua y dice:/ «¡Alto! algo hay que hacer,/ha sido interesante, pero ahora toca pasarlo bien". Y de eso, de pasarlo bien, se trata con las obras de Brown. Nada más. Y nada menos.

Herme Cerezo