«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 13 de diciembre de 2009

María Gudín, escritora: “Para escribir necesito viajar a muchos siglos antes, trasladarme a épocas muy remotas”

Herme Cerezo/SIGLO XXI, 16/05/09

Alarico, Ataúlfo, Sigerico, Walia, Teodorico, Turismundo, Teodorico II, Eurico, Alarico II, Gesaleico, Amalarico, Teudis, Teudiselo, Agila, Atanagildo, Liuva I, Leovigildo, Recardeo, Liuva II, Witerico, Gundemaro, Sisebuto ... Son algunos de los reyes godos que gobernaron la Península Ibérica. Hay más, pero no hace falta citarlos a todos. Sus nombres viven sumidos en un periodo brumoso y antiguo, un tiempo enterrado entre el imperio romano y la civilización árabe, un territorio que abandonan de vez en cuando para atraer nuestra atención. Después llegarían los reinos cristianos tradicionales: Castilla, Aragón, los Reyes Católicos ... Los godos, los visigodos, parece que no importen. Son como esas páginas de la Historia que algunos quieren borrar. Lejos ya quedan los años en los que en las escuelas, con un ejercicio estéril de memoria, se hacía recitar a los niños, y a las niñas, sus nombres, los de los reyes godos, digo, como una letanía, como las provincias andaluzas, como la alineación de cualquier equipo de fútbol con muchos, muchos reservas.
¿No es así, María?
Sí, realmente ha ocurrido así. En los días que vivimos se ha pasado por encima de los godos. A lo largo de su historia, la Península Ibérica ha atravesado por distintos momentos. Unos disgregadores y otros unificadores. De estos últimos, que siempre surgen cuando existe un poder fuerte, destacan la conquista romana, la unificación de Leovigildo y la de los Reyes Católicos. La época de Leovigildo, donde transcurre mi novela, ha sido muy manipulada. La primera vez que yo oí hablar de ese rey o de Recaredo o Hermenegildo debía tener siete u ocho años y fue dentro de una asignatura que se llamaba Formación del Espíritu Nacional.

La que así habla es María Gudín (Oviedo, 1962), una escritora de vocación y no de profesión (es neuróloga), que acaba de publicar ‘Hijos de un rey godo’, su segunda novela, un interesante fresco histórico sobre esa época oscura que citaba al principio, mucho más importante de lo que nos creemos, la de los godos en España. ¿Cuándo escribes?
Cuando puedo. No tengo tiempo para hacerlo, pero al que le gusta algo saca un hueco de donde no hay. Tomo notas en cualquier parte, a veces hasta en la parada del autobus. Luego, dedico los sábados por la mañana a construir las novelas poco a poco, a trozos.

¿Por qué escogiste el histórico en lugar de otros géneros?
No hubiera podido hacer otro tipo de novelas. Para escribir necesito viajar a muchos siglos antes, trasladarme a épocas muy remotas, porque los problemas actuales los conozco muy bien a causa de mis pacientes, a los que visito todos los días en mi consulta.

¿Tú te sabes la lista completa de los reyes godos?
La he memorizado frecuentemente mientras escribía la novela y cuando tengo insomnio trato de repetirla, porque es un ejercicio que me ayuda a dormir. Pero siempre me falta alguno. Además, excavaciones recientes han demostrado que existieron reyes godos que no están en la lista. Incluso se cuestiona que el último fuera don Rodrigo, ya que se han encontrado monedas de Árgila, un monarca posterior a él.

¿Cómo fue la era visigoda?
Fue un periodo histórico muy importante que hay que rescatar del olvido. La España visigoda, desde el punto de vista cultural, vivió un momento de auge, de gran riqueza, muy superior al que transitaban los países de su entorno. Sin ir más lejos, los ingleses no disponen de documentos históricos de entonces, Italia vivía envuelta en un periodo de guerra y Francia estaba devastada por conflictos intestinos entre los merovingios. Sólo Bizancio mantenía un esplendor cultural parecido.

¿Dónde establecieron su capital los visigodos?
Los visigodos fueron los continuadores de la cultura romana en Hispania. Cuando entraron en la península, y aunque esto pueda molestarle a alguien, la capital fue Barcino, la actual Barcelona. Después pasaron a Mérida, hasta que el rey Atanagildo escogió Toledo como sede definitiva de su gobierno. Allí lo centralizaron todo.

Los visigodos no tenían un sistema monárquico como el actual, ¿no?
No. Cuando un rey godo moría, se elegía a su sucesor. Pero los nobles, que no estaban de acuerdo con la elección, conspiraban y derrocaban al elegido. Así una vez tras otra, hasta que Leovigildo a través de los concilios, que actuaban como un mecanismo de poder compensatorio, político y religioso a la vez, estableció la monarquía hereditaria. En la novela aparecen dos concilios: el III, que es el de la unificación religiosa católica, y el IV, que es el de la deposición de Suintila.

¿Cómo eran las relaciones Iglesia-Estado, algo tan de moda en nuestros días, en aquellos siglos?
En la época visigoda no existía separación entre la Iglesia y el estado. El rey utilizó el catolicismo a su conveniencia y la Iglesia hizo lo propio con el poder que le confería el estado.

La Escuela Palatina de Toledo, que aparece en tu novela, ¿para qué servía?
Se supone que había mucho analfabetismo, aunque menos del que creemos. La gente educada eran los obispos, elegidos por los gobernantes para sus cargos precisamente por su formación ya que también detentarían un notable poder político. Por eso los concilios, de los que hablaba antes, eran órganos tan importantes. La Escuela Palatina de Toledo preparaba a los hombres para la cultura y la guerra.

Algo que llama la atención de ‘Hijos de un rey godo’ son los personajes: muy bien trazados, muy humanos, naturales...
Estoy en contacto diario con la gente y conozco bien sus vidas. Mis propios pacientes son sus historias. Por eso los personajes de mi novela están tratados con ternura, la misma ternura que empleo con ellos en mi consulta. Es gente que ha sufrido y vivido de un modo concreto y me imagino cómo habría reaccionado ante determinadas situaciones. Por eso resultan tan humanos y reales.

¿Qué fuentes documentales has utilizado para construir ‘Hijos de un rey godo’?
Lo cierto es que fuentes documentales hay muy pocas y los escritores se copian unos de otros. Los datos fundamentales para conocer el periodo godo son los autores de la época (Isidoro o Gregorio de Tours) y la obra ‘Historia de regibus ghothorum, vandalorum et suevorum’. También es una importante fuente de información el derecho visigodo, porque nos pone en situación, nos enseña cómo vivía la población de entonces y qué problemas tenía. Últimamente, la arqueología también está aportando datos muy interesantes.

Ahora que hablas de la población, ¿era muy numerosa por aquel entonces?
La población llegaría hasta los cinco millones y medio aproximadamente y asimiló la cultura hispanoromna con facilidad. Pero mientras que Francia adquirió su estructura actual y su nombre gracias a los francos, en España se perpetuó el nombre de Hispania. Podíamos habernos llamado Gotia, pero no fue así.

Y, ¿cuál es el legado que nos dejaron los visigodos?
Lo que queda en la España actual de la época visigoda es el derecho de muchas comunidades autónomas, el fuero juzgo, un compendio del derecho germánico y romano. En el terreno del arte, nos dejaron algunas piezas de orfebrería y cruces muy hermosas.

Terminamos, María, ¿qué recomiendas más a tus pacientes: un Trankimazín o que se dediquen a escribir?
Si tienen esa capacidad lo mejor es que escriban, pero si no se les da bien puede resultar muy agobiante. Les recomiendo que hagan lo que realmente les guste. Tener una actividad creativa es algo muy sano, porque la creatividad es un momento de indefinición del cerebro donde surgen cosas, que te relaja porque te sumerges en un mundo que no existe todavía, pero que va a existir.