«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 12 de diciembre de 2009

Presentación del Premio Nadal 2009 en Valencia

Herme Cerezo/SIGLO XXI, 23/02/09

El pasado jueves, 19 de febrero, en La Casa del Libro de Valencia, tuvo lugar la presentación de los ganadores del Premio Nadal en su edición del año 2009. Maruja Torres (Barcelona, 1963) se alzó con el galardón por su obra ‘Esperadme en el cielo’, mientras que Rubén Abella se proclamó finalista con su novela ‘El libro del amor esquivo’. En el escenario que la librería suele dedicar a este tipo de acontecimientos y rodeada de volúmenes de los más diversos géneros, Maruja Torres explicó que su obra trata "del recuerdo de dos amigos irremplazables". Estos dos amigos no son otros que Terenci Moix y Manuel Vázquez Montalbán, Terenci y Manolo, en su texto, cuyas voces unidas a la suya propia, discurren por las páginas de su obra "que no trata en absoluto de ser un libro nostálgico". No obstante, Maruja Torres confesó que tras la muerte de los dos escritores, acaecida en el mismo año, el fatídico 2003, quedó "sumida en una indudable orfandad generacional". La ganadora del Nadal actualmente reside en Beirut "una ciudad parecida a la Barcelona preolímpica", que compartió con Manolo y Terenci, "una ciudad en la que nunca sabes qué te va a pasar".
Por su parte, Rubén Abella explicó que ‘El libro del amor esquivo’ es una "novela en la que se entrelazan tres historias que presentan a la ciudad de Madrid como un personaje más". Abella que, además de escribir, se dedica a la fotografía, añadió que su libro "une literatura y fotografía para retratar a los protagonistas, víctimas del desamor". Por último, al hablar de su estilo, manifestó que en ocasiones se siente casi "como un torturador", por la enorme cantidad de correcciones a las que somete a sus obras.

Sobre ’Esperadme en el cielo’ y ‘El libro del amor esquivo’

El Nadal 2009 desprendía un cierto aroma fúnebre. En efecto, durante el acto de entrega del premio de este año, la escritora Eva Díaz, finalista en la última edición, leyó algún fragmento de la obra del recientemente fallecido Francisco Casavella, ganador del premio en 2008.


Y es que también de muertos habla ‘Esperadme en el cielo’ de Maruja Torres, obra ganadora del presente año. ‘Esperadme en el cielo’ es un libro – no me atrevo a calificarlo de novela – en el que la escritora y periodista barcelonesa recorre tiempos pasados en compañía de sus amigos Manolo (Vázquez Montalbán) y Terenci (Moix), ambos escritores, ambos barceloneses y ambos fallecidos en el año 2003, cuya desaparición provocó un fuerte sentimiento de ausencia en la escritora que, ahora, ha decidido rendirles un homenaje en su libro, algo a lo que últimamente nos están acostumbrando muchos autores que en sus obras se dedican a homenajear a otros, sin darse cuenta de que un homenaje supone un intento de equiparación con la persona homenajeada y, probablemente, este ejercicio de buena voluntad casi siempre se queda corto y no llega a la altura deseada.

‘Esperadme en el cielo’ tiene un par de aspectos positivos. En primer lugar, la posibilidad de escuchar "en vivo" – en realidad, "en muerto" – las voces auténticas de Terenci y Manolo, al menos tal y como las recuerda Maruja Torres, acostumbrados como estábamos a oírles a través de sus personajes, pero nunca en sus propias voces. Y en segundo lugar, posee también un innegable valor como ejercicio de mortalidad/resurrección, ya que la escritora catalana desciende o asciende, según se mire, al mundo de los muertos, donde Dios no existe aunque sí la eternidad en palabras de sus personajes. Sin embargo y como escribía antes, mis improbables, no me atrevo a etiquetar ‘Esperadme en el cielo’ como novela porque este libro es una memoria ficcionada, una ficción memorizada, una fábula de recuerdos, unos recuerdos fabulosos, unas vivencias recobradas, unos barrios revisitados, una biografía de ficción, una ficción biográfca, o cualquier otra pareja de adjetivos que se les ocurra. En resumen, un singular brebaje, muy bien escrito eso sí, ¡faltaría más!, pero que no estoy completamente seguro de que se pueda etiquetar como novela. Tal vez sea que la novela camina actualmente por vericuetos que no logro adivinar o, peor aún, entender, y se ha convertido en un auténtico pozo sin fondo donde cabe todo.

La que sí que es una novela con todas las de la ley es ‘El libro del amor esquivo’, la obra finalista, del vallisoletano Rubén Abella (1967). Dividida en tres partes, ‘Cuando era otro’, ‘La niebla’ y ‘Momentos robados’, ‘El libro del amor esquivo’ hace honor a su título y nos habla del amor dentro del marco común, muy difuminado, de la ciudad de Madrid. A sus protagonistas, Félix, un opositor, que es confundido con un cantante famoso; Gabriel, un vidente de vista corta, o Eva, una fotógrafa paparazzi, se les escapa el amor por la punta de sus dedos. En estas tres historias, de amor, ya digo, a los personajes les ocurren cosas y, aunque son independientes, tienen entre sí puntos de contacto que les hace compartir momentos, amistades y lugares comunes. Su estructura recuerda la de ‘Los girasoles ciegos’ del malogrado escritor Alberto Méndez. Abella ha trabajado con ahínco, sin duda, cada una de las líneas de su novela porque si, además del amor, hay algo que une los tres hilos argumentales y define la escritura del autor vallisoletano es la sonoridad de sus frases, que no caen en la prosa "sonajero", y, especialmente, su capacidad de llevar tranquilamente al lector al mundo de los sobresaltos – no terroríficos, literarios – y de las sorpresas, algunas de las cuales esconden en su interior nuevos recursos que convierten ‘El libro del amor esquivo’ en una novela recomendable, un producto muy bien ultimado, cuyo objetivo es entretener al lector con estas tres historias de amores y desamores, de falsas apariencias, en resumen del oficio de vivir.

Acabo. Ya se sabe que los concursos los ganan unas obras, mientras otras son finalistas. A mí siempre me gustó leer los finalistas más que los vencedores porque, en ocasiones, salta la liebre. En fin, tómense esta crítica no como una crítica, sino como una reseña ficcionada o como una ficción crítica o como un invento con letras o, si les apetece, pongan ustedes mismos los adjetivos que más les cuadren a esto que he escrito, con música de fondo obligada: la de ‘Tatuaje’ de la Piquer, por supuesto.