«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

miércoles, 23 de diciembre de 2009

José Ovejero, escritor: “He querido mostrar la Guerra Civil en toda su estupidez, sin ningún tipo de disfraz”

Herme Cerezo / SIGLO XXI, 19/10/09

José Ovejero (Madrid, 1958) pasea su existencia entre su ciudad natal y Bruselas, una doble residencia, y alterna su devoción por la literatura con colaboraciones periodísticas, una doble pasión. En Alfaguara acaba de publicar ‘La comedia salvaje’, una novela que plantea la posibilidad de asomarse a la Guerra Civil española de otro modo, con un punto de vista diferente. ‘La comedia salvaje’ es un acercamiento a la contienda partiendo de la base del humor, pero sin olvidar el horroroso y dramático trasfondo bélico. En medio de un país que comienza a ser devastado por las llamas, donde la tragedia deviene en comedia y donde conviven, dificultosamente, dolor y disparate, fusilamientos y verbenas, anticlericales recalcitrantes y religiosos pedófilos, Ovejero coloca a Benjamín, un monaguillo marista que devora libros sagrados o liberales y siente curiosidad por lo que una mujer esconde bajo sus faldas, en una difícil tesitura: aceptar o no la difícil misión de detener la guerra. El encargo lo recibe nada menos que del propio Manuel Azaña, presidente de la Repúbica Española. Por cierto, he tecleado "Repúbica" en lugar de República, ¿en qué andaría pensando yo?

José, el final de ‘La comedia salvaje’ lo conocemos de antemano, aquí no hay lugar para la sorpresa.
Efectivamente, en esta obra sabemos que Benjamín no puede cumplir la misión imposible que le han encomendado, pero lo que interesa son otros aspectos. Mi novela es ante todo un recorrido por una España que se ha vuelto loca y que se ha lanzado a la tarea de autodestruirse alegremente.

Realmente, ¿se produjo algún intento de parar la contienda?
Desde los primeros días, y eso sí que es rigurosamente histórico, Azaña trató de detener la lucha porque, aunque él no orquestó ningún plan para que Benjamín contactase con el general Cabanellas, jefe de los sublevados en aquel momento, estaba convencido de que la Guerra estaba perdida. Se daba perfecta cuenta de que no había control del armamento. Los milicianos se mataban entre sí y la gente desobedecía las órdenes. Por todo eso quería pararla.

Para escribir sobre la Guerra Civil española, ¿es bueno vivir en Bélgica y hacerlo desde la distancia?
Es posible que sí, sobre todo si vas a tratar este tema con humor, porque el humor es una forma de distancia. No te puedes reír de algo que está muy próximo, pero si te alejas, resulta mucho más fácil.

¿Hacía falta una novela que contase la Guerra Civil como un disparate?
Sí, creo que ya era hora de escribir algo que se separase de ese discurso que disfraza la realidad, que la embellece o ensucia por motivos ideológicos o sentimentales. He querido mostrar la Guerra Civil en toda su estupidez, sin ningún tipo de disfraz.

En la página 135 leemos: "Es como con los libros; sólo después de terminarlos puedes preguntarte si es verdad o no lo que dicen", ¿esto es así?
Yo creo que sí. A pesar de que es una novela esperpéntica en la que hay una mezcla de situaciones disparatadas, sin embargo, buena parte del disparate es real, extraído de lo que ocurrió entonces. Por tanto, es muy posible que, al cerrar el libro, más de un lector se pregunte si hubo un bombardeo de sandías o si un churrero plantó su carrito junto a un paredón de fusilamiento y que se plantee qué cosas se ha inventado Ovejero y cuáles fueron reales en aquella España excesiva.

Leyendo tu novela he pensado en Albert Boadella, director del grupo teatral Els Joglars. ‘La comedia salvaje’ no provoca, pero sacude conciencias y hace pensar.
Creo que una buena comedia, que es lo que he intentado hacer, debe ser muy seria. No es sólo un libro para reír, sino para pensar sobre los tabúes, sobre todo aquello que me ofende, sobre la postura que estoy dispuesto a asumir frente una tragedia. A menudo, la comedia nace de una tragedia gracias a una distancia que puede ser temporal o geográfica. En este caso es una forma de explorar esta tragedia.

¿Las cosas que en la novela parecen más reales son las más falsas o es al revés?
Es verdad que en algunos casos he tenido que esforzarme por ser tan esperpéntico como la realidad. Pero también es cierto que en un par de veces he escrito cosas que atentan contra las leyes físicas. Que Ortega y Gasset levite cuando empieza a dar un discurso es poco creíble, aunque en cierto sentido es real. Con ello quiero decir que el filósofo estaba despegándose de la realidad. Pronunciaba magníficos discursos, pero poco aplicables al contexto que le rodeaba.

‘La comedia salvaje’ también contiene momentos no desgarradores, pero sí tremendamente tristes.
Es cierto. Todos hablan del humor de mi novela, que realmente existe, pero la verdad es que a mí me resultaba difícil mantener la línea humorística cuando la escribía, porque como dices hay escenas exactamente tristes. Ese ir y venir de la tristeza al humor me ha costado mucho conservarlo, pero era necesario para que la obra no se convirtiese en una comedia banal sobre la contienda. Además la Guerra Civil, vista desde la distancia o no, es un hecho histórico fundamentalmente triste.

Benjamín es un superviviente. Todos, republicanos y nacionales, lo quieren matar, ¿no hay buenos ni malos en ‘La comedia salvaje’?
Eso de que no hay buenos y malos procuro evitarlo. No me gusta esa visión simplista de la Guerra Civil. Pero eso no significa que no haya responsables porque los hay, con nombres y apellidos, y unos más que otros. Existió una responsabilidad que no se puede anular diciendo que en ambas partes hubo cosas buenas y malas. Sería un mensaje erróneo.

Benjamín se pasa la novela cambiando continuamente de bando, eso vuelve majareta a cualquiera.
Sí [Risas], el pobre en algún momento no está muy cuerdo. Pero él se considera como un español que mira a su alrededor y cree que los demás se han vuelto locos. Benjamín forma parte de esos españoles de los que menos se habla y a los que se llamó traidores, cobardes, indecisos … Y es que no hubo dos Españas en realidad, sino tres. La tercera es la que no quería la Guerra de ninguna manera.

Dices también en tu novela: "… lo mismo les sucede a los vascos … las únicas palabras en vascuence que conocen son sus apellidos." Tú vives en Bélgica, un país dividido, ¿qué tienen en común los nacionalismos de uno y otro estados?
Pues la similitud fundamental es que parten de discursos obsoletos. Yo no tengo nada en contra de los nacionalismos que yo llamo de intereses. Si el gobierno central no defiende adecuadamente los intereses de algún territorio, entiendo que exista ese nacionalismo. Me parece perfecto que se separen los que no quieran continuar unidos. Pero sí me resulta bastante risible hoy en día ese nacionalismo esencialista, que habla del pueblo vasco, del pueblo valenciano, del pueblo español como si hubiese algo intrínsecamente distinto en ser vasco, valenciano, español o cualquier otra cosa.

Y para terminar una peculiaridad: en la novela intercalas opiniones de los personajes, o tuyas, sobre qué es la literatura. ¿Qué persigues con estos incisos?
Pretendo establecer un diálogo lúdico con el lector, preguntarle ¿por qué estás leyendo esto? ¿Qué es lo que te aporta? ¿Crees que la novela muestra la realidad o es un juego puramente literario? Intercalo un montón de historias para acentuar el placer del contar por contar, para destacar el papel de la literatura no sólo como algo útil para ciertas causas, sino como puro placer. Me parecía que era divertido discutir con el lector sobre esas mismas cosas, igual que algunos personajes discuten entre sí a lo largo de la novela.

Y José Ovejero salió raudo hacia la Estación del Norte. No hubo tiempo para más preguntas. Iba con los minutos tasados y el tren, con él o sin él, saldría puntual. Trastocando papeles, ora escritor, ora viajero, se perdió por el Passeig de Russafa hacia la confluencia con la calle Xàtiva. Como Benjamín, su monaguillo, ora republicano, ora nacional.