Gregorio León, Belsicas (Murcia), 1971, periodista y escritor, acaba de conseguir el X Premio Internacional de Novela ‘Emilio Alarcos Llorach’ con su obra ‘El último secreto de Frida K’, un thriller bien armado, ubicado en Ciudad de México donde roban un cuadro atribuido a Frida Kahlo, esposa del famoso pintor Diego Rivera, cuyos frescos entre otros muchos lugares, decoran el Palacio Presidencial. Daniela Ackerman, la detective protagonista de la novela, viaja desde España para encontrarlo. En su búsqueda se tropieza con algo sorprendente: el lienzo oculta el último mensaje cifrado de la pintora mexicana referente a su intenso romance con León Trotsky, el hombre que hizo triunfar una revolución. Mientras Daniela persigue el rastro del cuadro, en una antigua refinería de las afueras aparecen los cuerpos mutilados de varias bailarinas de un bar de gogós, con la imagen de la Santa Muerte tatuada en el pecho izquierdo. Al mismo tiempo son atacados los altares de esta secta religiosa, rival del Vaticano y no reconocida por éste. El autor de los ultrajes únicamente deja una nota:”En nombre de Dios”. De su novela premiada y de algunas otras cosas charlamos con Gregorio León en el Hotel Astoria de Valencia, mientras a nuestro alrededor, un grupo de ejecutivos con su uniforme oficial (chaqueta oscuro, pantalón oscuro, camisa blanca y corbatas de colores vivos), efectuaba un casting para alguna empresa o algo parecido y copaba, con su despliegue, el resto de las mesas del local.
¿Por qué escribe Gregorio León?
Escribo porque mi profesión de periodista en la emisora Onda Regional de Murcia me permite hacerlo. Dispongo de mucho tiempo libre y escribir es una buena forma de llenarlo.
¿Cuál fue el primer flash que le impulsó a teclear ‘El último secreto de Frida K.’?
Fue un cuadro que se llama ‘Unos cuantos piquetitos’, el mismo que describo en uno de los capítulos de la novela. Es un lienzo que Frida Kahlo pintó después de que su marido, Diego Rivera, se hubiera liado con Cristina, su propia hermana. Es una tela muy impactante, tanto que fue la causa de que yo me acercase a Frida para conocer su obra y, sobre todo, su persona.
Aunque la novela se desarrolla en México D.F., Vd. ha optado por escribirla en castellano estándar, alejado de localismos, ¿por qué escogió esta opción?
Hacerlo en “mexicano” hubiera sido sólo un ejercicio de estilo, algo que hubiera quedado bien pero que hubiera restado público. Quería que esta novela llegase al mayor número posible de lectores y por eso he tratado de facilitarles la lectura. No me gustaría que el mensaje que deseo transmitir se pierda por culpa de un órale, ándale o cualquier otro giro del lenguaje mexicano, por cierto, muy rico en ellos.
La acción transcurre en ambientes sórdidos, poco recomendables para la salud, ¿ha puesto usted su vida en peligro para escribirla?
Bueno, es cierto que para documentarme entré en el barrio de Tepito, uno de los más peligrosos de México D.F., para conocer de cerca qué era eso de la Santa Muerte y que tuve que tomar algunas precauciones elementales: ir sin dinero, sin cadena, sin reloj, vestido con ropa muy gastada como si fuera un pordiosero más o menos, sin aspecto de turista porque allí turista es igual a víctima. Pero también es verdad que lo hice acompañado de un reportero de Televisa y sabía que, de alguna manera, estaba protegido. De todos modos, creo que, si una persona adopta las precauciones medidas, no tiene por qué ocurrirle nada.
Sin embargo, en México, los muertos están ahí, son reales.
Sí, eso es innegable porque allí está instalado el narcotráfico. Cuando accedió al poder el presidente Felipe Calderón, decidió que enviaría al ejército para luchar contra los narcos y con esa política lo único que ha conseguido es multiplicar el número de muertos. En Ciudad Juárez, por ejemplo, la media diaria de asesinatos es de seis y lo peor de todo es que esa situación tan atroz se está convirtiendo en algo completamente normal. Incluso se publican diarios especializados en este asunto y que ellos llaman la “nota roja”.
En ‘El último secreto de Frida K.’, Gregorio León presenta un nuevo modelo de investigador: Daniela Ackerman, ¿piensa seguir utilizándola en futuros títulos?
Aunque quien provocó la escritura de la novela era, como he dicho antes, Frida Kahlo, el personaje al que más cariño le tengo, sin duda, es Daniela Ackerman. Daniela es una mujer a la que he dotado de un velo de modernidad, que utiliza a los hombres a su antojo llegando, incluso, a pagar por ellos. Es una forma de invertir los papeles y de atacar el machismo, entendiendo el machismo como un fenómeno universal. Pero en la novela sólo he proporcionado unos cuantos rasgos suyos. Quiero que crezca poco a poco, que en cada nueva entrega vayamos conociéndola un poco más. En una palabra, buscaba presentarla al lector, no desnudarla.
Un personaje particularmente interesante es el inspector Machuca, un tipo que, hasta el desenlace final, no se sabe muy bien qué carta juega.
Yo también quería reflexionar de qué forma una mujer es capaz de hacer que un hombre evolucione. Al comienzo, Machuca se muestra como un perdedor, un policía que no tiene ganas de resolver ningún caso, que no quiere problemas. Pero por su deseo de aproximarse a Daniela, es capaz de involucrarse, de entrar a saco en el meollo del asunto y solucionarlo. De todos modos, seguirá siendo un perdedor porque, aunque resuelva el caso, no conseguirá el amor de la detective.
La novela, además de su estructura policial, también tiene un trasfondo histórico en el que aparecen personajes reales, ¿el trabajo de documentación ha sido duro?
La verdad es que Internet es una herramienta que te sirve de gran ayuda para esto. Trotsky pasaba muchas horas del día encerrado en su estudio, era un escritor compulsivo de cartas y su epistolario se puede encontrar en la red, aunque a mí me interesaba más Ramón Mercader, su asesino. Mientras escribía la novela, coincidí en Cuba con Leonardo Padura, que estaba trabajando sobre Mercader y me contagió su pasión por este hombre, hasta tal punto que también me involucré en su trabajo. Por último, para documentarme sobre Frida Kahlo leí una estupenda biografía escrita por Hayden Herrera.
Trotsky y Frida Kahlo son personajes, digamos, muy mediáticos, ¿sin ellos la novela hubiera resultado igual?
Sin ellos hubiera quedado como una novela de género negro sin más. Pero yo quería plantearme un reto un poco más ambicioso: el desafío de incorporar al texto elementos históricos y conseguir que el lector viajase en el tiempo, a los años cuarenta, cuando en México se estaba gestando uno de los mayores acontecimientos históricos del siglo XXI: el asesinato de Trotsky a manos de Ramón Mercader. Espero haberlo logrado.
La penúltima: la Santa Muerte es una religión que viene de antiguo, que ha permanecido larvada durante mucho tiempo, sin embargo ahora ha resurgido con mucha fuerza.
Esta secta ha resurgido porque resulta igual de válida para todo el mundo. En su feligresía hay buenos, malos y regulares, policías y delincuentes. En situaciones extremas el ser humano se agarra a un clavo ardiendo: unos le piden que les ayude a detener a alguien y otros que un asesinato o un secuestro salga bien o que liberen a su hijo de la cárcel. La creencia se ha extendido tanto, actualmente tiene cinco millones de fieles, que hasta los reclusos mexicanos llevan tatuada su imagen en la espalda. Su obispo, como Roma no los reconoce como iglesia, ha llamado a la guerra santa y creo que hay que sentir respeto hacia ella aunque se trate de una religión tan siniestra.
Y la última; en ‘El último secreto de Frida K.’ aparece Javier Clemente, el entrenador de fútbol, ¿tiene algo personal contra él?
La literatura sirve para muchas cosas, incluso para ajustar cuentas. Necesitaba un entrenador para la novela y yo conocía a Clemente de su época en Murcia, con el que tuve algunas discrepancias por mi condición de modesto periodista deportivo. Me interesaba un entrenador tan caricaturesco como él y su figura me vino al pelo. Lo que sí quiero dejar claro es que Clemente, que ahora está en Camerún, no ha entrenado nunca al Cruz Azul de México.