Nº 553.- Miércoles
por la tarde. 12 de septiembre. La cita era en la Llibreria Ramon Llull de
València, ese espacio de ficción tapizado de libros, estanterías, jazz, cuadros
y mesas, que Almudena Amador regenta en la calle de la Corona, en pleno barrio
del Carmen, junto al Mercado de Mossén Sorell, un rincón de los de toda la vida,
de los que cambian poco aunque les laven la cara. Había quedado con Miguel
Ángel Hernández (Murcia, 1977), el autor de ‘El dolor de los demás’, una de las
mejores novelas publicadas en el estado español en lo que va de año, una
historia extraída con dolor, golpes de teclado y malos sueños, de las entrañas
del escritor murciano, que la protagoniza. El argumento es breve y duro a la
vez. Viene incluido, íntegro, en el primer párrafo del capítulo 1: «Hace veinte
años, una Nochebuena, mi mejor amigo mató a su hermana y se tiró por un
barranco». Miguel Ángel Hernández tenía dieciocho años, igual que Nicolás, su
amigo cuando ocurrió aquello. A esa edad – y probablemente a cualquiera – un
suceso así, marca huella para siempre y deja también una deuda en la memoria.
Probablemente esa deuda, esa herida, esa cicatriz todavía abierta, sean
responsables de la escritura de esta novela. Miguel Ángel, gorra calada,
vaqueros, deportivas y camisa oscura de un azul por determinar, fue puntual.
Nos sentamos a la mesa donde unos minutos después presentaría ‘El dolor de los
demás’. Sobre ella una botella de agua y dos vasos de cristal. Pulsé el rec de la grabadora, se iluminó el pilotito
rojo y comenzamos a charlar, a compartir lecturas y alguna sensación literaria.
Como siempre la primera pregunta era obligada: Miguel Ángel, ¿Qué significa
escribir para ti?
Para
mí es un acto de comunicación. Como digo en las presentaciones y a mis alumnos
de los talleres literarios, no escribo para mí mismo sino para comunicar algo.
Escribir es una forma de iniciar un diálogo para establecer una relación con
otras personas, algo tan natural como el hablar. Además, como en general tengo poca
capacidad de improvisación, la escritura me permite tomarme el tiempo necesario
para reflexionar sobre lo que quiero decir.
Tus anteriores novelas (‘Intento de
escapada’ y ‘El instante de peligro’) versaban sobre el mundo del arte, ésta resulta
más personal y en ella haces introspección y te conviertes en protagonista.
A
simple vista parece un cambio, pero en el fondo no lo es tanto. Significa un
cambio en cuanto a la apariencia. Las dos primeras novelas tienen como
referencia el mundo del arte o del ensayo, pero en ambas hay una presencia muy
fuerte del yo, que se parece mucho a mí pero que no termina de ser yo del todo
y me parecen más autoficción. Sin embargo, esta última es mucho más
autobiográfica, en el sentido de que la ficción no está presente, pero si el
yo. ‘El dolor de los demás’ tiene mucho que ver con que últimamente he estado
escribiendo, unos diarios públicos, donde el yo, sin tapujos, está muy presente.
En el fondo se trata de un proceso de descubrimiento y de interiorización del
discurso del arte. Pero si te fijas, en ella también encuentras las mismas
reflexiones que en las anteriores: la memoria, la violencia de las imágenes, el
modo en que el pasado llega al presente… Es la culminación de un proceso que he
ido naturalizando.