‘La postal’, un libro inolvidable, emotivo y real, que alguien ha bautizado como un réquiem conmovedor, en el que pasado y presente entretejen su historia ancestral.
nº 648.- En enero de 2003, apareció una extraña
postal en el buzón de la casa familiar. No había firma y llevaba el sello pegado
del revés. Representaba la Ópera Garnier y, en su reverso, venían escritos los
nombres de cuatro antepasados de la escritora Anne Berest: Ephraïm, Emma,
Noémie y Jacques, los Rabinovitch, todos ellos judíos fallecidos en Auschwitz
en 1942. ¿Quién se escondía tras el envío de esta tarjeta? Veinte años después,
algo se mueve en el interior de Anne Berest. Le burbujean las tripas. Ese algo
la lleva a realizar una investigación exhaustiva sobre las grietas del pasado de
su familia, que desemboca en ‘La postal’ (Editorial Lumen), una novela que
maneja auto ficción, relato histórico, thriller y sentimientos, y que fue
publicada en Francia con éxito arrollador, e inesperado, en 2021. Miles de
ejemplares vendidos en poco tiempo y un montón de elogiosas críticas y
galardones: Premio Renaudot dels Lycéens, Premio Selección Goncourt de Estados
Unidos y Gran Premio de Novela de los lectores de la revista Elle. ‘La
postal’ es una novela irrefutable, sustentada por testimonios y hechos reales, terribles
a veces, contados con una sensibilidad y maestría poco comunes. Si a estas
alturas, todavía queda alguien que piense que el género novelístico agoniza, solo
tiene que darse una vuelta por las quinientas diecisiete páginas de esta
narración para cambiar de idea. Con motivo de la séptima edición de las Noches
de la lectura, organizada por l’Institut français de València, tuve la
oportunidad de conversar un rato con Anne Berest. Sin la intervención de Eva
Adam Picazo, doctora en Filología francesa, y de Maxime Henri-Rousseau,
director de l’Institut français, esta entrevista no habría tenido lugar.
La conversación se desarrolló en la librería Bartleby de la calle Cádiz, número
50, de la capital del Túria. A eso de las seis de la tarde, la grabadora
comenzó a registrar mis preguntas y las respuestas de Anne, verdadera sustancia
de nuestro encuentro literario. Vestida con traje pantalón de ante marrón,
dedos muy ensortijados, manos explicativas, huesudas y gesticulantes, meditó
con calma sus respuestas para facilitar el buen entendimiento. A menudo, las
palabras de los autores enriquecen todavía más − si en este caso cabe −, el
texto, porque abren nuevas perspectivas a la lectura. En esta ocasión, así
fue.
Eres guionista y escritora, ¿qué significa para Anne
Berest escribir?
Es una pregunta complicada de responder. Siempre quise
escribir desde que era niña, pero ignoro los motivos. Mi hermana también
escribe, lo que convierte este asunto en algo familiar…
Y, si me permites añadir algo, tu madre también…
Sí, es cierto, pero ella hace artículos científicos. A
lo que me refiero es que a menudo me pregunto por qué en mi familia hay dos
hermanas escritoras. Y la respuesta me surgió mientras escribía ‘La Postal’:
Noemí, hermana de mi abuela Myriam, cuya foto aparece en la portada, también quiso
serlo. En consecuencia, creo que alguna cosa ha sucedido en nuestra historia
familiar, una transmisión invisible como yo lo llamo, que hace que tengamos
tantas escritoras en nuestro árbol genealógico.
Para escribir la novela partes del
hecho de que una postal llegó a tu casa en el año 2003, sin remitente y con los
nombres de cuatro antepasados tuyos, fallecidos en Auschwitz en 1942. ¿Hasta
ese momento tú desconocías tu origen judío?
Yo sabía que era judía y que mi
familia había estado en un campo de concentración, eso lo conocía, pero nunca
me había interesado demasiado. Esa postal actuó de disparador y despertó mi curiosidad
sobre todo ello.
Tu madre leía los capítulos del libro
a medida que los ibas escribiendo. ¿Sus observaciones han condicionado tu
escritura o solo le han añadido matices?
En la vida real mi madre utiliza
muchos tacos, y en los diálogos del libro, al verse reflejada, me comentó que esa
no era ella, porque no hablaba así. Mi madre cree que no dice tacos y tuve que
quitarlos. No intervino en nada más.