En otras disciplinas es algo
común y sucede con cierta frecuencia. En el universo del cómic un dibujante o
un guionista o ambos a la vez, continúan la serie que otro dibujante, otro
guionista, o ambos a la vez, comenzaron
in
illo tempore. En literatura tampoco es tan raro: algún escritor hay que,
después de muerto, ha publicado más obras nuevas que antes. No son milagros,
no, son solo cosas que suceden. Hace un tiempo, Benjamin Black recibió por
parte de los herederos de Raymond Chandler el encargo de resucitar – no sé si
el término es el adecuado porque su necrológica nunca se publicó hasta ahora –
al detective Philip Marlowe. Todo un
reto. Al que suscribe esto le parece cuanto menos pintoresco. Y la razón es
sencilla: Benjamin Black, el otro yo de John Banville, en principio nunca había
pensado escribir novela negra sino “literatura seria”. Sin embargo, tras la
publicación de ‘El secreto de Christine’ como Black , o sea como no John
Banville, y el éxito alcanzado por la serie protagonizada por el forense
Quirke, el escritor irlandés se ha atrevido a hacerlo. Y aquí está el
resultado: ‘La rubia de ojos negros’. Sin lugar a dudas, en la obra de
Banville/Black creo que actualmente pesan más las novelas negras que lleva en
su haber (la ya citada ‘El secreto de Christine’, ‘El otro nombre de Laura’,
‘El lémur’, que no pertenece a la serie Quirke, ‘En busca de April’, ‘Muerte en
verano’ y ‘Venganza’) que las otras, las de la “literatura seria”.
Y es una suerte, oigan, mis
improbables, que Black decidiera escribir género policial y asumir el reto de
introducirse en la piel de Chandler con todos sus sentidos. He leído por ahí,
en algún lugar, en algún perdido suplemento literario, que el irlandés no ha
precisado empaparse de todas las aventuras de Marlowe para entrar en situación.
Sin esa ayuda complementaria, no obstante, ha sabido captar la esencia del investigador
privado con enorme facilidad. No hay más que comenzar la lectura de ‘La rubia
de ojos negros’ para comprobarlo. “Era
martes, una de esas tardes de verano en que la Tierra parece haberse detenido.
El teléfono, sobre la mesa de mi despacho, tenía aspecto de sentirse observado”.
Estas tres escasas líneas bastan para ver que lo ha conseguido y también para
darnos cuenta de que tenemos ante nosotros una nueva voz de Black, diferente de
la que escuchamos cuando leemos las andanzas dublinesas del forense Quirke, su
hija Foebe y el inspector Hackett, más parecida pero no igual a la que nos
entregó con ‘El lémur’. Lo difícil, además, es colegir cómo le llega a Benjamin
Black otra voz nueva, que no es suya, que es de Chandler, de Marlowe y sin duda
de otra época. Cuando uno ya tiene su propia voz narrativa, y Black/Banville
tienen dos, no es sencillo hacer suya una tercera. Pero lo ha conseguido. Reto
superado. Y la puesta en escena es tan correcta que el título procede del
propio Chandler. Lo tenía pensado para una de sus futuras entregas, pero no
llegó a usarlo.