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Luis García Jambrina (fotografía: Cristina Candel) |
Nº 628.- El último viernes del mes de julio se despide con una
entrevista. Faltan pocos minutos para las cinco de la tarde cuando telefoneo a
Luis García Jambrina (Zamora, 1960). En colaboración con el director de cine
Manuel Menchón (Málaga, 1977), este escritor y profesor universitario, afincado
en Salamanca, acaba de publicar ‘La doble muerte de Unamuno’, editada por
Capitán Swing, un texto de investigación, donde se recoge la muerte de Miguel
de Unamuno, acaecida el 31 de diciembre del año 1936, en su domicilio
particular, sentado alrededor de una mesa camilla y con las zapatillas
chamuscadas por el brasero. España vive los primeros meses de la Guerra Civil y
don Miguel muere en extrañas circunstancias, a causa de una «hemorragia
bulbar», según el acta de defunción expedida por el juez municipal, y ante un
único testigo: Bartolomé Aragón. Al día siguiente, significados militantes de
Falange portan su féretro al cementerio, donde lo entierran como si se tratase
de uno de sus camaradas. Esta es la versión oficial, la misma que ha perdurado,
incluso para sus familiares, durante casi ochenta y cinco años. Sin embargo,
‘La doble muerte de Unamuno’ aporta un contrarrelato que, por un lado, desmonta
esta versión oficial y, por otro, demuestra que Unamuno fue objeto de una operación
propagandística, a través de la cual los sublevados pretendieron secuestrar su
figura y su memoria. Las páginas del libro profundizan en todo lo que cuenta
‘Palabras para un fin del mundo’, la película documental sobre este mismo
asunto, que Manuel Menchón estrenó a finales del año pasado, en plena pandemia.
Con el piloto rojo de la grabadora ya encendido, comenzamos nuestra
conversación, sostenida a más de seiscientos kilómetros de distancia, los que
separan Salamanca de València.
Luis, ¿cómo surge la idea de escribir ‘La doble muerte
de Unamuno’?
Surgió en el mes de agosto del pasado año. Manuel
Menchón estaba muy metido con su película y el rector de la Universidad de
Salamanca, que había apoyado su proyecto, pensaba que había que escribir un
libro, porque se había quedado mucha documentación interesante en el tintero. Menchón
no tenía tiempo para hacerlo y entonces el rector me propuso a mí, porque sabía
que me interesaba el tema de la muerte de Unamuno y de sus últimos días de
vida. Yo había escrito un cuento sobre este mismo asunto, que había sido
publicado en varias antologías. Menchón y yo nos reunimos en Salamanca. Hablamos,
vimos que sintonizábamos bastante y de ahí brotó el libro, que debía
profundizar un poco más que la película, por las lógicas limitaciones
cinematográficas, y lo cierto es que su escritura ha sido un trabajo muy
intenso.