David Grann fue galardonado con el Premio Edgar Allan Poe Award al Best Fact Crime por este libro que, recientemente, ha sido llevado al cine por Martin Scorsese.
A comienzos de los años veinte del
pasado siglo, en Oklahoma vivía la comunidad india de los osage. Antes habían
permanecido durante mucho tiempo en un amplio espacio situado en Kansas. Pero alguien
intuyó posibilidades lucrativas en el terreno kanseño y los osage fueron
desplazados a un lugar mucho más pequeño, inhóspito y árido, donde llevar una
existencia normal parecía una proeza cuando no un imposible. Pero hete aquí,
como en los cuentos, que debajo de aquel desierto poco amigable apareció
petróleo. Uno de los mayores yacimientos de los EE.UU. además. Los prospectores
interesados en la extracción hubieron de pagar arriendos a los legítimos
propietarios de la tierra, esto es, los osage. Esos arriendos, al igual que el
volumen de las extracciones petrolíferas, fueron creciendo. Y en poco tiempo,
los indios se convirtieron en las personas con mayor renta per cápita del
mundo. Cada trimestre recibían un jugoso cheque de miles de dólares que les
convirtió en millonarios. Como tales desarrollaron un tren de vida propio de su
nueva condición, que despertó la codicia del hombre blanco, que no podía ver a
un osage manejando el volante de los automóviles más caros del momento y
habitando mansiones de ensueño. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Y el hombre blanco, como si de una epidemia de viruela se tratase, comenzó a acorralarlos. Se les asignaron tutores que administrasen y limitasen sus gastos, es decir, su propio dinero. Pero como esto no parecía suficiente, mentes maquiavélicas decidieron que lo mejor era apoderarse de sus posesiones de manera absoluta. El camino para lograr su propósito solo era uno: el exterminio. Las formas, muchas.