Señala el experto y divulgador de cómics, Álvaro Pons, en su artículo ‘Los almanaques: del cosmos a las historietas’, publicado en el tomo de los años 1960-61 de la serie ‘TBO. Edición coleccionista’, editada por Salvat, que un almanaque, orillando sus orígenes egipcio y astronómico, es una especie de “anuario que resumía los principales hechos del año anterior”. Aplicado al mundo del cómic, al llegar el mes de diciembre, las publicaciones infantiles editaban un número extraordinario, en precio y dimensiones, donde se incluían historietas un poco más largas de lo habitual y con temática claramente navideña. El TBO, cuyo primer ejemplar data de 1917, no podía ser menos y también ponía a la venta estos números especiales que terminaron por ser conocidos precisamente como almanaques. Con el transcurso del tiempo, TBO llegaría a publicar dos almanaques casi de modo simultáneo: el navideño propiamente dicho y el humorístico.
Muy a menudo los almanaques incorporaron en su contraportada un recortable, representando la conocida escena del nacimiento de Jesús en un pesebre, es decir, lo que vulgarmente denominamos belén. Se dice que el primer belén fue erigido con seres vivos por San Francisco en una cueva de la montaña de Greccio, lugar próximo a Asís. Corría la Nochebuena del año 1223. Desde allí se expandió la costumbre a diversas regiones de Italia, alcanzando gran florecimiento en la corte de Nápoles. Carlos III, que allí regía, al ser coronado rey de España, importó esta costumbre a nuestro país.
Portada del Almanaque navideño de 1967 |
Gracias a la Edición Coleccionista de TBO antes citada, coordinada y dirigida por el periodista, guionista y también divulgador de tebeos, Antoni Guiral, que comprende los almanaques editados por la publicación barcelonesa entre los años 1949 y 1983, podemos recuperar esta tradición navideña, tan enraizada entonces. Por supuesto, nada podemos saber de los extraordinarios publicados entre 1917, fecha en la que apareció el primer almanaque de TBO (56 páginas, 60 céntimos), y 1948, pero podemos suponer que probablemente también contendrían estos recortables, especialmente tras finalizar la Guerra Civil cuando el fervor religioso, de un modo u otro, alcanzó cotas tan elevadas en España.
El procedimiento para disfrutar de los belenes de TBO era siempre el mismo: tirar de tijera con cierta habilidad, pegar las figuras recortadas sobre una cartulina, con celo o encoladas, y organizar la escena a gusto del lector. Claro que ello conllevaba la destrucción de la última página del almanaque en cuestión, en cuyo dorso solían figurar chistes, noticias, laberintos y pasatiempos. Recuerdo que en mi infancia pocas veces recorté los belenes, porque me gustaba conservar íntegro el ejemplar, aunque en alguna ocasión sí lo hice. El invento de las fotocopias o del escaneo en color, tan en boga actualmente, hubiera permitido entonces disfrutar de los belenes sin necesidad de recurrir a esta mutilación. Resulta interesante recordar, aunque sea mínimamente, las instrucciones que la revista, o los propios dibujantes, suministraban para confeccionar el belén: “pegad esta página sobre una cartulina: recortad después las figuras y construiréis este magnífico belén que os brinda el Almanaque TBO”. Esta instrucción, que podríamos denominar estándar, porque se repetía de modo similar cada año, incorporó nuevas matizaciones. En 1959 se advertía que “Con un poco de paciencia y otro poco de imaginación podréis construir un magnífico pesebre que sea la admiración de vuestros amigos y un legítimo motivo de alegría para vosotros y para vuestros familiares”. En 1963, se introdujeron otros elementos ornamentales para enriquecer estos pesebres de cartulina y papel: “Adórnense adecuadamente los espacios intermedios y se obtendrá una estupenda perspectiva”. Y en 1966 se aclaraba nítidamente, nunca mejor dicho, con qué materiales había que rellenar los espacios intermedios: “Para conseguir mejor efecto puede esparcirse entre las figuras arena y pequeñas briznas de hierba”. No todos los historietistas de TBO dibujaron los recortables. En realidad, en el periodo estudiado, solamente fueron cinco quienes lo hicieron. Opisso, Sabatés, Utrillo, Bernet y Serra Massana.
Ricard Opisso Sala (Tarragona 1880-Barcelona 1966) fue un republicano convencido que dibujó belenes en los años 1957, 1958, 1959, 1960, 1961, 1962, 1963, 1975, 1982 y 1983, estos tres últimos sin duda se trataba de reposiciones de trabajos suyos anteriores, ya que el ilustrador tarraconense había fallecido en 1966. Lo curioso del trabajo de Opisso es que jamás repitió figuras en sus nacimientos. En unos, se centraba en la escena tradicional y en otros, concedía mayor relieve a los personajes “de reparto”, pero siempre sin duplicidades. Por ejemplo, en el año 1975 su trabajo se circunscribió única y exclusivamente en los Reyes Magos y su séquito y en 1983 concibió los personajes de la Virgen, el Niño, San José, la mula y el buey en grandes dimensiones, sin más aditamentos ni elementos auxiliares.
Ramón Sabatés Massanell (Llinars del Vallès, Barcelona, 1915 – Sant Just Desvern, 2002) fue el artista más innovador en este terreno en el que se desempeñó ininterrumpidamente desde 1966 a 1973. Comenzó dibujando belenes tradicionales, pero ya en 1967 tuvo la original idea de organizar un nacimiento utilizando una caja de zapatos, en la que se practicaba un hueco para el marco del pesebre y se recomendaba introducir una bombilla en el fondo para “producir un bonito efecto decorativo”. La bombilla podía ser sustituida por ventanas laterales, que también facilitaban la entrada de la luz en el interior del pesebre. Como complemento, propuso la utilización de “arena, musgo o serrín de corcho” para cubrir el suelo. Un año después dibujaría un belén plegable, en el que era preciso efectuar una serie de cortes y pliegues para obtener un efecto de relieve. Finalizadas las fiestas, como el propio dibujante señalaba en las instrucciones, “podrá guardarse el belén, doblándolo como una carpeta”. Incansable su imaginación, en 1969 Sabatés concibió el nacimiento como un teatro en el que los pastores se movían en torno al motivo central; en 1970 representó el belén como un rompecabezas de veinte cuadrados; en 1971, diseñó una serie de tiras deslizantes que, a modo de persiana, permitían ver dos escenas navideñas alternativamente: ora el pesebre, ora un árbol con guirnaldas y bolas multicolores; en 1972, obvió el belén y pasó directamente a los adornos navideños, que había que pegar sobre un papel brillante para dar “a las figuritas un aspecto todavía más atrayente”; por último, en 1973, compuso una variante del rompecabezas de 1970 al que convirtió en puzle.
Belén de Sabatés |
La única contribución a los belenes de Antoni Utrillo (Barcelona, 1867-1944) se produjo en el año 1970. Evidentemente se trataba de un trabajo recuperado ya que, al igual que ocurrió con Opisso, por la fecha de su fallecimiento resulta imposible pensar que pudo dibujar un belén ad hoc para el almanaque de dicho año.
Por su parte, Juan Bernet Toledano (Barcelona 1924-2009) diseñó en 1971 un belén laberíntico, en el que los pastores habían de descubrir el camino exacto para acceder al portal y adorar al Niño. No era un recortable, se trataba simplemente de una página con clara vocación de pasatiempo navideño. Una variante de este modelo laberíntico, se publicó en 1980 dentro del almanaque humorístico, consistente en un tablero de juego donde los jugadores, utilizando un dado y saliendo desde sus respectivos puntos de partida, pugnaban por llegar los primeros al pesebre con la ayuda de la suerte. Este trabajo no puede ser atribuido a ningún dibujante en concreto, es más bien una “obra de la redacción”, que incluía dibujos de varios autores, dejados caer sin más sobre la lámina.
El último autor de la lista, Josep Serra i Massana (Barcelona 1896-1980), dibujó un belén para el almanaque del año 1980, dentro del más puro estilo tradicional, que recordaba a alguno de los modelos ideados en su día por Opisso.
Antes de concluir este escrito, creo conveniente añadir una información accesoria. Y es que ignoro hasta qué punto los recuadros formativos y divulgativos, que publicó TBO a lo largo de todo su periplo, tenían verdadero fundamento histórico o científico. Pero lo que sí sé es que este artículo, que aquí termina, en el proceso de documentación ha bebido única y exclusivamente de esas fuentes, las de la propia revista barcelonesa. Realmente, TBO fue una publicación especial, muy especial. Y, sin duda, también muy querida. Al menos para quien esto firma.