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Juan Ramón, ¿qué hace un poeta como tú escribiendo una novela
histórica, un género que cultivas desde hace tiempo?
Como dices, en el fondo yo soy poeta. Me he dedicado a la
poesía durante muchos años. He publicado poemarios y ganado premios, pero un día
un amigo y editor me propuso el reto de escribir una novela sobre Joan Bautista
Basset. Me puse a investigar sobre él y descubrí que era un tipo nacido en Alboraia,
pueblo de mi madre, que había participado en la Guerra de Sucesión española.
Pronto me identifiqué con Basset, porque se preocupaba por los humildes, los «maulets»,
gente campesina y labradora y me puse a escribir sobre él. El libro tuvo
bastante éxito y me encontré muy a gusto con el género histórico. Para alguien
como yo, a quien le interesaba la literatura y la historia, podía ser un filón
interesante. A partir de ahí, fui tirando del hilo y fueron apareciendo otros
personajes, como José Romeu.
Cuenta, pues, ¿cómo te tropezaste con el protagonista de
‘Jaque al emperador’?
A Romeu lo conocí también por mi amigo editor, ahora ya
jubilado. Me explicó que había nacido en Sagunto y que había luchado contra
Napoleón. Y me ocurrió igual que con Basset: fue un flechazo. Descubrí que
Blasco Ibáñez había escrito una novela sobre él, que no me gustó demasiado, y
pregunté a la gente por Romeu. Observé que salvo en Sagunto, donde tiene
dedicada una calle y un colegio lleva su nombre, no era muy conocido. Y decidí
escribir sobre su figura, porque es un personaje cautivador que lo tiene todo
para llegar a ser un mito.
¿Qué cosas en común tienen Romeu y Basset?
Basset y Romeu comparten la nobleza, el concepto de honor, la
lealtad a sus principios, un sentimiento de la justicia por encima de lo
normal, la capacidad de liderazgo y la defensa de los humildes, porque ambos
provenían de una extracción social baja. También, por supuesto, la lealtad a la
corona: Basset hacia el archiduque Carlos y Romeu hacia Fernando VII, que
entonces estaba en el exilio y cuyo regreso constituyó un auténtico desastre.
Por último, ambos sufrieron un final desdichado. Fueron personajes que parecían
marcados por un estigma.
Entre ‘1707’ y ‘Jaque al emperador’ han transcurrido cien
años. ¿Qué diferencias encuentras entre la España de Guerra de Secesión y la de
la Guerra del Francés?
Cuando llegó Napoleón, durante el reinado de Carlos IV,
España era un país centralizado, en el que nadie hablaba del reino de València
o del de Aragón. Era un tema que ni se planteaba. Eso no significaba que la
gente no hablase valenciano, pero la situación había cambiado completamente
desde los tiempos de la Guerra de Sucesión. En la contienda contra Napoleón,
lucharon españoles contra franceses, mientras que en la de Sucesión media
España luchó contra la otra media, incluyendo mercenarios extranjeros, y en ambos
conflictos hubo afrancesados, que en la de Sucesión se llamaron «botifleurs».
¿El hecho de escribir sobre un personaje real como Romeu ha
condicionado tu escritura? ¿Has podido tejer las tramas estructurales a tu
gusto?
Este hecho no me perjudica en absoluto. Al revés, me allana
el trabajo porque me dejo llevar por el propio hilo de la historia. Napoleón
llegó en 1808 y a partir de ahí sigo, cronológicamente, los acontecimientos en
los que participó Romeu, lo que me facilita la estructura de la novela. Pero es
bien cierto que, si no hubiera fabulación literaria por mi parte, el libro solo
sería una crónica histórica. Sé que he de lograr un equilibrio entre la parte
real y la inventada y ahí echo mano de personajes secundarios, unos reales y
otros no, que me permiten idear escenas que, en muchas ocasiones, no son
inventadas del todo porque se basan en hechos que sucedieron en verdad. Pero
esto no modifica para nada la esencia de la Historia con mayúscula, porque la
Historia es la que es y no la podemos cambiar. Yo puedo intervenir en lo que
Unamuno llamaba intrahistoria, la de la gente de a pie como nosotros que, en
definitiva, es la que da sabor a la novela.
Cuentas en el libro que Napoleón no pagaba a sus soldados, que
vivían del botín y la rapiña, ¿eso acentuaba la crueldad de los invasores?
Es algo que me pregunta mucha gente. Me imagino que los mariscales
y generales cobrarían sus sueldos, pero la mayoría de los soldados iban al
botín, al expolio absoluto y se comportaban como una auténtica apisonadora, ya
que saqueaban templos, monasterios y también cementerios. Supongo que, cuando
las tropas sobrepasan la raya del límite de la decencia humana, caen en el pozo
de la depravación y ya todo les da igual. Hacen lo que quieren.
El ejército napoleónico estaba bien organizado y pertrechado,
mientras que aquí eran los ayuntamientos quienes reclutaban las tropas, como
ocurrió con Romeu al que el consistorio de Murviedro le proporcionó combatientes,
¿no existía en España un ejército organizado durante la Guerra del Francés?
La situación del ejército y de las guarniciones no era buena
y parece que era un mal endémico en nuestro país. No soy especialista, pero
cada vez que leo sobre este tema, veo que la situación era precaria. Ignoro si eso
sucedía por asuntos de corrupción, por desvío de fondos o porque en verdad se
destinaba poco dinero a las tropas y a su armamento. Si Napoleón llegó con
trescientos mil soldados, bien estructurados y pertrechados, aquí no llegábamos
ni a la tercera parte de efectivos y estaban pendientes de lo que los
ayuntamientos pudieran entregar, como le ocurrió a Romeu con el llamado tercio
saguntino. En España, cuando vieron lo que se les venía encima, todo el mundo
se puso a luchar con las armas que tenía a mano. Por eso surgieron personajes como
Agustina de Aragón.
A propósito de Agustina de Aragón. En el colegio nos
enseñaron que hubo guerrilleros que eran frailes y religiosos, como el Cura
Merino. Pero en tu novela aparece una guerrillera, Rosario Sánchez, ¿en verdad
hubo mujeres en estas partidas o es una licencia que te has tomado?
No, no, había de todo. Hubo curas, como Asensio Nebot de
Nules, y también estudiantes y mujeres. El caso de la morellana Rosario Sánchez
era el de una mujer que había visto como los franceses asesinaban a su marido y
a sus hijos e intentaron violarla a ella. Así que, con ese panorama, solo le
quedaba la opción de matar gabachos y para ello se enroló en una guerrilla.
¿Cuántas veces ha aparecido en tu mente la imagen del cuadro ‘Los
fusilamientos’ de Goya mientras escribías ‘Jaque al emperador’?
En la novela hay escenas terribles y esa pintura, junto con
otras muchas cosas, se me han venido a la mente. Hay escenas pavorosas, como las
de Uclés y Chinchón, lugares a los que llegaron los invasores y decidieron
fusilar a cien españoles por cada francés muerto. Y obligaron a la población a
presenciar las ejecuciones, que fueron como las del 2 de mayo. También en Almenara
mataron a los padres y madres de los guerrilleros que estaban en las montañas.
Los franceses cometieron barbaridades, pero era algo normal en una situación de
guerra. Otros muchos han hecho lo mismo a lo largo de la Historia.
¿Podríamos definir ‘Jaque al emperador’ como una novela dura,
pero tremendamente humana?
Te agradezco mucho esa reflexión, porque estoy completamente
de acuerdo con ella. La novela es durísima en el sentido de que cuenta una
guerra en la que murió gran cantidad de gente y muchos lo hicieron de forma
salvaje. Fue dura por lo que ocurrió y por lo que significó, ya que su
desenlace supuso el regreso de Fernando VII, un personaje que representa una de
las peores páginas de nuestra historia. Su entronización fue mucho peor que la
propia guerra en sí. También es dura porque el propio José Romeu, el protagonista,
vivió una vida difícil y un final cruel. Pero como has dicho, al mismo tiempo es
un libro humano, porque yo he querido compaginar esa dureza con el retrato del
mosaico humano que intervino en la guerra. Me ha interesado mucho conocer cómo la
gente sufrió y vivió la contienda, cómo se enamoraron y desenamoraron en aquellos
momentos. Al leer ‘Jaque al emperador’, unas veces reímos y otras lloramos.
Al final de la novela demuestras tu enfado porque Romeu vivió
y murió como un héroe, pero pocos le recuerdan. En general, ¿este país se
muestra ingrato con las personas que dieron su vida por él?
Pues no lo sé, porque cada país tiene su cruz. La nuestra
parece ser repetirnos a nosotros mismos en nuestras desgracias. Somos un país
cainita, siempre luchando unos contra otros. Nos pasó durante la Guerra de
Sucesión, las Guerras Carlistas y la Guerra Civil y hoy sigue igual. Basta con
ver los debates políticos para comprobarlo. No aprendemos de nuestros errores y
no podemos olvidar el pasado. Solemos echar capas de cal viva sobre los
personajes de nuestra historia y estamos condenados a repetirnos continuamente.
No podemos derogar la Ley de la Memoria Histórica, ni vivir sobre un país de
cunetas llenas de muertos anónimos, en el que media España continúa queriendo
echar cal sobre todo eso. Hay muchos personajes en el olvido y creo que debemos
rescatar nuestra memoria para siempre.
Terminamos por hoy: ¿manejas ya algún proyecto nuevo en tu
cabeza?
Actualmente estoy trabajando en otro proyecto histórico, que
está bastante avanzado. La época en que se desarrolla es el siglo XX, pero no
quiero anticipar nada más.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 11/05/2021