«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 7 de agosto de 2021

Luis García Jambrina: «Tras su muerte, Unamuno fue manipulado para convertirlo en alguien que no era»

Luis García Jambrina (fotografía: Cristina Candel)
Nº 628.- El último viernes del mes de julio se despide con una entrevista. Faltan pocos minutos para las cinco de la tarde cuando telefoneo a Luis García Jambrina (Zamora, 1960). En colaboración con el director de cine Manuel Menchón (Málaga, 1977), este escritor y profesor universitario, afincado en Salamanca, acaba de publicar ‘La doble muerte de Unamuno’, editada por Capitán Swing, un texto de investigación, donde se recoge la muerte de Miguel de Unamuno, acaecida el 31 de diciembre del año 1936, en su domicilio particular, sentado alrededor de una mesa camilla y con las zapatillas chamuscadas por el brasero. España vive los primeros meses de la Guerra Civil y don Miguel muere en extrañas circunstancias, a causa de una «hemorragia bulbar», según el acta de defunción expedida por el juez municipal, y ante un único testigo: Bartolomé Aragón. Al día siguiente, significados militantes de Falange portan su féretro al cementerio, donde lo entierran como si se tratase de uno de sus camaradas. Esta es la versión oficial, la misma que ha perdurado, incluso para sus familiares, durante casi ochenta y cinco años. Sin embargo, ‘La doble muerte de Unamuno’ aporta un contrarrelato que, por un lado, desmonta esta versión oficial y, por otro, demuestra que Unamuno fue objeto de una operación propagandística, a través de la cual los sublevados pretendieron secuestrar su figura y su memoria. Las páginas del libro profundizan en todo lo que cuenta ‘Palabras para un fin del mundo’, la película documental sobre este mismo asunto, que Manuel Menchón estrenó a finales del año pasado, en plena pandemia. Con el piloto rojo de la grabadora ya encendido, comenzamos nuestra conversación, sostenida a más de seiscientos kilómetros de distancia, los que separan Salamanca de València.

Luis, ¿cómo surge la idea de escribir ‘La doble muerte de Unamuno’?

Surgió en el mes de agosto del pasado año. Manuel Menchón estaba muy metido con su película y el rector de la Universidad de Salamanca, que había apoyado su proyecto, pensaba que había que escribir un libro, porque se había quedado mucha documentación interesante en el tintero. Menchón no tenía tiempo para hacerlo y entonces el rector me propuso a mí, porque sabía que me interesaba el tema de la muerte de Unamuno y de sus últimos días de vida. Yo había escrito un cuento sobre este mismo asunto, que había sido publicado en varias antologías. Menchón y yo nos reunimos en Salamanca. Hablamos, vimos que sintonizábamos bastante y de ahí brotó el libro, que debía profundizar un poco más que la película, por las lógicas limitaciones cinematográficas, y lo cierto es que su escritura ha sido un trabajo muy intenso.

Ensayo, libro de investigación, crónica, estudio histórico, literatura… ¿Cómo clasificarías este libro, que tiene un poco de todas estas cosas?

La verdad es que los libreros no lo tienen fácil, pero creo que recurrirán a colocarlo entre los libros de historia reciente de España o entre los de ensayo. Hay también un marco mucho más amplio, casi un cajón de sastre, que a mí me gusta mucho, que es el de los libros de no ficción. Este es un libro de no ficción que mezcla crónica, más o menos periodística, y ensayo, más o menos histórico, pero que también tiene mucho de literario, de indagación y de narrativa.

Reduciéndolo todo mucho, con los riesgos que siempre conlleva, si tuviéramos que definir a un personaje tan complejo como Unamuno con una sola frase, ¿esta podría ser :«antes morir que callar»?

Sí, esa frase lo define perfectamente y sobre todo es casi un resumen del libro en cuanto al personaje se refiere. Unamuno tenía un lema en latín, su divisa como él la llamaba: «Veritas prius pace» (primero la verdad que la paz). Es algo parecido a la frase que has citado y lo retrata muy bien, porque se trata de una persona incalificable. Unamuno era un tipo muy resbaladizo, dicho siempre desde un punto de vista positivo. Practicaba un pensamiento en el que se cuestionaba continuamente y mantuvo esa forma de pensar costara lo que costara. Y, primero, le costó el destierro, y, después, la muerte, con independencia de cómo se produjera.

Unamuno se creó su propio personaje.

En Unamuno, resultaba imposible distinguir la persona del personaje. Lo más interesante del caso es que el sujeto, la identidad, la persona no es algo único, inmutable y coherente, sino que su yo iba cambiando y dentro de él había una multiplicidad de yoes. Construyó su persona a través de su vida y de su obra, por eso nosotros hablamos de su muerte simbólica como la principal aportación de nuestro libro. Y fue una persona trágica, porque siempre estuvo obsesionado con la inmortalidad. Sabía que su única posibilidad de pervivencia era permanecer en la memoria de la gente y, sobre todo, en sus libros. Así que su obra es su persona y su persona es su obra. Y él fue también su principal personaje. Pero ¿qué ocurrió al morir? Pues que no se conformaron con que hubiera muerto, sino que se encargaron de destruir esa memoria, ese legado. Lo manipularon para convertirlo en algo que no era: un fascista, alguien de los suyos, un traidor a la República y también un traidor a ellos mismos. En resumen, construyeron un personaje que no tenía nada que ver con el Unamuno real. Ahí radica la mayor crueldad y la mayor infamia que ejercieron sobre él.  

El 11 de diciembre de 1936, el diario ABC publicó una carta de Unamuno en la que se puede leer: «Da asco ser ahora español desterrado en España. Y todo esto lo dirige esa mala bestia ponzoñosa y rencorosa que es el general Mola». Estas palabras parecen la firma de su propia sentencia de muerte. En este sentido, ¿la ejecución de Federico García Lorca en agosto de 1936 le prolongó la vida a Unamuno?

He dicho muchas veces que a Unamuno no lo fusilaron de alguna manera gracias a Lorca, porque este fusilamiento, desde el punto de vista propagandístico, fue un error fundamental de los sublevados, porque convirtió a Lorca en una especie de símbolo de la represión contra la cultura y los homosexuales por parte de los sublevados. Y eso significaba que a Unamuno no lo podían fusilar. Antes de la carta que citas, dirigida al director del ABC de Sevilla, que no era para publicar y en la que no se corta un pelo y dice cosas que en circunstancias normales ya le hubieran acarreado problemas, se produjo el enfrentamiento con Millán Astray. Unamuno se había convertido en una bomba de relojería, de modo que su problema había de solucionarse de alguna manera. Y mira tú por donde, Unamuno muere en la última tarde del año 1936. Yo no creo en las casualidades. Detrás de las casualidades hay siempre una lógica. Lo normal era que lo hubieran fusilado al día siguiente del 12 de octubre, pero no solo no lo hicieron sino que, la Oficina de Prensa y Propaganda, dirigida por Millán Astray, silenció lo ocurrido en el paraninfo. No salió en la prensa, no se habló de ello, era como si no hubiera pasado nada. No lo encarcelaron, ni tampoco lo confinaron en su propia casa porque, aunque estaba vigilado, él podía salir cuando quería. Pero ellos sabían, que Unamuno no se iba a callar y esto dibuja muy bien las circunstancias en las que murió y la vinculación que podemos establecer con el caso de Lorca.

Aunque al principio los apoyaba, al contemplar las barbaridades que cometían, Unamuno arremetió contra los golpistas. No comulgaba con sus ideas en absoluto. La pregunta es: ¿por qué los falangistas tenían tanto interés en considerarlo uno de los suyos?

Intentaron convencerlo repetidas veces. En un mitin que José Antonio dio en Salamanca en el año 1933, se empeñó en entrevistarse con Unamuno, porque lo admiraba y respetaba. Pero en el fondo se trataba más de una admiración interesada, porque era el intelectual más prestigioso de España y también el más conocido internacionalmente. Conseguir que Unamuno apadrinara el partido, aunque no se afiliara, para ellos era muy importante. José Antonio no podía comprender que Unamuno tan solo quisiera pasar un día con ellos, porque sentía curiosidad y se trataba de una persona educada. Días después, empezó a publicar una serie de artículos contra la Falange y, de manera brutal, contra el propio José Antonio, a pesar de que le tuviera cierta estima, porque veía que era una persona culta, con talento y que escribía bien. Durante la Guerra, intentaron llevárselo de nuevo a su molino, después de que Unamuno efectuase unas declaraciones de apoyo al Movimiento, pero tampoco lo consiguieron. Lo lograron a su muerte, cuando se apropiaron de su figura y unos miembros señalados de Falange secuestraron su cadáver y lo enterraron como si se tratase de uno de los suyos, desfilando delante del féretro y gritando las consignas de rigor… Pero esto ya forma parte del relato oficial, del intento de presentarlo como un falangista sin que él lo supiera. Si uno repasa el comportamiento de Unamuno y sobre todo sus escritos, se ve claro que él arremetió contra el falangismo, porque a fin de cuentas era una mala copia del fascismo italiano. Y lo que más le repugnaba y condenaba era lo del culto a la violencia. .  

El título del libro, ‘La doble muerte de Unamuno’, imagino que se refiere a la muerte física y al apoderamiento de su memoria «post mortem».

Sí, a la muerte simbólica y a la muerte física. Todo tiene que ver con lo que ocurrió en la última tarde, o mejor con lo que pudo ocurrir. Para analizar las cuestiones médicas, contamos con el antropólogo forense Francisco Etxeberria y hemos llegado hasta donde se podía llegar, porque no se hizo autopsia y no existe documentación al respecto. Todo eso se tapó, ocultó y tergiversó. Pero lo más importante es lo que llamamos la muerte simbólica y eso sucedió la tarde-noche de su fallecimiento. En ese momento se empezó a construir el relato de su muerte, con el testimonio del único testigo del suceso, que fue el joven profesor falangista Bartolomé Aragón, y con las aportaciones de los periodistas de entonces, que eran muy conocidos. No eran funcionarios o militares sino destacados periodistas, como Ernesto Giménez Caballero, que era el número dos de la Oficina de Prensa y Propaganda, dirigida por Millán Astray, que relató cómo murió Unamuno. El 31 de diciembre, noche de celebración y de fiesta, sin embargo, en el Palacio Anaya, donde estaba la Oficina, las máquinas de escribir no pararon. El propio Giménez Caballero dijo que sonaban como ametralladoras. La metáfora es suya y, efectivamente, estaban haciendo la guerra, utilizando propagandísticamente la muerte de Unamuno, destrozando su memoria y su legado. Y todo esto no concluyó hasta la posguerra, ya que siguieron utilizándolo y difamándolo cruelmente, asignándole su nombre a un campo de concentración.



La historia la escriben siempre los vencedores. En el libro podemos leer: "Ellos deciden qué es lo que hay que recordar y qué es lo que hay que olvidar pues son los dueños del relato". Cuando una versión se oficializa durante ochenta y cinco años, luego resulta casi imposible descubrir lo que hay detrás de esa «verdad oficial». ¿Con un libro y una película se puede revertir esta situación?

El problema es que ese relato cuajó tanto que luego se ha repetido por inercia hasta ayer mismo y en las biografías continúa existiendo. Igual que con los sucesos del 12 de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca, de los que cada uno hace la versión que le conviene. Hay que tener presente lo que decía Goebbels: «una mentira repetida mil veces termina convirtiéndose en verdad», una verdad que unos, por vagancia, y otros, por negligencia o ideología, han repetido constantemente. De momento, la película y el libro han conseguido ya cosas, porque hay mucha gente que nos escribe o nos llama para decirnos que gracias a ellas han cambiado su visión de Unamuno. Antes era un facha o una persona sospechosa a la que ni leían. Si alguien, como ya ha ocurrido, manifiesta en público que se ha reconciliado con Unamuno, ese es el mejor elogio para un libro como este. Hay que señalar que en la propia familia de Unamuno no se hablaba de su muerte. Era un tema tabú, enquistado en la versión oficial, que ninguno de sus miembros terminaba de creer, pero decir otra cosa resultaba problemático. Sin embargo, ahora piensan que lo que planteamos es muy razonable y ven las cosas de otro modo. Alguien tenía que escribir este libro y ya está hecho.

Según los papeles encontrados por el catedrático de Derecho, Ignacio Serrano, la versión más extendida sobre lo que sucedió en el acto del 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, no parece ser cierta del todo o está incompleta. Según esta documentación, el detonante del enfrentamiento entre Unamuno y Millán Astray fueron las palabras de elogio que el escritor dedicó ese día al líder filipino José Rizal. ¿Podría aparecer nueva documentación sobre este hecho?

Pudiera ser. Si ha aparecido un escrito nuevo, por qué no podría aparecer otro. Este documento se hizo público en el año 2019 y llegó a manos de Manuel Menchón, que ya trabajaba en su proyecto. Pero también llegó a los biógrafos más conocidos de Unamuno, el matrimonio Rabaté, unos hispanistas franceses, que no hicieron nada con él. Simplemente, obtuvieron un facsímil y lo incluyeron en el anexo de un libro que publicaron sobre Unamuno. El único que lo utilizó fue Menchón en su película y ahora nosotros le damos la importancia que tiene en nuestro libro. Porque se trata de un documento de muchísima relevancia, ya que contiene un relato directo y, aparentemente, muy fidedigno. Lo escribió un testigo que estuvo presente en el acto. No tomó notas en el propio paraninfo y lo redactó después, en su casa, como un documento privado, no destinado a ser publicado. Su redactor fue un joven catedrático de Derecho, afecto a los sublevados, y por lo tanto su relato no es sospechoso. Él fue el primero que señaló la alusión a José Rizal por parte de Unamuno, que consideraba una especie de héroe y referente moral, político, cultural y lingüístico, a este líder de la independencia filipina, que murió fusilado. Cuando Millán Astray escuchó su nombre en una ceremonia que, además, tenía lugar el Día de la Raza, enseguida se levantó y pronunció palabras tremendas, que van mucho más allá de lo que siempre se ha repetido, ya que llegó a decir que «morirán aquellos profesores e intelectuales que enseñen teorías averiadas», es decir, contrarias al fascismo. «Morirán», lo dice muy claro y se lo grita a Unamuno, que era el intelectual más destacado del momento. Hasta la aparición de este escrito, nadie había hablado de Rizal, a pesar de que sobre ese acto se ha escrito muchísimo y se han dado todo tipo de versiones. Nuestra intención no era hablar del 12 de octubre, pero este documento nos ha servido para dibujar la circunstancia más importante de la muerte de Unamuno, la que lo desencadenó todo. Hay que tener en cuenta que muchos intelectuales niegan que ocurriera nada ese día, incluidos historiadores de izquierdas que afirman que el incidente solo fue un mero cruzar de palabras. Pero eso es una falacia. Claro que ocurrió. Tal vez aparezcan otros relatos que aporten alguna información más, pero es difícil porque tanto la muerte de Unamuno como el incidente del 12 de octubre sucedieron en Salamanca, ciudad ocupada por los sublevados y donde se encontraba el cuartel general de Franco y la Oficina de Prensa y Propaganda. Y de todo aquello, solo sabemos lo que ellos quisieron que se supiera.

En mi completo desconocimiento del asunto, hasta que leí la novela ‘Los libros arden mal’ de Manuel Rivas, yo creía que los únicos que habían quemado libros eran los nazis. En ‘La doble muerte de Unamuno’ se habla de un auto de fe contra los libros, celebrado en la Complutense de Madrid el 23 de abril de 1939, lo que constituye una extraña y despreciable forma de celebrar el Día del Libro.

En el libro hablamos de esa quema y de otra muy anterior, que tuvo lugar en Huelva durante los primeros meses de la Guerra Civil y que fue impulsada y justificada nada menos que por la persona que estaba con Unamuno en el momento de su fallecimiento. Siempre se ha dicho que esta persona admiraba a Unamuno, que era su amigo, exalumno y discípulo suyo, cosa que es totalmente falsa. Nosotros hemos trazado su perfil antes de llegar a Salamanca en noviembre de 1936. Entre otras cosas, hemos visto que se mostró muy activo en los primeros meses de la contienda. Estaba en Huelva, pero en seguida se apuntó voluntario a los requetés y estuvo en el frente de Río Tinto. De ahí pasó a la retaguardia, desempeñando una labor importantísima en Prensa y Propaganda. Como ves, todo remite a ese aparato de Falange. Además, este señor dirigía el periódico de la capital onubense, requisado y convertido en órgano de información de Falange. Y en sus páginas se cuenta eso que llamaban un auto de fe, que es un juego de palabras, porque coincide con las iniciales de Falange Española. Y se trata de una quema de libros en toda regla. Pero lo más llamativo es que esta persona, que era culta y leída, justifica la quema diciendo que no era una costumbre importada de Alemania, porque en España existía una larga tradición de quemas de libros y recurre al Quijote para legitimarla. Todo esto es muy interesante porque dibuja muy bien el perfil de este personaje y nos lleva a pensar qué podían tener en común Unamuno y este señor, que además había estudiado en Italia y era admirador de Mussolini.

Aunque antes has anticipado algo ya, ¿la última crueldad ejercida sobre Unamuno fue ponerle su nombre a un campo de concentración de Madrid?

Ese campo estaba instalado en un grupo escolar que llevaba el nombre de Unamuno. Pero lo lógico y natural hubiera sido cambiarle su denominación, porque no solían poner nombres de personas a estos centros. Sin embargo, en este caso se mantuvo y también en los membretes y sellos. Imagínate para Unamuno lo que hubiera supuesto saber que un campo de concentración tenía su nombre. Eso sí que fue un asesinato contra su memoria.

Terminamos por hoy: ¿Unamuno siguió siendo difamado durante la posguerra?

Sí, tras la Guerra se mantuvieron los ataques contra su persona, especialmente por parte de la Iglesia. Cuando hablamos de censura franquista, no tenemos en cuenta que hubo dos tipos de censura: la político-social y la religioso-moral, que a veces iban por caminos separados. Un libro podía pasar la censura social y no superar la religiosa. Durante los años cuarenta y cincuenta, todavía intentaron difamar su nombre y algunos obispos le llamaban el hereje máximo, el maestro de herejes. Eso era lo peor que se podía decir de un católico entonces, sin embargo, para Unamuno ser un hereje hubiera sido algo que hubiera llevado muy a gala. Sus libros estuvieron mal vistos y algunos de ellos permanecieron escondidos y se recomendaba su no lectura.

Me gustaría despedir la entrevista con Luis García Jambrina incluyendo aquí el fragmento inicial de la página 13 de ‘La doble muerte de Unamuno’. Dice así: «Unamuno siempre fue una figura incómoda, resbaladiza y con muchas aristas, y, en gran medida, todavía lo es. Por mucho que, desde uno u otro lado, nos empeñemos en clasificarlo o en hacerlo encajar en los estrechos límites de una creencia, de una postura política o de una ideología, siempre se nos escapa, como el agua entre los dedos».

Herme Cerezo