Luis García Jambrina (fotografía: Cristina Candel) |
Luis, ¿cómo surge la idea de escribir ‘La doble muerte
de Unamuno’?
Surgió en el mes de agosto del pasado año. Manuel
Menchón estaba muy metido con su película y el rector de la Universidad de
Salamanca, que había apoyado su proyecto, pensaba que había que escribir un
libro, porque se había quedado mucha documentación interesante en el tintero. Menchón
no tenía tiempo para hacerlo y entonces el rector me propuso a mí, porque sabía
que me interesaba el tema de la muerte de Unamuno y de sus últimos días de
vida. Yo había escrito un cuento sobre este mismo asunto, que había sido
publicado en varias antologías. Menchón y yo nos reunimos en Salamanca. Hablamos,
vimos que sintonizábamos bastante y de ahí brotó el libro, que debía
profundizar un poco más que la película, por las lógicas limitaciones
cinematográficas, y lo cierto es que su escritura ha sido un trabajo muy
intenso.
Ensayo, libro de investigación, crónica, estudio
histórico, literatura… ¿Cómo clasificarías este libro, que tiene un poco de
todas estas cosas?
La verdad es que los libreros no lo tienen fácil, pero
creo que recurrirán a colocarlo entre los libros de historia reciente de España
o entre los de ensayo. Hay también un marco mucho más amplio, casi un cajón de
sastre, que a mí me gusta mucho, que es el de los libros de no ficción. Este es
un libro de no ficción que mezcla crónica, más o menos periodística, y ensayo,
más o menos histórico, pero que también tiene mucho de literario, de indagación
y de narrativa.
Reduciéndolo todo mucho, con los riesgos que siempre
conlleva, si tuviéramos que definir a un personaje tan complejo como Unamuno
con una sola frase, ¿esta podría ser :«antes morir que callar»?
Sí, esa frase lo define perfectamente y sobre todo es
casi un resumen del libro en cuanto al personaje se refiere. Unamuno tenía un
lema en latín, su divisa como él la llamaba: «Veritas prius pace» (primero la
verdad que la paz). Es algo parecido a la frase que has citado y lo retrata muy
bien, porque se trata de una persona incalificable. Unamuno era un tipo muy
resbaladizo, dicho siempre desde un punto de vista positivo. Practicaba un
pensamiento en el que se cuestionaba continuamente y mantuvo esa forma de
pensar costara lo que costara. Y, primero, le costó el destierro, y, después,
la muerte, con independencia de cómo se produjera.
Unamuno se creó su propio personaje.
En Unamuno, resultaba imposible distinguir la persona
del personaje. Lo más interesante del caso es que el sujeto, la identidad, la
persona no es algo único, inmutable y coherente, sino que su yo iba cambiando y
dentro de él había una multiplicidad de yoes. Construyó su persona a través de
su vida y de su obra, por eso nosotros hablamos de su muerte simbólica como la
principal aportación de nuestro libro. Y fue una persona trágica, porque
siempre estuvo obsesionado con la inmortalidad. Sabía que su única posibilidad
de pervivencia era permanecer en la memoria de la gente y, sobre todo, en sus
libros. Así que su obra es su persona y su persona es su obra. Y él fue también
su principal personaje. Pero ¿qué ocurrió al morir? Pues que no se conformaron
con que hubiera muerto, sino que se encargaron de destruir esa memoria, ese legado.
Lo manipularon para convertirlo en algo que no era: un fascista, alguien de los
suyos, un traidor a la República y también un traidor a ellos mismos. En
resumen, construyeron un personaje que no tenía nada que ver con el Unamuno
real. Ahí radica la mayor crueldad y la mayor infamia que ejercieron sobre él.
El 11 de diciembre de 1936, el diario ABC publicó una
carta de Unamuno en la que se puede leer: «Da asco ser ahora español desterrado
en España. Y todo esto lo dirige esa mala bestia ponzoñosa y rencorosa que es
el general Mola». Estas palabras parecen la firma de su propia sentencia de
muerte. En este sentido, ¿la ejecución de Federico García Lorca en agosto de 1936
le prolongó la vida a Unamuno?
He dicho muchas veces que a Unamuno no lo fusilaron de
alguna manera gracias a Lorca, porque este fusilamiento, desde el punto de
vista propagandístico, fue un error fundamental de los sublevados, porque
convirtió a Lorca en una especie de símbolo de la represión contra la cultura y
los homosexuales por parte de los sublevados. Y eso significaba que a Unamuno
no lo podían fusilar. Antes de la carta que citas, dirigida al director del ABC
de Sevilla, que no era para publicar y en la que no se corta un pelo y dice
cosas que en circunstancias normales ya le hubieran acarreado problemas, se
produjo el enfrentamiento con Millán Astray. Unamuno se había convertido en una
bomba de relojería, de modo que su problema había de solucionarse de alguna
manera. Y mira tú por donde, Unamuno muere en la última tarde del año 1936. Yo
no creo en las casualidades. Detrás de las casualidades hay siempre una lógica.
Lo normal era que lo hubieran fusilado al día siguiente del 12 de octubre, pero
no solo no lo hicieron sino que, la Oficina de Prensa y Propaganda, dirigida por
Millán Astray, silenció lo ocurrido en el paraninfo. No salió en la prensa, no
se habló de ello, era como si no hubiera pasado nada. No lo encarcelaron, ni
tampoco lo confinaron en su propia casa porque, aunque estaba vigilado, él
podía salir cuando quería. Pero ellos sabían, que Unamuno no se iba a callar y
esto dibuja muy bien las circunstancias en las que murió y la vinculación que
podemos establecer con el caso de Lorca.
Aunque al principio los apoyaba, al contemplar las
barbaridades que cometían, Unamuno arremetió contra los golpistas. No comulgaba
con sus ideas en absoluto. La pregunta es: ¿por qué los falangistas tenían
tanto interés en considerarlo uno de los suyos?
Intentaron convencerlo repetidas veces. En un mitin
que José Antonio dio en Salamanca en el año 1933, se empeñó en entrevistarse
con Unamuno, porque lo admiraba y respetaba. Pero en el fondo se trataba más de
una admiración interesada, porque era el intelectual más prestigioso de España
y también el más conocido internacionalmente. Conseguir que Unamuno apadrinara
el partido, aunque no se afiliara, para ellos era muy importante. José Antonio
no podía comprender que Unamuno tan solo quisiera pasar un día con ellos,
porque sentía curiosidad y se trataba de una persona educada. Días después,
empezó a publicar una serie de artículos contra la Falange y, de manera brutal,
contra el propio José Antonio, a pesar de que le tuviera cierta estima, porque
veía que era una persona culta, con talento y que escribía bien. Durante la
Guerra, intentaron llevárselo de nuevo a su molino, después de que Unamuno
efectuase unas declaraciones de apoyo al Movimiento, pero tampoco lo
consiguieron. Lo lograron a su muerte, cuando se apropiaron de su figura y unos
miembros señalados de Falange secuestraron su cadáver y lo enterraron como si
se tratase de uno de los suyos, desfilando delante del féretro y gritando las
consignas de rigor… Pero esto ya forma parte del relato oficial, del intento de
presentarlo como un falangista sin que él lo supiera. Si uno repasa el
comportamiento de Unamuno y sobre todo sus escritos, se ve claro que él
arremetió contra el falangismo, porque a fin de cuentas era una mala copia del
fascismo italiano. Y lo que más le repugnaba y condenaba era lo del culto a la
violencia. .
El título del libro, ‘La doble muerte de Unamuno’, imagino
que se refiere a la muerte física y al apoderamiento de su memoria «post mortem».
Sí, a la muerte simbólica y a la muerte física. Todo
tiene que ver con lo que ocurrió en la última tarde, o mejor con lo que pudo
ocurrir. Para analizar las cuestiones médicas, contamos con el antropólogo
forense Francisco Etxeberria y hemos llegado hasta donde se podía llegar,
porque no se hizo autopsia y no existe documentación al respecto. Todo eso se
tapó, ocultó y tergiversó. Pero lo más importante es lo que llamamos la muerte
simbólica y eso sucedió la tarde-noche de su fallecimiento. En ese momento se empezó
a construir el relato de su muerte, con el testimonio del único testigo del
suceso, que fue el joven profesor falangista Bartolomé Aragón, y con las
aportaciones de los periodistas de entonces, que eran muy conocidos. No eran
funcionarios o militares sino destacados periodistas, como Ernesto Giménez
Caballero, que era el número dos de la Oficina de Prensa y Propaganda, dirigida
por Millán Astray, que relató cómo murió Unamuno. El 31 de diciembre, noche de
celebración y de fiesta, sin embargo, en el Palacio Anaya, donde estaba la
Oficina, las máquinas de escribir no pararon. El propio Giménez Caballero dijo
que sonaban como ametralladoras. La metáfora es suya y, efectivamente, estaban
haciendo la guerra, utilizando propagandísticamente la muerte de Unamuno,
destrozando su memoria y su legado. Y todo esto no concluyó hasta la posguerra,
ya que siguieron utilizándolo y difamándolo cruelmente, asignándole su nombre a
un campo de concentración.
La historia la escriben siempre los vencedores. En el
libro podemos leer: "Ellos deciden qué es lo que hay que recordar y qué es
lo que hay que olvidar pues son los dueños del relato". Cuando una versión
se oficializa durante ochenta y cinco años, luego resulta casi imposible descubrir
lo que hay detrás de esa «verdad oficial». ¿Con un libro y una película se
puede revertir esta situación?
El problema es que ese relato cuajó tanto que luego se
ha repetido por inercia hasta ayer mismo y en las biografías continúa
existiendo. Igual que con los sucesos del 12 de octubre de 1936 en la
Universidad de Salamanca, de los que cada uno hace la versión que le conviene.
Hay que tener presente lo que decía Goebbels: «una mentira repetida mil veces
termina convirtiéndose en verdad», una verdad que unos, por vagancia, y otros,
por negligencia o ideología, han repetido constantemente. De momento, la
película y el libro han conseguido ya cosas, porque hay mucha gente que nos
escribe o nos llama para decirnos que gracias a ellas han cambiado su visión de
Unamuno. Antes era un facha o una persona sospechosa a la que ni leían. Si alguien, como ya ha ocurrido,
manifiesta en público que se ha reconciliado con Unamuno, ese es el mejor
elogio para un libro como este. Hay que señalar que en la propia familia de
Unamuno no se hablaba de su muerte. Era un tema tabú, enquistado en la versión
oficial, que ninguno de sus miembros terminaba de creer, pero decir otra cosa
resultaba problemático. Sin embargo, ahora piensan que lo que planteamos es muy
razonable y ven las cosas de otro modo. Alguien tenía que escribir este libro y
ya está hecho.
Según los papeles encontrados por el catedrático de
Derecho, Ignacio Serrano, la versión más extendida sobre lo que sucedió en el
acto del 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca,
no parece ser cierta del todo o está incompleta. Según esta documentación, el
detonante del enfrentamiento entre Unamuno y Millán Astray fueron las palabras de
elogio que el escritor dedicó ese día al líder filipino José Rizal. ¿Podría
aparecer nueva documentación sobre este hecho?
Pudiera ser. Si ha aparecido un escrito nuevo, por qué
no podría aparecer otro. Este documento se hizo público en el año 2019 y llegó
a manos de Manuel Menchón, que ya trabajaba en su proyecto. Pero también llegó
a los biógrafos más conocidos de Unamuno, el matrimonio Rabaté, unos
hispanistas franceses, que no hicieron nada con él. Simplemente, obtuvieron un
facsímil y lo incluyeron en el anexo de un libro que publicaron sobre Unamuno.
El único que lo utilizó fue Menchón en su película y ahora nosotros le damos la
importancia que tiene en nuestro libro. Porque se trata de un documento de
muchísima relevancia, ya que contiene un relato directo y, aparentemente, muy
fidedigno. Lo escribió un testigo que estuvo presente en el acto. No tomó notas
en el propio paraninfo y lo redactó después, en su casa, como un documento
privado, no destinado a ser publicado. Su redactor fue un joven catedrático de
Derecho, afecto a los sublevados, y por lo tanto su relato no es sospechoso. Él
fue el primero que señaló la alusión a José Rizal por parte de Unamuno, que
consideraba una especie de héroe y referente moral, político, cultural y
lingüístico, a este líder de la independencia filipina, que murió fusilado.
Cuando Millán Astray escuchó su nombre en una ceremonia que, además, tenía
lugar el Día de la Raza, enseguida se levantó y pronunció palabras tremendas,
que van mucho más allá de lo que siempre se ha repetido, ya que llegó a decir
que «morirán aquellos profesores e intelectuales que enseñen teorías
averiadas», es decir, contrarias al fascismo. «Morirán», lo dice muy claro y se
lo grita a Unamuno, que era el intelectual más destacado del momento. Hasta la
aparición de este escrito, nadie había hablado de Rizal, a pesar de que sobre
ese acto se ha escrito muchísimo y se han dado todo tipo de versiones. Nuestra
intención no era hablar del 12 de octubre, pero este documento nos ha servido
para dibujar la circunstancia más importante de la muerte de Unamuno, la que lo
desencadenó todo. Hay que tener en cuenta que muchos intelectuales niegan que
ocurriera nada ese día, incluidos historiadores de izquierdas que afirman que el
incidente solo fue un mero cruzar de palabras. Pero eso es una falacia. Claro
que ocurrió. Tal vez aparezcan otros relatos que aporten alguna información
más, pero es difícil porque tanto la muerte de Unamuno como el incidente del 12
de octubre sucedieron en Salamanca, ciudad ocupada por los sublevados y donde
se encontraba el cuartel general de Franco y la Oficina de Prensa y Propaganda.
Y de todo aquello, solo sabemos lo que ellos quisieron que se supiera.
En mi completo desconocimiento del asunto, hasta que
leí la novela ‘Los libros arden mal’ de Manuel Rivas, yo creía que los únicos
que habían quemado libros eran los nazis. En ‘La doble muerte de Unamuno’ se
habla de un auto de fe contra los libros, celebrado en la Complutense de Madrid
el 23 de abril de 1939, lo que constituye una extraña y despreciable forma de
celebrar el Día del Libro.
En el libro hablamos de esa quema y de otra muy
anterior, que tuvo lugar en Huelva durante los primeros meses de la Guerra
Civil y que fue impulsada y justificada nada menos que por la persona que
estaba con Unamuno en el momento de su fallecimiento. Siempre se ha dicho que
esta persona admiraba a Unamuno, que era su amigo, exalumno y discípulo suyo,
cosa que es totalmente falsa. Nosotros hemos trazado su perfil antes de llegar
a Salamanca en noviembre de 1936. Entre otras cosas, hemos visto que se mostró
muy activo en los primeros meses de la contienda. Estaba en Huelva, pero en seguida
se apuntó voluntario a los requetés y estuvo en el frente de Río Tinto. De ahí pasó
a la retaguardia, desempeñando una labor importantísima en Prensa y Propaganda.
Como ves, todo remite a ese aparato de Falange. Además, este señor dirigía el
periódico de la capital onubense, requisado y convertido en órgano de
información de Falange. Y en sus páginas se cuenta eso que llamaban un auto de
fe, que es un juego de palabras, porque coincide con las iniciales de Falange
Española. Y se trata de una quema de libros en toda regla. Pero lo más
llamativo es que esta persona, que era culta y leída, justifica la quema
diciendo que no era una costumbre importada de Alemania, porque en España
existía una larga tradición de quemas de libros y recurre al Quijote para legitimarla.
Todo esto es muy interesante porque dibuja muy bien el perfil de este personaje
y nos lleva a pensar qué podían tener en común Unamuno y este señor, que además
había estudiado en Italia y era admirador de Mussolini.
Aunque antes has anticipado algo ya, ¿la última
crueldad ejercida sobre Unamuno fue ponerle su nombre a un campo de
concentración de Madrid?
Ese campo estaba instalado en un grupo escolar que
llevaba el nombre de Unamuno. Pero lo lógico y natural hubiera sido cambiarle su
denominación, porque no solían poner nombres de personas a estos centros. Sin
embargo, en este caso se mantuvo y también en los membretes y sellos. Imagínate
para Unamuno lo que hubiera supuesto saber que un campo de concentración tenía
su nombre. Eso sí que fue un asesinato contra su memoria.
Terminamos por hoy: ¿Unamuno siguió siendo difamado
durante la posguerra?
Sí, tras la Guerra se mantuvieron los ataques contra
su persona, especialmente por parte de la Iglesia. Cuando hablamos de censura
franquista, no tenemos en cuenta que hubo dos tipos de censura: la
político-social y la religioso-moral, que a veces iban por caminos separados.
Un libro podía pasar la censura social y no superar la religiosa. Durante los
años cuarenta y cincuenta, todavía intentaron difamar su nombre y algunos
obispos le llamaban el hereje máximo, el maestro de herejes. Eso era lo peor
que se podía decir de un católico entonces, sin embargo, para Unamuno ser un
hereje hubiera sido algo que hubiera llevado muy a gala. Sus libros estuvieron
mal vistos y algunos de ellos permanecieron escondidos y se recomendaba su no
lectura.
Me gustaría despedir la entrevista con Luis García
Jambrina incluyendo aquí el fragmento inicial de la página 13 de ‘La doble
muerte de Unamuno’. Dice así: «Unamuno siempre fue una figura incómoda,
resbaladiza y con muchas aristas, y, en gran medida, todavía lo es. Por mucho
que, desde uno u otro lado, nos empeñemos en clasificarlo o en hacerlo encajar
en los estrechos límites de una creencia, de una postura política o de una
ideología, siempre se nos escapa, como el agua entre los dedos».
Herme
Cerezo