Teresa, ¿de dónde arranca tu afición por el cómic?
Como todos los niños de nuestra generación, la de los años
sesenta y setenta, me crie leyendo cómics. En su día libre, mi padre compraba
su periódico y a nosotros nos traía ‘Lily’ y ‘Pulgarcito’, que luego nos
intercambiábamos. Dejé de leer cómic en mi primera adolescencia. Me creí
aquello de que los cómics eran para niños y me volqué en la literatura. Pero en
1991, cuando empecé a trabajar en la animación, mis compañeros me volvieron a
introducir en el mundillo de la historieta. Ellos eran muy aficionados al cómic
y me pasaban los que más les gustaban.
¿Se puede vivir del cómic en España o hay que aplicarse
también en trabajos alimenticios?
En el extranjero se puede vivir mejor, pero en España, ahora
mismo, solo dos o tres dibujantes logran vivir de su trabajo. Yo no lo he
conseguido y he tenido que trabajar también en la animación. De todos modos,
tal y como están las cosas en este momento, empeñarnos en conseguir una única
fuente de ingresos es un error. Como española soy muy de coproducciones. Me
gustaría que los profesionales pudiéramos hablar de tú a tú con las editoriales
de varios países para obtener diversos canales de financiación y gestionar
nuestros derechos audiovisuales de una manera más activa. Nuestro trabajo ha de
ser digno y debemos cobrar lo que nos pertenezca y, si para ello, hay que poner
a más de un país en danza, mientras nuestra obra siga siendo nuestra, hagámoslo.
Sin olvidar que al mismo tiempo hemos de luchar por conseguir una mayor
implantación del cómic en nuestro país. Creo que ese es el camino a seguir.
Acabas de citar el cine de animación. ¿El cómic y la
animación son dos formas de trabajo muy diferentes? ¿Se retroalimentan?
Todo tiene sus pros y contras. La animación te da mucho
oficio, porque se trabaja muy rápido y cambias con frecuencia de estilo, lo que
te provee de una variedad de recursos que resultan interesantes para el cómic.
Te proporciona también una visión espacial muy buena, porque eres capaz de
poner la cámara en cualquier lugar y conseguir una sensación del timing de
la narrativa, aunque a veces nos cuesta un poco trasladarlo al cómic. En
algunas historias, como ‘Contrapaso’ eso te beneficia. Sin embargo, para otras
me gustaría explorar más los propios recursos del cómic, que creo que son más
ricos. Otra cosa que te ofrece la animación es la capacidad de trabajo, algo
que viene muy bien para el cómic porque con las viñetas trabajas como un
galeote. Pasas muchas horas sentada ante el papel hasta que obtienes lo que te
gusta.
Todo arranca con una entrevista que le escuché a Juan Raga,
uno de los últimos directores del semanario ‘El Caso’. Me gustó todo lo que
contaba y mi primera intención fue hacer una historieta costumbrista, una
comedia, explicando un poco cómo se funcionaba en aquella publicación y cómo se
habían enfrentado a la dictadura para informar. Era difícil trabajar en lo
suyo, porque como mucho podían informar de dos crímenes a la semana. Pero justo
entonces apareció la serie de televisión y se me vino todo abajo. Con
anterioridad se había cruzado en mi camino un artículo sobre el «gen rojo» y
pensé que podría crear un periódico ficticio, en el que había gente interesada
en contar cosas que pasaban en verdad. Me interesaba también explicar el valor
de la libertad y cómo se ejercía cuando no se podía. Conocí a personas que
habían trabajado en ‘El Caso’ y todos coincidieron en señalar que le concedían
mayor valor a la libertad cuando no la tenían que después. En aquellos años habían
desarrollado un periodismo más comprometido, libre y valiente que el que
hicieron más tarde.
Entramos en los aspectos gráficos: has utilizado
preferentemente tonos grises y pardos, ¿en consonancia con una época gris?
Sí, creo que tiene mucho que ver con la época. Justo a los
años cincuenta se les ha llamado la década resignada o la década gris porque, aunque
hubiera momentos alegres, en general la gente vivía rodeada de una sensación de
medios tonos. Por otra parte, el género negro se presta poco al color, a los
tonos vivos, que se pueden utilizar en momentos determinados para conseguir
ciertos contrastes. En consecuencia, he buscado tonos apagados y he utilizado
eso que llamamos la paleta de grises.
Tus dibujos me recuerdan a Enki Bilal y a Juanjo Guarnido,
¿te interesan esos dibujantes?
Bilal me sorprende más que lo cites, porque no lo tengo muy
estudiado, pero desde luego no es mala referencia. Juanjo, por supuesto que me
gusta. He echado los dientes en la profesión a su lado, él es alguien a quien
he estudiado por arriba y por abajo y le admiro. En momentos de apuro, a veces
consulto su trabajo para ver cómo ha solucionado situaciones similares. También
me interesa Jean-Pierre Gibrat. Me gusta mucho cómo usa el color, muy
cinematográfico, con luces muy potentes, que ayudan a centrar el interés de
cada escena. Y no puedo dejar de citar a Miguelanxo Prado, un artista estupendo.
Me ha dado buenos consejos sobre el color y sobre cómo contar y ahorrar tiempo.
A la hora de narrar y desde el punto de vista del género negro, ¿te interesaba más el argumento, la peripecia, o dibujar/retratar una época como la de los años cincuenta en nuestro país?
Siempre busco el equilibro para hacérselo fácil al lector.
Pero me ha interesado mucho más retratar la época y narrar lo que impide que
los personajes se realicen plenamente como personas. Me he proyectado en ellos
para saber cómo hubiera reaccionado yo si me hubiera tocado vivir aquellos
instantes. Pero para que el lector se involucre, especialmente la gente joven,
has de dárselo todo envuelto en una buena trama. He intentado provocarles para
que se interesen en averiguar cómo vivían sus mayores, cómo es la historia de
su país y por qué estamos como estamos actualmente.
Algunas viñetas transcurren en esas cafeterías con sabor a
tabaco y aroma de café antiguo, de las que ya no hay.
Bueno, en Madrid aún quedan bastantes cafeterías de esas.
Para ambientarme hube de recurrir a antiguos documentalistas como Xulio García,
que me explicó cómo encontrar fotos de entonces. Mi padre había sido botones de
Fuyma, una cafetería ya desaparecida y que ahora es una hamburguesería. Pero no
encontraba fotos y resultaba difícil retratar un local solo con sus recuerdos,
dejando aparte que él tampoco se acordaba de todo. Había decidido inventármela,
pero entonces apareció una fotografía en la que se veía a dos señores tomando
café allí y ya la pude dibujar.
Uno de los protagonistas de ‘Contrapaso’ es Emilio Sanz,
periodista de sucesos y falangista, una mezcla heterogénea, curiosa por lo
menos… ¿Cómo es Emilio Sanz?
Emilio Sanz es una persona desilusionada. Es un camisa vieja,
un falangista de los que quería la revolución, gente conservadora pero con un
pensamiento socialista. Es un antifranquista, que ve que bajo la dictadura no
habrá revolución. Por otro lado, siente pasión por contar las cosas tal y como
son, ya que piensa que la misión de un periodista es decir la verdad. Es un
tipo contradictorio, enemigo de la izquierda, a la que culpa de algunas cosas
que él mismo hizo durante la guerra y que le producen remordimientos. De golpe,
se encuentra con León, un chaval que, siendo contrario a su manera de pensar, en
ciertos aspectos tiene muchas cosas en común con él.
León Lénoir es su contrapunto, su ‘Contrapaso’. Como pareja
investigadora tiene poco en común con otras más canónicas procedentes del mundo
de la literatura, como Watson y Holmes, sin ir más lejos, ya que ellos dos
andan mal avenidos. Así es difícil avanzar en una investigación.
Creo que avanzan porque se necesitan y porque, en un momento
dado, Sanz se encuentra muy solo, ve que no puede hacer nada de lo que le
gustaría porque le faltan las fuerzas y carece de cómplices para ello. León
representa la sangre nueva y le va a acompañar en su aventura. Por eso se
toleran. En el segundo volumen, el que estoy trabajando ahora, eso aún se
percibe más. Emilio es muy nacionalista y el otro es un desarraigado al que
cuando vivía en Francia llamaban «el español» y en España «el gabacho». Son personajes completamente diferentes y les
une el deseo de contar la verdad una vez descubierta.
‘Contrapaso’ habla del denominado «gen rojo», de los
experimentos con personas, en este caso mujeres, y del tráfico de niños recién
nacidos durante la dictadura. En cualquier caso nos encontramos ante terribles
muestras de inhumanidad y crueldad.
Yo he llegado a la conclusión de que lo primero fue el
concepto del otro. Siempre pensaron que el otro era peor, porque era malo o porque
estaba equivocado. En todo caso, no era de los nuestros. Con esa circunstancia
nos tropezamos también en la actualidad. Cuando a una persona le echamos la
etiqueta de que tú eres el otro, ya no mereces el mismo respeto. Con las
adopciones irregulares, siempre te encuentras con que pensaban que estaban
haciendo un gran bien, porque menospreciaban a los padres biológicos. Al final
los niños eran tan solo una mercancía. Les resultaba fácil darlos en adopción,
porque ellos estaban en una posición de poder y tenían la posibilidad y la
impunidad para hacerlo. A los padres ni siquiera les preguntaban su parecer. El
golpe de estado de Franco se dio porque estaban haciendo un bien al país.
Suprimieron las libertades para proteger a la gente. Y la censura la
establecieron por idéntico motivo. Realmente tenían la sensación de que estaban
salvando a la patria.
Dedicas un buen espacio a rendir un homenaje a las publicaciones clandestinas, en la calle y también en la cárcel, el único medio posible para que la gente se enterase de lo que realmente sucedía entonces.
Todo el movimiento clandestino se desarrolló porque habían
quitado la libertad. Pero la gente no dejó de luchar para recuperarla. Ahora
quizá despreciamos esa capacidad de poder movernos, ya que cuando no te dejan
hacer las cosas es cuando quieres hacerlas. Yo vi las publicaciones que
realizaron las reclusas en la cárcel y me pareció muy bonito ver cómo aquellas
mujeres, incluso en momentos tan duros, eran capaces de dar información a los
demás.
En las revueltas estudiantiles de los años cincuenta,
impresionantes las viñetas que has dibujado sobre esto, estaban implicados los
hijos de familias afectas al régimen que querían cambiar la situación.
Es una de las cosas más emocionantes, porque aquellos jóvenes
no habían conocido la guerra y no querían vivir siempre con ella sobre los
hombros. En la universidad se juntaron estudiantes de izquierdas y de derechas
que querían libertad. A los veinte años, los hijos de las derechas se habían
dado cuenta de que ellos también eran víctimas de una sociedad que les privaba
de su libertad. Fue un movimiento en el que los universitarios le echaron arrestos
y le pusieron las cosas difíciles a la dictadura, al menos durante unos días.
Volvemos al apartado gráfico. No te asustan las viñetas de
multitudes, creo que las bordas...
No, no me asustan, pero las sufro mucho. Son muy necesarias
para dar ambiente, pero dibujar una viñeta de esas igual te ocupa un día entero.
Precisamente en esas viñetas diferencias muy bien lo que está
más próximo al lector y lo más lejano. Lo haces con dibujos nítidos, en primer
plano, y otros más difusos al fondo, lo que proporciona esa sensación de
profundidad.
Eso me viene del dibujo de animación, porque yo practicaba con
frecuencia una técnica llamada layout, que es una composición de la
escena con movimientos de cámara para
construir un fondo muy trabajado. Esa técnica me ha proporcionado muchas tablas
para conseguir este efecto en el cómic.
En algunas páginas he visto caricaturas de personajes
conocidos: Luis Ciges, Alfredo Landa, Marlon Brando…
Estas cosas surgen porque yo trabajo mucho con actores. Por
ejemplo, el forense está inspirado en José Bódalo. Y no me interesa tanto la
caricatura como el hecho de que busco personajes reales, porque llega un punto
en que tu cabeza no te da para inventar tantos rasgos que den origen a tipos
diferentes. Así que muchas veces elijo uno o dos actores, que me sirvan de
referencia corporalmente para encarnar algunos personajes, al tiempo que
también mezclo rasgos de varias personas para construirlos,
En ‘Contrapaso’ aparece un sacerdote, el padre Páramo, que es
una versión del padre Llanos.
Sí, el padre Llanos era falangista. Él organizó el movimiento
de curas obreros en Madrid. Tenía también algo de sindicalista. Llegó a ser
confesor de Franco, pero se desengañó y se marchó al Pozo del Tío Raimundo, se
hizo comunista y empezó a evangelizar en un lugar donde no había nada. El padre
Llanos es uno de esos personajes que te hace pensar muchas cosas, que cambia de
ideología porque lo que ve no se corresponde con sus creencias. Ahora estamos
metidos en una polarización en la que parece que lo que piensas has de llevarlo
a muerte sin fisuras. Creo que hay que dar una oportunidad a esas personas, que
variaron su forma de pensar tras ver las consecuencias de sus ideologías.
‘Contrapaso’ va para serie. A la hora de la creatividad,
¿para un artista trabajar en una serie es un valor seguro, un refugio para
cuando las ideas no fluyen?
Creo que no. Trabajar una serie también tiene sus riesgos,
porque al final de todo las ideas son una cosa abstrusa: unas veces están y
otra no. Siempre se corre un riesgo, porque en ocasiones te llegan sin parar y otras
veces no hay manera de que te venga una. Al final has de estar picando piedra
continuamente y, si las ideas vienen, hay que cogerlas. Pero trabajar en una
serie de ninguna manera te garantiza que aparezcan. Las series, además,
plantean un problema añadido: las dejas en un punto y debes continuar desde
ahí, lo que te condiciona bastante, aunque es un reto que también se disfruta
mucho. Son como un enigma que debes resolver, lo que no siempre resulta
sencillo. En verdad, prefiero los relatos nuevos, porque son más abiertos y es
más fácil meterlos en vereda.
Acabamos por hoy. Al principio de la entrevista has comentado
que tu padre os compraba cómics en tu casa. ¿Qué piensan tus hijos de que su
madre no solo les compre cómics, sino que también los cree?
Como lo han visto desde pequeños les ha parecido normal. Son
muy conscientes de que son muy afortunados, porque mi marido y yo hemos estado
siempre trabajando en casa y nos han tenido cerca. Tienen la sensación de haber
disfrutado de un núcleo familiar supersólido, que no es fácil de encontrar
entre los chicos de su generación, ya que la mayor parte de sus compañeros han
vivido solos o con poca compañía. Esa relación ha posibilitado que tengamos muchas
cosas en común con ellos a nivel cultural. Hemos visto juntos el mismo cine y las
mismas series de televisión, hemos leído los mismos libros y escuchado la misma
música… Sobre los cómics, a unos les han gustado más que a otros, pero ahora
que ya son mayores nos llama la atención el hecho de que vuelven a leerlos y
comentarlos.