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PR.- …Acabamos de vender los
derechos de ‘La casa’ para Sudamérica. El sudamericano es un mercado
complicado. Allí los cómics resultan muy caros, porque veinte euros, que aquí
es un precio más o menos razonable, los convierten casi en un producto de lujo
para países como Argentina o México. Además, hemos tenido también algunos
problemas en la distribución. No sé lo que ocurre, pero siempre hay algo que
hace que la cosa no termine de funcionar. Y es una verdadera pena, porque es un
mercado con un potencial enorme.
HC.- Paco, me sabe mal que te hayas
tenido que quitar el pijama para acudir a esta entrevista, aunque a estas horas
tan tempranas no sé si quedaría demasiado bien venir vestido así…
PR.- Cada vez lo
llevo menos tiempo. Hoy tengo un día de locos: una firma, unas reuniones, una
tertulia y la inauguración de la exposición de ‘Regreso al Edén’ en Riba-roja. Ya
no me quedan días tranquilos. En el ‘Imprescindibles’ del otro día, Elvira
Lindo decía que, cuando las cosas te van bien, se produce una especie de
conspiración para que no sigas trabajando. Y es cierto. Durante este año he
conseguido seguir produciendo al mismo nivel, pero al precio de no disponer de
tiempo para nada más. Y por ahora he de seguir así.
HC.- ‘El abismo del olvido’ nos
cuenta la historia de Pepica, una mujer cuyo padre, José Celda, fue fusilado
como tantos otros en las proximidades del cementerio de Paterna y arrojado su cadáver
a una fosa común, la número 126. Apoyada por la Ley de la Memoria Histórica,
Pepica peleó lo indecible ante las instituciones para recuperar los restos de
su padre. Reencontrarse con sus huesos significaba rescatar la memoria, que los
vencedores de la guerra civil hurtaron a las familias de los miles de hombres y
mujeres fusilados durante la posguerra y
“enterrados” en lugares anónimos. ¿Cómo se tropezó Rodrigo Terrasa con esta
historia?
PR.- Él es
periodista y siempre se mueve con temas de actualidad. Todo surgió cuando se
excavó la fosa 126 del cementerio de Paterna y fue noticia que habían aparecido
unas botellitas debajo de los restos. Rodrigo investigó el asunto, entrevistó a
Pepica, habló también con la hija de Leoncio, el enterrador, y se quedó con la
idea de que era un tema que daba para bastante más. Y me lo comentó. Aunque yo
ya había publicado ‘Memorias de un hombre en pijama’ o, incluso, ‘La
Encrucijada’, quería probar ese camino de la no ficción, darle una densidad al
cómic que, cuando narras desde el punto de vista de la ficción, no puedes conseguir.
De repente, este asunto me encajaba por todos lados. Podía colaborar con
Rodrigo y contar una historia que recogía testimonios, permitía dramatizar una
parte desde la ficción y, al mismo tiempo, arrastraba un carácter periodístico
que te exigía hablar del contexto de la represión, de lo que es una exhumación,
de la Memoria Histórica.
PR.- Sí, claro.
A veces, como sucedía en ‘Regreso al Edén’, el tono te lo proporciona algo que
encuentras y que, aparentemente, no tiene mucho que ver con lo que llevas entre
manos. En ‘Regreso’ el contrapunto y la melodía me la ofrecían la historia de
Don Milán, que le aportaba una cierta
poesía y cambiaba el relato. En ‘El abismo’ el tono proviene de los
enterramientos y del contexto histórico de ‘La Ilíada’. Unos amigos arqueólogos
me explicaron que los enterramientos son una necesidad, un fenómeno humano, igual
que el ritual que les acompaña. Y en ‘La Ilíada’ esta necesidad también estaba
presente. Entonces me vi con dos historias paralelas y, de repente, la
estructura narrativa se convirtió en otra cosa. Todo comenzó a funcionar. La
segunda historia que, en el fondo, es el tema principal del cómic, fue
modulando y complementando todo lo demás.
HC.- Obviamente, no te ha quedado mucho hueco para el humor.
PR.- No, no, qué
va. He intentado meter alguna cosa, pero es muy poco. Apenas nada. Nunca había
narrado una historia tan dura. Normalmente, puedo llevarlo por otros lados,
pero en este caso no. Se trata de un material muy encorsetado, porque está
anclado en la realidad y cuenta unos hechos demasiado concretos, que no me
permitían muchas alternativas.
HC.- En el álbum explicas que la
especie humana es la única que entierra a sus muertos.
PR.- Sí, es algo
sociológico. Desde que el ser humano vio que la muerte era un asunto trascendental, porque daba sentido
a la vida, el neandertal y el homo sapiens empezaron a enterrar dignamente a
sus muertos, mediante un rito funerario. Era un signo de respeto. Por otro
lado, es algo absolutamente imprescindible. Como afirman los psicólogos,
necesitamos que ese ritual nos permita pasar página. Si no haces un funeral a
tus seres queridos es algo que se queda pendiente. Durante la pandemia mucha
gente no pudo asistir al entierro de sus muertos, ni despedirse de ellos. Y eso
crea un trauma. No nos cabe en la cabeza que una persona viva, ya no lo esté al
día siguiente. Y debemos reanudar nuestras vidas. Hemos de despedirnos y asumir
que, a partir de ese instante, la situación ha cambiado. Es algo que siempre ha
estado ahí. Lo vemos también en ‘La Ilíada’, cuando Patroclo se le presenta a
Aquiles y le dice “si tanto me has querido por qué no me entierras dignamente”
y cuando Aquiles roba el cuerpo de
Héctor, que es la aberración más grande. Son acontecimientos tan importantes
que, al concluir una batalla, se fijaba un tiempo para permitir que cada bando
recogiese a sus muertos. Es algo genético y cuando te das cuenta de eso,
comprendes la crueldad del régimen franquista, que negaba a las familias un
entierro digno y la posibilidad de efectuar un rito de despedida. Y digamos que
todo eso lo puedes entender bajo la dictadura, que quería eliminar y castigar a
los perdedores con total crueldad, pero no puedes comprender esa misma actitud
en democracia. Se dice con otras palabras, no mirar el pasado, no remover todo
esto, dejar a los muertos en paz, etcétera… Pero es lo mismo. Por humanidad
necesitamos un entierro digno y un ritual que nos permita mostrar en público
nuestro dolor.
HC.- Pero, como relatas en ‘El
abismo’, quizá hoy la situación, sea incluso más hipócrita, porque se niega esa
posibilidad a las familias republicanas, mientras que los caídos de la División
Azul, son repatriados y se les rinde honores.
PR.- De hecho, eso
ha ocurrido tanto con gobiernos socialistas como del PP. Cuando fallece un
alpinista en la montaña, los gobiernos, aunque saben que está muerto, hacen un
esfuerzo para rescatar su cuerpo y repatriarlo. Es lo normal. Como español,
piensas que merece un entierro digno y sus familiares un ritual de despedida. Lo
mismo sucedió cuando falleció un militar en Afganistán y con los miembros de la
División Azul que, como seres humanos, también merecen ser enterrados. Sin
embargo, a los muertos republicanos se les trata de otro modo. Hay víctimas de
primera y de segunda, y el gobierno ni siquiera se preocupa por exhumar e
identificar a las de segunda. Han de encargarse de ello las propias familias, a
las que se les concede una ayuda económica o no. En este contexto, enseguida te
das cuenta de que pasa algo raro con este asunto.
HC.- Quizá para relajar un poco el
tono de la entrevista, mientras la preparaba releí unas cuantas historietas de
‘Memorias de un hombre en pijama’, ¿echas de menos estas tiras?
PR.- La serie
del ‘Hombre en pijama’ me vino muy bien, aunque ahora la he parado. Muchas de
aquellas ideas sigo desarrollándolas a través de la radio. Cada quince días
participo en el programa de Pepa Fernández y de esta manera cubro la faceta
humorística que tenía la serie. Como guardo escritas mis colaboraciones, quizá
algún día las retome y convierta en cómic.
HC.- Has apostado de nuevo para ‘El
abismo del olvido’ por el formato apaisado. ‘Mucho Guerrero del Antifaz’, ‘Jabato’,
‘Capitán Trueno’, ‘Cachorro’ y ‘Hazañas Bélicas’ has leído tú. Este formato,
que tan complicado es de guardar en las estanterías, ¿qué ventajas representa
para tu trabajo?
PR.- Je, je, je…
Sí, me gusta mucho este formato. Me permite un tipo de narración que la página
vertical no me ofrece o yo no soy capaz de conseguir. Puedo dividir la página
en varios niveles, un nivel de observación, por ejemplo, y otro más narrativo,
así como utilizar unas cosas para ambientar y otras para narrar lo que sucede.
En resumen, me da mucho más juego. Es verdad que a la gente, en algún momento,
puede parecerle un poco confuso, sobre todo porque mis historietas llegan a un
público que no es lector habitual de cómic, pero a fin de cuentas da igual. Yo
pruebo. Si no funciona, cambio el rumbo. En ocasiones, sucede que, con este
formato, tires por donde tires, se entiende igual, porque el cómic posee ese
modo de lectura, que lo convierte en algo único, y que consiste en que todo
sucede a la vez. Puedes ir hacia delante y hacia detrás en el tiempo sin ningún
problema, como una especie de Doctor Manhattan. Por otro lado, el formato
apaisado me permite jugar con la estética. Si abres la doble página, te
encuentras con una visión panorámica, que te proporciona una sensación lectora
más pausada, más íntima y cercana, lo que no ocurre con el formato vertical. Y
eso es algo que le viene muy bien a este tipo de narraciones.
HC.- ¿Te manejas con un guion muy
rígido o la propia narración te indica el camino a seguir?
PR.- Improviso
mucho en el guion, pero al acabarlo procuro tenerlo lo más cerrado posible. Mi
forma de trabajar consiste en disponer de casi todo el material y comprender la
historia. En este caso, la iba entendiendo conjuntamente con Rodrigo, con quien
comentaba todo lo que surgía. Y a partir de ahí creo esquemas. Sin embargo, es
verdad que pasó más de un año a lo largo de ese proceso y que durante todo ese
tiempo encontré dudas y generé distintas soluciones. Cuando empiezas a
convertir el guion en dibujo, es cuando de verdad comprendes todo el conjunto y
descubres si falta algo y hay que añadir alguna página accesoria. Nunca empiezo
a dibujar hasta que veo que el guion funciona, porque si funciona sé que el
resultado final estará bien.
HC.- ‘En el abismo del olvido’ una
buena parte de tu trabajo documental procede de testimonios directos, de
entrevistas personales.
PR.- El narrador
ha de ser fiel a la realidad. Es una norma que te impones a ti mismo. En lo
relativo a la ficción, eres más o menos fiel. Has de partir de la idea de que
no puedes saber con exactitud si los testimonios son reales o no. En las declaraciones
encuentras muchas lagunas. La gente con la que hablas no ha vivido la mayoría
de las cosas que te cuenta y hay detalles que desconoce. En consecuencia, tú
has de inventar cómo y porqué los protagonistas se comportaron como lo
hicieron. En esa parte del relato me he permitido una cierta holgura a la hora
de trabajar, pero con relación al contexto histórico, no me he tomado licencia
alguna. He tratado de ser lo más fiable y veraz posible.
HC.- Hagamos un inciso. El pasado domingo se emitió el programa ‘Imprescindibles’, dedicado a ti y a tu obra. En él apareces en una conversación con tu madre, un momento bien emotivo.
PR.- A las dos
semanas de esa entrevista, mi madre se puso enferma. Ingresó en el
hospital y ya no salió. Fue cuestión de suerte tenerla en el programa. Y me
hacía mucha ilusión porque el documental se centra especialmente en ‘Regreso al
Edén’, donde ella es la protagonista. Es muy importante y emotiva para mí la
visión de mi madre sobre el trabajo artístico de su hijo. Ella nunca pensó que dibujar
tebeos me aportaría dinero suficiente para vivir. Es algo muy tierno. Solo por
eso ya valió la pena haber rodado el documental.
HC.- ‘Imprescindibles’ también
mostró tu faceta como muralista, que está alcanzando un buen volumen.
PR.- Sí, cada vez
hago más. Acabo de terminar uno para la Universidad de Cuenca y dentro de poco
haremos otro en Titaguas. Y todo esto sin buscarlo. Por un lado, hacer murales
me ofrece la posibilidad de trabajar fuera de mi estudio, que es algo muy
divertido. Normalmente, siempre dibujo en soledad y es muy diferente hacerlo en
equipo, a cuatro manos, y más con Martín que es un buen amigo. Y por otro lado,
te conviertes en un artista urbano, estás al aire libre y la gente que pasa por
allí opina sobre lo que hacemos y nos aporta ideas.
Mural de Paco Roca en Natzaret - copyright@hermezo2024
HC.- Entonces el mural tiene un puntito de obra colectiva…
PR.- Es verdad y
es algo que realmente no tiene el cómic. La gente que interactúa con nosotros
de alguna manera forma parte de él. Te dan una idea o les haces un guiño. Y te
entra el sentimiento de que un dibujo tuyo forma parte del paisaje urbano, lo
que es muy bonito. Tus dibujos ya no son solo un libro que puedes comprar y
tener en tu casa, están presentes en la vida de los demás. No sé cuánto tiempo durarán,
pero me parece precioso que dentro de veinte años haya alguien que se pregunte
sobre quién los pintó.
HC.- Con los murales y también con tus
esculturas sobre Picasso, que encontramos por la ciudad de València, has
conseguido trasladar e integrar la ficción, tu mundo, en la realidad más pura
que es la calle.
PR.- Es algo que nunca tienes previsto, pero es verdad que vas dejando ahí como una pequeña huella que se diluye dentro de todo lo que hay en una ciudad. Es un hecho que mis dibujos han traspasado el papel y la viñeta para formar parte de un entorno, lo que habla también de los cambios experimentados por el mundo del cómic. Ahora está mucho más abierto a un público generalista y, prueba de ello, es que, de forma consciente o no, el cómic cada vez está más presente en nuestra vida diaria.
HC.- En ‘Imprescindibles’ se te ve tomar apuntes del natural en la playa o en la ciudad de Roma. Pensaba que utilizabas fotografías para tu trabajo y que, a partir de ellas, dibujabas tus viñetas.
PR.- Normalmente,
trabajo con fotografías, que es la mejor manera de hacerlo. Sobre todo
fotografío los lugares y también a algunas personas, que voy a dibujar después,
aunque es cierto que luego me guío mucho por la memoria. Los apuntes del
natural los tomo como por distracción o para disponer de algún recuerdo. Son
más para mi uso particular que para utilizarlos en los álbumes.
HC.- Regresamos a ‘El abismo del olvido’.
Hay algunos personajes fundamentales como Pepica y su padre José Celda. El caso
de Celda, republicano fusilado durante la posguerra, es especialmente duro,
puesto que su indulto llegó dos meses después de haber sido pasado por las
armas.
PR.- Bueno, esto
es algo de una crueldad total. A veces puedes pensar que fue un error debido a
la burocracia o, simplemente, por lo chapuzas que eran. Pero cuando empiezas a
darte cuenta de que era algo que se repetía con frecuencia, entonces piensas
que eso iba más allá, que no era una casualidad. No dispongo de datos a nivel nacional
y lo dejo un poco en el aire, pero parece un síntoma de la existencia de una
crueldad intencionada detrás de todo ello. Precisamente, la crueldad es otro de
los temas que trata este cómic. No sé si todos somos malos y nos falta la oportunidad
para demostrarlo, pero el poder absoluto que tuvo la dictadura, y también los
milicianos durante los primeros meses de la guerra es lo mismo. Parece que
cuando se nos presenta esa posibilidad, surge una maldad y una crueldad sin
sentido enormes. Y eso me lleva a pensar que cada cómic pertenece al momento en
que lo dibujas. No es lo mismo hacerlo en los años sesenta o setenta u ochenta que
ahora. De alguna manera tu contexto altera la obra. Y en esta historia hago
hincapié en determinadas situaciones, porque veo que se parecen en algo a lo que
estamos viviendo en la actualidad, o porque pienso que podemos llegar a vivir de
nuevo algo parecido a lo de entonces. En los primeros años se produjo una
deshumanización de los demás, de los enemigos. Eso provocó que se actuase con
una maldad absoluta, carente de empatía. No consideraban a los otros como rivales
políticos, sino como unos seres a los que su ideología había llegado a
convertir en infrahumanos. Y eso es algo que ahora también puede suceder.
Corremos el riesgo de ver a los que no piensan igual que nosotros como si
fueran imbéciles, gente que no tiene derecho a nada. Es verdad que el marco de
una democracia impide todo esto, pero puede llegar a ocurrir.
HC.- Pasemos a otro personaje
fundamental del álbum: Leoncio Badía, un republicano represaliado que, en medio
de tanto dolor por los fusilamientos ante las tapias del cementerio, se
convierte en el enterrador de los rojos. Por un lado, parece una luz de
esperanza para los familiares de los fallecidos; pero, por otro, se presenta
como un resistente ante tanta maldad.
PR.- Sí y es
curioso porque lo consideramos un héroe, pero no es un héroe que libera
ciudades, como el protagonista de ‘Los surcos del azar’. Lo que Leoncio hace es
lo mismo que haríamos nosotros en una situación normal, es decir, dar sepultura
y aliviar el dolor de los familiares en la medida de lo posible. Pero esa
actitud, en aquel momento histórico, se convirtió en un gesto heroico, porque
se estaba jugando la vida por ir a contracorriente. Y eso es lo que intentamos
contar en el cómic. Fueron pequeñas heroicidades, pero para personas a las que
se les había prohibido todo, eran importantísimas. Detalles tan insignificantes
como el cordón de un zapatero o un mechón de pelo se convirtieron en recuerdos
imprescindibles para esas familias tan desgraciadas. Según nos contó su hija, Leoncio
fue un personaje increíble. Era maestro, le gustaba la astronomía, la historia
y la filosofía. Era perfecto y nos permitía poner en su boca pensamientos
contemporáneos y reflexiones que, dichas por Pepe Badía, un sencillo labrador, habrían
sonado extrañas. Si hubiéramos tenido que inventarnos a Leoncio, habríamos
intentado que no resultase tan perfecto.
HC.- En contraposición, al lado de
Leoncio colocas a Tomasín, su ayudante, quien en medio de todo el dolor intenta
obtener un beneficio cobrando veinte pesetas por cada entierro a los familiares
de los fusilados.
PR.- Esto es
algo complicado. Cuando partes de la realidad encuentras que la memoria es muy
selectiva y, a veces, los testimonios pueden resultar contradictorios. Y, por
el contrario, si todos coinciden en lo mismo, también parece un poco raro. Para
Maruja, la hija de Leoncio, su padre era un ser perfecto. Sin embargo, algunos
testimonios de otras personas matizaban determinados aspectos y afirmaban que
cobraba por alguna de las cosas que hacía. Ante esa dualidad del personaje y
teniendo presente que Maruja contaba que todo lo hacía su padre solo, lo cual
por el volumen de trabajo nos parecía excesivo, decidimos crear a Tomasín, que
es un poco el lado oscuro de Leoncio. Es una forma de decir que Leoncio no
cobraba, pero que había alguien que sí lo hacía. Y ese alguien iba a ser
Tomasín. Al mismo tiempo, esta idea nos permitía sugerir que Leoncio tenía sus
puntos oscuros. Además, narrativamente, nos funcionaba muy bien el personaje de
Tomasín, porque nos permitía presentarlo como un nuevo ser nacido en tiempos de
la dictadura, que se dejaba el bigotito facha, alguien que empezaba a
preocuparse por otras cosas y que incluso llegaba a pensar que los fusilaban porque
algo malo habrían hecho.
HC.- ‘El abismo del olvido’ se
inicia con la escena de un fusilamiento.
PR.- Dibujar
esas viñetas es jodido, porque has de introducirte en la piel de los personajes
y de lo que estás contando. Me interesaba situarme en el papel de los que
fusilaban y en el de los fusilados. Y ha sido muy difícil localizar información
sobre cómo era un fusilamiento. Solo encontré un par de testimonios del bando
vencedor. Descubrí que los que fusilaban ya no eran soldados profesionales que
habían participado en la guerra. Eran reclutas. En el cómic les llamo pollos
para que quede más claro, aunque no sé si entonces les llamarían así.
HC.- Debe de ser muy distinto matar
a sangre fría, ante un paredón, que hacerlo
en el frente de batalla.
PR. Si, claro,
es muy distinto, especialmente si los encargados de fusilar son gente joven que
no había participado en la guerra. Alguien nos contó que, a partir de cierto
momento, los fusilamientos corrieron a cargo de la guardia civil. Pero no podía
precisar con exactitud desde cuando, ni tampoco el motivo. Otro testimonio, este
de un cura de Zaragoza, que había estado presente en muchos fusilamientos,
hablaba de lo torpes que eran y contaba que la gente no moría por los disparos
del pelotón, sino por el tiro de gracia
posterior. Así que te imaginabas que los reclutas dispararían con los ojos
cerrados. Con todo ello, te hacías una idea del drama que significaba tener que
fusilar a alguien y, por parte de los fusilados, te planteabas qué pensaban
durante los últimos momentos de su vida.
HC.- ¿El día que dibujaste esa primera
página pudiste dormir bien?
PR.- Cuando los
arqueólogos te contaban lo que los fusilados llevaban encima, objetos
simbólicos como un sonajero o un botón, te dabas cuenta de que les servían para
darse fuerza en el último momento de sus vidas… Todos los muertos de la fosa
126 encierran una historia y se hace muy difícil dibujar todo esto. También leí
algunas cartas de despedida, que me dejaban hecho polvo para el resto del día.
Sin embargo, no te das cuenta de lo hundido que te has quedado hasta el momento
en que entregas el cómic a la editorial… La verdad es que ha sido un trabajo
muy difícil de hacer, sobre todo porque quería llevarlo a cabo de forma honesta
y al final terminas empatizando con todo ello.
HC.- Fusilar a una persona viva y
enterrarla en paradero desconocido, sin dar información a los familiares, es
como matar a una persona dos veces.
PR.- Claro, no
les avisaban y eran las familias las que tenían que estar al tanto de cuando
los fusilaban. Y hablamos de una época en la que las distancias eran muy
grandes y la gente no podía desplazarse con la misma facilidad que lo hacemos
ahora. A veces se enteraban de dónde estaban sus muertos cuando la fosa donde
lo habían tirado ya estaba cerrada. Digamos que resultaba muy difícil para las
familias darles el último adiós a sus seres más queridos.
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HC.- Los días previos al fusilamiento deberían ser muy duros y difíciles de sobrellevar para los familiares. La sensación de preparar con antelación el entierro de un ser querido, que estaba sano, debe ser horrorosa.
PR.- Sí y eso lo
descubres también mientras escribes. Los familiares se veían obligados a tratar
a los condenados como personas muertas cuando, en realidad, estaban vivos aún. En ese momento, sobre todo
si no tienes creencias religiosas, te das cuenta de lo que es la vida, que es
casi una anormalidad dentro del universo. Como ya contaba en ‘Regreso al Edén’,
la muerte es un momento fugaz y que te llegue de una forma tan subjetiva,
resulta mucho más cruel. Y digo subjetiva porque, en aquellos momentos, la vida
de los condenados dependía de la decisión de una sola persona que podía
permitir que siguieran vivos o no.
HC.- En una de las viñetas señalas
que hay muertos enterrados debajo de algunas fincas actuales, que fueron
construidas sobre sus tumbas. ¿La democracia se cimentó sobre el olvido?
PR.- Sí, nuestra
democracia se ha cimentado sobre el olvido y esa es la forma más visual de
contarlo. Según nos informaron, ya era muy tarde para muchísimas exhumaciones,
porque hay unas fosas localizadas y otras que no lo están. De las que se
encuentran en el interior de un cementerio sabemos, más o menos, quiénes están sepultados
en ellas. Pero los enterrados en cunetas los ignoramos. El crecimiento
urbanístico ha convertido en imposible la posibilidad de desenterrarlos. Y
volvemos otra vez a lo mismo: hay víctimas de primera y de segunda. Si un
asesino en serie hubiera matado a veinte personas y las hubiera enterrado en un
espacio sobre el que después, por ejemplo, se construyó una hamburguesería,
primero habrían sacado los cadáveres. Pero en este caso no ha sido así.
HC.- El título del cómic procede de ahí, claro.
PR.- Sí, viene
de ahí, de ese abismo que ya es tarde para muchos de ellos. Mientras algunas
personas los recuerden, seguirán vivos entre nosotros de alguna manera. Pero
hay muchos otros que se van a perder en el olvido. Las excavaciones funcionan a
un doble nivel: por un lado recuperan los cuerpos y por otro su recuerdo. Los
arqueólogos reconstruyen la memoria de una época como si se tratase de la
escena de un crimen. Pero si no exhumamos e identificamos los cuerpos, esas
personas jamás podrán superar ese abismo del olvido.
HC.- En toda tu producción veo un
punto de encuentro entre ‘Los surcos del azar’ y ‘El abismo del olvido’.
¿Llevas en mente un tercer álbum relacionado con esta misma temática para construir
una trilogía?
PR.- La verdad
es que no es ese mi propósito. Yo voy buscando historias para contar, pero eso
es como un agujero negro, en el que te introduces para localizar algo
determinado y, como te tropiezas con tantas cosas a su alrededor, te resulta
imposible salir de ahí. ‘El invierno del dibujante’ y ‘El abismo’ abarcan diez
o quince años de nuestra historia, pero no hay intención de seguir por ese
camino. Aunque, bueno, nunca se termina de saber…
HC.- Ahora que lo citas, la verdad
es que tras leer ‘El abismo del olvido’,
‘El invierno del dibujante’ casi parece su reverso, la parte “amable” de
la posguerra.
PR.- La verdad es
que ‘El invierno del dibujante’ es de la misma época que retrata ‘Regreso al
Edén’, donde hablamos de la miseria y es posterior a ‘El abismo del olvido’,
donde hablamos de la represión. Sobre todo hasta 1944, momento en que comenzó a
disminuir, no por voluntad del régimen, sino porque sus aliados en la guerra
mundial iban perdiendo y tenían que blanquearse para ocultar las cosas que aquí
sucedían. El mismo Franco dejó de utilizar uniformes militares en sus actos
públicos y empezó a aparecer vestido de civil.
HC.- Vamos con la última por hoy: ¿Paco
Roca es la misma persona que comenzó a dibujar ‘El abismo del olvido’ y la que
lo terminó?
PR.- No, no soy
el mismo. Al final hacer cómics me ofrece la posibilidad de reflexionar sobre
los temas que me parecen interesantes. Tengo la doble suerte de hacer las historias que quiero y que, al
mismo tiempo, sean comerciales. Temas que, a priori, parecen no serlo, después
lo son. Trabajos como ‘El abismo del olvido’ me permiten conocer mejor el lado
humano de las cosas, que es lo que yo pretendía. Empecé sin comprender el hecho de que personas
como Pepica invirtieran todo su esfuerzo en rescatar los huesos de su padre de
un lugar para trasladarlos a otro. Ella los había sacado para enterrarlos junto
con los de su madre. Yo pensaba que era absurdo, porque dentro de unos años,
cuando venciera su plazo de vigencia, pasarían a un osario. Sin embargo, lo que
he aprendido, y hemos tratado de contar en esta historia, es el porqué Pepica hizo
todo eso. Y me he dado cuenta de que yo haría lo mismo. Y no se trata de
política, sino de dignidad. Hay política en el empeño de determinados sectores
que no quieren que esto se lleve a efecto. Pero en hacerlo no hay ninguna
política. Cuando observas estas cosas, te das cuenta de la vergüenza ajena que producen
determinados comentarios, como cuando Rajoy se enorgullecía de decir que iba a
dar cero euros para las fosas de la guerra. Entonces piensas que le ciega una ideología,
que se parece en cierta manera a la franquista, o que no ha entendido nada de
todo esto. Sería impensable que esos comentarios se dijeran sobre otros casos.
Sin embargo, sí se escuchan referidos a las víctimas del franquismo.
HermeCerezo/Diario SIGLO XXI/Diario SIGLO XXI, 20/02/2024.