“Dos de estos doce cuentos fueron publicados en periódicos. Uno apareció en el ‘ABC’ y el otro, a petición de Juan Lagardera, en el ‘Levante El Mercantil Valenciano’. Me encanta escribir por encargo”. Así comenzó la entrevista con Carlos Marzal (Valencia, 1961), Premio Nacional de la Crítica y Nacional de Literatura en 2001; Premio Fundación Loewe en 2004 y Premio de la Crítica Valenciana en 2009. Conversar con el escritor valenciano sobre literatura o cualquier otro tema que surja o se tercie, es un ejercicio de análisis y reflexión a la vez que una invitación a la calma. Marzal recién termina de publicar un magnífico libro de cuentos, ‘Los pobres desgraciados hijos de perra’, editado por Tusquets en su colección Andanzas, en el que repasa una serie de temas, el amor, la muerte, la enfermedad o el deporte, inherentes a la condición humana, a lo largo de distintas etapas de la vida: la adolescencia, la edad adulta y la ancianidad. El libro, que observa una indudable e invisible estructura unitaria, gracias al armazón de relatos breves con el que se anuncia, puede leerse seguido o a saltos, por el final o por el principio, no importa el concierto ni el orden. Los cuentos de ‘Los pobres desgraciados hijos de perra’ están impregnados con la pátina propia, el sabor y el poso que sólo posee la voz narrativa, como derecho privativo, de los escritores escogidos por el arte de juntar palabras sobre la partitura del ordenador o del folio. Y me temo que Carlos Marzal es uno de ellos.
¿Articulista, novelista, poeta, en qué territorio te sientes más a gusto?
Donde me encuentro más a gusto es en el territorio de la escritura y de la variedad. Si siempre fuera articulista o poeta o novelista creo que me cansaría. Lo que me gusta es la diversidad, la variación, mezclar las cosas, cambiar … La comodidad es gustar de lo diverso.
A juzgar por ‘Los pobres desgraciados hijos de perra’, parece que en el relato corto te manejas con especial facilidad.
Lo cierto es que me lo he pasado muy bien escribiendo los cuentos, me he sentido muy libre. Me ha gustado lo manejable que resulta la distancia de un cuento, porque cuando te metes en una novela, como es una empresa tan larga y tan costosa, primero, no sabes si vas a ser capaz de terminarla; después, si te va a gustar a ti mismo y, por último, si se va a publicar. La medida del poema, del artículo o del cuento es fantástica porque en seguida ves los resultados.
En el libro encontramos dos tipos de cuentos: unos, con final sorpresivo, y otros, en los que aparentemente no ocurre nada, a la manera de Carver o Cheever.
A mí, como lector, me gusta más el cuento que te inocula el veneno después de haberlo leído, reflexivo y sin sorpresa, que el que, como decía Hemingway, te vence por K.O. Pero, efectivamente, en el libro hay de ambos tipos.
Los cuentos están escritos en tercera y primera personas, estos últimos se intuyen autobiográficos.
Bueno, tú sabes que de la primera persona hay que desconfiar tanto como de cualquier otra persona gramatical. Creo que la escritura, en general, es una mezcla indeterminada de autobiografismo, de ficción, de invención y de apoderamiento de historias ajenas. Y en ese sentido creo hay que tomarse la literatura con un cierto distanciamiento. Se ha dicho que la literatura es la verdad de las mentiras y creo que es una buena definición.
“-No hay que sacar conclusiones morales – dijo Stevens -. La gente se limita a hacer las cosas lo mejor que puede.
-Los pobres desgraciados hijos de perra.
-Los pobres desgraciados hijos de perra – dijo Stevens -. No te pares. Acelera un poco”.
W.Faulkner. La mansión.
‘Los pobres desgraciados hijos de perra’: ¿por qué un título tan directo?
Hay varias razones. Primero, porque es un título contundente que llama la atención del lector y segundo, porque al ponerlo pensé que constituiría un éxito multitudinario ya que alguna gente iba a darse por aludida y acudiría a leer el libro para husmear y comprobar si hablo bien o mal de ella. La cita que encabeza el volumen, es un homenaje a Faulkner, uno de mis escritores favoritos, y no es una frase peyorativa hacia la condición humana, sino todo lo contrario. Se trata de una forma conmiserativa y caritativa de mirar las cosas. El lenguaje permite decirle a alguien “menudo pedazo de cabrón estás hecho” sin que se lo tome a mal, porque cuando hablamos así, en realidad queremos decirle cuánto lo admiramos o cómo nos gusta lo que hace.
Aunque es un libro de relatos, se puede leer como una novela.
Sí, el libro tiene mucho de corpus unitario. Se puede leer como cuentos o como una novela de jóvenes que maduran y que terminan por envejecer.
En ‘Intimidad’, el último cuento, hay bellas reflexiones sobre el amor.
El relato último, junto con el primero, son los dos a los que más cariño les tengo. Los demás se mueven a través de tres o cuatro hilos conductores: los cuentos de adolescencia o juventud; los del enfrentamiento a la enfermedad o a la desgracia; los del gusto por la literatura y la pasión literaria y, por último, los del deporte entendiendo éste como interés vital.
Los grandes temas de nuestra existencia surgen en la juventud.
Se configuran ahí, es el momento en que uno nace al mundo. Tan importante como ese periodo es la infancia, pero no guardamos tantos recuerdos, aunque los que entienden de estas cosas dicen que habitan el subconsciente. De la infancia conservamos muy pocas cosas: algunos fogonazos que, en el fondo, no sabemos si son o no recuerdos construidos con la memoria de los mayores y con fotografías. Sin embargo, de la juventud guardamos recuerdos bastante exactos. En esa etapa nacemos al amor, al tiempo, al miedo ... El niño vive fuera de la temporalidad, pero el joven ya ha caído de lleno en lo que es el mundo de verdad.
El primer cuento está dedicado a Sixto Casabona, futbolista del Valencia C.F. que falleció hace unos años.
Sixto fue un queridísimo amigo mío mucho tiempo. Durante tres o cuatro años, dormíamos en su chalet de L’Eliana los viernes y sábados por la noche y al día siguiente, subidos a su moto, nos íbamos al Campo de los Silos donde jugábamos al fútbol los dos, cada uno en su equipo. Él en el Mestalla juvenil, junto con Tendillo, y yo en el Burjassot. El deporte siempre ha sido para mí una necesidad. No soy un escritor que lo practica sino un deportista aficionado que lee y escribe. Eso me viene del colegio en el que estudié, los Dominicos, donde había dos religiones: la propia religión y el deporte.
Parece que todos tenemos un amigo que murió durante la adolescencia por enfermedad, por accidente, por suicidio...
Creo que sí, es como una constante. En la adolescencia vivimos ese momento trágico de la muerte y es cuando descubrimos que no sólo mueren los viejos sino también los jóvenes, los amigos, los compañeros de clase… Y eso es un aldabonazo en nuestra vida
En otro de los cuentos, ‘Siempre tuve palabras’, hablas de la relación existente entre hospitales y sexo.
Tratar el mundo de la enfermedad en el entorno de los hospitales es una forma de aludir al destino. Todos, más tarde o más temprano, tenemos que enfrentarnos a la enfermedad. Y precisamente porque allí se establece un trato tan directo con ella, se produce el efecto contrario: un apetito desmedido por la vida. Los hospitales, en este sentido, son una caldera al rojo vivo. Y lo sé de buena fuente, porque algunos de mis amigos pertenecen al gremio sanitario: médicos, enfermeras, celadores … El tema de la enfermedad me parece una gran metáfora de la vida y me gusta servirme de ella.
¿Practicar el sexo es morir un poco cada vez?
De siempre ha existido una interpretación tanática del sexo, pero yo no soy partidario de ella, no lo veo así, no me considero una persona triste post coitum sino alegre.
“Las palabras son eso al fin y al cabo: una resina en donde quedan retenidas nuestras experiencias comunes y privadas, un fósil, amarillo de tiempo, en donde late viva una manera de sentir el mundo […] Con ellas lo traducimos todo. Por ellas matamos. Por ellas sentimos euforia y tristeza”.
Del cuento ‘Siempre tuve problemas’. Carlos Marzal.
Además de todo lo comentado, también en ‘Los pobres desgraciados hijos de perra’ hay espacio para las palabras.
Sí, no nos damos cuenta de la importancia que tienen las palabras y de que las discusiones poseen un innegable fondo verbal. Todo lo referido a las patrias, las ideologías o los prejuicios tiene que ver con las palabras. Basta con que uno pronuncie un determinado término para que se llegue al insulto, a las manos, a la guerra ... Las palabras son no sólo nuestro alimento, sino también nuestro peligro. Y nuestra enfermedad.
Cerramos: Valencia y sus alrededores son el escenario escogido para estos relatos.
Valencia es un escenario para la ficción tan bueno como París o Londres, independientemente de la tradición literaria que emana de cada una de estas ciudades. En un principio, ningún lugar es mejor o peor que otro, todo depende del talento del artista que lo trabaje.